
Castillo de Haut-Koenigsbourg – Bergheim – Ribeauvillé – Riquewihr
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Bonjour! Hoy nos toca madrugar algo más de lo habitual, y es que queremos ser los primeros en visitar el castillo más célebre de todos los que hay en Alsacia, ¡el Castillo de Haut-Koenigsbourg! Al tratarse de uno de los monumentos más visitados de Francia, no nos apetecía visitarlo con demasiados agobios así que nos propusimos levantarnos temprano y estar allí a la hora de apertura, las 9:15h. Luego nos esperarían otros tres pueblos de cuento, Bergheim, Ribeauvillé y Riquewihr, absolutamente indispensables en cualquier ruta por Alsacia, especialmente el último de ellos. Este será nuestro itinerario de hoy:
Con lo bien que nos había ido a lo largo de todo el día de ayer, estábamos más ilusionados que nunca y convencidos de que el día de hoy iba a ser igualmente maravilloso. No contábamos con un pequeña circunstancia que más tarde os contaremos, ¿por qué todos los viajes cuentan con algún tipo de imprevisto?
Desayunamos en nuestro apartamento de Colmar y salimos hacia nuestro primer destino del día. El Castillo de Haut-Koenigsbourg era el punto más lejano del día, accesible desde Colmar en unos 35 minutos en un trayecto casi por completo de autopista. El resto de pueblos están muy cerca del mismo, de nuevo en dirección sur hacia Colmar.
Haut-Koenigsbourg, el castillo de Alsacia
Ya desde la misma autopista N83 que conecta Colmar con Estrasburgo divisamos el gigante de piedra en la cima del Monte Stophanberch, a unos 755 metros de altura, una posición estratégica y que mucho tiene que ver con la función que originariamente motivó su construcción. Merece la pena madrugar un poquito para poder aparcar en una de las primeras plazas del aparcamiento gratuito que hay en la misma carretera de acceso al castillo, de este modo ahorraréis subir toda la cuesta a pie y encima podréis visitarlo sin agobios como hicimos nosotros. De paso diremos que la carretera que asciende la montaña es bien bonita, llena de serpenteantes curvas rodeadas de un precioso bosque verde.
Sabíamos que esta iba a ser la visita más incómoda para Elia de todo el viaje, ya que no se puede acceder al recinto del castillo con carrito de bebé dado que hay bastantes tramos de escaleras. Esto ya lo sabíamos, con lo que no contábamos era con que, hecho sorprendente e incomprensible, ¡se nos había olvidado la mochila porta-bebés en España! ¿Que en qué momento nos dimos cuenta? Recién subidos al avión que nos llevaba al aeropuerto de Basilea. Olvido imperdonable, ¿no es cierto? Pero pensamos, «bueno, tampoco es tan grave, al fin y al cabo solo son unos días y llevamos el carrito. Lo único malo es que tendremos que llevar a Elia en brazos en el Castillo de Haut-Koenigsbourg…». Qué ingenuos…
En fin, como decíamos, sabíamos que no podíamos llevar el carrito de bebé, así que nos armamos de paciencia y con Elia a cuestas nos dirigimos hacia la entrada, a la que se llega después de atravesar un corto y bonito sendero sin asfaltar a pie bordeando el perímetro exterior de la fortaleza.



Ubicado en el término municipal de Orschwiller, el Castillo de Haut-Koenisbourg es la joya de las fortificaciones que en origen se levantaron por toda la región con el fin de vigilar las rutas del vino. Como buenos amantes de los castillos que somos, es comprensible que este fuera uno de los que más ganas teníamos de tachar en nuestra particular lista viajera.

La historia de este monumento es bien curiosa. Construida en el siglo XII por Federico de Hohenstaufen (Duque de Suabia), esta fortificación ocupaba una posición estratégica inmejorable: por un lado, le permitía vigilar las rutas del vino y del trigo en el norte, y por otro las de la plata y de la sal en el este y en el oeste. Además aseguraba la supremacía de la poderosa familia Hohenstaufen en tierras alsacianas. Pasará más tarde a manos de la Casa de Lorena y, tras un levantamiento popular, quedará totalmente destruido y quemado. La familia Thierstein reconstruyó el castillo con un sistema defensivo preparado para los ataques de artillería, pero acosados por las deudas al hacerlo, tuvieron que venderlo finalmente a Maximiliano I, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Maximiliano, sin embargo, decidió no hacerse cargo de las deudas ni de los gastos de mantenimiento, quedando el castillo en un estado ruinoso. Para colmo, cuando los suecos entraron en el castillo durante la Guerra de los 30 años, lo dejaron aún peor de lo que estaba, y así quedó durante los siglos posteriores.

