
Sta. María de Eunate – Puente la Reina – Estella – Monasterio de Iranzu
Indice
¡Buenos días a todos y a todas desde Olite!
Esta noche ha sido una de esas noches reparadoras para mí y ya se puede decir que estoy totalmente recuperado del virus estomacal que me llevé de recuerdo de Sos del Rey Católico. ¡Por fin voy a poder desayunar a gusto!
El día de hoy nos deparará una ruta bastante larga y cuatro lugares muy interesantes de la zona central de la comunidad floral de Navarra, tres de ellos paradas clave del Camino de Santiago. En primer lugar visitaremos un lugar precioso e insólito, la Iglesia de Santa María de Eunate. Seguiremos hasta Puente la Reina, lugar donde confluyen las rutas jacobeas navarra y aragonesa, y más tarde hasta Estella, conocida popularmente como «la Toledo del Norte». Terminaremos en la que fue sin duda la sorpresa positiva de todo el viaje, el Monasterio de Iranzu. Pero de ello hablaremos más tarde.
Iglesia de Santa María de Eunate
Después de tomar el desayuno en el Hostal Rural Villa Vieja nos dirigimos al coche y ponemos rumbo a nuestro primer destino del día, un pequeñísimo templo que nos moríamos de ganas por conocer. La Iglesia de Santa María de Eunate es uno de esos lugares que están envueltos por una capa de misterio, algo así como una pequeña Capilla Rosslyn a la española.

Construida hacia el año 1170, la minúscula iglesia se sitúa en un terreno solitario y llano perteneciente a la villa de Muruzábal, a muy poca distancia de la localidad de Puente la Reina y en plena ruta del Camino de Santiago que desde Somport se adentra en Navarra por Sangüesa. A lo largo de la ruta jacobea aragonesa se construyeron numerosos templos pero sin duda Eunate es uno de los más emblemáticos a causa del misterio que rodea el origen de su construcción.
Fuimos de los primeros en llegar al amplio aparcamiento al aire libre que hay al lado de la iglesia, después de conducir durante media hora desde Olite. Ya desde lejos pudimos comprobar que Santa María de Eunate es una pequeña joya del románico: de armónica planta centralizada de forma octogonal, al templo lo rodea una arquería perimetral igualmente octogonal. Después de pagar la entrada (1,50€ por adulto) en la Casa de Onat, una pequeña casa que sustituye a la primitiva construida junto al templo y que hoy sigue estando al servicio del mismo, accedemos al perímetro de la enigmática iglesia.



Hemos mencionado que el origen de la construcción de Eunate no está nada claro. Mucho se ha debatido entorno a este asunto dando lugar a numerosas teorías, algunas de ellas de respaldo algo ddudoso. La más legendaria de ellas apunta a que Santa María de Eunate fue levantada por la Orden de los Templarios, una hipótesis que únicamente parece tener en cuenta aspectos arquitectónicos (como su planta octogonal o alguna de las marcas de canteros que podemos ver en sus piedras), sin embargo no existe constancia documental alguna de que Eunate fuera un emplazamiento templario, por lo que esta explicación parece que carece de rigor histórico.


Otras teorías parecen algo más plausibles y verosímiles, como la que propugna que su origen está en una antigua Cofradía integrada por habitantes de los pueblos más cercanos que hicieron de ella un lugar de servicio de los cofrades. Esto parece respaldado por el hecho de que dicha cofradía aparece en todo momento en los textos como propietaria de la iglesia. Sea como fuese, lo que sí es cierto es que su estilo arquitectónico resulta bastante poco común y que su estado de conservación es impecable.

El interior se caracteriza por su alta bóveda configurada por potentes nervios que surgen desde cada uno de los vértices del octógono. La imagen de la virgen que podemos contemplar es una reproducción de la talla original de la Virgen de Eunate.

Antes de marchamos de este lugar tan singular dejamos corretear a Elia libremente por los alrededores. Hoy nos espera un día largo a todos, ¡pero lo tomaremos con calma!



Puente la Reina, el puente de los peregrinos
Apenas 5 kilómetros separan este templo de Puente la Reina, nuestra segunda parada del día. Aparcamos nuestro coche muy fácilmente en el Paseo de los Fueros y comenzamos a caminar hacia la Calle Mayor, antigua rúa de los peregrinos y una de las más atractivas visualmente de toda Navarra. Puente la Reina es parada obligatoria para cualquier peregrino que se dirige a Santiago de Compostela pues es justo en este punto donde convergen las dos importantes rutas jacobeas, el camino francés (que proviene de Roncesvalles, en Navarra) y el camino aragonés (procedente de Somport y Canfranc, cuya célebre estación tuvimos la oportunidad de conocer durante nuestro periplo oscense de 2017). Tal y como reza el lema en Puente la Reina: «Y desde aquí todos los caminos a Santiago se hacen uno solo».
La Iglesia del Crucifijo
No solo los peregrinos tienen la obligación de detenerse en Puente la Reina. Existen aquí, al menos, tres razones por las que cualquier visitante debería también dedicar parte de su jornada. La primera de ellas se encuentra en uno de los extremos de la Calle Mayor, la Iglesia del Crucifijo, tardorrománica, antes denominada de Santa María de los Huertos.

