
Viajando a mis orígenes: Almería
Dedicado a la yaya Lola
Indice
Hay viajes y viajes.
Viajes de placer y viajes de trabajo. Viajes que se hacen para desconectar de la realidad y viajes para huir de ella. Viajes improvisados y viajes obligados. Muchos tipos de viajes distintos que responden a nuestras necesidades. Con la escapada que acabo de hacer con mis padres a Almería he podido saber más acerca de mis propios antepasados, pues allí pasaron su infancia y su juventud mis abuelos paternos, Rafael y Lola. Una infancia y una juventud sin duda marcadas por las penurias que la guerra y la post-guerra les trajeron, a ellos y a los suyos. Considero que este ha sido, por tanto, un viaje a los orígenes, a mis orígenes.
Yo nunca he tenido una relación cercana con mi yaya Lola, esa es la verdad. Ella siempre ha mantenido una especie de frontera emocional prácticamente impenetrable que muy pocas veces nos permitió cruzar a mi hermana Alicia y a mí. Bueno, ni a nosotros ni a nadie. Aquella manera de ser, tan rígida, tan intransigente con todos los que le rodeaban, incluido con mi abuelo, hizo que poco a poco se fueran deteriorando y rompiendo algunos de los vínculos más importantes de su vida.
Con el paso del tiempo, aprendimos a entender que debajo de aquel mal carácter había un ser humano que sufría. Es curioso cómo ha sido justo ahora, después de una vida entera de hermetismo absoluto, que he podido al fin tener alguna que otra conversación sincera con mi abuela. Circunstancias personales han hecho que por fin haya relajado sus férreas defensas y mostrado su fragilidad. Ha sido un regalo que haya podido compartir conmigo algunos de sus recuerdos, los que la «marcaron» negativamente pero también los que aún, muy de vez en cuando, pueden hacerla sonreír. Estos últimos han sido, precisamente, los que me han inspirado a escribir este post.
Aunque no nacieron en Almería, mi abuelo y ella se conocieron siendo niños en el Cerro San Cristóbal, uno de los barrios que se incrustó junto a uno de los tramos de la muralla de la Alcazaba islámica. Allí vivían y jugaban. Fue también allí donde se enamoraron. Porque quiso compartir todas estas cosas conmigo, este artículo está dedicado a ella.
Como habréis podido intuir, este va a ser un post muy personal. Quizás demasiado para un blog de viajes. Pero, ¿qué sería de los viajes sin las intensas experiencias que las acompañan?
Durante estos últimos años mis padres y yo hemos hemos tenido la buena costumbre de ir tachando muchas cosas en nuestra lista de cosas pendientes que hacer juntos. La última fue en agosto, cuando hicimos un viaje a Berlín de 5 días. En esta ocasión, vamos a aprovechar una de sus visitas a Cieza para realizar una escapadita de dos días a Almería con el fin de cumplir dos sueños. Uno de mi padre, visitar el Refugio de la Guerra Civil, abierto al público recientemente, por donde, según me contaba también mi yaya, mi abuelo Rafael solía cruzar por debajo gran parte de la ciudad cuando apenas era un niño para ir a llevarle la comida a su padre, que trabajaba en la fábrica La Magnesita. El otro sueño era mío, visitar el yacimiento de Los Millares, uno de los poblados prehistóricos más importantes de Europa.
Ya os podéis imaginar que aproveché al máximo esta escapada, ¿os queréis venir con nosotros? ¡Pues vamos allá!
Día 1: Almería, llena de atractivos
Mis padres y yo madrugamos muchísimo aquella mañana, salimos de Cieza sobre las 7h. El coche de mi padre tenía estropeada la calefacción y pasamos con algo de frío los primeros kilómetros de un trayecto que duró unas 2 horas y media. Níjar, Huebro, Viator… A nuestro paso, en la autopista, íbamos dejando atrás los nombres de algunos pueblos donde, al parecer, habían residido algunos de mis antepasados más antiguos. Perdón, no lo había mencionado: desde que se jubiló, mi padre ha vivido inmerso en una afición que lo ha tenido totalmente ocupado (absorbido, diría yo, pues el hobby ha devenido en pasión), la genealogía, o lo que es lo mismo, el estudio de la ascendencia y la descendencia de las personas. Todo comenzó cuando le dio por ponerse a investigar de dónde procedían sus propios antepasados. En ese momento descubrió que todos ellos procedían de pueblos almerienses.
Pero a lo que vamos. Tras una breve parada para almorzar, llegamos a Almería y aparcamos el coche en un párking público cerca de Puerta de Purchena, una de las plazas más emblemáticas de la ciudad. Allí se ubicaba antiguamente una de las puertas medievales de entrada, Puerta de Pechina, cuyo nombre se vio alterado tras la conquista cristiana al parecer por un error de traducción por parte de los Reyes Católicos, quienes confundieron el nombre del pueblo de Pechina (de donde, por cierto, era mi bisabuela paterna) y el de Purchena. Cosas que pasan.
¿Queréis conocer el itinerario que seguimos aquel día? Pues aquí va:
Refugio de la Guerra Civil
Muy cerca de Puerta de Purchena se encuentra la entrada a los Refugios de la Guerra Civil, uno de los ejemplos de inenierá defensiva civil del silgo XX mejor conservados de toda España. A las 10’30h teníamos programada nuestra visita, que reservamos de manera anticipada por Internet (hacedlo a través de este enlace, de lo contrario es muy probable que no podáis entrar cuando lleguéis allí). Allí estábamos, puntuales como un reloj.

