
Los pueblos de Salzkammergut pasados por agua
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Pues de día soleado y bonito, nada de nada. Nos despertamos y lo primero que hicimos fue asomarnos a la ventana y tal fue nuestra decepción al ver como la niebla cubría absolutamente todo el paisaje. Hasta ahora, de cuatro días nos había llovido tres y habíamos rezado para que sobretodo hoy hiciera buen tiempo, pero nada mas lejos de la realidad. Hoy era el día que habíamos guardado para disfrutar de los bellos paisajes de Austria, de la zona de los lagos de Salzkammergut.
Hicimos de tripas corazón con la esperanza de que todo se arreglara al abrirse el día y nos dirigimos al pueblecito donde había nacido la madre de Mozart, Sankt Gilgen.
Sankt Gilgen, el pueblo de la madre de Mozart

Eso sí, justo detrás de la casa se encuentra una maravillosa vista del lago Wolfgangsee, que a pesar de la espesa niebla no cometimos la herejía de despreciar. El paseo que bordea el lago bien merece la pena incluso con el tiempo en contra.


Desde allí fuimos a ver el centro y tenemos que decir que St. Gilgen es un pueblo encantador y precioso que lamentablemente no pudimos disfrutar como se merecía.




Antes de seguir nuestro recorrido y reacios a aceptar que el tiempo no tenía intención de mejorar en breve, nos metimos en una cafetería donde elaboraban sus propios dulces, justo al lado de la Mozartplatz, la plaza principal del pueblo. Allí entramos en calor y recobramos definitivamente toda la energía necesaria para retomar nuestra ruta. Regresamos al aparcamiento y hacia el siguiente pueblo, al que llegamos en unos veinte minutos, no antes sin detenernos en medio del camino para hacer fotos nuevamente al fabuloso lago de aguas turquesas Wolfgangsee.
Sankt Wolfgang, el disgusto del tren cremallera
Teníamos especial interés en pasar por Sankt Wolfgang ya que desde allí sale el famoso tren cremallera de Schafberg, el cual asciende a una altitud de 1783 metros en un viaje de 45 minutos desde 1893. Se dice que una vez en la cima y en un día soleado uno puede disfrutar de unas vistas espectaculares de todos los lagos de la zona. Claro, eso en un día soleado. El nuestro no era precisamente soleado, de hecho esta fue la gran decepción de nuestro viaje ya que debido al mal tiempo se cancelaron las subidas. Lo cierto es que el disgusto nos duró el resto del día pero tenemos que decir que resulta comprensible que un viaje de estas características se cancele si uno no va a poder disfrutar de la experiencia, algo sin duda de agradecer.


Cabizbajos y resignados, nos dedicamos a conocer el pueblo, especialmente el paseo con vistas al lago Wolfgangsee, y después comimos tranquilamente en un italiano bastante recomendable, de cuyo nombre no nos acordamos.





Hallstatt, cría fama y échate a dormir
Esperábamos que el último pueblo que íbamos a ver nos quitara el disgusto, porque además parecía que comenzaban a asomar algunos claros en el cielo. A Inma le hacía especial ilusión conocer el famosísimo pueblo de Hallstatt, uno de esos sitios a los que la fama les precede sobradamente, en este caso habíamos leído que se trataba del pueblo más bonito a orillas de un lago. Había un total consenso en absolutamente todas las opiniones que habíamos curioseado.
En aproximadamente una hora llegamos a uno de los aparcamientos que hay en el pueblo (por cierto, el más caro con diferencia de todos en los que habíamos estado…). Lo primero que hicimos fue dirigirnos al funicular que te sube al mirador más popular (segunda clavada de la tarde, tuvimos que pagar 26€ sólo por subir al mirador…), desde donde pudimos apreciar un paisaje espectacular.







Bajamos de nuevo con el funicular y nos adentramos en el pueblo. Mucho turista, eso ya nos lo esperábamos. A medida que nos íbamos adentrando poco a poco, nos íbamos dando cuenta de que aquello que esperábamos ver no terminaba de llegar.


Las casitas, sí, son bonitas pero no deslumbrantes; la vista del lago, pues sí, es bonita pero no nos resultó incomparable. Estamos escribiendo esto y nos sentimos mal por decirlo pero lo cierto es que Hallstatt no llenó nuestras expectativas, que por otro lado eran muchas. Y ya se sabe, que cuando uno tiene demasiadas expectativas sobre algo…



No sabemos si tuvo algo que ver que la luz no fuera la adecuada, que arrastrábamos una importante decepción desde St. Wolfgang, que los cientos de turistas que llenaban las calles no dejaban espacio a la contemplación, que la madera de las casitas estaban tintadas de negro… En definitiva nos pareció un pueblo consumido por la humedad.



Y lo curioso del caso es que ahora, al volver a visualizar las fotos, nos da la sensación de que nada de eso era real, de que este pueblo es realmente precioso. Y es que a veces las fotos no representan fielmente la realidad…


Para ser justos debemos apuntar que hay algunos rincones que tienen muchísimo encanto, especialmente la plaza principal, que es una cucada.



Con una sensación agridulce volvimos al coche y pusimos rumbo a nuestra casita en St. Koloman, y resultó que el viaje de vuelta nos deparó la mejor sorpresa del día, precisamente quizás porque no la esperábamos. Pudimos disfrutar, esta vez sí, de los extraordinarios paisajes de la región. El sol al fin hizo su aparición e hizo que olvidáramos por unos instantes todas las decepciones del día.



Después de un día con sensaciones encontradas tocaba descansar. Mañana es el último día de nuestro viaje y lo vamos aprovechar al máximo. ¡¡Buenas noches!!