
Bath: la elegancia es romana y georgiana a partes iguales
Indice
¡Buenos días! Este va a ser nuestro último día por tierras inglesas y, ¿dónde se puede terminar mejor un roadtrip por los Cotswolds que en Bath, cuyas termas romanas son famosas en todo el mundo? Estamos deseando conocer esta fabulosa ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987.
Tenemos nuestra visita reservada a las Termas Romanas de Bath a las 9.30h, de modo que desayunamos en nuestra casa de Tetbury sin prisa pero sin pausa. Después de recogerlo todo y devolverle la llave a nuestra anfitriona, nos despedimos de la casa que nos ha acogido durante dos noches y salimos de nuevo a la carretera con nuestro coche británico. Después de 40 minutos conduciendo llegamos a la elegantísima ciudad de Bath, en el condado de Somerset. Este es el itinerario que hicimos aquel día por la ciudad.
Por cierto, hoy hace un día precioso de sol, ¡ya era hora! Parece que Inglaterra nos ha reservado su mejor día para despedirnos y vamos a aprovecharlo al máximo.
La elegante ciudad de Bath
No teníamos ganas de complicarnos la vida buscando aparcamiento, además íbamos algo justos de tiempo, así que dejamos el coche en el párking público de pago Kingsmead Square Car Park, el más cercano a nuestro primer destino del día. Una de las ciudades más elegantes que hemos conocido nos daba la bienvenida.
La bella Bath, cuyo centro peatonal está repleto de músicos, museos, sofisticados restaurantes y tentadoras tiendas, reposa entre las verdes colinas del valle del río Avon y debe todo su esplendor a dos épocas bien distintas que dejaron una impronta eterna en esta ciudad en forma de extraordinarias edificaciones. Por un lado está la Bath romana y por otro la Bath georgiana, por cuya arquitectura se ha convertido en toda una referencia de distinción en el sur de Inglaterra. Nosotros visitaremos ambas en un recorrido que nos llevará a conocer sus monumentos más importantes. ¿Nos acompañas?
Termas Romanas (The Roman Baths)
Empezamos, como no podía ser de otra manera, por el plato fuerte de Bath, uno de los monumentos patrimoniales más importantes de Inglaterra, las Termas Romanas de Bath. Como ya he mencionado anteriormente, nosotros habíamos reservado nuestra entrada previamente, a través de la página web. Por cierto, no hay que confundir las Termas Romanas (The Roman Baths) con las Thermae Bath Spa, un nuevo complejo termal que se construyó para que los ciudadanos de la época moderna pudieran continuar beneficiándose de las propiedades curativas de las aguas termales.
Se dice que fueron los celtas los primeros en conocer las propiedades curativas de las aguas de este lugar y en construir un primer santuario termal dedicado a la diosa Sulis. Cuando llegaron los romanos y descubrieron que el agua del manantial tenía una temperatura constante de 46ºC, decidieron edificar un templo dedicado a Minerva (equivalente romano de Sulis) y un complejo termal a la altura de su imperio (vamos, una especie de «Marina d’Or, ciudad de vacaciones» de la época). Así nació la actual Bath, que los romanos denominaron Aquae Sulis (literalmente, «las aguas de Sulis»), en honor a aquella primera diosa celta.

Las Termas Romanas de Bath representan un caso único en toda Europa debido a su gran tamaño y al hecho de que en ellas se usaba una gran cantidad de agua caliente. Al igual que se hace hoy en día cuando acudimos a un spa, los romanos que entraban en estos espacios públicos recorrían un circuito a través de diversas salas cuya secuencia comenzaba en el apodyterium, un vestuario donde se desnudaban y se dejaban las prendas antes de iniciar el baño. A continuación se pasaba a los espacios de agua fría (frigidarium) para luego acceder a los espacios de agua tibia (tepidarium). Estos se consideraban una transición a las habitaciones de agua caliente (caldarium). Finalmente se volvía a realizar la misma secuencia pero a la inversa, terminando siempre en los espacios frigidarium.
No hay que perder de vista que lo que podemos ver actualmente en las Termas Romanas de Bath (entrada 16,50₤ por adultos) es una serie de edificios construidos en los siglos XIII y XIX, que protegen e integran el complejo termal romano. Durante aquellos siglos se acometió también la reconstrucción de algunas de las salas originales, que en algún caso rozó la imprudencia por parte de los restauradores ya que interpretaron demasiado libremente algunos espacios como la gran piscina central (Great Bath). Esta era una práctica habitual en aquellos tiempos (como muestra, un botón: pensemos en las intervenciones llevadas a cabo por Viollet-le-Duc en la ciudadela de Carcassonne durante el siglo XIX).