A diferencia del caso de Santa María de Eunate, que acabamos de visitar, sí existen documentos que prueban que esta iglesia fue fundada por la Orden del Temple allá por el siglo XIII, momento en que se levantó una primera nave de estilo románico. Un siglo más tarde se añadió una segunda nave, esta vez de estilo gótico, para dar cabida al fabuloso Crucifijo del siglo XIV cuya contemplación justifica por sí misma el acercarse hasta aquí. ¿Quién dijo que toda la escultura medieval es hierática y carente de expresividad? Basta con admirar este Cristo clavado al tronco de un árbol para comprobar que no es así. ¡Pone los pelos de punta!

En 1443 el templo pasó a manos de los Caballeros de Malta, quienes levantaron un convento-hospital para los peregrinos enfrente de la iglesia. El edificio que vemos hoy, construido en el siglo XVIII, sustituye al que existía en el siglo XV.
La Iglesia de Santiago
Regresamos a la Calle Mayor, esta vez en dirección opuesta para visitar la Iglesia de Santiago, segunda cita ineludible para cualquier turista que se acerque hasta Puente la Reina. Ésta posee diversos atractivos dignos de mención, entre ellos su decorada portada románica. ¡Este viaje va de bonitas portadas románicas!

El interior de este templo cobija un gran número de obras medievales y barrocas, como si de un fabuloso museo se tratara. Una de ellas destaca por encima de todas las demás por su fama, una imagen de Santiago peregrino del siglo XIV, popularmente llamado Santiago Beltza a causa del color oscuro que tenía su piel antes de ser restaurada (beltza en euskera significa negro), peculiar circunstancia que la ha convertido en una de las tallas más célebres de todo el Camino de Santiago. Así mismo nos lo confirmó la persona que custodiaba el templo.


El Puente medieval
Al final de la Calle Mayor se encuentra el principal tesoro de la localidad, aquel que precisamente le da su nombre. El Puente medieval de Puente la Reina aúna arte e historia a partes iguales. Edificado sobre el río Arga, por encima de él circulaban los peregrinos de la ruta jacobea.

Se cree que su nombre real, Ponte Regina, podría hacer referencia a la esposa del rey Sancho el Mayor, a quien se atribuye su erección (con perdón). Suma seis arcos de tamaño decreciente que vuelan entre gruesos estribos. Antiguamente existían dos torres (hoy solo se conserva una) donde los peregrinos debían abonar una tasa de peaje para cruzarlo de lado a lado. Tampoco queda en pie la vieja capilla de la Virgen del Puy, que se alzaba sobre el pretil. La imagen estaba relacionada con una bella leyenda,a leyenda del txori: al parecer, un pájaro (txori en vasco) se encargaba de lavar el rostro de la virgen con agua del río que transportaba en su pico.



A Elia le encantó saludar a unas gallinas que habían en el patio de una de las casas próximas al puente y pasear, una vez más, por la Calle Mayor antes de regresar a la calle donde habíamos aparcado el coche. Aprovechamos la ocasión para entrar en un bar y comernos un buen pincho de tortilla, bien falta nos hacía reponer fuerzas.


Estella-Lizarra, la Toledo del norte
Nuestra siguiente parada fue algo improvisada pues nuestra primera idea era dedicar aquella tarde a visitar el Cerco de Artajona, pero no habíamos caído en la cuenta de que los lunes cerraba, así que decidimos reservar esa visita para el día siguiente y dirigirnos a otra de las ciudades importantes del centro de la comunidad de Navarra: Estella, que gracias a la gran cantidad de monumentos que posee fue apodada como «la Toledo del Norte», aunque en nuestra humilde opinión no se la puede comparar a aquella ni en aspecto ni en gracia.
Lo que sí tiene Estella-Lizarra es historia a raudales. Fundado por el rey sancho Ramírez como burgo franco para atender a los peregrinos europeos, el Barrio de San Pedro de la Rúa es el más antiguo de la ciudad y aquel que hay que visitar si se dispone de poco tiempo como nosotros ya que en él se concentran algunos de los monumentos más destacados de Estella en apenas un corto paseo de distancia. Estella-Lizarra fue desde sus orígenes parada importante del Camino de Santiago, lo cual se tradujo en un auge económico que facilitó que acabaran originándose con el tiempo dos nuevos barrios congregados en torno a las parroquias de San Miguel y San Juan. Resulta curioso mencionar que los tres barrios guardaron cuidadosamente tanto sus límites territoriales (murallas) como sus privilegios históricos hasta bien entrado el siglo pasado.
La Plaza de San Martín
Cuando llegamos a Estella después de un corto trayecto de media hora desde Puente la Reina, eran casi las 14h de la tarde, hora en que tanto la Oficina de Turismo como también gran parte de los monumentos cerraban su acceso al público. Aparcamos en el párking subterráneo de pago de la Plaza de la Coronación y nos dirigimos rápidamente a la Oficina de Turismo antes de que cerraran para preguntar por la mejor ruta a seguir en Estella. Estábamos ya, casi sin darnos cuenta, en pleno centro del Barrio de San Pedro de la Rúa, cuyo núcleo es la hermosa Plaza de San Martín, presidida por la fuente renacentista de los Chorros.

