Cantabria,  PARAÍSOS RURALES

Los caprichos de Cantabria

Lugares de fantasía de la "Tierruca"

De igual modo que Antoni Gaudí diseñó en la ciudad de Comillas un capricho de edificio para Máximo Díaz de Quijano, un indiano que había hecho fortuna en América, la Madre Naturaleza hizo lo propio cuando creó Cantabria para todos nosotros, amantes de la belleza en su estado más salvaje. Cantabria atesora numerosas maravillas naturales que la imaginación de un ser humano difícilmente podría igualar. Sin embargo, los hombres y mujeres de todas las épocas, siempre ambiciosos, nunca han cesado en su empeño de intentarlo.

Acantilados de Suances

A lo largo de mis diversos viajes a lo largo y ancho de la Tierruca he podido conocer algunos de sus muchos caprichos naturales y humanos. En el artículo de hoy me propongo la tarea de hablaros de algunos de estos lugares de fantasía que esconde la infinita Cantabria.

Santillana del Mar

En mi particular lista figuran cuevas de incalculable valor geológico, lugares sagrados, templos románicos, paisajes que han inspirado las más bellas historias y pueblos que se han mantenido congelados en el tiempo, conservando toda la esencia de antaño. Poneos cómodos y cómodas porque os voy a mostrar aquellos lugares que no os podéis perder de una tierra legendaria que embruja a todo aquel que la pisa. ¿Queréis conocer cuáles son los caprichos de Cantabria? ¡Empezamos!

La puesta de sol de Suances

Suances es una de las localidades costeras más animadas de Cantabria, sobre todo durante la temporada de verano. Sus excelentes playas, siempre atestadas de surfistas, se extienden a lo largo de lo que fue el antiguo Portus Blendium romano. Entre dos de esas playas, la de los Locos y la de la Concha, junto a la desembocadura de la ría de San Martín de la Arena, se extiende la Punta del Torco, un lugar donde parece terminar el mundo. Su faro, erigido a mediados del siglo XIX, no consigue gobernar en un reino de caprichosas formas rocosas y vertiginosos acantilados, pues los humanos, que hoy pasean a sus anchas, se lo han robado.

Punta del Torco

Fue precisamente aquí donde viví uno de los atardeceres más bonitos e intensos de mi vida. Algo que surgió inesperadamente, un consejo de última hora. Recuerdo que aquellos precipicios me transportaron a Escocia, solo que con una diferencia considerable: que su brillo anaranjado se debía al cálido sol español. Recuerdo a varias familias arremolinándose entorno a ellos aguardando a que el sol se sumergiera en el mar. Recuerdo pensar que era un lugar propicio para los enamorados. Así es el atardecer mágico de Suances.

Acantilados de Suances

La colegiata de Santillana del Mar

Se dice de ella que es la «villa de las tres mentiras», pues ni es santa, ni es llana, ni tiene mar. También es uno de los pueblos cuya belleza resulta incuestionable para prácticamente todo el mundo, y aunque mi primera impresión consideraba sobrevalorado el criterio de la mayoría, debo decir que en una segunda estancia me reconcilié con Santillana del Mar. Las expectativas, que a veces juegan una mala pasada.

Santillana del Mar

Me vais a permitir la licencia de citar uno solo de los edificios históricos de una villa que ya es puro mito, la Colegiata de Santa Juliana, razón principal por la que ha sido y es todavía a día de hoy parada obligatoria para los peregrinos que se dirigen a Santiago de Compostela. El germen de tan elegante construcción se remonta a una comunidad de monjes que en el siglo IX llegó hasta este lugar portando las reliquias de Santa Juliana, contribuyendo así a la entonces tan necesaria repoblación del territorio.

La comunidad se estableció primero en torno a una pequeña ermita que con el tiempo, gracias al apoyo de los condes y luego de los reyes de Castilla, fue ampliándose hasta llegar a convertirse en una de las principales abadías de la región.

