C. Valenciana,  PUEBLOS BONICOS

Subiendo y bajando en Guadalest y Altea

Al pueblo de Guadalest (El Castell de Guadalest) hacía ya tiempo que le teníamos ganas. Aparece en la lista de la Asociación de los Pueblos más Bonitos de España, a la cual solemos hacer bastante caso. Ademas algunos lo conocen como el pueblo de los museos, y no es para menos ya que en un espacio considerablemente pequeño se concentran nada menos que ocho museos. Todos muy pintorescos, algunos sorprendentes, aunque uno en especial nos llevó al éxtasis contemplativo. Lo veremos más tarde.

En Altea habíamos estado ya en alguna ocasión anterior, pero nos faltaban buenas fotos para completar un buen artículo, de modo que a la vuelta de nuestra escapada decidimos parar y dar un paseo.

Ambos pueblos son dos de los más conocidos de la provincia de Alicante. Ya teníamos ganas de escribir un post sobre una de nuestras provincias vecinas.

¿Te vienes a subir y bajar cuestas en Guadalest y Altea? ¡ Pues vamos allá!

Durante casi dos años Inma y yo no habíamos podido tener la oportunidad de disfrutar de una escapada los dos solos. Después de planearla durante mucho tiempo sin éxito, casi por casualidad (alineación de los astros o vayan ustedes a saber…) de repente se presentó una oportunidad para escaparnos y pasar el día juntos, como hacíamos antes. En esta ocasión la peque no nos acompañará, se quedará con sus abuelos y muchos otros miembros de la familia, y nosotros, como dos novios recién casados, nos decidiremos a conocer un pueblo que teníamos entre ceja y ceja durante largo tiempo: El Castell de Guadalest, municipio de la provincia de Alicante declarado Conjunto Historico-Artístico desde 1974. Tengo que decir que, a pesar de ser una provincia vecina, conocemos mucho de Alicante por el momento, lo cual esperamos ir solventando con el paso del tiempo.

Precisamente una de nuestras escapadas como solteros había sido a Altea, localidad pintoresca y turística a partes iguales, allá por el año 2012. A la vuelta de Guadalest nos apeteció volver a detenernos en Altea (previa visita de la excepcional Catedral Ortodoxa, a las afueras del municipio), quizás para rememorar viejos tiempos y hacer las fotos que no me hizo falta hacer durante nuestra primera visita. Ah, qué tiempos aquellos en los que no tenía la necesidad de recopilar y preservar toda la información de nuestros viajes y nos abandonábamos al simple placer de viajar…

En cualquier caso, este fue nuestro itinerario de un día:

Después de dejar a Elia con los abuelos nos montamos en el coche, esta vez con Inma en el asiento del copiloto (¡ya la echaba de menos a mi lado!). Llegamos hasta Murcia y desde allí cogemos la Autopista AP7 que recorre la costa alicantina hasta la altura de Benidorm. Justo después de divisar las siluetas de sus rascacielos, una estampa de la que mejor hablamos otro día, cogemos la salida para posteriormente poner rumbo al interior. Atravesamos el precioso paisaje frondoso de la comarca de la Marina Baixa que echa por tierra el mito de la provincia de Alicante como sol y playa, hasta llegar al aparcamiento al aire libre del municipio de El Castell de Guadalest, situado justo a la entrada. Eran aproximadamente las 11.50h del mediodía.

El Castell de Guadalest, a vista de pájaro

Hay que reconocer que lo tienen muy bien montado, se nota que la administración municipal ha tenido que adaptarse al cada vez más alto volumen de turistas que lo visitan cada año, ya que su fama crece como la espuma. Por un módico precio de 2€ uno puede despreocuparse del coche y abandonarse al deleite de un pueblo que, dada su ubicación en lo alto de un peñasco, resulta inviable para los conductores. Otra solución inteligente fue la de ubicar la Oficina de Turismo dentro de los límites del aparcamiento, hecho que te permite conocer de antemano cuáles son los atractivos que no debes perderte. El chico que atiende dicha oficina es además especialmente servicial y divertido, un plus añadido.

