MÁGICA EDIMBURGO. CAPITULO 2
¡Era nuestro primer despertar en Escocia! Casi no podíamos creer que pudiéramos estar viviendo esa aventura y ya teníamos ganas de comenzar el día. Después del primer contacto de ayer, hoy tocaba dedicarle el día entero a Edimburgo, así que subimos al comedor dispuestos a cargar bien las pilas. El desayuno de May, buenísimo, y su atención exquisita así que no podíamos empezar mejor el día.
Queríamos comenzar nuestro itinerario de hoy visitando primero el famoso castillo de Edimburgo, el monumento más visitado de todo el país. Nuevamente la niebla nos tenía preparado otro día fantasmal, así que nos lo tomamos con entera resignación. Al llegar a la explanada del castillo, nos dirigimos directamente al punto donde debían validarnos por primera vez nuestra Explorer Pass, una entrada que te da acceso directo a una gran cantidad de monumentos de gran importancia de toda Escocia. Si uno tiene pensado visitar un mínimo importante de atracciones y monumentos, merece mucho la pena comprar la Explorer Pass ya que te ahorras un buen dinero. Nosotros, para variar, ya la habíamos comprado hacía varios meses por internet y la llevábamos impresa desde España, así que lo único que teníamos que hacer era validarla en los puntos donde debíamos. Con la Explorer Pass, pudimos ver con acceso directo (sin tener que pasar por caja ni hacer cola, aunque lo cierto es que no encontramos ni una sola cola importante en todo el viaje) al castillo de Edimburgo, al castillo de Stirling, a la catedral y al castillo de Saint Andrews, a la catedral de Elgin, al castillo de Doune y al castillo de Urquarth. Ahí es nada. Una vez validada nuestra entrada, nos esperaba la joya de la ciudad, y vaya si lo era. A nosotros nos encantó este castillo, y eso que no pudimos disfrutarlo al 100%. Para muestra, un botón: ![]() Lo cierto es que esa misma niebla que tanto impedía que pudiéramos ver las cosas con más claridad, confería un aspecto lúgubre a todo ese espacio, lo cual indudablemente tenia un encanto mágico. ![]() No hay duda de que esa gente sabe cuidar muy bien de lo suyo. Y por supuesto saben cuidar muy bien de lo que para ellos es lo más sagrado, me estoy refiriendo a las diferentes estancias del castillo de Edimburgo. De entre todas ellas, la que guarda la corona de María Estuardo y la Piedra del Destino se lleva la palma en cuanto a espectacularidad, aunque mis estancias favoritas siguen siendo las subterráneas, es decir, allí donde dormían y vivían como podían los prisioneros. Algo sencillamente extraordinario. Vaya, resumiendo, que nos fuimos de allí encantados de la vida. ![]() Después de disfrutar de semejante maravilla (y de haber repuesto fuerzas en la misma cafetería del castillo), nos dirigimos al sur, pasando por la bonita Victoria Street y sus tiendas artesanales de colores hasta Grassmarket, una plaza alargada donde antiguamente eran ajusticiadas algunas personas. De sobras conocida es la historia de que, antes de ser ejecutados, se les permitía tomar su «último trago» en una taberna localizada a escasos metros del lugar. Este local hoy se llama «The last drop» en recuerdo a aquella última concesión. ![]() De allí nos dirigimos en pocos minutos al cementerio de Greyfriars, uno de los cementerios más bellos de la ciudad. Habíamos leído acerca de la importancia que tienen estos lugares para los escoceses, y lo cierto es que pudimos comprobarlo in situ. Queríamos visitar éste en concreto pues queríamos conocer de cerca la historia del perro Bobby, una criaturita que se convirtió en todo un ejemplo de fidelidad al permanecer durante largos años al lado de la tumba de su dueño. El hecho de que esta gente haya convertido en un símbolo tan importante de la ciudad a un perro, dice mucho de su calidad humana como pueblo. ![]() Enfrente justamente de la calle se encuentra una de las grandes sorpresas de la ciudad. Al menos lo fue para nosotros, el National Museum of Scotland. No voy a explicar nada al respecto, lo único que voy a deciros es que merece muchísimo la pena visitarlo. Una imagen vale más que mil palabras: ![]() ¿Tiburones que vuelan sobre el esqueleto de un dinosaurio? ¿Tigres persiguiendo a ciervos ante la atenta mirada de un rinoceronte? ¿Trajes espaciales junto a una cápsula de la NASA? ¿Un reloj chino de hace cientos de años al lado de una estatua de Buda o la oveja más famosa del mundo? Todo esto lo podréis encontrar en este museo. Además de una cafetería fantástica donde me comí mis primeros Haggis. ¡Deliciosos! Aunque contundentes… ![]() Una vez repuestas nuestras fuerzas, volvemos a la Royal Mile para cruzarla y llegar a su otro extremo, el contrario al del castillo, el Holyrood Palace, hogar de la reina durante sus estancias en Edimburgo. Lo que más nos gustó de este palacio curiosamente se encontraba anexo a él: las ruinas de su abadía. Ello significó nuestro primer encuentro con estas estructuras arquitectónicas que, debido a su estado ruinoso aunque bien conservado, tienen ese aire nostálgico, de aspecto romántico que tanto embelesa al visitante. ![]() Da gusto pasear por los jardines (desde allí podíamos contemplar Arthur’s Seat, otra de las colinas más importantes)y, por qué no decirlo, viene bien tener a tu disposición un trípode. Ya que no pudimos contratar a nuestra fotógrafa del día de nuestra boda y traerla a Escocia (salía muy caro… ), este artilugio resulta muy «apañao», ¿no creéis? ![]() Saliendo del recinto, y atravesando otro cementerio igual de bonito, nos dirigimos nuevamente a Carlton Hill. Aunque estábamos algo cansados mereció la pena volver a subir, lo cierto es que no supone un gran esfuerzo, solo algunas escaleras. Yo estaba empeñado en sacar mis dichosas fotos de la panorámica de la ciudad y por aquella hora de la tarde la niebla nos estaba dando un respiro, así que decidimos subir. Y esta vez sí, obtuvimos nuestro ansiado premio. ![]() El día iba terminando para nosotros y el paseo de vuelta hacia el hotel resultó delicioso, sobretodo por la sobrecogedora vista que desde los Princess Gardens teníamos, esta vez sí, del castillo de Edimburgo. Sencillamente maravilloso. ![]() El epílogo perfecto para un día estupendo. Al llegar al hotel, le pedí a David si sería posible que nos bajara un té. Y entonces él nos lo bajó… ¡acompañado de dos trozos de bizcocho! «Esto no puede ser posible…» pensé, pero así son allí. La cena perfecta, en nuestra habitación de hotel, como a nosotros nos gusta. El día siguiente era mi prueba de fuego. ¡Íbamos a coger el coche por primera vez! Espero dormir bien esta noche… |