Al fin, en el año 1899, el Káiser Guillermo II emprendió la tarea de reconstruir por completo el castillo con el objetivo de convertirlo en museo y reivindicar el pasado germánico de Alsacia. Dicha restauración se llevó a cabo ya en el siglo XX, concretamente entre 1901 y 1908, mediante los métodos más avanzados para la época, entre grúas eléctricas y locomotoras. El propio Káiser quería devolver a la fortaleza su antiguo esplendor, de modo que mandó reconstruirla en un estilo neo-medieval en un tiempo en el que Alsacia todavía era alemana. El arquitecto principal, Bodo Ebhardt, desconocía cómo era la fortaleza original del siglo XII, pues no contaba con ninguna evidencia arqueológica, por lo que decidió hacer una interpretación algo «libre» que resultó ser enormemente polémica, hasta tal punto que su valor arquitectónico no fue reconocido por el pueblo francés hasta 1993, año en que pasó a ser monumento histórico nacional, circunstancia quizás motivada por el hecho de que fue una obra levantada por alemanes como un símbolo de la recuperación reciente de Alsacia por parte de Alemania. Curiosa, muy curiosa la historia…

Habiendo atravesado las dos primeras puertas de acceso, llegamos a un primer patio donde esperan Inma y Elia mientras yo paso por taquilla (entrada 9€ por adulto). Este patio es una auténtica monería y nosotros tenemos la gran suerte de disfrutarlo casi en soledad.

Nuestra visita comienza y descubrimos asombrados cómo le entusiasman a Elia todos los rincones del Haut-Koenigsbourg. Después de visitar las bodegas y cocinas, llegamos a un segundo patio interior con paredes cubiertas de pinturas murales con preciosas galerías de madera. Elia mira embelesada hacia todos lados mientras nosotros la miramos embelesados a ella.

Subimos por la elegante escalera hexagonal que conecta el patio con los pisos superiores y accedemos directamente a las cámaras reales y demás estancias. Por suerte, nuestra Elia tiene de caminar esta mañana (¡qué mayor se está haciendo!) y como no hay apenas visitantes la dejamos que vaya a su aire recorriendo algunas de las habitaciones.



Salimos de nuevo al exterior a través de un pequeño puente levadizo que conecta con un patio al aire libre que tiene el aspecto de un hermoso jardín de atmósfera medieval.


Una empinada escalera nos conduce a la zona más alta visitable, el gran bastión, que alberga una interesante colección de cañones y de armas de época. Desde allí arriba se obtienen las mejores vistas del castillo y los alrededores, incluyendo los Vosgos e incluso la Selva Negra alemana (recordemos que estamos muy cerca de la frontera).




Volvemos a bajar para visitar la última zona antes de salir de los límites del castillo, una nueva oportunidad para que Elia corretee libremente antes de sentarnos otra vez en el coche para ir a conocer un nuevo destino.


A pesar de tratarse de una fortaleza reconstruida a principios del siglo XX, consideramos que esta visita constituye una de las citas ineludibles de cualquier viajero que viene a Alsacia, por su arquitectura y en tanto que monumento que simboliza la histórica fricción franco-germana. ¡Menuda pasada de castillo!
Bergheim, eternas murallas
¡Qué bien se había portado Elia en el monumento más complicado para ella! A partir de este momento ya podíamos empezar a relajarnos, o eso creíamos…
En apenas 15 minutos ya habíamos descendido con nuestro coche alsaciano el Monte Stophanberch y aparcado justo al lado de la Porte Haute de Bergheim. Allí hay un párking público y gratuito junto a un pequeño jardín donde se encuentra un árbol de 700 años de antigüedad que nuestra amiga María de Descubriendo Alsacia nos había recomendado visitar. ¡Fue plantado en 1313!