Colegiata de Santa Juliana

El edificio se transformó en colegiata al cambiar la regla monástica benedictina por la de los canónigos de San Agustín. A pesar de que distintas adiciones posteriores han modificado su aspecto ligeramente, la estructura principal sigue conservando los elementos originales románicos, como su precioso claustro compuesto de 43 capiteles esculpidos con variopintos motivos vegetales, geométricos, zoomorfos y bíblicos. Una auténtica joya artística como pocas en España.

Claustro de la Colegiata de Santa Juliana

La (neo)cueva de Altamira

En una colina a tan solo 2 km de Santillana del Mar, se halla uno de los tesoros más importantes de la arqueología mundial, la Cueva de Altamira, apodada «la Capilla Sixtina del arte rupestre paleolítico». Inscrita en el arte rupestre paleolítico del norte de España, razón por la que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, esta cavidad fue ocupada y decorada con diversos ciclos de pinturas rupestres en diversos momentos históricos hace entre 35.000 y 14.000 años (¡a lo largo de 20.000 años!), lo cual parece indicar que se trataba de un santuario de gran importancia para las comunidades del pasado.

Neo-cueva de Altamira (Fuente de la imagen: página oficial del Museo de Altamira)

La cueva de Altamira tiene 296 metros de profundidad, abarca una serie de pasillos y termina en una larga y estrecha sección conocida como Cola de Caballo. En la Gran Sala se distribuyen una veintena de animales pintados, entre ellos 18 bisontes, un caballo y una cierva que mide dos metros y medio de largo, la figura más grande de todo el conjunto. Todas las imágenes son polícromas, fueron realizadas en ocre, manganeso y carbón. Lo más increíble es que las personas que las crearon aprovecharon algunas de las protuberancias que había en el techo para dar volumen a los animales.

La gran cierva de Altamira (Fuente de la imagen: página oficial del Museo de Altamira)

Por desgracia la auténtica Cueva de Altamira no está abierta al público, a excepción de muy pocas ocasiones al año y con grupos muy selectos (se cerró cuando comprobaron que la gran afluencia de turistas dañaba seriamente las pinturas). Debido a esto, en 2001 se construyó un museo que incluye una réplica con un esquema pictórico del mismo tamaño y aspecto a los de la cueva original, lo que se conoce como Altamira II o Neo-cueva de Altamira, cuya didáctica visita os recomiendo encarecidamente.

EL HALLAZGO DE UNA CUEVA SIN PARANGÓN

Descubierta por primera vez por un cazador en 1868, Altamira fue visitada en 1876 por un terrateniente local, Marcelino Sanz de Sautuola, quien descubrió algunos signos pintados en negro en una pared sin darles la mayor importancia. Tres años después, en 1879 volvió a realizar algunas excavaciones y, mientras cavaba en el suelo buscando herramientas prehistóricas, su hija María de 8 años se adentró en la gruta.

De repente, la niña avistó un grupo de bisontes multicolores en el techo. Su padre, incrédulo en un principio, reparó en que las figuras parecían estar realizadas con una pasta grasienta y advirtió cierta similitud en estilo con las pequeñas representaciones de arte mobiliar del Paleolítico que había visto en la Exposición de París, deduciendo entonces que el arte parietal que había descubierto debía de tener la misma antigüedad.

Sin embargo, sus intentos por presentar su descubrimiento en el ambiente académico de la época se encontraron con un clamoroso rechazo y acusaciones de fraude (¡el estado de las pinturas era tan formidable que todo el mundo pensaba que las había pintado el propio Marcelino!). Solo el tiempo llegó a darle la razón, muchos años después de su muerte.

Representación de bisonte en la neo-cueva de Altamira

El Capricho de Comillas

El famoso Capricho proyectado por el genial arquitecto catalán Antoni Gaudí no es el único edificio de fantasía que hay en la ciudad de Comillas. En ella conviven las casas tradicionales, los palacios solariegos y las construcciones modernistas de finales del siglo XIX creadas gracias al impulso de los indianos que hicieron fortuna al otro lado del Atlántico.

