Un día en el Luberon

Después del largo día de ayer habíamos planeado que el día de hoy fuera algo más tranquilo, y es que queríamos visitar sin ninguna prisa algunos de los pueblos del Parque Natural del Luberon (sin duda los más bonitos que vimos en todo el viaje y que se encontraban a muy poca distancia de nuestro alojamiento), un espacio natural protegido y clasificado como reserva de la biosfera por la UNESCO.

Ya en el desayuno, Philippe y Véronique nos preguntan cómo fue el concierto de Hans Zimmer al que asistimos ayer y charlamos animadamente acerca de la fantástica experiencia. Luego les explicamos el plan para hoy y Philippe comenta «ah bueno… esto ya es más realista…», dado que el día anterior habíamos estado a una hora y media de allí. Nuestro primer destino de hoy, la Abadía de Sénanque, se encuentra a poco más de media hora. Después visitaremos dos pueblos con un gran encanto, Gordes y Roussillon, que se encuentran entre los más hermosos de toda Francia según la asociación de los pueblos más bonitos del país galo.

Abadía de Sénanque, uno de esos serenos lugares

Merece la pena madrugar para contemplar la magnífica Abadía de Sénanque prácticamente sin ningún otro visitante. Este es uno de los lugares más fotografiados de toda la Provenza gracias a los inmensos campos de lavanda que lo rodean y a su situación privilegiada, por lo que casi siempre hay muchísima gente. Desde las 9.45h hasta las 11h uno puede visitarla a su aire (7,5€ por persona), que es lo que nosotros hicimos, a partir de esa hora uno ya debe seguir una visita guiada.

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Abadía de Sénanque
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Abadía de Sénanque

En el año 1148 se autorizó la fundación de un monasterio cisterciense que tendría a su cargo el extenso feudo de los señores de Gordes. Los monjes nombrados para tal empresa eligieron un emplazamiento en un valle arbolado junto al arroyo de Sénancole, cuyas aguas estancaron. Apoyado también por los señores de Venasque, el monasterio llegó pronto a su apogeo y se convirtió en un centro importante del que nació una explotación agrícola que abarcó toda la comarca.

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Iglesia abacial
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Claustro

El claustro, levantado sobre una planta casi cuadrada, es un ejemplo perfecto de la austeridad que se respira en todo el monasterio. Cada uno de los potentes arcos soportados por pilares agrupa tres arcos más pequeños que, a su vez, se apoyan en columnas geminadas.

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Claustro
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Claustro

Después de visitar el claustro, así como también la iglesia, el calefactorio, la sala capitular y el antiguo dormitorio de los monjes, compramos algunas mermeladas que elaboran los propios monjes y que se pueden comprar en la tienda de la abadía. Fue una lástima no haber podido fotografiar ese hermoso campo de lavanda florecido, y es que la floración de la lavanda tiene lugar en pleno julio. A nosotros, que fuimos en junio, nos faltó un mes para verla en pleno apogeo pero queríamos un viaje tranquilo, así que sacrificamos en parte este espectáculo por no sufrir las aglomeraciones de turistas y el intenso calor del verano.

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Claustro
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Claustro

Gordes o la quinta esencia del Luberon

Encantados con haber podido disfrutar de aquel rinconcito de paz, nos marchamos a nuestro siguiente destino, el pueblo de Gordes, otro de los declarados pueblos más bonitos de Francia, a muy poca distancia de allí. Conducir por aquellas carreteras es una experiencia verdaderamente agradable pero pasear por las calles de Gordes lo es todavía más y quizás nos atrevemos a decir que este es uno de los lugares más bellos, no solo de este viaje, sino de todos nuestros viajes.

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Gordes

La pequeña localidad de Gordes, con sus casitas y jardines plegados a la falda de una colina rocosa, coronada por una iglesia (la de San Fermín) y un castillo (renacentista, alberga una monumental chimenea que es una auténtica obra de arte), es uno de los escenarios más idílicos e icónicos del paisaje de la Provenza. Cuando llegas allí, puedes dejar el coche en uno de los aparcamientos de pago que tienen preparados para los turistas y moverte cómodamente a pie.