La Porte Haute y la Grand-Rue
Montamos a Elia en su carrito, decididos a visitar otro precioso pueblo alsaciano. No le hizo mucha gracia pero allá que fuimos, atravesando primero la Porte Haute, la única antigua puerta de la villa medieval que todavía se mantiene en pie de las cuatro que originalmente se construyeron. Y es que Bergheim tiene la particularidad de que aún conserva algunos tramos de sus antiguas murallas y algunas de sus torres en pie.


Y como ocurrió en el caso de Turckheim, al otro lado de la puerta nos volvía a esperar una Grand-Rue (arteria principal de Bergheim) llena de flores y colores.


La Place du Dr. Walter
Mientras hacia fotos de la Grand-Rue, me percaté de cómo Inma trataba de calmar a Elia, que seguía llorando en el carrito. Llegamos hasta la Place du Dr. Walter, centro neurálgico de Bergheim, presidida por la espléndida fuente llena de flores y el Hôtel de Ville, ambos del siglo XVIII. El berrinche de Elia por ir en el carrito iba en aumento, lo que evitó que pudiéramos disfrutar de más tiempo en aquella alargada plaza que, si bien es preciosa, el hecho de que los coches puedan aparcar en ella le resta una parte significativa de su belleza.


Église de Notre-Dame de l’Assomption
Lo de Elia comenzaba a ser algo serio, por lo que decidimos seguir adelante a ver si encontrábamos un sitio tranquilo donde sentarnos a calmarla. Encontramos el sitio ideal en el jardín de la Iglesia de Notre-Dame de l’Assomption, templo construido en el siglo XIV y restaurado en épocas posteriores.


Desde aquel punto se obtienen unas fabulosas vistas del Castillo de Haut-Koenigsbourg a lo lejos. En realidad, este era uno de los motivos por los que elegimos visitar Bergheim, nos habían dicho que desde la Rue des Remparts (concretamente en su lado norte) se pueden hacer muy buenas fotos de la fortaleza.



Sin embargo no pudimos disfrutar del paseo por las antiguas murallas ya que Elia no conseguía calmarse y esto empezaba a hacernos sentir algo nerviosos. No soportaba estar ni un minuto más en su carrito (¡debió entrarse todo Bergheim de su inconformidad!), solo quería estar en brazos de su madre, de modo que decidimos retomar nuestro itinerario callejeando un poco por el pueblo antes de regresar al coche. Eso sí, antes de irnos entramos al templo para contemplar su interior profundamente remodelado en el siglo XIX.


Fue una verdadera lástima no disfrutar en su justa medida este coqueto pueblo, Bergheim, sin duda el más tranquilo y menos masificado de los que visitaríamos durante nuestro viaje por Alsacia, pero sin duda las demandas de nuestra pequeña cerecita mandaban. En aquel momento todavía no acertábamos a comprender por qué estaba tan incómoda y protestona. Decidimos conducir hasta nuestro siguiente destino y descansar un poco allí antes de buscar sitio para comer.
Ribeauvillé, de mil y un colores
Si en Bergheim habíamos conocido un pequeño adelanto de lo que era capaz de expresar nuestra pequeña, lo peor aún estaba por venir en Ribeauvillé. Llegamos al párking público de pago de Ribeauvillé en menos de 10 minutos desde Bergheim. Metimos unas cuantas monedas en el parquímetro para no tener que preocuparnos en lo que nos quedaba de tarde y decidimos sentarnos bajo un árbol a dar de comer tranquilamente a Elia para que se calmara definitivamente. Mientras lo intentábamos sin mucho éxito, observábamos perplejos cómo llegaban autocares y autocares de turistas deseosos como nosotros de visitar Ribeauvillé, uno de los pueblos alsacianos con más fama.
Tras pasar un buen rato allí, Elia seguía diciendo que nanai a la comida, así que decidimos levantarnos y buscar el primer restaurante que encontráramos antes de que fuera tarde. La hora de comer se acercaba y los autocares de turistas no paraban de llegar. Justo en la entrada del pueblo encontramos el Restaurant Ribeaupierre, donde la comida fue buena pero cara y el servicio, excesivamente lento, tanto que incluso Elia se puso aún peor de lo que estaba. Y es que cuando tiene sueño y no encuentra las condiciones idóneas para dormir, pues le cuesta, como es lógico. Después de esperar lo que nos pareció una eternidad a que nos trajeran la cuenta, volvimos a intentar montarla en su carrito para que durmiera su siesta pero entonces estalló la tormenta: sus lloros se escuchaban a lo largo y ancho de la Grand-Rue de Ribeauvillé. Una pareja mayor se paró justo a nuestro lado mientras Inma trataba de calmarla, pero no con la intención de querer ayudarnos, sino como quien está disfrutando de un curioso espectáculo. Y allí se quedaron plantados unos minutos, observándonos, como si nunca hubieran visto llorar a un bebé…
La Grand-Rue
Milagrosamente logramos dormir a Elia y montarla en su carrito, aunque la vergüenza y el susto todavía nos duraban en el cuerpo. Para entonces ya habíamos recorrido casi toda la Grand-Rue, calle principal de Ribeauvillé y cuyo punto inicial lo marca la Fontaine du Vigneron, un homenaje a la importancia de la viticultura en el pueblo. A pesar de no haber podido disfrutar nada de lo que vimos, sí pudimos percatarnos del enorme trasiego de turistas y, sobretodo, de coches que no cesaba. Quizás era por la hora, quizás por el día de la semana, pero lo cierto es que Ribeauvillé fue el pueblo más turístico de todos los que visitamos en Alsacia.
Hasta que Elia no se durmió no pudimos ahogar nuestra preocupación y relajarnos para ser conscientes de tantísima belleza. Lo más extraordinario de todo es que desde el comienzo mismo de la calle y en una preciosa perspectiva se divisan al fondo los restos de los tres castillos que mandó construir la familia Ribeaupierre, señores de todo el dominio durante la Edad Media y cuya capital era Ribeauvillé. Estas tres fortalezas son Saint-Ulrich, Girsberg y Haut-Ribeaupierre. Y es que muy pocos pueblos en el mundo pueden presumir de tener tres castillos…


