
Monasterio de San Victorián – Aínsa – Boltaña
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Despertamos en casa de nuestros amigos Ana Mari, Faustino y Daniel, en Fonz, habitual punto de partido de nuestras rutas por la provincia de Huesca. Antes de comenzar nuestra ruta del día, nos despedimos de ellos diciéndoles que tal vez esa misma tarde nos volveríamos a encontrar en Boltaña para presenciar el espectáculo que brinda el grupo de música popular Ronda de Boltaña, que iban a tocar y cantar por todo el casco histórico justo aquel día. Quedamos en que, en el caso de que nos diera tiempo y de que Elia no estuviera demasiado cansada, nos veríamos allí.
Hoy nos dedicaremos a explorar la bellísima comarca del Sobrarbe. Primero visitaremos uno de los monasterios más antiguos de España, el Monasterio de San Victorián, y luego iremos al que está considerado como uno de los pueblos más bonitos de Aragón y de todo el país, Aínsa. A Boltaña iremos a encontrarnos con nuestros amigos y a disfrutar de su fiesta popular, antes de dirigirnos a nuestro hotel en Jaca. Este será el itinerario de hoy:
Monasterio de San Victorián, origen del Reino de Aragón
Salimos hacia nuestro primer destino del día, el Monasterio de San Victorián, al que llegamos en aproximadamente una hora y 15 minutos. Para ello cogemos la carretera A- pasando por El Grado (divisando a nuestro paso el faraónico Santuario de Torreciudad, que ya conocemos de otras escapadas) y otras pequeñas poblaciones, algunas de ellas extremadamente bonitas, hasta llegar a un desvío por donde comenzaba una estrecha y empinada carretera que se nos hizo bastante larga. Según Faustino, desde que habían arreglado esta carretera se podía acceder bien al monasterio. No quiero imaginar cómo era llegar hasta él cuando todavía estaba sin asfaltar… y peor aún, cuando los monjes vinieron aquí por primera vez…
Al fin vemos el monumento a lo lejos. Inma dijo: «aquel de allí debe ser», a lo que yo contesté: «no puede ser, está demasiado alto y también demasiado lejos». Pues en efecto, aquél era.

Por fin llegamos al Monasterio de San Victorián (también conocido como San Beturián), que se encuentra en un paraje natural increíble. Nuestro afán por conocer este edificio radicaba principalmente en el hecho de que podría ser, según los expertos, uno de los monasterios más antiguos de España, incluso es posible que el más antiguo, dicen algunos. La única posibilidad de visitar su interior es accediendo con visita guiada (entrada 2€ por adulto), por eso queríamos llegar a las de las 11,30h (también hay otra a la 13h).

Llegamos pronto, así que aprovechamos para dar de comer a la peque y preparar nuestra mochila porta-bebés. Mientras esperábamos, me dediqué a explorar los alrededores puesto que no estábamos seguros de por dónde se accedía al monasterio. Solo hay que seguir un camino que sube por la ladera en dirección al campanario, fácilmente visible. Algunos montañeros iban apareciendo de vez en cuando, dispuestos a realizar alguna de las muchas rutas que existen por allí, y también algunos turistas que, como nosotros, esperaron al guía que nos acompañaría al interior. Mientras nos acercábamos al acceso, a apenas 100 metros del aparcamiento, nos dimos cuenta de la gran particularidad arquitectónica del hermoso monasterio: se encuentra enclavado en la ladera.


Al poco tiempo llegó el guía en su coche y comenzó la visita en el interior con unos pocos visitantes, incluidos nosotros. Se trata este de uno de los monasterios más antiguos de toda la Península pues se tiene constancia escrita de que ya en época visigoda en el mismo emplazamiento existía un monasterio (llamado Monasterio de Asán) que acogió al santo San Victorián (o San Beturián), de origen italiano, compañero y discípulo de San Benito, que llegó allí después de refugiarse en una cueva cercana huyendo de su propia fama de sanador cruzando los Pirineos.

Lo que podemos ver hoy en día es el resultado de distintas fases constructivas a lo largo de los siglos. El edificio original, que sustituyó al Monasterio de Asán del siglo VI, corresponde al siglo XI, el cual fue reconstruido en diversos momentos históricos posteriores. Nuestro guía nos mostró algunos de los restos arqueológicos pertenecientes a la época visigoda que han sido descubiertos recientemente. Estos se encuentran en una de las zonas del suelo de la iglesia, que fue reconstruida en el siglo XVIII. Según nuestro guía, todos los presidentes de la democracia, desde Adolfo Suárez a Mariano Rajoy, han contribuido a la restauración de este conjunto monasterial, que en el caso de la iglesia consistió principalmente en diseñar y colocar una nueva techumbre.

