
La Ruta Cézanne de Aix-en-Provence
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Hoy nos esperaba un día muyyy intenso. Rafa se despertó emocionadísimo y no es para menos: hoy íbamos a ir a la ciudad donde nació y pasó la mayor parte de su vida el pintor Paul Cézanne, Aix-en-Provence. Y tuvimos que madrugar ya que debíamos estar puntuales a las 10h de la mañana en nuestro primer destino del día y teníamos más de una hora de camino hasta allí. El día de hoy lo habíamos reservado a visitar esta ciudad, en especial todos los sites importantes relacionados con el pintor. Eso sí, la noche la pasaríamos en un alojamiento muy cerca de la autopista y del pueblo de Brignoles, ya de camino a la Costa Azul.
Pero antes de eso tocaba despedirnos de nuestros anfitriones del Hotel Le Mas du Grand Pré, Philippe y Véronique. Después de tomar nuestro último desayuno, Rafa les regaló el dibujo que les había hecho el día anterior, al cual pusieron un marco en ese mismo instante para colgarlo en una pared de su casa.

Pocas personas nos han tratado tan bien en alguno de nuestros viajes. Poder conocer personas tan especiales, que adoran su trabajo, que te hacen sentir como en casa, esta es una de las razones por las cuales resulta tan estimulante viajar. Nunca os olvidaremos Philippe y Véronique, ¡hasta pronto!
Una vez montados en el coche y con alguna lagrimilla de más, nos dimos cuenta de que la despedida se había alargado más de la cuenta, ¡y es que nos costó mucho irnos de allí!
Aix-en-Provence, el lugar del que Cézanne nunca quiso marcharse
El camino hasta Aix-en-Provence fue largo y sinuoso pero tuvimos que darnos prisa para llegar a tiempo al punto de encuentro para la visita guiada que habíamos contratado.
Carrières de Bibémus (Canteras de Bibémus)
A las 10h menos cinco minutos llegamos al Parking des Trois Bons Dieux, un parking público donde te recoge el bus con la guía para llevarte directamente a las Carrières de Bibémus o Canteras de Bibémus, se trata de un entorno natural al aire libre donde se encuentran unas canteras de piedra arenisca de color ocre que habían sido trabajadas desde hacía muchos años. Lo realmente interesante para nosotros es que fue precisamente en aquel lugar donde Cézanne se había inspirado para crear 11 telas y 16 acuarelas, todas ellas obras de una enorme relevancia para la historia del arte moderno. A nosotros nos habían hecho el favor personal de poder dirigirnos allí directamente, pues se supone que antes uno debe validar en la oficina de turismo de la ciudad el Aix-en-Provence Pass, una tarjeta que incluye la visita, entra otras, del estudio del pintor y de la casa familiar, además de otros museos y sitios de interés de Aix, y que habíamos comprado previamente a través de internet.
Sea como fuere allí estábamos, habíamos llegado a tiempo y la alegría era enorme. Rafa estaba especialmente entusiasmado ya que iba a ver el lugar exacto donde su admirado Paul Cézanne había creado el arte moderno. Allí estaba, en efecto, el mini-bus esperando y la guía llegó puntual a la cita. Éramos los únicos españoles que se habían apuntado a la excursión y debemos decir que también éramos los únicos jóvenes… Después de un corto trayecto de quince minutos el bus nos dejó en la puerta de acceso. Entrábamos en plena naturaleza salvaje.

Había llegado el momento que Rafa tanto había esperado. La guía empezó con la visita en francés y el pequeño grupo, de unas 12 personas, se preparó para escucharla. Comenzó dando una charla introductoria sobre la historia de las canteras y sobre el artista Cézanne. Hasta ese momento, todo muy bien. La mujer empezó entonces a hablar sobre la geología de las rocas y siguió… y siguió… y siguió… Así hasta que al fin decidió continuar con el paseo casi treinta minutos más tarde. Anduvimos unos metros y nuevamente parados en el siguiente punto, volvió a retomar el discurso y siguió hablando de geología… y siguió… y siguió… Y a todo esto, ni una sola información más sobre Cézanne. Aquello ya empezaba a oler a tomadura de pelo, y era una lástima porque el entorno sí estaba mereciendo la pena.

