Belmonte – San Clemente
Si queríamos aprovechar bien el fin de semana debíamos madrugar ya que teníamos aproximadamente una hora y 40 minutos de camino hasta el hotel ubicado en Vara del Rey, entre Albacete y Cuenca. Nuestros amigos Ana y Gabi partieron de su casa en Puerto de Mazarrón y llegaron a Cieza bien prontito. Una vez allí se subieron a nuestro coche y emprendimos el viaje en dirección norte a tierras manchegas, concretamente al hotel La Moragona. Una vez allí dejaríamos las maletas y luego nos dirigiríamos a Belmonte, donde pasaríamos allí el día visitando su espléndido castillo. Para rematar el día, antes de regresar al hotel, haríamos una breve parada en San Clemente. Este será el itinerario de hoy:

La Moragona es una antigua casa rural restaurada, ubicada en un terreno de 1.200 hectáreas. Dado que se encuentra en medio del campo, resulta un enclave ideal para disfrutar de una tranquilidad y desconexión absolutas.
Nada más llegar, dedicamos un buen rato a explorar el interior y exterior de aquel lugar. Sin duda lo más divertido fue conocer a sus tres propietarios de 4 patas, que paseaban a sus anchas por la entrada del hotel, y hacer una visita a los burritos del complejo…
Nuestro primer destino del día sería Belmonte, a unos 40 minutos de allí. Esta pequeña localidad posee unos de los castillos más bellos e impresionantes de toda Castilla-La-Mancha.

Nuestro coche llegó hasta casi la mismísima puerta del monumento, en el aparcamiento al aire libre habilitado para los visitantes. No nos esperábamos ni por asomo la elegancia y solemnidad del castillo de Belmonte, situado en lo alto de una colina desde donde pudimos divisar la llanura castellana, recortada por algunos molinos de viento, y la estampa del pueblo.

La historia de este castillo se remonta a la segunda mitad del siglo XV, cuando fue construido por orden de don Juan Pacheco, quien tuviera el título de primer Marqués de Villena, como palacio residencia a la vez que fortaleza defensiva. Tras la muerte de éste, la construcción del monumento sufrió unos años de abandono, hasta que Eugenia de Montijo, emperatriz consorte de Francia y esposa de Napoleón III, impulsó unas obras de restauración a partir de 1857. Estas se centraron especialmente en las galerías del patio interior, de un estilo arquitectónico que contrasta llamativamente con el del resto del conjunto.

Precisamente se debe a esta restauración del siglo XIX que el castillo se conserve tan espectacular. Hoy en día la visita de este castillo hace las delicias de niños y adultos, sobretodo gracias a las recreaciones de combates medievales que allí se celebran. Nosotros tuvimos la gran suerte de poder disfrutar de uno de ellos, pero esto lo explicaremos algo más tarde.
Los cuatro amigos traspasamos la imponente puerta principal de la doble muralla que rodea todo el monumento (entrada 9€). Alrededor del patio interior de planta triangular, construido en ladrillo, se organizan las diversas salas museísticas ambientadas como en otros tiempos, repartidas en dos niveles de pisos: la primera dedicada al Marqués de Villena, artífice de la construcción original, y la segunda a Eugenia de Montijo.

Lo que más nos impresionó, sin ninguna duda, fueron los artesonados en madera de los techos, especialmente los de la escalera interior principal, una verdadera joya.
La visita finaliza en lo alto de la muralla, desde donde se obtienen vistas privilegiadas tanto del patio interior como del exterior, incluyendo una estupenda panorámica del pueblo de Belmonte.


Antes de marcharnos de allí, nos dimos cuenta de que en el patio se estaba preparando una competición de combate medieval aquella misma tarde, por lo que decidimos ir a a comer y luego dar una vuelta por el pueblo para hacer tiempo antes de regresar al castillo a ser testigos del curioso espectáculo. Encontrándote en tierras manchegas, cualquier lugar es una buena opción para parar a comer, y el nuestro fue un bar a la entrada del pueblo. Allí disfrutamos de un tiempo de reposo antes de dirigirnos a otro de los must en Belmonte, la Colegiata de San Bartolomé, también erigida por mandato del Marqués de Villena (precisamente en su interior podemos encontrar algunos sepulcros de sus familiares).

Desde allí pudimos contemplar nuevamente el imponente perfil del castillo desde otra perspectiva.

Más tarde regresamos al castillo para disfrutar de la competición medieval, donde competían distintos equipos por alzarse con la victoria final, en combates de uno contra uno. Los luchadores estaban ataviados con trajes típicos y armas fielmente reproducidas. Sin duda un buen colofón para nuestra visita a este gran monumento.

Antes de regresar al hotel, decidimos detenernos en San Clemente, a solo media hora, pues habíamos leído que bien merecía la pena un corto paseo por esta sosegada localidad debido a su patrimonio monumental. Llegamos hasta la Plaza Mayor y allí contemplamos la antigua Casa Consistorial, de estilo renacentista, construida en el siglo XVI.

A pocos metros se encuentra la Iglesia de Santiago Apóstol, diseñada con elementos góticos y renacentistas. Su planta basilical posee, además de sus imponentes tres naves y sus cúpulas estrelladas con elevadísimas columnas, también alberga detalles como una obra maestra del gótico, La Cruz de Alabastro, una pieza única sita en una capilla lateral.

Ahora sí, es hora de regresar a La Moragona. Recordamos que esta noche teníamos incluida en nuestra reserva una cena manchega para las dos parejas en el restaurante de la casa rural, que disfrutamos prácticamente a solas, con la única compañía de otra familia. Acto seguido, nos dan plena libertad para tomarnos la última copa en uno de los grandes salones con chimenea, donde disfrutamos de uno de los placeres de la vida, una buena conversación con unos buenos amigos.

Mañana visitaremos otro pueblo muy interesante, ¡Alarcón!
¡Hasta mañana!