
Consuegra – Campo de Criptana – El Toboso – Argamasilla de Alba
Ramón, el dueño de la Morada de Juan Vargas, ya nos ha preparado nuestra mesita para el desayuno. Hoy nos espera un día muy largo, incluyendo la visita de los molinos de viento de Consuegra y Campo de Criptana, el pueblo de El Toboso y la cueva de Medrano en Argamasilla de Alba, un itinerario que sorprendió a Amparo, quien después de la descripción que le dio Rafa de todo lo que teníamos pensado ver, contestó con un «pero eso está muy lejos y es mucho trajín», a lo que siguió «pero bueno, vosotros sois jóvenes». Esta mujer no nos conoce a nosotros, pensamos…

Prepararlo todo antes de salir del hotel ya no resulta una tarea fácil como lo era antes, ahora hay que tener en cuenta todos los imprevistos que pueden surgir con Elia a lo largo del día, que incluyen pañales sucios, vestiditos manchados y demás posibles eventualidades. Además hacía un calor de mil demonios ya de buena mañana, así que también llevaremos varias mudas por si acaso. Ahora sí, colocamos todo en el coche (mochila porta-bebés y carrito incluidos) y ponemos rumbo a nuestro primer destino del día, Consuegra (Toledo). Llegamos en aproximadamente una hora y 10 minutos.
A pesar de que habíamos leído que este pueblo bien merece una visita, nos decidimos por ir directamente a su lugar más emblemático, sin duda una de las estampas más fotografiadas y representativas de toda La Mancha, el cerro Calderico, donde se encuentran sus 12 molinos de viento y su castillo. Al llegar pagamos la novatada: justo antes de subir la cuesta del cerro nos topamos con una señal de prohibido el paso excepto vehículos autorizados y otra que indicaba un párking público a la derecha, así a la derecha fuimos. Una vez en el aparcamiento mamá Inma dio de comer a Elia, que más tarde se montó con papá Rafa en su mochila porta-bebés. Y a subir la cuesta. Ojalá alguien nos hubiera avisado de que podríamos haber subido hasta arriba del todo en coche, pero como he dicho, pagamos la novatada, aunque no fuimos los únicos. Como luego pudimos comprobar, hasta arriba subían autocares y autocares llenos de turistas japoneses que no hacían sino estropear cualquier instantánea que tratábamos de hacer.

El primer tramo subiendo la cuesta te lleva hasta el primer molino de viento, llamado Bolero, donde se encuentra la oficina de turismo. Allí compramos las entradas para el castillo (4,5€ por adulto) que visitaríamos más adelante. Los dos chicos de la oficina nos invitaron a subir al piso superior del molino, donde pudimos ver uno de cuatro mecanismos completos que aún se conservan.

Antiguamente, en La Mancha (que según su etimología significa literalmente «tierra seca» o «tierra sin agua»), no existían ríos que sirvieran como fuente de energía, por lo que para poder transformar el trigo en harina se recurrió a la potente fuerza del viento. El funcionamiento de un molino de viento es sencillo pero curioso: una vez orientada la cúpula y puestas las aspas frente al viento se procede a cubrir éstas con telas o lonas. Las aspas transmiten el movimiento al eje y éste, por medio de una serie de mecanismos de engranaje, a dos piedras o muelas que trituran el trigo.

Al salir, nos vamos encontrando con otros blancos gigantes a los que Don Quijote hubiera querido sin duda ensartar con su lanza. En orden de aparición, están el Mambrino, el Sancho, el Mochilas y el Vista Alegre, que es el último antes de llegar al castillo medieval.

Como todavía nos quedaba otro tramo considerable por subir, decidimos llegar hasta el último molino y luego volver a bajar para entrar en el castillo.

Así, una vez pasado el castillo, otros siete molinos se alzaban ante nosotros: el Cardeño, el Alcancía, el Chispas, el Caballero del Verde Gabán, el Rucio, el Espartero y el Clavileño.

Como ya hemos mencionado, largos autocares llegaban hasta el cerro cargados de turistas. Esto, sumado al hecho de que las aspas de un molino, el Alcancía, estaban siendo reparadas y había una grúa justo a su lado, hacían prácticamente imposible hacer cualquier panorámica mínimamente decente.

