
El coloso sobre el Gardon
¡¡Riiiiing!! Suena la alarma. Hoy toca regresar a casa. Aunque eso sí, a pesar de que el viaje de vuelta es largo (debíamos deshacer todo el camino que habíamos hecho hasta la Costa Azul), pensamos en aprovechar hasta el último momento. ¡Eso que nadie lo dude! Ya a la ida Rafa se quedó con ganas de ver el Pont du Gard, el colosal acueducto romano declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y esta era la ocasión perfecta para visitarlo ya que debíamos desviarnos solo unos pocos kilómetros en nuestra ruta de regreso. Además así aprovecharíamos para parar a comer y estirar las piernas.
Desayunamos, terminamos de hacer las maletas, nos despedimos de la recepcionista del hotel (muy maja, ella) y nos sentamos en nuestro bólido. Nos aguardaban casi tres horas de autopista hasta el Pont du Gard, así que paramos una vez para que Rafa se tomara alguna bebida estimulante. Ya llevaba algunos cuantos kilómetros a la espalda…
Acueducto romano del Pont du Gard
Después de muchos, muchos, muchos peajes y pasar de nuevo por el centro de Avignon, llegamos al amplísimo párking del Pont du Gard. Al llegar, se paga una entrada única de 18€ por vehículo, vayan las personas que vayan dentro, hasta 5 personas como máximo. Puede parecer un poco excesivo, pero es que el Pont du Gard no es solo el Pont du Gard, es también todo el recinto que lo rodea, con sus espacios museísticos de los que hablaremos más tarde. Con una misma entrada, por tanto, todos los ocupantes del vehículo tienen derecho a disfrutar de todos los espacios. Aparcamos el coche y nos dirigimos a la entrada. Antes de llegar al acueducto uno pasa por una primera zona de tiendas y cafeterías, lo cual ya da cuenta de que los franceses no solo van allí a admirar el monumento, sino también a pasar el día con toda la familia y aprovechar la zona de baño en el río.

Inma, que ya había estado allí cuando era una jovencita lozana y adolescente, recordaba perfectamente la impresión que le había causado la primera vez el Pont du Gard. A Rafa tampoco le decepcionó en absoluto. ¡Su tamaño es verdaderamente colosal!


Obra sin parangón de la ingeniería romana, este formidable acueducto fue construido probablemente hacia el año 20 a. C., en la época de Agripa, yerno del emperador Augusto. Los romanos construyeron una larga conducción que transportaba el agua a lo largo de 50 kilómetros, desde las fuentes del Eure a las cercanías del Cévennen, todo para abastecer la ciudad romana de Nîmes, la cual seguro que visitaremos en alguna otra ocasión dado su enorme patrimonio de arquitectura clásica romana.


Este gigantesco acueducto de 275 metros de longitud y 49 metros de altura llevaba el agua por encima del valle del río Gardon. Para que el acueducto aguantara, se levantaron tres pisos, el último de ellos formado por arcos pequeños.


Inma recordaba haber paseado por este nivel superior en aquel viaje de hace años, pero aquel día el acceso estaba cerrado, posiblemente porque se estaba preparando un espectáculo luminoso para aquella misma noche. No obstante Rafa se animó a subir a ambos extremos para realizar fotos.


Una de las fotos más bonitas que sacó fue desde el extremo derecho, cogiendo desprevenidos a dos enamorados que se besaban sin reparar en nada ni en nadie…

No quisimos irnos de allí sin echar un vistazo al centro de interpretación del Pont du Gard, ¡menos mal que no lo hicimos porque menudo descubrimiento! Un auténtico ejemplo de cómo los franceses conciben la cultura, y teniendo siempre en cuenta que los niños son la prioridad, todos los espacios están muy pensados para ellos, incluyendo un museo interactivo de 2.500m² absolutamente fantástico (repleto de maquetas, reconstrucciones a tamaño real, juegos de ingenio y simulación), una ludoteca y un cine.


Y claro, no pudimos evitar la tentación de jugar también nosotros… Pues nosotros, aunque no lo creáis, también somos un par de niños…
Ahí os dejamos esta perla… Por cierto, la cara de Rafa no tiene desperdicio, parece un romano de verdad, ¿no creéis?
Ahora sí, tocaba marcharse para casita, cosa que tardamos en hacer unas cuatro horas más hasta la casa de los padres de Rafa, en Sant Fost (Barcelona), y otras casi seis horas más hasta Cieza a la mañana siguiente. Podemos asegurar que cada kilómetro que recorrimos y cada peaje que pagamos mereció la pena. Francia es un país que nos tiene enamorados y que, esto es seguro, no tardaremos en volver a visitar. La Provenza es un destino que todo amante del arte tiene pendiente. Casi todo el mundo la visita por otras razones, el sol, los campos de lavanda, la gastronomía,… Pero nosotros la visitamos por los artistas que pasaron por allí en algún momento de sus vidas.
Recordamos que, estando en el atelier de Cézanne en Aix, había una familia de koreanos al lado nuestro. El más joven había aprendido francés expresamente para poder viajar hasta Aix y visitar el taller del gran maestro. Cuando la guía que nos hacía la visita guiada se dio cuenta de aquella circunstancia, felicitó al joven koreano tal y como habían hecho Véronique y Philippe, nuestros anfitriones de Le Mas du Grand Pré, por haber venido hasta aquella parte del mundo a seguir los pasos de estos hombres excepcionales.
Nunca olvidaremos nuestro viaje a la Provenza, mientras vivamos. Gracias a todos y todas por habernos acompañado en este viaje tan personal y especial.
¡Hasta la próxima!