También nos damos cuenta de otra cosa importante en ese momento: hemos venido en una de las épocas más idóneas para visitar Guadalest, finales de la primavera, cuando aún se puede encontrar un lugar para aparcar sin demasiadas dificultades y pasear por las cuatro calles contadas del municipio sin demasiados agobios. En verano eso debe parecerse mucho a una pequeña caldera hirviendo repleta de guiris tostaditos al sol…

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Esta es la primera estampa que uno se encuentra del pueblo de Guadalest al llegar al aparcamiento. La cosa promete…

Lo primero que hay que tener en cuenta de El Castell de Guadalest es que tiene dos zonas bien diferenciadas: el barrio del Castillo, situado en lo alto del peñón, y el barrio del Arrabal, a pie de calle, compuesto por algunas pocas calles que albergan tiendas de souvenirs, restaurantes y la mayoría de museos de Guadalest. Este último barrio es de creación posterior, cuando la población creció y se trasladó a vivir a las faldas de la montaña.

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Cruzando el barrio del Arrabal
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Cruzando el barrio del Arrabal

Siguiendo los consejos del amable recepcionista de la Oficina de Turismo, decidimos atravesar el barrio del Arrabal para dirigirnos directamente hacia la zona más alta, aquella que, pese al lavado de cara turístico que hoy padece, aún no ha perdido su característico trazado medieval. Allí visitaríamos todos los atractivos del barrio del Castillo para más tarde regresar a la parte baja. En ese momento aún no lo sabíamos, pero terminamos por subir al barrio del Castillo dos veces aquella mañana.

Ambos barrios están separados por una curiosa frontera, el Portal de San Josep, un pequeño túnel excavado en la montaña. La calle inmediatamente anterior por la que se llega al portal es la Calle La Peña, desde la cual se obtienen unas fotografías excepcionales del peñón sobre el que se levanta el campanario de la Alcozaiba, uno de los únicos restos visibles del ya desaparecido Castillo de la Alcozaiba. Y es que Guadalest es rabiosamente fotogénico: allá donde vayas, siempre encontrarás un rincón que justificará que dispares tu cámara de fotos.

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Campanario de la Alcozaiba desde el principio de la Calle La Peña
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Perfil del peñón de Guadalest
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Perfil del peñón de Guadalest

Para llegar al Portal de Sant Josep hay que subir unas cuantas escaleras, las primeras que subíamos aquel día. Nos adentramos en el túnel, confiando en que la magia continuaría al otro lado de la montaña…

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Maravillosa vista desde la escalera que sube al Portal de Sant Josep
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Al otro lado del Portal de Sant Josep

Barrio del Castillo

Lo primero que encontramos una vez al otro lado es la fachada de la Casa Orduña, cuyo acceso es necesario si se quiere visitar la parte alta de los castillos. Decidimos dejar esto para después, visitando en primer lugar los alrededores de la Plaza San Gregorio.  Justo al lado de Casa Orduña, encontramos la Iglesia parroquial de la Virgen de la Asunción, de 1740, un templo sin mayor interés a excepción del hecho de que la orientación del altar se encuentra desplazado hacia uno de los laterales.

Seguimos calle arriba y llegamos a la Plaza de San Gregorio, entorno a la cual se distribuyen pequeños negocios y algunos de los museos del municipio, como el Museo Etnológico o el Museo de Microminiaturas Manuel Ussá (del que luego hablaremos).

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La pintoresca Plaza de San Gregorio

Desde la antigua muralla pudimos disfrutar de unas vistas impresionantes hacia el embalse que lleva el mismo nombre que el del pueblo. Sin duda un espléndido mirador desde el que contemplar las aguas de color turquesa del Embalse de Guadalest y las escarpadas montañas de las sierras aledañas. 