La Grand-Rue de Ribeauvillé es sin duda alguna una de las calles más pintorescas de toda Alsacia ya que guarda una gran cantidad de pequeños detalles y secretos que la hacen adorable. Muchos de ellos hacen referencia a la música, y es que a Ribeauvillé se la conoce como «la ciudad de los violinistas (ménétriers) debido a que durante la Edad Media fue la residencia escogida por una gran cantidad de músicos y trovadores. De hecho, una de las casas más bonitas de la Grand-Rue es la Pfifferhüss o Maison des ménétriers (casa de los violinistas), del siglo XVII, con una preciosa galería de madera con figuras talladas.


Hacia la mitad de la calle nos encontramos con un rincón precioso, uno más de la Grand-Rue, la pequeña y coqueta Place de l’ancien hôpital, donde encontramos la Chapelle de Sainte Catherine, capilla del antiguo hospital fechada en 1346. Si bien sirvió como lugar de sepultura de algunos de los miembros de los Ribeaupierre, actualmente es una sala de exposiciones.


La Place de la Mairie
Seguimos adelante y encontramos una nueva plaza, esta más grande, la Place de la Mairie, donde se encuentra el Ayuntamiento, la Iglesia del Convento (Église du Couvent), antigua iglesia del convento de los agustinos del siglo XIII, y la icónica Tour des Bouchers, una de las antiguas torres defensivas de Ribeauvillé.



La Place de la Sinne
Pasamos por debajo de la Tour des Bouchers y seguimos admirando las maravillas que nos brinda la Grand-Rue, hasta llegar a la tercera plaza de nuestro camino y quizás también la más bonita de las tres: la Place de la Sinne.




Considerada también una de las más bellas de toda Alsacia, la Place de la Sinne está presidida por la Fontaine Friedrich, obra de un escultor natural de Ribeauvillé, André Friedrich, quien en 1862 esculpió esta fuente.


La Place de la République
Las flores están por todas partes. Llegamos hasta el final de la Grand-Rue, que culmina en la Place de la République. Desde allí podemos divisar la montaña con sus castillos con una mayor claridad.


Volvemos hacia nuestros pasos y en vez de regresar a la Place de la Sinne, torcemos a la izquierda por la Rue du Temple, una calle auténticamente deliciosa, por cierto. Nuestro pensamiento es pasar por delante de los otros dos templos del pueblo, la Iglesia Protestante de 1783 y la Iglesia de Saint Grégoire, construida a lo largo de los siglos XIII, XIV y XV. Queríamos entrar al interior de esta última y fue todo un acierto pues es preciosa por dentro.



