Avignon – Orange

Nos levantamos prontito, con fuerzas para afrontar un nuevo y apasionante día. El plan de hoy incluye la visita de dos ciudades de una gran importancia histórica, Avignon y Orange, además de la asistencia a un evento único que desvelaremos más adelante y que tuvo lugar al finalizar el día.

Desayunamos en el jardín del hotel, por llamarlo de alguna manera, pues aquello era en realidad un prado enorme que disfrutamos casi en exclusividad, a excepción de una pareja alemana. Nuestro anfitrión Philippe nos obsequió con los mejores productos elaborados por ellos mismos en la propia casa, entre ellos y destacando especialmente el yogurt hecho por Véronique y las fabulosas mermeladas caseras de frutas que incluso entusiasmaron a Inma, que nunca había sido amante de la mermelada…

Sentados a la mesa, Philippe nos pregunta nuestras intenciones del día, y ante nuestra respuesta, su cara es un poema y después de fruncir el ceño, comenta: «bueno…un poco ambicioso pero realista…», y es que teníamos más de una hora de camino a Avignon, y otra media hora más hasta Orange. Ya sabíamos desde un principio que la ubicación de este hotel no era la más apropiada teniendo en cuenta que se encontraba algo alejado de estos sitios de interés, sin embargo fue la mejor elección posible teniendo en cuenta que al día siguiente nos íbamos a quedar visitando el parque del Luberon.

Avignon, ciudad papal

Ya con las pilas cargadas ponemos rumbo a Avignon. No quisimos complicarnos la vida y nos metimos directamente en el parking subterráneo que hay debajo de la gran plaza que da a la fachada principal del Palacio de los Papas. Nada más salir al exterior, nos topamos de frente con la majestuosidad del Palais des Papes, la residencia erigida por los pontífices en el siglo XIV.

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Palais des Papes

Ya desde España habíamos comprado por internet la entrada combinada para acceder tanto al palacio como al Pont de Saint Bénézet, pero antes quisimos darnos un capricho y coger el trenecito turístico que da la vuelta a la ciudad y que sale desde la misma plaza. Media hora intensa de trayecto, sobre todo cuando el trenecito osaba meterse por callejones solo un palmo más ancho que él mismo… En fin, toda una aventura…

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Trenecito turístico de Avignon

Una vez de vuelta a la plaza, comimos algo en un restaurante y esta vez sí, entramos en el Palacio, una de las mayores construcciones fortificadas de su tiempo. Actualmente se presenta como un auténtico laberinto de espacios vacíos cuya función original resulta difícil de apreciar.

Palais des Papes

El Palacio de los Papas testimonia la presencia de nueve papas que se sucedieron en Avignon durante el siglo XIV, cuando esta ciudad fue el centro de la cristiandad. El Palacio fue construido en menos de 20 años, de 1335 a 1352, y es principalmente la obra de dos papas constructores: Benedicto XII (1334-1342), que mandó construir el primer palacio pontifical (llamado palacio Viejo) y Clemente VI (1342-1352), que mandó construir extensiones nuevas (llamado Palacio Nuevo).

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Fachada principal del Palais des Papes

Lo más increíble es que en el momento en que Gregorio XI (1370-1378) decide en 1377 volver a Roma, se iniciará un periodo conocido como el gran cisma de Occidente, en el cual durante 39 años la Iglesia se desgarra entre dos obediencias, con un papa reinando en Roma y otro en Avignon. A partir de ese momento, en Italia se sucederán siete papas y dos en Avignon, entre ellos el famoso Papa Luna, Benedicto XIII (1394-1429), el cual resistirá a dos asedios encerrado en el Palacio de los Papas.

Vamos recorriendo las distintas estancias y nos damos cuenta de que la arquitectura del palacio es sobria en su conjunto y que solo en alguno puntos da muestra de una finura exquisita. Esto demuestra que éste era un edificio de arquitectura fundamentalmente funcional que, en un periodo de construcción increíblemente corto, creó una serie de espacios necesarios para desplegar todo el ceremonial pontificio.

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La ciudad de Avignon a través del cristal de una vidriera del Palais des Papes
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Panteón papal

De todas las salas, las que más nos gustaron fueron las estancias privadas del Papa, con sus paredes pintadas a mano por artistas italianos (en las cuales no estaba permitido sacar fotos para preservar la calidad de las pinturas), y por encima de todas la Sala del tesoro, que fue construida para almacenar las arcas de la Santa Sede. Lo más curioso era que en sitios estratégicamente excavados se hicieron verdaderas cajas fuertes secretas de piedra para albergar dinero, piezas de orfebrería y vajilla de oro y plata.

Antes de salir, Rafa subió con su cámara a una de las torres para sacar diversas instantáneas de la ciudad y de la parte alta del palacio.

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Accediendo a la torre
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Tejado
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Panorámica de la Place du Palais des Papes y de gran parte de la ciudad, desde la torre
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Vista de la Place du Palais des Papes desde la torre

Ya en el exterior nos pusimos a conocer el resto de la ciudad y dimos una vuelta por las inmediaciones, aprovechando también para hacer algunas compras de regalos para la familia mientras saboreábamos un delicioso helado…

Pont St. Bénézet

Volvemos sobre nuestros pasos para volver a admirar la imponente fachada del palacio y dirigirnos ya hacia el Pont St. Bénézet. Cuenta la leyenda que San Bénézet, siendo un joven pastor, empezó a construir en 1177, por inspiración divina y bajo las burlas de los aviñonenses, un puente que se convertiría en el emblema de la ciudad gracias a la célebre canción que hoy todos los escolares franceses saben cantar, «sur le Pont d’Avignon, l’on y danse, l’on y danse…»

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Pont de St Bénézet

Desde hace tiempo el puente se encuentra truncado debido a una de las innumerables crecidas del Ródano. Y es que éstas ya habían afectado en muchas ocasiones al puente, pero siempre había sido reconstruido. Se dice que fue Luis XIV, el Rey Sol, quien no quiso reconstruirlo durante la última crecida, en el siglo XVII, y desde entonces se encuentra de esa manera.