Después de visualizar un breve documental, la guía acompañó al grupo a las profundidades de una garganta subterránea cuya construcción vino motivada por el miedo. El miedo de los habitantes de Almería a las bombas, tanto de la aviación rebelde como de la Armada sublevada puesta al servicio del general Franco. Y es que la capital almeriense, una ciudad abierta al mar que contaba entonces con unos 50.000 habitantes, estaba situada en la retaguardia republicana. Este hecho hizo que se convirtiera en objetivo fácil de los bombardeos. Se estima que en los años que duró la Guerra Civil, del 1936 al 1939, se sucedieron 52 bombardeos durante los cuales se lanzaron 754 bombas.

La situación de amenaza constante hizo que poner en práctica una defensa pasiva eficaz se hiciera indispensable. Con este fin, a partir de finales de 1936 los propios almerienses y las autoridades locales se pusieron manos a la obra para dotar a la ciudad de una red de galerías subterráneas antiaéreas. El arquitecto municipal Guillermo Langle, fuertemente impresionado por el horror que presenció en primera persona, se ofreció para diseñar dos tipos de refugios en el casco urbano: una gran galería de un kilómetro de distancia en línea recta que transcurría por debajo del Paseo de Almería, en dirección perpendicular a la costa, y otros refugios independientes de pequeña capacidad, normalmente construidos en el subsuelo de casas de personas que vivían en las proximidades. La mayoría de estos conectaban con la gran galería a través de pequeños túneles subterráneos, aunque otros refugios menores estaban ubicados en puntos estratégicos de la ciudad, como la Plaza de Toros, la Catedral o la estación de ferrocarril. De todos ellos, el único que se puede visitar en la actualidad es la gran galería.

¿SABÍAS QUE…?
A los refugios se accedía por medio de escaleras situadas en plazas y calles. Al terminar la guerra y por miedo a sufrir represalias, la mayoría de accesos fueron sellados y ocultados por sus propietarios. Algunos incluso fueron transformados en quioscos de periódicos y revistas, de los cuales todavía quedan unos pocos en pie en su estado original.
Los túneles se hicieron de hormigón, con una altura aproximada de 2,20 metros y una anchura de 2 metros, recubriéndose las paredes de estuco y cal. A ambos lados, se instaló un doble banco de asientos en forma de tarima corrida. Durante nuestra visita nos fuimos encontrando con diversos sistemas de contrafuertes, diseñados para reducir el efecto de las ondas expansivas producidas por las explosiones. Además, al suponer éstos una ruptura en el continuo del tránsito de las personas, hacía que la velocidad de marcha se redujera considerablemente, minimizando así el riesgo de avalanchas humanas.


Consta que alrededor de 400 trabajadores fueron contratados en plantilla para la construcción de los refugios almerienses. Sin embargo, se sabe que muchos más vecinos de Almería y de otros pueblos cercanos venían a ayudar desinteresadamente en la ejecución de esta gran obra de ingeniería (eso sí, una vez hubieron terminado con sus jornadas laborales) que se terminó en un tiempo récord teniendo en cuenta las grandes dificultades del momento.