La gran piscina era en realidad un espacio caldarium donde las personas disfrutaban del baño del agua caliente que salía directamente del manantial a 46ºC. A pesar de la innegable magia de este lugar, lo que vemos en la actualidad tiene muy poco que ver con lo que existía en época romana, principalmente porque los arquitectos romanos habían cubierto la gran piscina mediante un techo con bóveda de cañón, hoy desaparecido. En lugar de eso, hoy la piscina se encuentra al aire libre (lo que ha traído como consecuencia la proliferación de algas en el agua debido a la luz del sol, tiñéndose ésta de verde). La restauración se completó con la edificación de una terraza superior ornamentada con esculturas al estilo romano que hoy curiosamente es el mejor mirador posible de la Abadía de Bath, que luego visitaremos.


Por suerte las demás estancias termales de las que constaba el complejo original no se reconstruyeron de la misma manera (en este caso sí se respetaron las ruinas), limitándose a acondicionarlas para los visitantes.


Un recurso altamente atractivo y efectivo es el uso de pantallas sobre las que se proyectan hologramas de escenas que reconstruyen la vida de los romanos en estos espacios de ocio. ¡De repente podías viajar en el tiempo y encontrarte con una persona que estaba dando un masaje a otra!



Completando la visita, el edificio de las Termas Romanas de Bath integra en la actualidad un interesantísimo museo que alberga toda clase de piezas arqueológicas halladas en este lugar (lápidas, bustos, monedas… ¡incluso el frontón original del ya desparecido templo dedicado a Minerva!).
Abadía de Bath (Bath Abbey)
Después de la interesantísima visita a las Termas Romanas, nos dirigimos al templo más importante de la ciudad, la Abadía de Bath, que se encuentra justo al lado del antiguo complejo termal. Después del declive de la ciudad encarnado por la caída del Imperio Romano, Bath resurgió de sus cenizas durante el periodo medieval. No en vano esta abadía fue elegida como el lugar de coronación del Rey Edgar, el primer rey de Inglaterra, en el año 973.

La Abadía de Bath (de acceso gratuito), construida en piedra arenisca, sobrecoge al visitante por la finura y la elegancia de sus líneas. Aunque fue construida allá por el siglo VII, su aspecto actual corresponde a la transformación gótica que se llevó a cabo sobre las ruinas del templo románico normando anterior.


Al terminar nuestra visita del templo salimos nuevamente al exterior y como Elia tenía sueño decidimos sentarnos a descansar en los bancos de la plaza anexa. Allí, mientras dormíamos a la peque, pudimos disfrutar de un maravilloso concierto ofrecido por un virtuoso violinista callejero.


Puente Pulteney (Pulteney Bridge)
A escasos minutos de allí se encuentra otra de las joyas de Bath, el Puente Pulteney, que cruza el omnipresente río Avon en su paso por la ciudad. Se trata de uno de los cinco únicos puentes habitados que existen en el mundo (entre ellos, el Ponte Vecchio de Florencia y el Ponte Rialto de Venecia).


La visita de la Reina Anne en 1702 significó un nuevo hito histórico para Bath, ya que a partir de entonces la ciudad pasó a convertirse en un nuevo lugar de moda para la élite inglesa. Para responder a su nuevo estatus de ciudad balneario, Bath vivió un resurgimiento arquitectónico sin precedentes durante todo el siglo XVIII. El Puente Pulteney, construido por orden de William Pulteney, es una de las obras maestras del arquitecto escocés Robert Adam, uno de los máximos exponentes de la llamada arquitectura georgiana que invadió repentinamente la ciudad termal.