Seguimos adelante y al fin algo interesante, la famosa cabaña que Cézanne había alquilado para dejar allí sus pinturas y cachibaches. Cuando él descubrió este lugar, el trabajo en las canteras había sido abandonado, por lo que podía gozar de la tranquilidad y el aislamiento que tanto necesitaba. En aquella cabaña se había quedado dormido en alguna ocasión, fruto del agotamiento, después de un día duro de intenso trabajo.

Ante nuestra sorpresa, vimos cómo la guía pasaba completamente de largo y siguió su camino hasta otro punto, una especie de terraza desde donde uno podía divisar la musa preferida de Cézanne, la montaña Sainte-Victoire, la cual representó en numerosas ocasiones. Por supuesto la guía tampoco hizo demasiada mención al respecto y ya empezábamos a sentir que nuestra mente estaba desconectando de las explicaciones que estaba dando aquella mujer, la cual iba cada vez más deprisa y todo el grupo debía seguirla a trompicones. Por lo visto se estaba dando cuenta de que el tiempo se le echaba encima…

La parte del recorrido que más rápidamente hicimos fue la última, justamente la dedicada al artista ya que te ibas encontrando con algunas reproducciones de sus obras en los lugares exactos donde plantó su caballete. Un verdadero amante del arte se hubiera detenido mucho más en explicar la importancia inmensa que tenían aquellas obras para el nacimiento del arte moderno ya que Cézanne fue el primero en «componer» una pintura, añadiendo elementos que no existían realmente (por ejemplo la propia montaña Sainte-Victoire) o modificando otros por el bien del resultado final. Además, fue el primero en descomponer la formas y colores en una suerte de elementos geométricos que años más tarde servirían de principal inspiración a Picasso cuando en 1904 creó el cubismo en su cuadro «Les demoiselles d’Avignon» mostrando el camino a todos los demás pintores vanguardistas. De hecho, tal era la admiración que Picasso sentía por Cézanne, al cual consideraba su verdadero maestro, que se compró un castillo muy cerca de las canteras de Bibémus, el Chateau de Vauvenargues, hoy en día propiedad privada y lugar donde reposan sus restos.
Bueno, pues de todo aquello, nada de nada. Una verdadera lástima, francamente. Rafa tuvo que conformarse con hacer algunas fotos rápidas entre eslalon y eslalon de la guía.
La visita llegó a su fin casi media hora más tarde de lo que debía haber terminado, y corriendo literalmente para poder llegar de nuevo al mini-bus antes de que se fuera sin nosotros. La decepción no solo era cosa nuestra, sino generalizada en todo el grupo y así se lo hicimos saber minutos más tarde a una de las encargadas de la Oficina de Turismo de Aix-en-Provence, donde pusimos una queja. Resignados, quisimos quedarnos con la sensación de que, a pesar de todo, habíamos estado paseando por los mismos lugares en los que Paul muchos años antes había estado buscando esas condiciones idóneas de luz y tranquilidad para crear sus composiciones.
De regreso al coche, nos dirigimos esta vez sí, al centro de Aix-en-Provence. Enseguida nos dimos cuenta de que es una ciudad grande, con mucho tráfico y después de algún que otro susto conseguimos llegar al parking subterráneo que se encuentra justo en la Place Général De Gaulle. Lo primero que tuvimos que hacer fue entrar en la Oficina de Turismo y validar nuestra Aix-en-Provence Pass, así como también informarnos acerca de cómo llegar a los sitios de interés. Debemos decir que, incomprensiblemente, en esta ciudad reina un poco el caos si uno desea ver los lugares importantes de Cézanne. Y decimos incomprensiblemente porque sí están bien publicitados (existe incluso un circuito temático «Tras los pasos de Cézanne»). La manera de llegar a ellos, ya es otro cantar. Tuvimos que hablar con dos personas para que nos aclarasen qué número de autobús debíamos coger.
Terrain des peintres (Terraza de los pintores)
El primer sitio que queríamos ver era el Atelier de Cézanne, el estudio que tenía el pintor a las afueras, así que cogimos el segundo autobús del día, esta vez uno urbano. Sabíamos que muy cerca de allí se encontraba el Terrain des peintres, una especie de terraza desde donde el artista pintó una gran cantidad de cuadros sobre la montaña Sainte-Victoire, la cual representó en un total de 44 óleos y 43 acuarelas.