Este monasterio no solo es importante debido a su antigüedad sino también a su importancia histórica. Se dice, no sin poca razón, que en su seno se gestó la formación de la Corona de Aragón ya que en las dependencias de la iglesia del monasterio de San Victorián se reunieron Ramiro el Monje y Ramón Berenguer IV para decidir los esponsales entre este último y doña Petronila, unión que posteriormente daría como fruto la formación de la Corona de Aragón.
En el interior se conservan restos de la decoración en estuco en los capiteles y en las pechinas del crucero. Sobre las puertas de la sacristía se encuentran bastante deterioradas las figuras en altorrelieve de los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio, protectores del monasterio y patrocinadores de las obras de la iglesia. Bajo la sacristía del lado sur se encuentra la que es quizás la estrella de la visita, una cripta a la que bajamos totalmente a oscuras. Nuestro guía bajó el último y se colocó en el centro del misterioso lugar. De repente encendió un farolillo que él mismo sostenía y se puso a leer las palabras de un historiador francés que había visitado el mismo lugar muchos años antes. En las paredes habían nichos con sepulcros al estilo de aquella película de Indiana Jones. Un lugar que francamente acongoja.
Salimos hacia el claustro, probablemente del siglo XVI, no sin antes poner atención a un aislado y curioso vestigio de época románica, un deteriorado Pantocrátor en mandorla, recolocado en el tímpano de una puerta adintelada.

El claustro estaba compuesto antiguamente por dos niveles. Actualmente está siendo restaurado al igual que las demás dependencias que formaban todo el conjunto. Se calcula que en los próximos años se llevará a cabo la última fase de dicha remodelación.


Salimos muy satisfechos de nuestra primera visita del día y regresamos al coche echando un último vistazo a la Peña Montañesa, que custodia majestuosa las ruinas de uno de los monumentos más importantes de la historia de Aragón.
Aínsa, como el frasquito de la buena confitura
Volvemos a descender la calamitosa carretera por la que habíamos venido, poniendo rumbo al que está considerado como uno de los pueblos más bonitos de España, Aínsa, capital de la comarca del Sobrarbe, a solo media hora de allí. Enclavada en un paraje envidiable, entre el Parque Natural de Ordesa, el Parque Natural de los Cañones y el Parque Natural Posets-Maladeta, en la confluencia de los ríos Ara y Cinca, la antigua villa de Aínsa se levanta orgullosa sobre un alto emplazamiento por encima de los edificios modernos. Al llegar al pueblo moderno y pasar por encima del puente que cruza el río Cinca, el perfil de la villa histórica se dibuja imponente.

Castillo de Aínsa
Para llegar a la villa (pueblo medieval) subimos con el coche hasta llegar a un aparcamiento público realmente barato (0,30 céntimos/hora), situado fuera del recinto amurallado del castillo. El párking se encuentra justo al lado del Castillo de Aínsa, a través del cual se accede a la villa. Cruzamos el antiguo foso y de repente nos encontramos en pleno patio de armas, descomunal, franqueado por cuatro torreones.

El castillo data del siglo XI, cuando formó parte de la defensa de los territorios cristianos, aunque en el siglo XVII se llevó a cabo una profunda remodelación por orden de Felipe II, quien buscaba fortificar los lugares pirenaicos más importantes para prevenir posibles incursiones francesas.

Se considera que el castillo fue el germen del nacimiento de la villa, a partir de la fortaleza se fue creando el pueblo medieval. Aconsejamos muy fervientemente subir las escaleras para subir al piso superior, desde donde se obtienen unas preciosas vistas del entorno y, sobretodo, de toda la villa. Sin duda una de las instantáneas más buscadas por los fotógrafos.

Traspasamos nuevamente la muralla, y ante nosotros se abre una de las plazas mayores más bellas de nuestro país y posiblemente la única que conserva sus construcciones originales. Antes de explorarla a fondo, decidimos comer en uno de sus bares de tapas.

Plaza Mayor
La Plaza Mayor de Aínsa, de planta trapezoidal, parece datar de los siglos XII y XIII, los de mayor auge de la villa. Antiguo escenario de ferias y mercados, su aspecto es de un bellísimo perfil medieval.


Su elemento más característico son sus porches, típicamente románicos, compuestos de arcos de medio punto y ojivales. Una auténtica maravilla. Su suelo es de un empedrado irregular, lo que hacía traquetear el carrito de Elia más de lo normal. Fue muy gracioso ver cómo sus mofletes se movían al son del traqueteo.

Calle Mayor y Calle de Sta. Cruz
El resto de viviendas de la villa se articulan en torno a dos calles que, partiendo de la Plaza Mayor, se fusionan en la Plaza de San Lorenzo. Ambas, la Calle Mayor y la Calle de Sta. Cruz, parecen en realidad una sola que sigue forma de U, por lo que resulta extremadamente fácil y rápido visitar Aínsa, lo cual no significa que no merezca la pena detenerse en cada uno de sus pintorescos rincones, que no son pocos.



Nos adentramos en el corazón de la pura esencia altoaragonesa. Y es que Aínsa tiene su fama bien merecida. En algunos momentos nos parece estar en uno de esos pueblecitos provenzales tan encantadores del sur de Francia, pero añadiendo la simpatía y el carácter servicial de los aragoneses.


Después de bajar por la Calle Mayor, llegamos a la Plaza de San Lorenzo y volvemos a subir por la Calle de Santa Cruz, la cual compite en belleza con su gemela, con la diferencia de que esta tiene salidas a terrazas que actúan de soberbios miradores al río Cinca.



Hacia el final de la calle podemos disfrutar de la vista de la torre de la iglesia, que va abriéndose ante nuestros ojos a medida que nos vamos acercando a ella. Una imagen de postal.

Iglesia de Santa María
El templo de Aínsa es la guinda de un sabrosísimo pastel. La Iglesia de Santa María, del siglo XII, es un edificio sobrio, sencillo, lo cual resulta lógico si tenemos en cuenta que no solamente cumplía una función religiosa sino también militar. La altura de su torre le confería una posición estratégica ideal.

El interior de la iglesia sigue el mismo diseño del exterior, sobrio y sencillo, pero igualmente hermoso. Posee una única nave con bóveda de medio cañón apuntado y un ábside con bóveda de horno. Destaca especialmente el pequeño claustro irregular que tuvo que adaptarse al entorno y la cripta, con dieciocho columnas con capiteles.

Al observar la altura de la torre, no podía dejar pasar la oportunidad de subir hasta el último piso para hacer fotografías (la entrada por subir es de 2€ por adulto). Inma y Elia decidieron quedarse abajo pues no son demasiado amantes de subir escaleras, y fue un acierto, porque éstas sin duda fueron las más empinadas y estrechas que puedo recordar. Un auténtico reto para las personas de alta estatura (por suerte para mí, este no es mi caso, ¿quién dijo que ser bajito no tiene sus ventajas?). Eso sí, cuando consigues llegar hasta arriba (si es que lo consigues), piensas que ha merecido la pena.


Al bajar Inma me contó que durante mi breve ausencia a nuestra hija le había salido un joven pretendiente francés muy guapo de dos años de edad. ¡Si es que no puedo dejarla sola! Seguro que no será el único que le sale en este viaje… Regresamos a la Plaza Mayor, sacamos la última instantánea y compramos nuestro pin para la nevera antes de regresar al coche.
Boltaña y su ronda
Una vez en el coche, y como vimos que aún era pronto (y encima nos venía bien para ir a Jaca), decidimos hacer caso a nuestra amiga Ana Mari y poner rumbo a otro de esos pueblos del Sobrarbe que bien merece la pena una parada, Boltaña.
En caso de que decidiéramos encontrarnos allí con nuestros amigos, habíamos quedado en vernos a las 17h en la plaza principal de Boltaña. Llegamos allí con casi una hora de antelación, aparcando en la Calle Músico Blanch, muy cerca de la Plaza de España, y aprovechamos para conocer el pueblo y callejear sin prisas.


El pueblo se estaba preparando para una gran fiesta, era el día estrella ya que su grupo musical más insigne, la Ronda de Boltaña, iba a tocar y a cantar por sus calles aquella misma tarde. Luego, durante la noche, cantarían en un escenario montado para la ocasión en la Plaza Mayor. Nuestros amigos de Fonz son unos sinceros admiradores de este grupo y no perdieron la ocasión de oírles tocar en directo. No sabíamos cómo se iba a desarrollar este acontecimiento y fue una grata sorpresa descubrirlo.

Ante nuestra sorpresa comenzó a chispear un poco y decidimos detenernos a tomar algo en una de las muchas plazitas de la localidad, donde descubrimos un monumento dedicado a la Ronda, que al parecer habían colocado recientemente conmemorando sus 25 años de historia.
Colegiata de San Pedro
Boltaña tiene un castillo situado en la cima de una montaña y también una colegiata en plena plaza principal. Visitamos esta última, una hermosa colegiata dedicada a San Pedro, una de las más grandes del Pirineo Aragonés.

Curiosamente esta colegiata conserva la sillería barroca del coro original del Monasterio de San Victorián y es que, por lo visto, después de la Guerra Civil se decidió trasladar los retablos y el coro del monasterio a las diferentes iglesias de la diócesis, que habían sido despojadas de sus ornamentos durante la contienda. Construida en el siglo XVI, su estilo denominado gótico aragonés pero con abundantes elementos renacentistas se aprecia sobretodo en el interior, majestuoso y solemne.

Boltaña es uno de esos pueblos en los que perderse es casi una obligación. No andamos mucho tiempo pero sí el suficiente para degustar algunos de sus atractivos y para descubrir algunos de sus secretos mejor guardados.

Eran ya las 17h y nos dirigimos nuevamente a la Plaza de España, donde nos encontramos con nuestros amigos Ana Mari y Faustino, que ya comenzaban su fiesta particular junto a otra amiga natural de Fonz, Loles, que se quedó literalmente «impactada» al comprobar el gran parecido de Elia con su abuela materna.


La Ronda de Boltaña y la fiesta de la albahaca
Todos juntos nos dirigimos hacia un extremo del pueblo, donde ya se escuchaba acercarse a la Ronda de Boltaña y una multitud que la acompañaba y la rodeaba. Fue muy bonito ver cómo todos compartían fraternalmente una especie de vino blanco y unos dulces típicos preparados por los propios lugareños, mientras compartían también risas y abrazos.


Faustino y Ana Mari se sabían todas las canciones y también todos los pasos que iba a seguir el grupo por las calles del pueblo. Nos dijeron que no podíamos marcharnos sin escuchar una de sus canciones más bonitas y emblemáticas, dedicada a la albahaca, y Faustino nos explicó cuál era el lugar idóneo para colocarnos, pues esta pieza la tocan siempre debajo de un balcón mientras un par de mozas del pueblo lanzan aromáticos ramilletes de esta planta al compás de la música.



Nosotros no somos mucho de fiestas populares pero tenemos que reconocer que esta nos encantó por la alegría y la fraternidad demostrada por todos. Una fiesta sana de verdad.


Muy satisfechos de nuestro paso por Boltaña y de haber conocido, aunque muy brevemente, una fiesta popular que se prolongó por largas horas, nos despedimos, esta vez sí, de nuestros amigos de Fonz. Gracias por todo, como siempre, nos volveremos a ver muy pronto, ¡seguro!

No queríamos llegar muy tarde a nuestro hotel en Jaca, más que nada por la peque. Después de disfrutar, literalmente, de una carretera de ensueño a lo largo de preciosos paisajes y ríos (¡estamos en pleno Pirineo!), en aproximadamente una hora llegamos a nuestro Hotel Villa Iacca, en Jaca. Allí nos recibe el atento y servicial Héctor, que se enamora de Elia desde el minuto uno. Muy amablemente nos indica dónde podemos cenar en el centro de la ciudad, así que nos damos una buena ducha los tres y salimos a encontrar un buen sitio. El hotel se encuentra estratégicamente situado, lejos del bullicio de una de las ciudades con más ambiente que podemos recordar (jamás habíamos visto tantísima gente por la calle, todos los bares y restaurantes estaban a reventar…), a solo 10 minutos caminando del centro.
Recorrimos varias veces las calles principales en busca de un sitio para cenar pero fue literalmente imposible, finalmente tuvimos que elegir una panadería para comernos dos bocadillos. Dedicaremos la tarde de mañana a visitar los monumentos de Jaca, que no son pocos. Desde luego ya hemos podido ser testigos de su ambientazo…
¡Buenas noches!