Otros de los máximos exponentes de este nuevo estilo cuya principal fuente de inspiración era el modelo arquitectónico del renacentista italiano Andrea Palladio, fueron John Wood el Viejo y John Wood el Joven (padre e hijo respectivamente), quienes diseñaron las construcciones más imponentes de Bath y que por supuesto visitaremos a continuación. Antes de eso, sin embargo, buscaremos un buen lugar para comer, una tarea en absoluto complicada en este rincón del mundo ya que existe una variadísima oferta de restaurantes, a cual más chic. Finalmente nos decantamos por la Brasserie Blanc, una excelente opción para degustar suculentos platos a un precio razonable. Además nos atendieron en castellano (había un camarero andaluz y otro mexicano), ¡por fin un descanso para el intérprete de la familia!
Continuamos descubriendo esta bellísima ciudad paseando entre las calles que sedujeron, entre otras, a la mismísima Jane Austen, quien vivió durante una corta temporada, entre 1801 y 1806, en una de las casas de la preciosa Gay Street (hoy en día es el Jane Austen Center). Aquí en Bath ambientó la historia de alguna de sus novelas, como Persuasión (1818).


The Circus
Nos encontramos en pleno epicentro de esa arquitectura georgiana tan característica, esa en que la piedra caliza dorada (extraída en las inmediaciones de la ciudad) y la más perfecta simetría se conjugan para crear un armonioso conjunto. El lugar que mejor ejemplifica la elegancia georgiana de Bath es obra del arquitecto John Wood el Viejo, quien diseñó en 1754 The Circus, un complejo residencial de planta circular perfecta con un jardín con cuatro enormes árboles en el centro y compuesta de edificios de tres cuerpos perfectamente simétricos. The Circus se encuentra al final de la Gay Street, a un corto paseo del Jane Austen Center.



Royal Crescent
John Wood murió solo tres meses después de comenzar el proyecto de The Circus pero fue continuado por su hijo, quien lo completó finalmente en 1768. Solo un año antes John Wood el Joven ya había comenzado otro de los grandes símbolos de Bath (a escasos metros de The Circus), el magnífico Royal Crescent, otro complejo residencial levantado entre 1767 y 1774 que repite el mismo esquema de estilo palladiano.


A diferencia de The Circus, Royal Crescent no tiene planta de círculo completo sino de semicírculo, como si de una luna creciente se tratara. Eso sí, es mucho más grande que el anterior, sobretodo el jardín que se encuentra justo enfrente, un inmenso parque sobre el que descansar y jugar un buen rato con nuestra pequeña cerecita antes de emprender el camino de regreso al coche.





¡Hay que ver la pena que nos da tener que despedirnos de Bath y de la simetría perfecta de sus edificios georgianos! Y sin embargo no puede haber mejor indicador de que una ciudad te ha gustado que la nostalgia que uno siente al marcharse de allí.




Tras llegar de nuevo al aparcamiento de la plaza Kingsmade Square, nos ponemos de nuevo en marcha rumbo al último destino de este maravilloso viaje, la Oficina de Europcar del Aeropuerto de Bristol (con parada previa en una gasolinera para repostar). Una vez arreglados todos los trámites de devolución del coche, nos dirigimos hacia la terminal de salidas del aeropuerto, donde sufrimos el único momento desagradable de nuestro viaje. Hasta ese momento todo había salido a pedir de boca pero en el momento de pasar el control, uno de los trabajadores del personal de control nos hizo abrir una por una las maletas para ver qué contenían. La cosa empeoró cuando su actitud se puso algo chulesca, pidiéndome explicaciones de no sé qué cosa y dando a entender que llevábamos algo en una de ellas que podría ser considerado ilegal. El hombre llamó a un superior sin darnos más explicaciones, quien prosiguió con el interrogatorio. Por suerte todo terminó en un susto (imagino que se darían cuenta del error, pero sin pedirme disculpas por lo sucedido) y después de recoger todo lo que aquel tipo se había preocupado por desordenar de mala manera en nuestras maletas nos dirigimos, esta vez sí, a la zona de embarque, donde la familia tuvo que separarse por tener que coger mis padres un avión distinto al nuestro.
A excepción de este pequeño incidente en el último momento, nuestro viaje por la región de los Cotswolds resultó ser un verdadero descubrimiento para todos nosotros. No solo conocimos una de las zonas más pintorescas del Reino Unido sino que además pudimos cumplir el sueño de admirar Stonehenge, uno de los monumentos prehistóricos más importantes del mundo.
Seguro que no tardaremos en volver a pediros que nos acompañéis en una nueva aventura, ¡hasta pronto cantineleros y cantineleras!