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Cruzando el puente
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Río Ródano desde el puente
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El Palais des Papes al fondo, desde el Pont de St Bénézet
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Capilla de St Nicolas, en medio del puente

Aunque no se puede afirmar que la visita merezca especialmente la pena, ya teníamos la entrada pagada así que subimos al puente para contemplar las aguas del Ródano.

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Puente de Avignon

Orange, la del teatro romano

Salimos del puente, nos metemos en el parking subterráneo y ponemos rumbo a otra ciudad importante, Orange, a unos 30 minutos desde Avignon. Esta ciudad atrae más por sus dos grandes edificios romanos, muy bien conservados, que por el encanto propio de las localidades provenzales. Y es que merece la pena acercarse solo para admirar su grandioso Théâtre Antique (teatro romano), único en su género, y su Arco del triunfo, que en realidad no era tal en época romana, sino una entrada monumental a la antigua ciudad. Esa misma noche teníamos una cita muy importante que no podíamos eludir, concretamente en el interior del teatro romano, pero de eso hablaremos más tarde… Que nadie se enfade, es que nos gusta dejar a los lectores con la intriga…

Llegamos a la ciudad por la tarde y tuvimos la enorme suerte de que justo ese día, domingo, el aparcamiento que está justo en el centro era gratuito (pero vamos, que no es en absoluto lo habitual en Francia, menuda potra…). Estábamos a unos pocos metros del teatro romano, así que nos dirigimos hacia allí y lo admiramos por fuera. Este edificio es Patrimonio Mundial de la UNESCO y está considerado el mejor conservado de toda Europa, además de ser uno de los únicos tres en todo el mundo que todavía conserva el muro principal. El de Orange, además, está prácticamente intacto. Es absolutamente impresionante, nos dejó sin palabras…

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El Teatro de Orange

Más tarde tendremos la oportunidad de entrar, así que nos dirigimos directamente hacia el otro gran atractivo de Orange, el arco del triunfo, al que se puede llegar caminando en unos quince minutos.

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Arco del triunfo de Orange
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Arco del triunfo de Orange

Ya hemos mencionado que en realidad no se trataba de un arco del triunfo como tal, sino una puerta monumental que marcaba la entrada a la antigua ciudad. Servía, además, para conmemorar la fundación de Orange y hacer patente la pertenencia de ésta al imperio romano. Se cree que se erigió en el siglo I d.C., al igual que el teatro.

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Arco del triunfo de Orange

Volvimos sobre nuestros pasos y esta vez sí, tocaba esperar en una de las puertas de acceso del teatro, donde a las 21h debía comenzar el espectáculo y vivir una de las experiencias más mágicas de nuestra vida. Y es que hoy en día en este recinto se celebran todo tipo de eventos al aire libre. Con las entradas en la mano pasamos el control de seguridad y nos acomodamos en nuestros asientos. Será una velada larga y los asientos son de piedra, así que tratamos de acomodarnos lo mejor posible.

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Teatro de Orange
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Teatro de Orange

No es la primera vez que vivimos algo así. En el año 2008, durante nuestro viaje por el norte de Italia, tuvimos la enorme suerte de asistir a una ópera en uno de los anfiteatros romanos más importantes del mundo, l’Arena de Verona, concretamente la ópera favorita de Rafa, Tosca de Puccini. Aquella noche fue mágica y lo que nos esperaba esta noche no iba a ser menos. Desde luego poder asistir a una representación en un escenario que tiene miles de años, es algo que no se vive todos los días.

En esta ocasión fuimos de los primeros en entrar, así que a medida que pasaban los minutos íbamos viendo cómo se iban llenando las gradas de gente entusiasta.

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Las gradas del Teatro romano de Orange comienzan a llenarse de gente

Son ya las 21h en punto y el teatro ya está abarrotado, todos los miembros de la orquesta han ocupado ya sus lugares… pero el artista principal se hace de rogar y aún tarda unos minutos más…

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Gradas abarrotadas del teatro

De pronto aparece un hombre vestido de blanco… ¡Sí! ¡Es Hans Zimmer! Aquella noche pudimos disfrutar en vivo y en directo de todas sus bandas sonoras más laureadas y célebres, desde Gladiator (escuchar Gladiator en un teatro romano, creednos, es el súmmum…), Batman, El código Da Vinci, El Rey León, Origen, Thelma y Louise,… Un sinfín de momentazos amenizados por unos músicos virtuosísimos, un coro excepcional de cantantes y un jefe de ceremonias que despertaba aplausos a cada instante.

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Hans Zimmer y su orquesta en concierto

Aquel fue precisamente el último de los conciertos de su gira mundial y allí estuvimos nosotros para ser testigos de su magia. Al terminar la velada de casi tres horas de música potente y sensible a partes iguales, emprendimos el regreso al hotel a las tantas de la madrugada, con algún que otro pequeño susto por el camino (dígase familia de jabalíes apareciendo de repente en mitad de la oscuridad…). Literalmente agotados, nos fuimos a la cama todavía con la melodía de El código Da Vinci en nuestras cabezas.

Queremos compartir con vosotros una pequeña muestra de aquella experiencia, ¡¡ahí va!!:

Con el recuerdo de aquel dulce violín resonando en nuestras cabezas, os decimos: ¡buenas noches!

SIGUIENTE ETAPA DÍA 4

 

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