A todo esto os preguntaréis si Elia seguía dormida. Pues sí, profundamente. La pobre estaba rendida después de tanto berrinche y ahora estaba recuperando todo el sueño perdido, circunstancia que aprovechamos para volver a la Grand-Rue y volver a recorrerla en sentido opuesto. Paramos en una heladería a tomar unos helados para terminar de relajarnos y, después, compramos unos libros preciosos en una librería-papelería que vendía auténticas maravillas.

Después del mal rato que habíamos pasado, llegamos a pensar incluso en suspender la última visita del día pero como los tres estábamos ya mucho más tranquilos decidimos regresar al coche y continuar con lo programado. Y gracias al cielo que lo hicimos, pues el último destino del día iba a ser uno de los platos fuertes del viaje: ¡Riquewihr!
Riquewihr, la pequeña perla aslaciana
Riquewihr está clasificado como uno de los «plus beaux villages de France», una distinción que a nuestro juicio es más que merecida. Siempre bajo nuestro punto de vista subjetivo, estamos seguros de que Riquewihr está sin ninguna duda en el top 3 de los pueblos más bonitos de Alsacia y también entre los más bonitos que hemos visto nunca. Si tenéis pocos días y no sabéis por qué pueblos decidiros, Riquewihr está entre los imprescindibles.
No tardamos más de 10 minutos en llegar desde Ribeauvillé. Aparcamos en una de las plazas del párking al aire libre de pago que hay alrededor del pueblo, en uno de los extremos de la muralla que lo rodea, concretamente en la Rue du Steckgraben. Pagamos con algunas monedas en un parquímetro y accedimos al centro de Riquewihr a través de una pequeña puerta de la muralla. Desde allí habían unas vistas impresionantes a los verdes viñedos circundantes.


Riquewihr es mucho más pequeño que otros pueblos alsacianos como Ribeauvillé o Kayserberg. En este sentido, es más como Eguisheim: un pequeño cuento de hadas.
Elia seguía durmiendo cuando la montamos de nuevo en el carrito. Accedimos a través de la pequeña puerta de la muralla a la Rue des Cordiers, estrecha calle que daba directamente a la Rue du Géneral de Gaulle, la calle principal que cruza el pueblo y en cuyos extremos se encuentran el Ayuntamiento de 1809, que actúa como puerta de entrada principal en la parte baja del pueblo, y la Tour Dolder, antigua torre de vigilancia, en la parte alta. Nosotros estábamos justo en medio de la calle, así que decidimos ir primero hacia la parte alta.

La primera impresión que tuvimos del centro histórico de Riquewihr fue tan indescriptible que hizo que nos olvidáramos del mal rato que habíamos pasado en Ribeauvillé, a pesar de que, como allí, había una gran cantidad de turistas paseando por las calles.
Parte alta
Subiendo por la Rue du Géneral de Gaulle llegaremos a una bonita plaza presidida por pintorescos y coloridos restaurantes a la sombra de la Tour Dolder, símbolo de Riquewihr. Construida en el siglo XIII, esta era la puerta de entrada al pueblo y una torre de vigilancia decorada como una casa «à colombage» más en su lado interior, no así en su lado exterior dada su función defensiva. A sus pies, la Fontaine Sinne, de 1560, otra de esas preciosas fuentes de piedra llenas de flores que pueblan la región de Alsacia.


A aquellas horas la pequeña plaza estaba llena de gente, por lo que era literalmente imposible hacer una foto mínimamente decente. Decidimos regresar más tarde y seguir descubriendo los secretos de la parte alta de Riquewihr. Pasamos por debajo de la Tour Dolder y, antes de traspasar la muralla, nos metimos en un callejón que resultó ser una verdadera sorpresa, concretamente la Rue Dite Sébastopol, una de las que más nos gustaron en nuestro viaje, repleta de detalles decorativos que resultaban mágicos.




Ahora sí, cruzamos la Porte Haute, construida alrededor del año 1500 como parte de la segunda línea de muralla que se construyó debido al desarrollo de las armas de fuego. Tras pasar por debajo nos deleitamos con uno de los rincones más icónicos de Riquewihr, la panorámica de la Rue des Remparts con su cuidado paseo y su estatua de una mujer sobre un caballo. Realmente precioso.




Regresamos hacia nuestros pasos, volviendo a pasar por debajo de la Porte Haute, en dirección a la pequeña plaza donde se alza la Tour Dolder. Justo enfrente de esta, al otro lado de la plaza hay un lugar que encarna en sí misma la eterna magia de Riquewihr, una tienda que vende artículos navideños, la germana Kathe Wohlfahrt. No podía haber mejor momento para que Elia despertara de su sueño, pues adentrarte en esta tienda de dos pisos es como adentrarte en un cuento donde eternamente es Navidad. No os la podéis perder bajo ningún concepto.


Tour des Voleurs
Nos dirigimos ahora a la Tour des Voleurs, muy próxima a la plaza, es otra de las antiguas torres defensivas del pueblo. Construida en 1335, servía como prisión para los ladrones (de ahí su nombre). Su interior alberga actualmente el Musée de la Tour des Voleurs, que visité muy rápidamente mientras Elia tomaba su merienda. Se trata de un museo muy pequeño y angosto, que muestra la antigua sala de tortura donde los prisioneros sufrían auténticas barbaridades. La visita también te conduce por un pasillo de vigilancia que da al exterior y por el interior de una casa, la Maison de Vigneron, del siglo XVI, adosada a los trabajos de fortificación de la muralla. Una visita muy curiosa para los amantes de los lugares históricos.




Rue du Géneral de Gaulle
Regresamos a la plaza donde, esta vez sí, podemos hacer una foto de la Fontaine Sinne. Luego retomamos la Rue du Géneral de Gaulle, esta vez para descenderla poco a poco y sin prisas. Una de las calles con más personalidad medieval de toda Alsacia. A nuestro paso, una preciosa selección de casas «à colombages», algunas de ellas declaradas monumentos históricos del pueblo. A cada cual más bonita.

Llegamos a la parte baja del pueblo, donde se encuentra el Ayuntamiento, puerta de entrada principal al pueblo de Riquewihr. Una vez allí vemos una pastelería especializada en macarons y no podemos resistirnos a comprar un surtido variado de esta pequeña delicatessen de colores. ¡Todavía podemos recordar lo buenos que estaban!


Volvemos a ascender la Rue du Géneral de Gaulle y en un determinado momento torcemos a la izquierda deseosos de perdernos por algunas de las calles de Riquewihr. En un lugar como este, no se puede hacer nada mejor.



Sin saber muy bien cómo, llegamos a la Iglesia Protestante de Sainte Marguerite, templo neoclásico edificado en el siglo XIX sobre los restos de uno anterior de época medieval. Fue el último monumento que visitamos antes de regresar por última vez a la parte alta, donde pudimos hacer fotos de la pequeña plaza, esta vez sí, sin apenas gente.



La última visita del día, Riquewihr, terminó por arreglar un día que había empezado igualmente bien en el Castillo de Haut-Koenigsbourg pero que había continuado con un mal rato en Bergheim y en Ribeauvillé, a causa de las incomodidades de nuestra pequeña. Por primera vez en nuestro viaje por Alsacia habíamos echado terriblemente de menos la mochila porteadora y, si no queríamos que nos pasara algo parecido a lo largo del día siguiente, necesitaríamos una solución. Y más teniendo en cuenta que mañana pasaremos todo el día en una sola ciudad, Estrasburgo, sin disponer de la comodidad de nuestro coche, donde Elia siempre se relaja, sea cual sea la circunstancia.
Pensamos en ello mientras cenábamos en nuestro apartamento de Colmar, al que llegamos en unos 25 minutos desde Riquewihr. Aquel día nos acostamos sin saber muy bien qué hacer, pero Inma iba a resolver el problema (como siempre lo hace…) al día siguiente.
Mañana nos toca una de las ciudades europeas más hermosas, ¡Estrasburgo!
Bonne nuit!
2 comentarios
Alicia de Trotajoches.
Me ha encanado Rafa!! Que quieres que te diga, pero que se os olvidara la mochila porta bebé en el castillo te ha proporcionado unas fotos preciosas de tu niña. Y que te voy a decir del resto del artículo….precioso.
Un super abrazo,
Alicia
Rafael Ibáñez
No se nos olvidó en el castillo, amiga, sino en España!! Solo que fue aquel día donde la echamos realmente de menos porque a nuestra peque le dio la rabieta… Muchísimas gracias guapa!