Sin duda, visitar el Refugio de la Guerra Civil de Almería supone vivir una experiencia aterradora y pensar en todas las historias de personas anónimas que vivieron el sufrimiento y las precariedades que el fantasma del horror y el miedo provocó en sus vidas. Historias como la de algunos niños que dibujaron sus impresiones de la guerra en forma de garabatos en algunas de sus paredes. Historias como la de mi abuelo Rafael, quien siendo ya un adolescente en plena post-guerra solía cruzar esta misma galería para llegar más rápido a entregarle la comida a su padre, que trabajaba en la fábrica La Magnesita. Imaginad la emoción que sentimos al estar allí, especialmente mi padre, que la última vez que vino a Almería se quedó en la misma puerta sin poder entrar por no haber reservado su entrada.

Conjunto Monumental de la Alcazaba
Estaba claro que yo no me iba a conformar con ver una sola cosa estando en Almería. Y que no iba a marcharme de allí sin visitar su monumento más emblemático, el conjunto monumental de la Alcazaba, que se asienta en un cerro aislado desde el que se domina la ciudad y la bahía. La subida hasta el acceso principal localizado en la calle Almanzor puede hacerse a pie desde el centro, pero nosotros tuvimos la gran suerte de que nos llevara en su coche Raquel, la anfitriona del piso donde nos íbamos a alojar aquella misma noche (y que luego os enseñaré al final de este artículo). Los almerienses, que son así de majos. Por cierto, a nuestra visita por la Alcazaba se apuntó también otra almeriense, Lucía, una amiga que mi padre hizo a raíz de su pasión por «buscar muertos», como ella misma dice. Otra yonqui de la genealogía como él, vamos.

Almería nacería durante la primera mitad del siglo X como enclave portuario de Baŷŷāna (actual Pechina), importante ciudad emiral situada a los pies de Sierra Alhamilla, recibiendo el nombre de al-Mariyyāt Baŷŷāna (literalmente «la atalaya de Pechina»). Fue el primer califa omeya de Córdoba, Abd al-Rahman III, quien dispuso trasladar la capital de la cora a la actual Almería, otorgándole el título de medina en el año 955, el mismo año que comenzó la construcción de la muralla y la Alcazaba.

La Alcazaba de Almería fue al mismo tiempo una fortaleza militar y la sede del gobierno de la ciudad, que llegó a contar con uno de los puertos más importantes de Al-Andalus y de todo Occidente. El conjunto monumental se perfeccionó y se engrandeció primero con Jayrán al-Amiri, el primer rey independiente de la taifa de Almería, y más tarde en época nazarí.


La entrada al conjunto monumental se realiza a través de una torre albarrana. Desde allí se asciende por una rampa en zigzag a la Puerta de la Justicia, que por motivos estratégicos obligaba a realizar el acceso en recodo. La Alcazaba cuenta actualmente con 3 recintos: dos musulmanes y uno cristiano, que se edificó en 1489 tras la conquista cristiana de la ciudad por parte de los Reyes Católicos, momento a partir del cual la fortaleza pasó a tener un carácter eminentemente militar.
El primer recinto islámico es en la actualidad un conjunto de jardines donde antiguamente existía un entramado de casas y calles, además de un complejo sistema de abastecimiento de agua a través de pozos con norias, aljibes y canalizaciones, de los que se conservan algunos restos arqueológicos.


Desde allí se obtienen unas vistas privilegiadas de la ciudad, el puerto y la Muralla de Jayrán, probablemente la imagen más icónica de la capital almeriense, tanto si la fotografiamos desde este lugar como desde su otro extremo, el Cerro de San Cristóbal.


Tras el Muro de la Vela se encuentra el segundo recinto, también de origen islámico, donde antiguamente se encontraba un complejo palaciego formado por numerosas casas, una mezquita, baños árabes y otras construcciones propias de una ciudad califal. Hoy en día, por desgracia, solo se conservan sus ruinas.


Hasta ahora, las evidencias arqueológicas han constatado la presencia de espacios ajardinados con albercas, pabellones y otras estancias pertenecientes a palacios de la época califal, taifa y nazarí. De todas ellas, la que mejor se conserva es el Aljibe califal, una construcción hidráulica semienterrada de cinco naves donde se explica el funcionamiento del sistema de captación de agua.



El tercer recinto, ya de factura cristiana, es el más elevado de la Alcazaba. Consiste en un castillo con un patio de armas rodeado por tres torres, construido por orden de los Reyes Católicos con el fin de solucionar los problemas defensivos dado el pésimo estado en el que se encontraba la fortaleza anterior (maltrecha por el terremoto de 1487), así como responder a las nuevas exigencias militares surgidas con el desarrollo de la artillería. No hay que olvidar que a finales del siglo XV, momento en que los cristianos conquistan la ciudad, Almería se había convertido en bastión de frontera marítima con el Norte de África.