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Antigua muralla muy cerca de la plaza de San Gregorio, hoy un espléndido mirador

La pobre Inma tuvo que esperar allí pacientemente a que unos chicos hindúes salieran del plano de la foto que yo pretendía realizar. Y… ¡ahora! ¡Quieta, quieta! ¡Por fin!

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El Embalse de Guadalest visto desde la muralla del pueblo

Seguimos el perímetro de la muralla hasta llegar a un segundo mirador, igual de espectacular que el anterior, desde donde se obtienen vistas del castillo de San José. Como más tarde veremos, habían dos fortalezas en Guadalest, el castillo de la Alcozaiba y el castillo de San José. Lamentablemente ambas fortalezas se encuentran seriamente deterioradas en la actualidad, prácticamente desaparecidas.

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El castillo de San José, desde el segundo mirador de la muralla

Volvemos sobre nuestros pasos en dirección a la plaza, deteniéndonos en el Ayuntamiento, en cuya zona inferior se conserva una mazmorra medieval excavada en la roca que pudimos ver a través de una puerta con barrotes.

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Mazmorra del siglo XII

Ahora sí, es momento de visitar la zona más alta del pueblo y para ello debemos regresar a la fachada de la Casa Orduña, justo enfrente del Portal de Sant Josep. Solo accediendo a esta antigua residencia de la estirpe de los Orduña podremos posteriormente visitar las ruinas del castillo de San José. Pagamos la entrada (4€ por adulto, con acceso al castillo de San José) y visitamos las diversas dependencias de la casa cuya decoración refleja los gustos estéticos de la burguesía del siglo XIX.

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Sala noble de Casa Orduña

En realidad los Orduña es una de las familias más importantes de la historia de El Castell de Guadalest. Habían llegado al pueblo como gente de confianza de otra familia, los Cardona, almirantes de Aragón y más tarde marqueses de Guadalest. Al gozar de una confianza absoluta por parte de los marqueses, los Orduña actuaron como alcaides de la fortaleza y gobernadores del marquesado.

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Sala noble de Casa Orduña

Esta casa fue construida en 1644, justo después de un gran terremoto que arrasó la comarca y destruyó las dependencias del castillo. Se construyó sobre un solar irregular: por el este se apoya sobre las rocas, por el oeste llega a ocupar algunos espacios que pertenecen a la vecina Iglesia de la Asunción. Visitar sus cuatro niveles no es tarea fácil, más bien resulta una experiencia algo laberíntica.

Sin duda la dependencia que más nos gustó fue la biblioteca, poseedora de más de 1200 ejemplares propiedad de la familia.

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Biblioteca de Casa Orduña

Desde Casa orduña se accede a través de unas escaleras metálicas a la parte más alta del municipio, la zona donde se hallaban las dos fortalezas que existían en Guadalest, de los cuales solo sobreviven unas pocas dependencias y ruinas.

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Subiendo a la zona alta de Guadalest

En realidad ambos castillos, el de la Alcozaiba y el de San José, fueron construidos durante la ocupación musulmana en el siglo XI y posteriormente reconquistados por los cristianos. También ambos fueron víctimas del terremoto de 1644 que asoló la comarca y de la Guerra de Sucesión del siglo XVIII. Del primero solo se conserva una torre visiblemente reconstruida y el campanario exento, que ni por asomo conserva la estructura original pero que se ha convertido en el auténtico símbolo del pueblo. Vamos, una de esas rarezas del estilo de la Torre inclinada de Pisa que pasa a formar parte del imaginario colectivo, en parte gracias a la belleza de su peculiar y vertiginoso emplazamiento, construido sobre la piedra asomándose al barranco.

Al llegar a arriba, gozamos de un nuevo mirador, nuevamente espectacular, desde donde uno puede admirar el campanario de la Alcozaiba en todo su esplendor.

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Mirador al castillo de la Alcozaiba
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Mirador al castillo de la Alcozaiba
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Restos del castillo de la Alcozaiba

Seguimos ascendiendo y nuevas panorámicas nos obligan a detenernos a realizar nuevas fotografías. ¿Es que esto no acabará nunca?

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Panorámica en la que podemos ver la Iglesia de la Asunción y Casa Orduña

Llegamos por fin al punto más alto, el castillo de San José, construido también en el siglo XI por los musulmanes, reconquistado por Jaime I y finalmente fortificado durante el reinado de Pedro IV, y de cuya antigua estructura únicamente sobreviven algunos tramos de muralla, la cisterna y la torre del Homenaje. Nos dirigimos primeramente al cementerio, adyacente al castillo, y al mirador que lo acompaña, probablemente el más espectacular de El Castell de Guadalest, pues desde allí puedes contemplar, no solo el campanario de la Alcozaiba, sino también la montaña sobre la que descansa el municipio en toda su majestuosidad. Incluso uno puede divisar el Portal de Sant Josep y toda la zona verde que lo rodea.

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Cementerio de Guadalest
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Fabulosa panorámica desde el mirador cercano al cementerio
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Fabulosa panorámica desde el mirador cercano al cementerio

Acto seguido visitamos lo que queda de la torre del Homenaje del castillo, desde donde por supuesto hacemos nuevas instantáneas.

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En la torre del Homenaje

Es hora de desandar lo andado, bajando por un nuevo camino que desemboca de nuevo en la Plaza de San Gregorio. No os preocupéis, Guadalest es un pueblo pequeño y el itinerario turístico, muy claro y sencillo.

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Comenzamos a bajar…

Barrio del Arrabal

Seguimos descendiendo y terminamos cruzando de nuevo el Portal de Sant Josep para dirigirnos de nuevo al barrio del Arrabal, en esta ocasión siguiendo un camino distinto, el de la Calle La Virgen.

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Panorámica desde la Calle La Virgen

Ya es hora de comer así que nos detenemos en el primer restaurante que vemos en la zona baja del pueblo, el Restaurant L’Hort, donde comemos sendos platos combinados para reponer fuerzas. Desde allí, como no podía ser de otra manera, las vistas son formidables.

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Vistas desde el restaurante

Una vez satisfechos nuestros estómagos, nos disponemos a conocer el barrio del Arrabal, allí donde se trasladó a vivir la mayor parte de la población. Está compuesto de unas pocas calles blancas repletas de tiendas artesanales y de souvenirs, por lo que solo tardamos unos pocos minutos en recorrerlo.

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Barrio del Arrabal de Guadalest

Los extraordinarios museos del microescultor Manuel Ussá

En la parte baja de Guadalest también hay algunos museos que, como aquellos de la parte alta, son tremendamente curiosos. Decidimos visitar uno de ellos antes de marcharnos, del cual habíamos leído que merece bastante la pena entrar. Lo que no esperábamos es que este lugar iba a resultar el verdadero hallazgo de esta escapada. Se trata del Museo Microgigante, un nombre algo intrigante que nos terminó de convencer a entrar…

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Entrada del Museo Microgigante

Vamos a hablaros de algo verdaderamente insólito, sorprendente, imposible. El Museo Mircogigante está hermanado con el Museo de Microminiaturas que se encuentra en el barrio del Castillo, ambos fueron creados por el mismo artista, Manuel Ussá. Un verdadero artista, con todas las de la ley, aunque él mismo no esté demasiado de acuerdo con dicha definición. Cuando uno pasa por delante de la fachada del Museo Microgigante, tiene la sensación de estar frente a una atracción cirquense, una suerte de lugar estrambótico, extravagante, de mal gusto, incluso friki. Nada más lejos de la realidad. 

La persona encargada de custodiar este templo del arte outsider es una mujer que es, ella misma, toda una artista. Creo que no podríamos definirla mejor. Incluso daliniana, si me permitís. Una persona con una pasión desbordante por explicar el método de trabajo y la obra de Ussá. Nunca habíamos conocido a alguien así. Desde aquí, queremos darle infinitamente las gracias, pues nos contagió la magia del microuniverso de Ussá desde que entramos por la puerta.

Pues resulta que nuestra primera idea era echar un vistazo rápido a este museo, así que, desoyendo los consejos de la mujer animándonos a comprar la entrada conjunta que también daba acceso al Museo de Microminiaturas, decidimos comprar la entrada única al Museo Microgigante (entrada única 4€ por adulto; entrada conjunta dos museos 6€ por adulto). Cuando pasamos al otro lado de la cortina, nos encontramos con un espacio desconcertante.

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Primera planta del Museo Microgigante

En medio de la sala, una escultura de un corazón gigante del que nacen estrambóticos y surrealistas personajes cuyas extremidades se convierten en ramas de árbol. Rodeándolo por tres lados, hay dispuestas filas de vitrinas que contienen en su parte superior nuevas esculturas y en su parte inferior, sistemas de lupas. ¿Resulta o no resulta desconcertante? Pues resulta que aquí reside la explicación del porqué del nombre del museo: por un lado, las esculturas representan elementos naturales aumentados a una escala gigante, y por otro, las lupas apuntan a microesculturas, objetos y personajes reproducidos con las propias manos del artista a una escala microscópica, imperceptibles al ojo humano a menos que te asomes a las lupas. ¡Asombroso!

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La Basílica de San Basilio de Moscú esculpida en el interior de una pequeñísima concha, vista a través de la lupa.

Pero cuidado. Las microesculturas no son precisamente banales, sino fruto del ingenio de un hombre cuya principal inspiración es la Madre Naturaleza. Como lo fue para Gaudí. Como lo es para tantos otros artistas de este calibre, artistas auténticos que como Ussá huyen de la popularidad  y la publicidad como de la peste. Artistas denominados outsiders porque se salen de los límites del sistema oficial del arte, como Justo Gallego, Judith Scott o Dan Miller, porque son inclasificables y no encajan dentro de ningún estilo artístico, porque su único afán no es otro que expresar lo que llevan dentro. Una necesidad pura y honesta por mostrar su trabajo y regalárselo al mundo.

Así, en el Museo Microgigante podemos encontrar obras tan elaboradas y delicadas como las de cualquier nombre importante del mundo del arte. No son frikadas, son auténticas obras de arte. Así, podemos encontrar obras tan curiosas como una hormiga tocando el violín, un autorretrato del propio Ussá tallado en un grano de arena sobre la cabeza de un alfiler o el cuadro de El entierro del Conde de Orgaz de El Greco pintado en un grano de arroz.

 

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El Entierro del Conde de Orgaz pintado en un grano de arroz

Y lo más sorprendente estaba aún por llegar, ya que hay un segundo piso. Para llegar hasta él, Ussá proyectó que el público tuviera que subir las escaleras… ¡en el interior de una caracola gigante!

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Escaleras dentro de una caracola, obra de Manuel Ussá

Al salir de la caracola y llegar al piso de arriba… ¡chas! Otra sorpresa: de repente nos topamos ante otra maravillosa escultura, un caballo de cuya parte superior nace un abundante y basto ramaje que se despliega por el techo. Esta extraordinaria obra parece ser una prolongación de la que habíamos visto abajo.

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Segundo piso

A la manera de Gaudí, Ussá colocó un espejo en la base de la estructura, de tal modo que los visitantes pueden apreciar todos los detalles desde una posición inferior.

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Obra de Ussá reflejada en el espejo

Maravillados por este museo, decidimos cambiar de planes y solicitarle a la mujer que nos cambiara nuestras entradas por otras que incluyeran el acceso al otro museo de Ussá, el Museo de Microminiaturas. Este se encuentra, como hemos comentado, en el barrio del Castillo, lo cual implicaba tener que volver a subir hasta allí, pero no nos importó porque queríamos seguir disfrutando de lo imposible. En un visto y no visto ya estábamos de nuevo arriba y entramos a este segundo museo, en realidad el primero que se abrió al público.

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Museo de Microminiaturas

En este espacio pudimos contemplar nuevas micro-obras, como La  maja desnuda pintada en el ala de una mosca, un belén tallado en la cabeza de una cerilla y lo más extremo… una rosa pintada en la sección de un cabello, ¡de un cabello! También pudimos aprender algo más del insólito método de trabajo de Ussá. Este hombre trabaja a una escala microscópica con sus propias manos y, lo que es todavía más sorprendente, ejecuta sus movimientos de microescultor conteniendo cada cierto tiempo la respiración, entre latido y latido de su corazón. ¿Os imagináis el control que una persona debe tener de su propia mente y de su propio cuerpo para trabajar así? Por lo que pudimos saber, Ussá tiene en la actualidad unos 86 años pero, lejos de retirarse, tiene en mente un nuevo proyecto: inaugurar otro museo en Guadalest.

En resumen, esto hay que verlo para creerlo. Ojalá esta referencia en nuestro modesto blog ayude a difundir la labor de este artista sin parangón y a darle el prestigio que merece.

Ahora sí, regresamos al coche para poner rumbo al siguiente destino del día.

Altea, blanca y azul

Apenas media hora de coche separa Guadalest de Altea. Nosotros ya conocíamos este pueblo de la Costa Blanca de una escapada anterior, sin embargo decidimos volver a visitarlo antes de regresar a casa. Eso sí, antes de dirigirnos al centro, queríamos visitar un monumento hasta entonces desconocido por nosotros que se encuentra a las afueras, cerca de la urbanización Altea Hills, uno de los muchos horteras residenciales que separan Altea de otro municipio, Calpe.

Iglesia ortodoxa rusa de Altea

La Iglesia Ortodoxa del Arcángel Miguel fue el primer templo ortodoxo ruso construido sobre suelo español. Fue levantado en 2007 y financiado por un promotor ruso, quien hizo traer expresamente materiales desde la región de los Urales y contrató a especialistas rusos en el trabajo de la madera.

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Iglesia Ortodoxa rusa de Altea

Nos costó un poco encontrar el templo, pues nuestro GPS estaba empeñado en llevarnos por un camino distinto. Al contemplar su silueta repentinamente desde el coche, nos sorprendió lo bonito que es.

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Cúpulas doradas de la iglesia

La zona que alberga el monumento, situado en medio de una amplia explanada, está muy limpia y muy bien cuidada. El acceso es gratuito. Su estética es la de una típica iglesia ortodoxa rusa del siglo XVII como las que hay en Moscú. Un edificio sumamente elegante y armónico.

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Cúpula principal

De planta de cruz griega, su interior también es muy bonito. Por unos momentos nos recordó al templo ortodoxo de Niza, durante nuestra visita de la ciudad francesa en 2016.

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Altar dorado elaborado en Valencia con grabados procedentes de Rusia
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Altar dorado elaborado en Valencia con grabados procedentes de Rusia

Casco histórico

Volvimos al coche y en pocos minutos ya estábamos aparcando en Altea ciudad, concretamente en la Avenida del Rey Jaime I. Desde allí subimos por la Costera del Mestre de la Música, una vistosa y estrecha escalinata entre blancas casas encaladas, el mejor aperitivo para conocer el casco histórico de Altea. Esta calle lleva hasta la Plaça de l’Aigua, donde hay restos de un aljibe medieval bastante mal cuidados.

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Escalinata de la Costera del Mestre de la Música
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Escalinata de la Costera del Mestre de la Música

Desde allí, el recorrido más lógico es seguir subiendo en busca de la Plaza de la Iglesia,  centro neurálgico de la ciudad, aunque eso sí, recomendamos hacer todo lo posible para perderse por las calles de Altea, porque Altea es para perderse.

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Calles de Altea
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Calles de Altea

Altea es hogar de artistas y artesanos. No es de extrañar por tanto que a nuestro paso encontremos una gran cantidad de galerías de arte y pequeñas tiendas de artesanía. La luz de Altea resalta del blanco de las calles y el azul del mar, del que podemos disfrutar en numerosos miradores presentes en distintos puntos.

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El Peñón de Ifach, en Calpe, visto desde un mirador en Altea
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Calle de Altea

Para ser sinceros, Altea nos pareció bastante más bonita y especial durante nuestra primera visita, allá por 2012. Lo cierto es que las sensaciones que tuvimos durante esta segunda vez fueron algo decepcionantes. Y es que no somos precisamente unos grandes amantes de los entornos donde abunda el turisteo playero y esos feos bloques de pisos, resultado de los excesos de la expansión urbanística en la Costa Blanca, que han destrozado la estética del bonito pueblo marinero que era antaño.

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Vista desde un mirador cercano a la Plaza de la Iglesia

Independientemente de nuestra visión puramente subjetiva, lo que está claro es que Altea todavía posee rincones muy pintorescos y fotogénicos, sobretodo a medida que vas acercándote a la siempre animada Plaza de la Iglesia, presidida por la esbelta Iglesia de la Virgen del Consuelo, el monumento más importante y visible de la ciudad.

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Acercándonos a la plaza principal de Altea
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Plaza de la Iglesia de Altea

Levantada en el mismo lugar donde allá por el siglo XVII se encontraba otro templo anterior considerablemente más pequeño, la actual iglesia se construyó a finales del siglo XIX en estilo neobarroco. Lamentablemente en ninguna de las dos ocasiones en las que hemos visitado Altea hemos tenido la oportunidad de contemplar el interior del templo.

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Iglesia de la Virgen del Consuelo de Altea

Sin duda los elementos más característicos del templo (y quizás de toda Altea) son sus dos cúpula azules, el punto más alto de todo el casco histórico y conocidas popularmente como «la cúpula del Mediterráneo».

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Las dos cúpulas azules de la iglesia de Altea

Las calles aledañas al templo son las más bonitas de todo el pueblo, sin duda alguna. Pasear por allí, a pesar de la indecente cantidad de turistas, hacen que la visita a Altea ya merezca la pena.

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Calles de Altea
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La iglesia de Altea vista desde una calle aledaña
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Altea la blanca

Decidimos recorrer la Calle Mayor de regreso a la parte baja de la ciudad para dar una última vuelta por el Paseo Marítimo, comprando un helado antes de regresar al coche y poner fin a nuestra preciosa escapada.

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Calle Mayor de Altea
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Playa de Altea
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Playa de Altea
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Playa de Altea

Llevamos todo el día subiendo y bajando, subiendo y bajando, ¡menudo tute! A todos y a todas, os emplazamos a una nueva escapada.

¡Gracias por seguirnos! ¡Hasta la próxima!

3 comentarios

  • Silvia

    Pregunta de Guadalest. Estupendo post y muy detallado. Quería haceros una pregunta. Para llegar a la plaza de Ssn Gregorio, hay que subir muchas escaleras? Y para subir al castillo?. Voy con una persona con problemas pulmonares y no se si es mucho esfuerzo. Voy hoy a ver Guadalest por lo que agradecería vuestra respuesta

    • Rafael Ibáñez

      Hola Silvia, siento no haber podido contestar antes. Imagino que ya no te sirve de nada mi respuesta pero por si acaso te diré que la subida es bastante acusada y que dependerá de la capacidad pulmonar de esa persona. Probablemente si va descansando cada cierto tiempo no tendrá problemas. Un abrazo y gracias por tu comentario!

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