Decidimos ir allí primero, pues se encontraba en lo alto de una calle en pendiente. Hoy en día resulta muy bonito subir hasta allí y contemplar el mismo panorama que tantas veces contempló el pintor. Además uno puede ver algunas reproducciones de las obras que el artista pintó allí mismo.


Al terminar bajamos la misma calle por la que nos había subido el autobús y a solo cinco minutos estaba su atelier, y es que muchas veces aprovechaba para terminar las obras que pintaba desde el terrain dentro del estudio. Nos encontramos con el problema de que a esa hora estaba cerrado y debíamos esperar a que volvieran a abrir a las 16h, así que buscamos un sitio para comer, cosa que no resultaba tarea fácil ya que nos encontrábamos a las afueras del centro. Finalmente encontramos un bar y nos tomamos un respiro.
Atélier de Cézanne
A las 16h ya estábamos en la puerta del Atelier de Cézanne, al que entramos con nuestros Pass. Desde fuera, hoy en día parece una casa de tantas, pero en los tiempos del pintor, tal y como demuestran las fotografías de entonces, se trataba de una propiedad completamente aislada, llena de luz y silencio, condiciones que ya habíamos descrito como indispensables para el pintor. Cézanne trabajó en este estudio desde 1901 hasta su muerte en 1906, apenas cinco años de intensa actividad donde gestó decenas de obras que hoy en día se exponen en los museos más importantes del mundo. Anteriormente, Paul había tenido su primer estudio en la casa familiar, que más tarde visitaremos.

Y, ¿a quién encontramos allí? ¡De nuevo la misma guía que en las canteras! ¡Horror! Menos mal que esta vez no fue ella la encargada de hacernos la visita guiada, sino una chica joven con algo más de gracia.


El atelier tiene dos plantas, nos llevaron directamente al piso de arriba donde se encuentra la sala donde él pintaba, repleto de objetos originales por los que sentía especial cariño, los modelos de sus últimas naturalezas muertas, su mobiliario, su material de trabajo, incluso vestimentas originales y fotografías personales. Todo como él mismo lo dejó, como si en cualquier momento fuera a regresar y a continuar con su trabajo…

Salimos de allí con el tiempo justo, ya que la última visita para entrar en el último de los lugares relacionados con el artista era a las 17h y se encontraba a bastante distancia de allí. Rafa ya lo daba por perdido, pero a veces se olvida de que tiene la mejor mujer del mundo y en este tipo de situaciones la niña se crece…
Jas de Bouffan
Llena de determinación, cogió el mapa y le obligó a darse prisa para coger otro autobús que les llevaría a una calle cercana al Jas de Bouffan, la casa de campo de la familia Cézanne. Al bajar del autobús tuvimos que andar diez minutos más y no solo llegamos a tiempo, sino que aún nos sobraron algunos minutos. Es lo que tiene haberse casado con una mujer decidida…


Como en los anteriores, aquí también tuvimos que entrar con la visita guiada mediante nuestros Pass. La guía que nos tocó era seria, muy seria, pero una buena conocedora del arte de Cézanne, de hecho fue la visita que más nos gustó de todas las del día. Nos explicó que en 1859 el padre de Cézanne compró la residencia, un edificio del siglo XVIII que había pertenecido al duque de Villars, gobernador de la Provenza y mariscal de Francia en el reinado de Luis XIV.