Uno de esos indianos fue Antonio López y López, quien tuvo una vida digna de una película de Hollywood. Nació más pobre que las ratas y terminó convirtiéndose en uno de los personajes españoles más influyentes del siglo XIX gracias a sus importantes éxitos empresariales durante su aventura en Cuba. Su poder adquisitivo llegó a ser tal que llegó incluso a prestarle dinero al mismísimo Rey de España para combatir las revueltas en África y Cuba. Para devolverle el favor, éste le concedió el título de Primer Marqués de Comillas y Grande de España.

Los otros «caprichos» de Comillas

Al marqués se debe la activa labor de mecenazgo que reunió en Comillas a los más afamados artistas catalanes de su tiempo (Antoni Gaudí, Lluís Domènech i Montaner, Joan Martorell, Josep Llimona, Agapito Vallmitjana y Llorens Masdeu, entre otros), quienes trajeron consigo las enseñanzas modernistas e historicistas para construir edificios monumentales que embellecerían aún más la ciudad.

De todos ellos hay que destacar el Palacio de Sobrellano, concebido como la residencia veraniega del marqués, y la Capilla-Panteón construida justo a su lado, la cual alberga los monumentos funerarios de varios miembros de su familia. No debéis olvidar tampoco la Universidad Pontificia, que llegaría a convertirse en una de las más prestigiosas del país, y el Cementerio de Comillas, proyectado sobre los restos de una antigua iglesia del siglo XVI con unas fantásticas vistas al mar. Son de visita obligada los cuatro recintos.

Palacio de Sobrellano

Pero si hay una construcción en Comillas que merece el apelativo de «capricho» más que ninguna otra, esa es la conocida como Villa Quijano. Un joven Gaudí la diseñó para el abogado que llevaba los asuntos legales del marqués, un tal Máximo Díaz de Quijano. El artista catalán proyectó una residencia que combina el ladrillo, los azulejos, la teja y el hierro forjado en un arriesgado ejercicio formal que daría una vuelta de tuerca a los ya de por sí intrincados principios del Modernismo.

El Capricho de Gaudí

El Capricho de Comillas es uno de los únicos tres edificios que Gaudí concibió fuera de Cataluña (los otros dos son la Casa Botines de León y el Palacio Episcopal de Astorga). Tenía apenas 31 años cuando se terminó en 1885, y aunque nunca viajó a la ciudad durante su construcción, se convirtió en una de las primeras obras en llevar impreso ese sello personal por el que pasaría a ser reconocido internacionalmente.

Una curiosidad. Lo de «capricho» le viene por ser una referencia a la afición de su propietario, la música, por analogía con la pieza musical de idéntico nombre, una composición escrita habitualmente de forma libre y con un carácter vivaz, y que además suele romper con los esquemas académicos establecidos. Las alusiones musicales aparecen en multitud de rincones del palacio, en la decoración exterior e interior, y más concretamente en los contrapesos de las ventanas de guillotina, tubos metálicos que al subir o bajar emiten agradables sonidos musicales.

Una auténtica pena que Máximo Díaz de Quijano, fallecido a los 44 años de edad, solo pudiera disfrutar del edificio terminado durante unos pocos meses.

El acantilado de El Bolao

Durante uno de mis viajes por la Tierruca, alguien me rebeló que cerca de Cóbreces y Toñanes se encontraba uno de esos secretos que los cántabros guardan celosamente, el Acantilado de El Bolao, el lugar idóneo para sentir toda la fuerza de la que hace gala la Madre Naturaleza en la Costa Cantábrica.

Acantilado de El Bolao

A los pies de este gigante de piedra que llega a alcanzar los 70 metros de altura en algunos puntos, la acción persistente de las olas rompientes ha creado una suerte de relieve abrupto de aspecto más bien siniestro. No perdáis la oportunidad de recorrer pacientemente el perfil de la verde y plana llanura a la par que os asomáis cada pocos metros al vertiginoso abismo. A medida que os acerquéis a las ruinas de los antiguos molinos, así como a la cascada que se ha formado junto a ellos, os iréis sintiendo cada vez más insignificantes y también cada vez más afortunados de poder vivir algo así.

Acantilado de El Bolao

El olivo y el tejo de Santa María de Lebeña

Para llegar hasta la iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña, en el mítico Valle de Liébana, hay que adentrarse en el Desfiladero de La Hermida, que con sus más de 20 kilómetros de extensión es el más largo de toda la Península Ibérica. El sendero que corre paralelo al que el río Deva ha trazado en el interior de esta garganta de piedra es una de las carreteras montañosas más hermosas que puedo recordar.

El emplazamiento de esta pequeña ermita era ya un importante lugar de culto para comunidades muy antiguas. Esta es quizás una de las razones por las que el armónico templo está rodeado de leyendas. Se dice que allá por el año 925, el conde de Liébana, llamado Alfonso, y su ejército pretendieron llevarse por la fuerza las reliquias de Santo Toribio del Monasterio de San Martín (futuro Monasterio de Santo Toribio) para trasladarlas a una nueva iglesia. Al parecer ocurrió que, al abrir la cripta, todos quedaron completamente ciegos y, tiempo más tarde, una vez recuperada la vista, desistieron de su empeño mostrándose muy arrepentidos. Así fue como el conde mandó construir igualmente esta iglesia, pero ya no para albergar las reliquias, sino para donarla al monasterio.

Santa María de Lebeña

La leyenda más bonita, no obstante, tiene como protagonistas a los dos árboles milenarios ubicados a la entrada del templo, un olivo y un tejo. Se cuenta que, antes incluso de la fundación de la iglesia, el tejo, árbol sagrado para los cántabros, ya estaba allí. La mujer del conde antes citado, Justa de nombre, era de origen sevillano y se sentía sola y alejada del sol de su tierra. Como muestra de amor, el conde hizo plantar en su honor un olivo, árbol típico del sur, junto al tejo. Durante cientos de años ambos árboles permanecieron juntos, como símbolo del amor entre Alfonso y Justa, un enraizamiento entre la religión pagana y la cristiana.

En 2007 el tejo fue alcanzado por un rayo y cayó. Entonces se recogieron algunos esquejes del árbol y fueron tratados para que volviesen a arraigar. Tras diez años de cuidados, en 2017 volvió a plantarse el tejo en el mismo lugar, junto a su olivo.

El olivo de Santa María de Lebeña

Dejando atrás las leyendas, el valor histórico-artístico de Santa María de Lebeña es incalculable. Estamos frente a uno de los templos prerrománicos más importantes del Norte de España y uno de los pocos ejemplos que existen de arte mozárabe en Cantabria. Sobran más explicaciones.

¿SABÍAS QUE…?

Una anécdota tiene como protagonista a la pequeña imagen que se encuentra en el retablo del templo, la Virgen de la Buena Leche, del siglo XV. Resulta que fue robada en 1993, lo que provocó un auténtico disgusto en el pueblo. Tras años de búsqueda infructuosa, se decidió realizar una réplica ya que los desolados habitantes de Lebeña habían perdido todas las esperanzas por recuperarla. No obstante, ocho años después reapareció la talla original en un chalet de un pueblo de Alicante y con ella, la consecuente alegría de los parroquianos.

El Lignum Crucis de Santo Toribio de Liébana

A pocos kilómetros de Lebeña encontraréis otro importante lugar sagrado. Según el rito católico, existen únicamente cinco emplazamientos en el mundo considerados Lugares Santos de la Cristiandad y que además disfrutan del año jubilar in perpetuum. Éstos corresponden a las ciudades de Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela, Caravaca de la Cruz y, por último, al Monasterio de Santo Toribio de Liébana, protagonista del denominado Camino Lebaniego, un ramal del Camino de Santiago. La razón es bien sencilla: en su interior se conserva el que la tradición dice que es el Lignum Crucis más grande de la Cruz de Cristo que existe en el planeta.

Santo Toribio de Liébana

Este cenobio tiene su origen en otro anterior fundado en el siglo VI y dedicado a San Martín. Dos siglos más tarde, en un contexto de repoblación cristiana, recibiría los restos del cuerpo de Santo Toribio, un santo de Astorga, junto con las reliquias que él mismo presumiblemente había traído desde Tierra Santa, entre ellas el famoso Lignum Crucis.

Capilla del Lignum Crucis

Desde entonces el lugar se convirtió en un lugar de peregrinación y centro espiritual de primer orden, pero también en centro cultural, que en aquella época venía a ser lo mismo. En este sentido, otro personaje emblemático ligado al monasterio fue el Beato de Liébana, quien en el siglo VIII escribió e ilustró libros que constituyen uno de los tesoros documentales más importantes de la Edad Media.

Cabe destacar que el edificio que vemos en la actualidad es el resultado de importantes reformas que desvirtuaron de forma significativa el aspecto de la construcción gótica del siglo XIII, aquella que había ampliado el recinto altomedieval.

El teleférico de Fuente Dé

El variado relieve de rocas calizas con agujas, circos, collados y lapiaces de los Picos de Europa, que en su zona cántabra alcanzan una superficie de unas 15.000 hectáreas, da lugar a una geomorfología realmente espectacular. En un valle abierto por un circo glaciar se encuentra la pequeña localidad de Fuente Dé, donde encontraréis una de las más célebres atracciones de la Tierruca, el teleférico que asciende a la base calcárea de los Picos a una cumbre de casi 1850 metros de altitud. Imaginad la sensación de estar literalmente suspendidos de un cable y de casi poder tocar las nubes con los dedos.

Teleférico de Fuente Dé

Recuerdo mi primera vez allí arriba. Fui testigo de un fenómeno climatológico bastante frecuente, cuando la niebla se torna tan espesa que dificulta la visión hasta el punto de hacer desaparecer cualquier referencia espacial. A los pocos minutos y como por arte de magia, aquel manto blanco empezó a disiparse, dejando al descubierto las maravillas del macizo central de los Picos. Entonces caminé durante casi una hora por uno de los muchos senderos que este lugar ofrece.

Picos de Europa

La Madre Naturaleza me había concedido una breve tregua para mostrarme toda su grandeza pero pronto volvió a teñirse todo de blanco, sintiendo que volvía a transportarme a una dimensión desconcertante a la par que inquietante. Con niebla o sin ella, tenéis que vivirlo.

La Torre del Infantado de Potes

Potes, capital de la comarca de Liébana y cuyo nombre procede de la palabra pontes (literamente, puentes), es encrucijada de ríos (Quiviesa y Deva) y también de valles (Valdebaró, Valdeprado, Cereceda y Cillorigo), además de base de operaciones de excursionistas que vienen a explorar toda la zona.

De todos los pueblos que he visitado en Cantabria, Potes es, para mí, aquel que tiene el paseo más delicioso. Porque se disfruta a cada paso de la característica arquitectura lebaniega fabricada a base de piedra, madera y tejas, de sus icónicos puentes medievales y del rumor del agua como banda sonora de fondo. Y, cómo no, de sus monumentos históricos.

El Puente Nuevo de Potes

De entre todos ellos, destaca sobremanera la imponente Torre del Infantado en pleno corazón de la villa, una fortaleza de planta cuadrada levantada en el siglo XIV. A lo largo de los siglos ha pasado por varias manos: la familia de Los Lama, el Señor de Liébana (hermano del rey Enrique II), el Marqués de Santillana, la casa ducal del Infantado y los Duques de Osuna. Ahí es nada.

La Torre del Infantado de Potes

Este regio inmueble medieval ha vivido, además, múltiples vicisitudes. