
Cerco de Artajona – Monasterio de Veruela – Tarazona
Indice
¡Buenos días!
Amanece en Olite el último día que pasaremos en tierras navarras, ¡hoy regresaremos a la provincia de Zaragoza! Pero antes, haremos una última visita que nos quedó pendiente ayer: el Cerco de Artajona. Durante la jornada de hoy vamos a recorrer más kilómetros que en los últimos días, una vez cruzada de nuevo la frontera aragonesa iremos a conocer el romántico Monasterio de Veruela, en pleno Parque Natural del Moncayo, y la monumental ciudad de Tarazona. Esta noche dormiremos en la localidad de Albeta, en plena comarca de Borja, en el Hotel El Molino de la Hiedra.
Tomamos nuestro último desayuno en el Hostal Rural Villa Vieja de Olite y hacemos el check-out antes de dirigirnos al coche. A mi suegro le gusta mucho el vino, así que antes de abandonar definitivamente Olite entramos en una bodega atendida por un experto y simpático vendedor andorrano que se dirige a nosotros en catalán. ¡Un tipo peculiar donde los haya! Hoy no queremos que Elia pase un día incómodo como el de ayer, de modo que hemos decidido que después de comer iremos directamente al hotel a descansar un rato para seguir más tarde con la ruta planificada.
Cerco de Artajona, la muralla de Navarra
Ayer nos quedó una visita pendiente que no queríamos perdernos por nada del mundo, el Cerco de Artajona, que es como se conoce allí al conjunto urbano amurallado que domina la villa de Artajona desde un altozano. Estamos ante una de las imágenes más pintorescas de Navarra.

Llegamos a la villa de Artajona en apenas 20 minutos. Para llegar al Cerco hay que subir a lo alto del pueblo, por suerte hay un amplio aparcamiento habilitado a los pies de la espectacular muralla compuesta por las 9 torres almenadas que se conservan de las 14 que existían originalmente. El estado de conservación de esta muralla construida en el silgo XI, mejorada en el siglo XIV y restaurada durante los siglos XX y XXI es excelente, apenas no presenta irregularidades y la panorámica es soberbia.


Creednos, estar frente al muro del Cerco de Artajona hace que te sientas muy pequeñito, algo parecido a lo que debió sentir Don Quijote de la Mancha frente a los molinos de viento cual gigantes petrificados. Solo que este gigante tiene un corazón en su interior: se llama Iglesia-fortaleza de San Saturnino y su historia es muy interesante. De hecho es tan interesante que es el único monumento del Cerco al que se accede únicamente con visita guiada, que puedes contratar en el punto de información turística que hay justo enfrente o por Internet (el resto del conjunto urbano es de visita libre).


En palabras del propio guía encargado de mostrarnos el interior del templo, son sus compañeros y él mismo quienes se dedican a divulgar la historia del Cerco «por amor al arte» ya que cuentan con muy pocas ayudas y con muy poco respaldo por parte de las administraciones. Un gesto enormemente generoso sin duda propiciado por el espíritu vocacional de su trabajo.
Resulta que allá por el siglo X el obispo de Pamplona, de origen francés, decidió regalar diversas iglesias a monasterios y cabildos extranjeros para repoblar la zona. Consta que en el año 1084 se concedió este territorio que hoy es el Cerco a los canónigos de Saint-Sernin de Toulouse, en Francia, con la autorización del mismísimo rey de Navarra de entonces, el rey Sancho Ramírez. Fue entonces cuando los monjes vieneron a Artajona a construir una primera iglesia románica y también una muralla, aunque no fue hasta el siglo XIII cuando se acometieron las obras de la iglesia-fortaleza gótica que podemos ver hoy en día, de clara vocación defensiva.

Esta circunstancia explica la advocación a Saturnino y su arquitectura al estilo medieval francés. El sobrio interior presenta una única nave de una altura y anchura considerables, sin duda para facilitar las tareas militares que se llevaban a cabo aquí para defender el conjunto urbano.

La Iglesia de San Saturnino tiene una particularidad que por lo visto es única en el mundo: su tejado invertido. Dada la escasez de agua los monjes tuvieron que adoptar una poco común pero increíblemente ingeniosa solucióna, aprovechar la propia iglesia para recoger la poca agua de lluvia que caía. Así, este tejado dividido en fragmentos rectangulares cubiertos con losas de piedra en lugar de tejas recogía el agua y ésta descendía hasta un aljibe subterráneo situado en el interior de la iglesia. ¡Unos auténticos genios estos tipos! El tejado también se puede visitar pagando un precio aparte y solo durante algunas épocas del año, pero nosotros decidimos no visitarlo por la seguridad de nuestra pequeña. La que sí pudo verlo con sus propios ojos fue nuestra amiga Marta del blog Viajando entre rascacielos, en este enlace podéis ver algunas fotos de esta maravilla de la ingeniería.
Salimos de la iglesia y nos dedicamos a dar una vuelta por el perímetro del Cerco, leyendo algunos de los carteles explicativos que hay a lo largo del recorrido, disfrutando del trazado medieval y de las vistas de la muralla.




Nuestro siguiente destino del día, el Hotel El Molino de la Hiedra, ya en la provincia de Zaragoza, se encuentra a varios kilómetros de aquí, como a una hora y media en coche. Justo antes de cruzar nuevamente la frontera aragonesa paramos a comer en una estación de servicio y después, ahora sí, tocó despedirse de Navarra hasta una próxima ocasión. La pequeña localidad de Albeta, donde se encuentra el alojamiento para esta noche, está ubicada literalmente en la entrada del Parque Natural del Moncayo, un espacio natural protegido asentado en las laderas del Monte Moncayo, el pico más elevado de todo el Sistema Ibérico.
Aparcamos justo en la entrada del hotel, un antiguo molino harinero del siglo XIV reconvertido en alojamiento rural, donde sale a recibirnos muy amigablemente nuestro anfitrión Alejandro. El Hotel El Molino de la Hiedra se encuentra en un paraje muy tranquilo y cuenta con un hermoso jardín que luego aprovecharemos a la hora de cenar. En cuanto a la casa, tenemos que decir que no cuenta con todas las comodidades que uno desearía y su limpieza también deja bastante que desear. Sin embargo todo se compensa con el trato amable de Alejandro, con quien charlamos acerca de nuestro siguiente destino, el Monasterio de Veruela, situado a solo 20 minutos de allí. Hasta allí nos acercamos después de un merecido descanso y de una merecida ducha.
Monasterio de Veruela
Sobre nuestro siguiente destino habíamos leído bastante poco. Únicamente sabíamos que el mismísimo Gustavo Adolfo Bécquer había pasado aquí una breve estancia, lo cual nos intrigaba muchísimo y por supuesto queríamos conocer esta curiosa historia. Lo que no esperábamos es que íbamos a encontrar un verdadero tesoro. Después de descubrir ayer el fabuloso monasterio de Iranzu en Navarra, hoy tocaba el turno a otro monasterio cisterciense.
En Aragón también se levantaron grandes fundaciones cistercienses, como el Monasterio de Piedra, uno de los monumentos más importantes de la provincia de Zaragoza y cuya visita decidimos posponer intencionadamente para un poco más adelante con el fin de que nuestra pequeña Elia pueda disfrutar de él de una manera más consciente. No obstante fue el Monasterio de Veruela (entrada 1,80€ por adulto), cuya construcción comenzó alrededor del año 1145 y se prolongó hasta algunos siglos más tarde, el primer monasterio cisterciense en ser fundado en Aragón. El edificio fue sistemáticamente beneficiado por la Corona hasta convertirse en el señorío más poderoso de toda la comarca del Somontano del Moncayo.

El fabuloso entorno natural del Parque del Moncayo nos da la bienvenida. De repente, vislumbramos los muros rojizos que han protegido desde el siglo XIII al Monasterio de Veruela y a los monjes que allí habitaban. Aparcamos el coche justo enfrente de la puerta de la muralla, al lado de la Cruz Negra de Bécquer (anteriormente conocida como Cruz Negra de Veruela), donde se dice que el poeta esperaba a diario el periódico mientras leía libros. Es el punto de partida de uno de los antiguos caminos que desde la Edad Media unían el monasterio con las diferentes poblaciones cercanas. Hoy en día los visitantes de la zona pueden disfrutar de distintas rutas a pie por estos bellos caminos centenarios.
Al cruzar la primera puerta de la muralla se abre ante nosotros un largo paseo rodeado de plataneros, cerrado a mano derecha por el antiguo palacio abacial (hoy espacio de exposiciones), del siglo XVI, donde tuvo su residencia el abad del monasterio. Más a la derecha se encuentra el desvío para acceder al Museo del Vino de la Denominación de Origen de Borja, situado en el antiguo aljibe medieval.


Desde luego no podíamos llegar a imaginar cuánta belleza se escondía detrás de las murallas. Al fondo del paseo se alza la fachada de la iglesia abacial, de finales del siglo XII, que más tarde visitaremos. Tras cruzar el arco que comunica el palacio con la iglesia se accede a un pequeño jardín, donde se encuentra el pórtico renacentista que da acceso a la dependencias claustrales. Allí se encuentra el espacio de la antigua cilla (almacén del grano y bodega), donde actualmente se ubica una interesantísima exposición sobre los hermanos Bécquer (Espacio Bécquer).
Los hermanos Bécquer en Veruela
Resulta que, en efecto, el poeta Gustavo Adolfo y el pintor Valeriano, los hermanos Bécquer, protagonizaron junto a sus familias una larga estancia en Veruela entre finales de 1863 y mediados de 1864. Por aquel entonces el monasterio ya se había convertido en un lugar muy codiciado por viajeros y artistas románticos deseosos de encontrar paz e inspiración. Y es que Veruela comenzó a funcionar como hospedería en 1849, algunos años después de la desamortización de Mendizábal, cuando los monjes se vieron obligados a abandonarlo. Durante su estancia en el monasterio los hermanos Bécquer se dedicaron a pasear por algunos de los caminos que antes hemos mencionado. Visitando poblaciones vecinas y experimentando en sus carnes aquello que los seres humanos necesitamos a menudo (y los artistas, más aún), el más puro contacto con la naturaleza, los dos hermanos dieron rienda suelta a su creatividad más endiablada, cuyos frutos artísticos fueron la serie de nueve cartas titulada Cartas desde mi celda escrita por Gustavo Adolfo y varios álbumes de dibujos y acuarelas de Valeriano. Ambos contribuyeron así decisivamente a hacer del Monasterio de Veruela uno de los lugares más emblemáticos del romanticismo español.

En el Espacio Bécquer pudimos contemplar réplicas aumentadas de las obras originales que ambos hermanos crearon en Veruela, lo que supuso para nosotros una perfecta primera toma de contacto con el espíritu romántico del XIX. Y si esto no había sido más que un primer trago, lo que nos esperaba a continuación sería una auténtica borrachera.

El claustro mayor
Desde allí accedemos al claustro, parte central del monasterio alrededor del cual se distribuyen los accesos a otras salas, como la cocina, el refectorio o la sala capitular. Este claustro es absolutamente precioso, no podría describirlo de otro modo. Construido a finales del siglo XI, es de estilo gótico levantino en su nivel inferior y plateresco en el superior.



¿Puede ser posible tanta belleza? Imagino que no, al menos eso pensamos mientras damos permiso a la vista para contemplar plácidamente hasta el último detalle de este claustro inolvidable.




La iglesia abacial
No puedo recordar una iglesia abacial más apabullante que la del Monasterio de Veruela. Y seguramente las habrá, estoy convencido, pero es que entrar en esta iglesia por primera vez es una experiencia realmente sobrecogedora (no en vano se trata de la iglesia abacial más grande de Aragón). La iglesia del Monasterio de Leyre, pues sí, nos pareció bonita; la del Monasterio de Iranzu, una de las más bonitas que podemos recordar; pero la del Monasterio de Veruela es… pues eso, apabullante.

Consagrada en el año 1248, su interior se estructura en tres altas naves separadas por pilares cruciformes y cubiertas con bóvedas de crucería sencilla. Destaca enormemente la cabecera, cuya girola está compuesta por cinco pequeños absidiolos de estilo plenamente románico. Deben visitarse, además, las tumbas del abad Lupo Marco (Capilla de San Bernardo) y del infante Alfonso, malogrado primogénito del rey Jaime I.
Salimos de nuevo al exterior realmente encantados con la visita de este monasterio, sin duda uno de los monumentos más bellos de todo Aragón y un imprescindible que no puede faltar en cualquier visita a la provincia de Zaragoza. Como vimos que Elia no estaba cansada decidimos aprovechar el resto de la tarde para hacer una última visita, decantándonos finalmente por la ciudad monumental de Tarazona.

Tarazona, la de Paco Martínez-Soria
En apenas 15 minutos ya estábamos aparcando en un párking al aire libre situado justo al lado de la gran Catedral de Tarazona, su monumento más importante. Nuestra idea era la de dar un corto paseo sin demasiadas pretensiones y así lo hicimos.
La Catedral de Santa María de la Huerta
Las obras de la primera catedral románica dieron comienzo en el siglo XII tras la reconquista de la ciudad a los musulmanes. Se levantó en un terreno que se encontraba fuera del recinto protegido por la antigua muralla, en plena huerta, donde en los últimos años se han encontrado vestigios de épocas pasadas (ruinas romanas y visigodas, visibles hoy en día en la misma ubicación del templo). Más tarde, ya en el siglo XIII un nuevo proyecto de iglesia gótica sustituyó al proyecto primitivo y, hasta el día de hoy, no ha dejado de sufrir continuas remodelaciones. En efecto literalmente hasta el día de hoy, pues aún hoy en día se siguen llevando a cabo importantes campañas de restauración (algunas zonas, como gran parte del claustro, permanecen cerradas al público) que poco a poco van desentrañando nuevos misterios.


Pagamos la entrada (4€ por adulto) y pasamos directamente a la zona del claustro de estilo mudéjar, del siglo XV y XVI, gran parte del cual se encuentra cerrado al público (en la parte visitable se ubica una exposición semipermanente sobre las obras de restauración que se están llevando a cabo en este momento) y después, al interior, un gran compendio de estilos arquitectónicos que revela las diferentes etapas de renovación que se llevaron a cabo en el templo. Destacan tres estilos que han convivido a lo largo de los años de una manera intensa dando un resultado muy fructífero y estético; el más puro gótico francés, el mudéjar y, especialmente, el renacentista, cuya impronta se debió al maestro Alonso González.

Un paseo por Tarazona
Nuestro breve paseo por la ciudad nos llevó primero a cruzar el río Queiles a través de uno de sus puentes, desde donde se obtiene una magnífica panorámica del casco antiguo, y luego a subir por sus callejuelas hasta llegar al Ayuntamiento, primitiva lonja construida en el siglo XVI, con bellísimos relieves de motivos mitológicos y fantásticos rematados por un friso y una galería de estilo veneciano.


Desde allí nos dirigimos a la antigua judería, cuyo desnivel asciende hacia la cima de la localidad. Tenemos que decir que daría gusto perderse por este bellísimo entramado de calles estrechas si no fuera por el hecho de que el barrio no nos pareció demasiado seguro (ni tampoco demasiado limpio). Desde luego no nos atreveríamos a acercarnos por allí de noche. La joya de la judería son las famosas casas colgadas de Tarazona, un conjunto de casas renacentistas cuyas partes traseras cuelgan casi literalmente sobre el vacío (para observarlas, buscad la Calle Judería).

La Plaza Palacio es nuestra siguiente parada. Allí se encuentra el Palacio Episcopal, reconstruido en el siglo XVI sobre la antigua fortaleza de La Zuda, que fue residencia de los reyes de Aragón. Justo a su lado, se alza elegante la Iglesia de la Magdalena, construida en el XII y reformada en el XVII, con su inconfundible torre mudéjar.



A pesar de que hay muchos más lugares que visitar en Tarazona (entre ellos, el curioso Museo Paco Martínez Soria, dedicado al actor cómico natural de Tarazona) decidimos regresar al coche, no sin antes entrar a contemplar el interior de la Plaza de Toros, la única de planta octogonal en España, para ver con nuestros propios ojos aquello que se decía de ella, que había sido rehabilitada para albergar viviendas.

Encontramos un supermercado en nuestro camino de regreso al párking, lo que nos vino muy bien para comprar la cena que luego disfrutaríamos en el jardín del Hotel El Molino de la Hiedra, gracias a que la madre de nuestro anfitrión Alejandro nos facilitó una mesa y sillas. Lo cierto es que tanto madre como hijo, aunque muy agradables, nos parecieron algo peculiares. Eso sumado a que no había ningún otro huésped en el hotel y que nos encontrábamos solos en aquella gran casa de muebles antiguos y arañas en el techo hizo que durante la noche nuestra imaginación se disparara y comenzara a visualizar alguna macabra escena sacada de Psicosis. ¡Menuda nochecita pasamos! Por suerte nuestra peque durmió como un tronco.
Mañana se termina nuestra ruta por Navarra y la provincia de Zaragoza, pero antes de regresar a casa nos espera una visita muy especial, la cual llevo soñando hacer desde hace mucho tiempo y que por cierto, nos salió rana el año pasado. Mañana os lo contaremos todo, ahora toca dormir o ¡intentarlo al menos!
¡Buenas noches!