Esta plaza conserva un buen número de edificios de interés. Además del antiguo Ayuntamiento del siglo XVIII actual sede de la Oficina de Turismo), está el Palacio de los Reyes, del siglo XII (habilitado como Museo del pintor Gustavo de Maeztu) y la Iglesia de San Pedro de la Rúa, probablemente el templo principal de los que hay en Estella, que no son pocos.
La Iglesia de San Pedro de la Rúa
Se trata de la más antigua de las parroquias de la ciudad, antiguamente dependía del monasterio aragonés de San Juan de la Peña. Las obras empezaron a finales del siglo XII y alcanzaron los primeros años de la centuria siguiente. La iglesia se alza en lo alto de una empinada escalinata construida en 1968, lo que le otorga una imponente perspectiva desde la Plaza de San Martín.

Precisamente este fue uno de los lugares a los que no pudimos entrar por encontrarse ya cerrado a aquellas horas pero en la Oficina de Turismo nos dieron el buen consejo de subir en un ascensor (cuyo acceso se encuentra en la Calle San Nicolás) que te deja a dos pasos de poder admirar desde arriba el fabuloso claustro románico de la iglesia, que solo conserva dos galerías debido a que se vinieron abajo las otras dos durante la demolición del Castillo de Zalatambor en 1572, la fortaleza que existía antiguamente en esta zona y de la cual solo quedan algunas pocas ruinas en pie.

La Iglesia del Santo Sepulcro
Volvemos a la Plaza de San Martín y continuamos bordeando el río Ega por la Calle Curtidores, por donde hoy en día siguen caminando los peregrinos de la ruta jacobea. Y es que un poco más adelante se encuentra otro templo que merece una mención especial, la Iglesia del Santo Sepulcro, construida entre los siglos XII y XIV. Nos sorprendió muchísimo su peculiar estructura rectangular, y es que la disposición de su fachada, repleta de personajes bíblicas, queda literalmente al servicio del peregrino que pasa por delante. Lamentablemente esta iglesia está cerrada al público pero merece la pena acercarse a contemplar su bello exterior.


Durante los escasos 10 minutos que nos separaban de este lugar, Elia hizo patente su cansancio en forma de berrinche y es que durante la media hora que había durado el trayecto entre Puente la Reina y Estella no había podido dormirse en el coche, como es habitual en ella, lo cual provocó que ahora ya no quisiera dormir en el carro, a pesar del sueño que tenía. Ya nos habíamos detenido largo tiempo en la Plaza de San Martín a intentar dormirla pero fue en vano y ahora volvíamos a detenernos justo enfrente de la Iglesia del Santo Sepulcro, donde hay una pequeña zona verde. Después de varios meneos infructuosos decidimos seguir adelante. ¡No hubo manera!
Retrocedimos unos pocos metros la Calle Curtidores para cruzar el río por el Puente de la Cárcel, construido en 1973 y que sustituyó al primitivo románico que fue destruido en el siglo XIX por los liberales durante la 3ª Guerra Carlista. Desde allí podemos divisar en la falda del monte las siluetas del Convento de Santo Domingo, fundado en el siglo XIII, y de la Iglesia de Santa María Jus del Castillo, ambos situados en el lugar donde se levantaba el segundo de los castillos que tenía Estella, el Castillo de Belmecher.

Llegamos a la Calle Mayor y la recorremos casi de punta a punta, pasando por delante de otro de los templos más importantes de Estella-Lizarra, la Iglesia de San Miguel, que posee una monumental portada románica. Decidimos no visitarla para no entretenernos demasiado (además estaba cerrada a aquellas horas) y buscar un lugar para comer y descansar.