Era hora de comer. Menos mal que nuestra amiga Lucía conocía el lugar perfecto para llenar la panza por un buen precio. Se trata del Restaurante La Plazuela, en pleno casco antiguo, muy cerca del Ayuntamiento.
LOS CANTINELEROS RECOMIENDAN…
Como en casi toda Andalucía, en Almería también es típico que el camarero te sirva una tapa gratuita acompañando a la bebida. Lo que yo desconocía era que en Almería, además, puedes seleccionar qué tapa quieres consumir. En La Plazuela te dan una carta con todas las tapas disponibles, todas deliciosas.

A pesar de su triste fama de ciudad olvidada, Almería está llena de atractivos. Así pude comprobarlo durante toda aquella tarde que aproveché para explorar la urbe yo solito, una sana costumbre que suelo tener últimamente. Mi paseo por el casco histórico comenzó en la Iglesia de San Sebastián y la Puerta Purchena con su emblemática Casa de las Mariposas (Casa Rapallo), un hermoso ejemplo de arquitectura burguesa de principios del siglo XX. Continué más tarde por la Calle de las Tiendas, donde me encontré con la excelsa presencia de la Iglesia de Santiago, comenzada en estilo mudéjar y rematada en el siglo XVI, y con el Convento de Santa Clara, del siglo XVIII, incendiado durante la Guerra Civil y reconstruido posteriormente. La arteria muere en la Plaza de la Constitución, donde se encuentra el Ayuntamiento y el monumento a Los Coloraos, un obelisco que rinde homenaje a 24 liberales que llegaron a las playas de Almería vestidos con casacas rojas para protestar contra el despotismo del rey Fernando VII y más tarde fusilados por su atrevimiento.



Catedral de Almería
Mi siguiente parada fue la Catedral de la Encarnación (entrada 5€ por adulto), otro de los lugares imprescindibles de la capital almeriense. Ésta sustituyó a una primera catedral de finales del siglo XV instalada en un lugar cercana al mar que recorría el muro oriental de la mezquita mayor de la medina árabe. Pocos años después, en 1525 y con el auspicio del rey Carlos I, el obispo fray Diego Fernández de Villalán ordenó la construcción del templo actual, que creció como una imponente catedral-fortaleza motivada por la importancia militar del enclave almeriense como bastión de la frontera marítima. En efecto, su aspecto exterior sorprende por sus macizos muros y sus torres, al estilo de las construcciones defensivas renacentistas.

En el interior domina el gótico tardío, aunque durante el siglo XVIII se acometieron diversas modificaciones en estilo barroco, sobretodo en la Capilla Mayor, el retablo y el trascoro. A finales de esa centuria, entre 1785 y 1798, se erigió el claustro neoclásico, elemento singular que culmina el proceso constructivo del conjunto catedralicio y único claustro procesional entre las catedrales de Andalucía. Sin duda es el lugar que más agrada de un edificio que no termina de impresionar.

Aunque sea un símbolo en sí misma, la Catedral de Almería cuenta con un detalle que la hace, si cabe, aún más entrañable para sus habitantes. En la fachada este del templo se puede ver el relieve conocido como el Sol de Portocarrero, que representa un sol con cara humana rodeado de una guirnalda de flores. Su autoría se atribuye tradicionalmente a fray Juan de Portocarrero, aunque se sabe que en realidad es anterior.

Cable Inglés
Las actividades mineras fueron dos excelentes fuentes de riqueza para la Almería de principios del siglo XX. Su desarrollo dejó en la ciudad edificios de gran interés de la llamada arquitectura del hierro, cuyo emblema es el antiguo cargadero de mineral conocido como el Cable Inglés o cargadero de El Alquife, de la sociedad The Alquife Mines and Railway Company Limited, la cual siguió las directrices del mismísimo Gustave Eiffel. El propio rey Alfonso XIII lo inauguró en persona el 20 de abril de 1904.


Concebido como medio de embarque y transporte del mineral procedente de las minas de hierro de Alquife (provincia de Granada) por vía marítima, este gigante de hierro conectaba el puerto con la estación de ferrocarril. Sobra decir que el mejor momento para admirar este monumento al pasado minero almeriense es el atardecer. La postal es preciosa.

A lo pies del cargadero, el Monumento a las víctimas del campo de concentración de Mauthausen es un bosque de pilares de piedra que recuerda a los 142 almerienses asesinados (uno por cada víctima) por los nazis en este lugar que tuvimos la oportunidad de visitar en 2015. Hace casi un año, en febrero de 2019, se realizaron pintadas de simbología nazi en este lugar, profanando la memoria de todas las personas que vivieron el horror y la humillación más degradante que jamás ha conocido el ser humano. Si es que hay gente pa tó…

Museo de Arte Doña Pakyta
Muy cerca del puerto comienza la Avenida Federico García Lorca, la rambla más importante de la ciudad. Justo allí se encuentra una casa de singular estética norteña, apodada «la casa vasca», obra del arquitecto Guillermo Langle, el mismo que diseñó los Refugios de la Guerra Civil. Antaño propiedad de doña Francisca Díaz Torres, popularmente conocida como doña Paquita, en 2014 se convirtió en la primera sede del Museo de Arte de Almería, el Museo de Arte Doña Pakyta (así, con k y con y, para darle más empaque internacional…).


Ya sabéis que los museos me atraen como la miel a las moscas. En el Museo de Arte Doña Pakyta tuve la oportunidad de conocer una gran cantidad de artistas almerienses desde la década de 1880 hasta la de 1970. De todos ellos, me produjeron una gran impresión aquellos que conformaron el grupo del Movimiento Indaliano, a quien se le considera el primer grupo español de vanguardia surgido tras la Guerra Civil. Estos pintores supieron representar la belleza existente en las áridas montañas almerienses y en los rostros de la gente que sufría las penalidades de la post-guerra, exaltando el valor de una ciudad que siempre se ha mostrado acomplejada, ensombrecida por el resto de ciudades españolas. Por cierto, el discurso museográfico iniciado en el Museo de Arte Doña Pakyta se continúa en el Espacio 2, cuyas obras pertenecen a la década de 1980 en adelante.

Museo Arqueológico de Almería
Terminé mi paseo por Almería en su museo más importante, el Museo Arqueológico (¡de acceso gratuito!), un poco más alejado del centro ya que se encuentra a unos 10 minutos caminando de la Puerta de Purchena. Este museo es uno de los más valiosos y didácticos de su categoría en toda España debido principalmente a que alberga la colección más importante de objetos pertenecientes a dos de las culturas prehistóricas peninsulares más emblemáticas (y que se desarrollaron principalmente en la actual provincia de Almería): Los Millares y El Argar.

Curiosamente estas dos culturas fueron descubiertas por un mismo hombre, Luís Siret, ingeniero de minas y arqueólogo belga del siglo XIX a quien debemos la primera secuencia prehistórica del sureste peninsular. A él está dedicada la instalación denominada Nube de Siret, un conjunto de fotografías tomadas por el propio Siret colgadas del techo del hall del museo que dan la bienvenida al visitante, invitándole a adentrarse en este extraordinario templo museístico plagado de maquetas, audiovisuales y espacios conceptuales.

Como he dicho, las dos colecciones estrella del museo corresponden a las de la cultura de Los Millares (perteneciente a la Edad del Cobre) y de El Argar (la cual sustituyó a la anterior, ya durante la Edad del Bronce), ambas distribuidas en la planta primera y segunda, respectivamente. La tercera planta está dedicada, en cambio, a la Almería romana e islámica.
Como recurso museográfico que da cohesión a todo el edificio, una columna central representa un corte estratigráfico a tamaño real de unos trece metros de altura en la que se pueden observar hasta 16 estratos, desde la roca madre hasta la actualidad, y en la que se integran toda la secuencia histórica de los yacimientos almerienses. ¡Una auténtica maravilla!



No os puedo dar información sobre ningún sitio para cenar ya que aquella noche nuestro restaurante fue la casa de nuestra amiga Lucía y su marido, quienes nos ofrecieron un surtido de embutidos, quesos y otros manjares que no los saltaba un galgo. ¡Qué suerte, contar con amigos así!
Segundo día: un mirador privilegiado y un yacimiento único
Nuestra estancia en el apartamento que habíamos elegido para pasar la noche en Almería no pudo ser más cómoda. Así se lo hicimos saber a Raquel, nuestra simpatiquísima anfitriona, que consiguió hacer que nos sintiéramos mejor que en nuestra propia casa. Aquel día nos esperaban dos lugares de absoluto infarto, el primero por las vistas, el segundo por la relevancia histórica.
Cerro de San Cristóbal
No podía marcharme de Almería sin conocer el Cerro de San Cristóbal. No exagero si digo que es EL lugar, por varias razones. En primer lugar, por ser el barrio donde vivieron mis abuelos paternos, Lola y Rafael, allí donde se conocieron cuando eran apenas dos mocosos que no levantaban medio metro del suelo. En segundo lugar, por ser el mejor mirador de la ciudad, desde donde se obtiene la mejor panorámica de la Alcazaba y la Muralla de Jayrán. Así, sin dejar espacio a la discusión ni al debate. Juzgadlo vosotros mismos.