Menos mal que al sofocante calor sí pudimos hacerle frente: dentro del molino conocido como Caballero del Verde Gabán se esconde el primer gastromolino de España, inaugurado en 2017 (en la planta baja se pueden comprar productos de la tierra). A nosotros nos vino como anillo al dedo, pues pudimos disfrutar de dos bebidas refrescantes en el piso superior, con un fresquito que corría que parecía de otra temporada. Allí se refrescó también nuestra pequeña, claro está después de haberle cambiado el pañal…

Si bien la enorme afluencia de turistas restó un poco de encanto a la estampa de los molinos, la visita del Castillo medieval de Consuegra no nos defraudó en absoluto. Incluso nos atrevemos a considerarla mucho más recomendable que la de sus vecinos con aspas. El conjunto que hoy en día podemos contemplar es el resultado de un largo proceso constructivo que comenzó en el siglo X y culminó en el siglo XIII. Fue cedido por Alfonso VIII a la Orden de San Juan de Jerusalén en el año 1183 conviertiéndose así en sede de esta Orden. Antes de este hecho, el castillo fue testigo de múltiples hitos de nuestra historia, como la Batalla de Consuegra de 1097 que se libró a los pies de la fortaleza (y en la que hallaría la muerte Don Diego Rodríguez, único hijo de El Cid) o la boda entre Zaida, nuera del rey de la Taifa de Sevilla, y Alfonso VI, que conciliaba a dos culturas prácticamente antagónicas. Muchos siglos después, en 1813 la fortaleza fue destruida por las tropas napoleónicas.

Gracias a la restauración actual el visitante puede ir recorriendo distintas estancias, cada cual más siniestra e interesante, como la galería, los aljibes, las torres, la nave de archivos, la sala capitular o la ermita. Repetimos, una visita altamente recomendable.
La Torre Albarrana es la torre separada del muro generalmente unida a él por un puente móvil, constituía el último refugio para los defensores del castillo en caso de la pérdida de la fortaleza. Desde allí, las vistas son notables.


Elia no podía volver a soportar otra caminata como la de antes, así que su papá Rafa bajó él solito caminando a por el coche mientras ella y mamá Inma le esperaban arriba. El calor, lejos de remitir, ¡se hacía cada vez más insoportable! Una vez en el coche ponemos rumbo a nuestro siguiente destino del día, los molinos de viento de Campo de Criptana, los cuales según cuenta la leyenda son los que sirvieron de inspiración a Cervantes para escribir su memorable y cómica escena de los gigantes. Llegamos allí en solo media hora.

Elia quiso comer justo entonces, de modo que, mientras su mamá le daba de comer en el coche, Rafa salió a hacer fotos a los diez molinos que aún se mantienen en pie (antaño se alzaban más de treinta). Después del esfuerzo que habíamos invertido en Consuegra subiendo la cuesta, tuvimos suerte de que en esta ocasión pudiéramos llegar hasta la cumbre con el coche.

Era ya hora de comer. Una vez fotografiados y visitados los molinos, Rafa pone rumbo a un restaurante que nos habían recomendado en el mismo pueblo pero a nuestro GPS le da uno de esos «brotes psicóticos» que le dan de vez en cuando y no se le ocurre otra cosa que mandarnos a través del llamado “Albaicín criptano”, un barrio de casas blancas encaladas y de zócalos pintados de añil en los que vivieron los moriscos expulsados tras la toma de Granada en 1492. Una maravilla si lo paseas a pie, un auténtico laberinto impracticable si te atreves a acceder en coche. Como no había ni rastro del restaurante, decidimos proseguir hasta la siguiente parada de nuestra ruta, El Toboso (Toledo), y parar en el primer restaurante que viéramos.
En menos de 20 minutos ya estábamos en El Toboso, la poblaciópn manchega más veces mencionada en el libro de Don Quijote, puesto que se trata de la patria ficticia de Dulcinea, el amor idealizado del protagonista creado por Cervantes. Un pueblo, debemos decir, que nos sorprendió muy gratamente. El lugar elegido para recargar fuerzas y tomarnos un buen descanso fue el Mesón La Noria de Dulcinea, un sitio encantador donde pudimos degustar comida tradicional.
Lo desconocíamos, pero la Casa-museo de Dulcinea (3€ por adulto) estaba justo al lado del restaurante, así que fuimos caminando hasta allí con nuestro carrito.

Dice la tradición que fue propietaria de la misma la familia Martínez Zarco de Morales, de cuya estirpe destacó Ana Martínez Zarco de Morales, la mujer de la que, según se dice, se inspiró el genio para crear a la Dulcinea de Don Quijote.


Si dejamos a un lado este hecho, cierto o no, la visita del edificio resulta interesante para aquellos que quieran adentrarse en un caserón de labranza del siglo XVI, con estancias recreadas de aquella época. Una auténtica inmersión a los tiempos del ingenioso hidalgo.

A poquísimos metros de allí se encuentra la fabulosa Plaza Mayor, que nos pareció particularmente grande teniendo en cuenta que el pueblo es realmente pequeño.