Después de una más que aceptable comida aunque de lentísimo servicio en el Bar La Estación, regresamos al párking subterráneo y arrancamos el coche. Lo cierto es que no quedamos absolutamente «saciados» de nuestra visita a Estella, una sensación quizás condicionada por las dificultades que habíamos pasado con Elia y por no haber podido visitar el interior de ningún monumento. En cualquier caso teníamos ganas de más y decidimos explorar un lugar que no teníamos en mente pero que nos habían recomendado vivamente en la Oficina de Turismo. Pues lo que son las cosas, se convirtió en la auténtica sorpresa positiva de nuestro viaje por tierras navarras.
Monasterio de Sta. María la Real de Iranzu
En esto de los viajes entran en juego muchos factores que determinan que quedes totalmente obnubilado por un sitio o que, por el contrario, quedes sumido en la más profunda decepción. Los estados de ánimo, las condiciones meteorológicas… y, sobretodo, las expectativas. Nosotros no albergábamos expectativa alguna sobre el Monasterio de Iranzu, uno de los dos monasterios que se encuentran a muy poca distancia de Estella (el otro es el Monasterio de Irache, que quedará para otra ocasión), y eso quizás influyó en que se convirtiera en una verdadera sorpresa.
El Monasterio de Iranzu se encuentra cerca de la pequeña localidad de Abárzuza, a unos 15 minutos conduciendo desde Estella. En el siglo XII los monjes cistercienses llegaron al inhóspito y verde valle de Yerri, en una zona apartada entre montañas seguramente siguiendo las normas de los padres fundadores de la Orden del Císter, que recomendaban levantar sus monasterios en lugares apartados y que tuvieran agua en abundancia. El enclave es realmente precioso y no existe ningún núcleo de población en varios kilómetros a la redonda.

Justo delante del monasterio hay un amplísimo merendero donde varias familias disfrutaban de una tarde plácida. Cuando lo vimos sentimos que se nos abrió el cielo, ¡era el lugar perfecto para que descansáramos, al fin, los tres! Así que no lo dudamos, sacamos unas toallas que llevábamos en el coche y nos tumbamos en la hierba.
Después de nuestro merecido reposo, nos dispusimos a visitar este precioso lugar. Como un bello presagio de los que nos aguardaba, vinieron a visitarnos dos caballos cuya presencia hizo la delicia de los más pequeños, de Elia la primera.



Nos acercamos a la entrada del monasterio cisterciense (entrada 2,50€ por adulto) y nos damos cuenta de que Iranzu guarda cierta similitud con otro edificio cisterciense que habíamos visitado durante nuestro periplo por la Provenza francesa, la Abadía de Sénanque.

Como en aquella ocasión, al acceder al monasterio nos embriagó una profunda sensación de paz y tranquilidad, con la única diferencia de que aquí, además, estábamos prácticamente solos. No solo disfrutamos a solas del lugar más bello de toda nuestra ruta por Navarra (criterio subjetivo, por supuesto), sino también de nuestro momento más dulce, sereno y especial en familia.
La zona del monasterio que atrapa toda la atención del visitante es sin duda el claustro, construido entre los siglos XII y XIV, lo que explica la diferencia de estilos, desde los arcos más primitivos de medio punto en puro estilo cisterciense hasta los del gótico pleno con arcos apuntados. A nosotros, que nos entusiasman los claustros, nos pareció que este era uno de los más bonitos que habíamos visto, si no el que más.


De todas las partes del claustro, nos gustó especialmente el lavatorio, de planta hexagonal. Constituía una parte fundamental en la higiene de los monjes, que se aseaban en grupos con su agua, canalizada desde un manantial cercano.

Por detrás del claustro, al aire libre, se encuentra otra joya. Y si habíamos dicho que lo que atrapa la atención del visitante es el claustro, aquello que atrapa su corazón son las ruinas de la antigua Iglesia de San Adrián. Este es el lugar más antiguo del monasterio, la primera iglesia donde oraban los monjes cistercienses cuando llegaron en el siglo XII. Estas ruinas poseen un romanticismo tal que por un momento creíamos estar de nuevo en nuestra amada y recordada Escocia.





Otro plato fuerte de la visita al Monasterio de Iranzu es su iglesia abacial. Simplemente nos quedamos sin palabras al contemplar tanta belleza y grandiosidad en un edificio cuyas paredes carecían de imágenes.

Volvemos a deleitarnos con el claustro antes de regresar a nuestro coche. Sin duda esta visita nos ha dejado el mejor sabor de boca posible para terminar el día y quedará en nuestra memoria como uno de los lugares imprescindibles de cualquier ruta por Navarra.



En menos de una hora ya estábamos de nuevo en Olite, donde primero paramos en un supermercado para hacer la compra antes de regresar a nuestro alojamiento. Cenamos en la habitación (¡cómo nos gusta hacer esto!) y nos metimos en la cama pensando en todo lo que habíamos visto y en todo lo que nos quedaba aún por ver.
¡Buenas noches y hasta mañana!