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Mirador de Gordes

A este pueblo no le falta de nada: fuertes pendientes, calles empedradas y esa arquitectura medieval que tanto nos gusta y que se ha mantenido prácticamente intacta. Todo en el mejor entorno posible. Un auténtico viaje en el tiempo.

La belleza de este lugar no deja indiferente a nadie y nuestra cámara no daba a basto con las magníficas vistas que se pueden disfrutar en los numerosos miradores. Para rematar, decidimos comer en uno de los pocos restaurantes que hay en Gordes mientras decidíamos qué casa nos íbamos a comprar para pasar el resto de nuestras vidas en este apartado lugar del mundo, un lugar que resume en sí mismo la esencia del Parque Nacional del Luberon. 

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Plaza de Gordes

Un consejo: si vienes a Gordes (que ya de por sí es imprescindible), no te vayas sin subir al mirador principal desde el que se contempla la estampa del precioso pueblo. Una vista irrepetible que quedará para siempre fijada en tu retina.

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Gordes desde el mirador
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Gordes desde el mirador
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Pueblo de Gordes desde la carretera

Roussillon, un pueblo pintado de ocre

Volvimos al coche y nos dirigimos esta vez a otro pueblo con encanto del Parque Nacional del Luberon, Roussillon, que se encuentra en lo alto de un peñón rodeado de salientes de ocre teñidos de un rojo brillante asombroso.

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Pueblo de Roussillon
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Pueblo de Roussillon

Este es precisamente el motivo por el cual este pueblo es famoso en toda la región, de hecho gran parte de su economía se debe a la producción y la venta de los pigmentos obtenidos de sus montañas.

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Una de las numerosas tiendas donde se venden pigmentos de colores en Roussillon
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Casas de Roussillon

Como no podía ser de otra manera, también nos fascinó Roussillon. Nos quedamos sin palabras al ver cómo los pigmentos de este mineral impregnaban el revoque de los muros de las casas con variados tonos rojizos y amarillos. Sin duda un auténtico espectáculo para los sentidos, sin embargo lo mejor estaba aún por llegar…

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Ayuntamiento de Roussillon
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Roussillon

Sentier des ocres (Sendero de los ocres)

A Rousillon acudimos atraídos por su atracción más popular, el Sentier des ocres o sendero de los ocres. Se trata de un sendero señalizado y cerrado que transita por los alrededores del pueblo a través de la montaña que proporciona esos pigmentos ocres tan apreciados. Para acceder al sendero se debe pagar para acceder ya que es un tramo protegido (2,5€ por persona). Una vez allí uno tiene la sensación de que se encuentra en otro planeta.

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Sendero de los ocres
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Sendero de los ocres

En el Sendero de los ocres existen dos posibilidades: hacer un camino corto de media hora de duración o hacer otro más largo, de aproximadamente una hora. Rafa quería hacer el más largo, cómo no, e Inma terminó con la cara más roja que el ocre de las paredes… No obstante mereció la pena, o al menos eso es lo que ella dice ahora…

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Sendero de los ocres

Con el calzado pintado de rojo y amarillo, volvimos sobre nuestros pasos y terminamos de contemplar la belleza de este pìntoresco pueblo antes de regresar al coche. Todavía era pronto, y considerando que los últimos días no habíamos descansado nada decidimos tomarnos un merecidísimo descanso. Además, todavía no habíamos tenido tiempo de disfrutar de aquel paraíso perdido que era nuestro alojamiento así que fuimos directamente allí, no sin antes hacer una paradita en un supermercado para comprar la cena.

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Le Mas du Grand Pré

Después de darnos un baño en la piscina completamente solos, Rafa decidió ponerse a dibujar. Cogió prestado un objeto lleno de encanto, uno de los muchos que había por allí, y lo retrató para regalárselo al día siguiente a nuestra pareja anfitriona, un pequeño obsequio como muestra de agradecimiento por tanta amabilidad. Y es que mañana tocaba por desgracia abandonar aquel remanso de paz…

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¡Menuda cara de concentración!

¿Queréis ver lo que dibujó? Entonces tendréis que pasar a la próxima etapa… Nosotros vamos a cenar en medio de este prado maravilloso y luego a preparar el día de mañana, que va a ser muy intenso. ¡Mañana nos vamos a Aix-en-Provence, el pueblo de Cézanne!

Bonne nuit!

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