El estado del edificio cuando fue adquirido era bastante lamentable por lo que se realizaron algunas reparaciones y se amuebló la casa de manera sencilla. El salón de la planta baja fue decorado por un jovencísimo Cézanne con pinturas murales relativas a las cuatro estaciones. Curiosamente cuando la finca fue vendida en 1899 las pinturas se quedaron en el salón para ser posteriormente desprendidas de las paredes y transferidos a lienzo, aunque ya no se conservan allí. Así mismo, la guía nos comentó que el edificio estaba a punto de ser restaurado para ser habilitado como residencia para artistas, tuvimos mucha suerte de visitarlo antes de su cierre temporal a partir de agosto.
Lo mejor se encontraba en el jardín, donde el pintor instaló su caballete en distintos lugares, en el estanque, en el paseo central de los castaños, frente a la granja,… En total, aquí se realizaron 36 óleos y 17 acuarelas entre 1859 y 1899. Fue emocionante situarse justo en los lugares donde se crearon tantísimas obras maestras.



Centro histórico de Aix-en-Provence
Hasta ese momento todavía no habíamos tenido la oportunidad de ver la ciudad, así que cogimos el último autobús del día para dirigirnos al centro. Primeramente entramos con nuestros Pass en el Musée Granet, clasificado entre los más bonitos de Francia y antigua escuela de dibujo donde estudió precisamente Cézanne. Hoy en día el museo alberga 10 obras originales del pintor de Aix, así como también trabajos de otros renombrados artistas, entre los que destaca un autorretrato de Rembrandt, el pintor preferido de Rafa.


Después de ver el museo ambos estábamos ya a punto de desfallecer… pero hicimos un último esfuerzo ya que no podíamos dejar de dar una vuelta rápida por Aix-en-Provence, una ciudad que bien merece una segunda visita mucho más tranquila.




Cerca del famoso Cours Mirabeau, la avenida más transitada de la ciudad, al otro lado de la Place Général De Gaulle, hay una estatua del personaje más célebre de la ciudad, donde los padres explican a sus hijos pequeños quién era ese hombre misterioso quien siempre rehuía de la gente y le gustaba que le dejaran solo con sus pinturas. «Papa, ¿quién es ese señor?», «es el señor Cézanne, mi pequeña…». Y justo allí, retratándonos junto a aquella estatua de bronce nos despedimos de Aix-en-Provence.

El día siguiente teníamos ya planeado empezar a conocer la Costa Azul, por lo que habíamos reservado esa noche en un alojamiento que se encuentra a medio camino entre la Provenza y la Costa Azul, concretamente en el pueblo de Brignoles. De este modo adelantábamos carretera para el día siguiente. En unos 45 minutos ya estábamos en el alojamiento, una encantadora chambre d’hôtes llamada Auberge des Censiès.
Alojamiento cantinelero
Situada al lado de un campo de oliveras y dirigida por una joven mujer alemana que vino a recibirnos llevando en brazos a sus dos hijos pequeños, la chambre d’hôtes Auberge des Censiès es una opción ideal si deseas pernoctar cerca de la autopista A8, conocida como «la Provençale», a medio camino entre Aix-en-Provence y la Costa Azul. Esta posada es económica, limpia y agradable donde las haya, y ofrece desayunos saludables y ecológicos riquísimos.


La verdad es que estábamos agotados pero mereció la pena conocer esta ciudad. Si bien claramente no tiene el encanto de los pueblos provenzales, Aix-en-Provence se presenta como una ciudad peculiar, señorial, marcada principalmente por una población juvenil y acomodada que conoce todas las caras del savoir-vivre: bulevares bulliciosos, instalaciones culturales de primer orden y numerosos festivales a lo largo del año. Mucha animación y también una pizquita de caos, si se nos permite decirlo… Con semejantes infraestructuras (la oficina de turismo es en sí misma un edificio enorme, con decenas de personas trabajando) y semejante poderío publicitario, resultaba desconcertante que no existiera una infraestrucura mejor coordinada para acceder a la ruta Cézanne.
Mañana nos espera la Côte d’Azur… ¡Buenas noches!