Allí nuevamente el arte de la escultura vuelve hacer homenaje a la literatura, y un galán Don Quijote se arrodilla frente a su Dulcinea.

La Iglesia de San Antonio Abad, iniciada en el siglo XVI y levantada por la Orden de Santiago, tiene también unas dimensiones que asombran.

En su interior, con tres naves de tres tramos, podemos apreciar el estilo gótico tardío en la espléndida bóveda de crucería. Como dato curioso, se comenta que este templo corresponde a aquel que se nombra en el capítulo IX de la segunda parte de El Quijote, cuando éste apostilla aquello de «con la iglesia hemos dado, Sancho».

Maravillados aún con las dimensiones del templo, decidimos entrar en el Museo Cervantino (2€ por adulto), justo al lado de la iglesia, una visita muy recomendable y curiosa pues alberga más de 600 ediciones del libro universal de Cervantes en distintos idiomas y procedentes de los más variopintos países.

Allí nos atienden dos simpáticas chicas y una de ellas nos hace una visita guiada en toda regla a través de las distintas dependencias del pequeño museo, incluso nos invita a visualizar una pequeña proyección sobre los personajes de El Quijote.

De todas las ediciones, destacan los ejemplares ilustrados por artistas como Dalí, uno firmado por Mussolini, un libro gigante escrito por los alumnos de un instituto de la provincia de Barcelona, otro realizado por los presos de la cárcel de Ocaña, incluso un ejemplar en versión «murciana», cosa que nos hizo muchísima gracia. De toda la colección solo hay dos obras que no son El Quijote, una de ellas es El cantar de los nibelungos firmada por Hitler y la otra El libro verde de la revolución firmado por Gadafi.

Nuestro tiempo en El Toboso terminó con una visita recomendada por las chicas del museo al jardín del Convento de las Clarisas (habitado por monjas que viven en régimen de clausura y se dedican a la elaboración artesanal de dulces), un escondido rincón lleno de encanto por el que merece la pena pasar.

El tiempo que separa El Toboso de Argamasilla de Alba (Ciudad Real) es de unos 45 minutos. El motivo que nos llevó hasta esta localidad es un lugar imprescindible para todos aquellos que quieran hacer la ruta de Don Quijote: la cueva de Medrano. La tradición identifica esta cueva, propiedad de la familia Medrano, como la prisión en la que Miguel de Cervantes estuvo encerrado durante unos meses (algunos dicen que al menos dos años) y donde empezó a concebir su inmortal obra literaria, aunque al parecer este asunto no está documentado hasta bien entrado el siglo XIX, por lo que su veracidad no puede ser constatada al 100% por el momento. Probada esta cuestión o no, el caso es que este sitio ha pasado a formar parte de la tradición popular como «ese lugar» al que Cervantes «no quería acordarse». Y lo cierto es que tendría su lógica si éste hubiera estado preso en Argamasilla de Alba.

Entramos en la Casa de Medrano (actual sede de la oficina de turismo de Argamasilla) y pagamos la entrada de 2€ para descender luego por unas escaleras y llegar a la cueva, de dos niveles de profundidad. Allí habían estado también los escritores Azorín y Rubén Darío a principios del pasado siglo en busca de la verdad sobre el encierro de Cervantes.

Ambos sentimos un escalofrío al pensar que quizás entre aquellas blancas y duras paredes habría podido estar probablemente el escritor más grande que el mundo haya conocido. Rafa, como arteterapeuta, no pudo evitar pensar que uno de los libros más importantes de la historia podría haber sido engendrado como un intento de no sucumbir a la locura provocada por el vil aislamiento.

Aún nos quedaban otros 45 minutos hasta el hotel y ya había sido un día lo suficientemente largo, sobretodo para nuestra pequeña, así que regresamos al coche y ponemos rumbo de nuevo a Villanueva de los Infantes. Después de una ducha muy merecida para los tres, salimos a cenar a la Pizzería Milagros, al final de la calle Cervantes, bajo recomendación de Amparo. Tuvimos así la oportunidad de recorrer esta calle, quizás la más bonita de Los Infantes, con sus palacios antiguos y sus toldos apuntillados de lado a lado.


Al parecer Elia ya estaba muy cansadita y no estaba dispuesta a pasar mucho tiempo más fuera, así que nos lo hizo saber con una rabieta que nos obligó a terminarnos la pizza en un tiempo récord y regresar pronto al hotel. Tenía mucha razón, le habíamos dado mucha caña ese día y ya era hora de descansar.
Mañana seguiremos con nuestra ruta, ¡buenas noches!