Todos los adjetivos se quedan cortos. Mis abuelos probablemente lo desconocían, pero se criaron al amparo de la muralla de unos de los monumentos musulmanes más importantes de Occidente. La dureza de los tiempos que les tocó vivir no permitió que pudieran disfrutar de tal circunstancia. Por desgracia, por aquel entonces habían otras cosas mucho más urgentes como preocuparse por tener algo que llevarse a la boca. Hoy las casas donde mis abuelos vivieron ya no existen, pero yo sentí una emoción indescriptible al imaginármelas allí mismo, tan cerca de semejantes vistas privilegiadas al monumento y a la ciudad milenaria, con su puerto marítimo y la Sierra de Alhamilla.
Para llegar caminando o en coche hasta el Cerro de San Cristóbal hay que echarle, no nos engañemos, un buen par. No solo se encuentra cerca de un barrio conflictivo, sino también exageradamente descuidado. Los torreones de la antigua muralla se caen a pedazos y el estado general del lugar es lamentable. No nos engañemos: no estamos en Granada o Sevilla, esto es Almería, la hermana acomplejada de las capitales andaluzas (¿cuánto tiempo ha de pasar, oh querida Almería, para que al fin te des cuenta de lo que vales?). Sin embargo, os lo garantizo: cuando os encontréis allí arriba, a la altura de la colosal estatua del Sagrado Corazón de Jesús (una de las muchas que se levantaron en época franquista por toda la geografía española) y miréis al horizonte, comprenderéis que el sacrificio habrá merecido la pena.


Yacimiento arqueológico de Los Millares
Tan solo 28 km separan Almería del pequeño municipio de Santa Fe de Mondújar, a las afueras del cual se encuentra el yacimiento arqueológico de Los Millares, considerado con toda justicia desde que fuera descubierto en 1891 por el ingeniero belga Luís Siret como uno de los enclaves más importantes de la Edad del Cobre peninsular, no solo de nuestro país, sino de toda Europa.
Visitar este yacimiento era uno de mis sueños viajeros desde hacía mucho tiempo. Dada su enorme trascendencia arqueológica he creído oportuno escribir un post completo sobre Los Millares que podéis leer en el SIGUIENTE ENLACE. ¡Espero que lo disfrutéis!

Nuestra escapada almeriense tuvo un final extraño porque tuvimos que volver a casa antes de lo previsto. No obstante, aún tuvimos tiempo de pasar por Antas, pequeño municipio conocido por los aficionados a la arqueología por albergar otro de los yacimientos que más popularidad le han dado a esta provincia. Me estoy refiriendo al yacimiento de El Argar, descubierto también por los hermanos Siret y cuya importancia histórica se debe al hecho de ser aquel que dio nombre a la cultura argárica, perteneciente a la Edad del Bronce del Sureste peninsular y que sucedió precisamente a la de Los Millares después de la desaparición de ésta. Desgraciadamente, no pudimos visitar este yacimiento ya que aún no se ha puesto en valor, pero al menos tuvimos el consuelo de comer en un buen restaurante del pueblo, la Cervecería Frandy, ¡muy recomendable!
Alojamiento cantinelero
No siempre tiene uno la gran suerte de encontrar un alojamiento decorado con tanto gusto y elegancia. «Ojalá fuera ésta mi casa…», es lo que pensarás al entrar en el Nuevo y Moderno Apartamento de Raquel, una de las mejores anfitrionas con la que nos hemos topado, amable, servicial y cariñosa, dispuesta a hacer que tu estancia sea absolutamente perfecta. Situado en la Calle Granada, a un paso de la Puerta de Purchena y el Refugio de la Guerra Civil, a este apartamento no le falta ningún detalle, con dos dormitorios y dos baños, un amplio salón con cocina americana y la posibilidad de reservar una plaza de parking privada. Creedme, os resultará imposible abandonar la calidez de este precioso hogar.




Hasta aquí esta breve pero provechosa escapada a Almería, la tierra de mis antepasados.
¿Te ha gustado este post cantinelero? ¡Ayúdanos a compartirlo!
¡Hasta la próxima!

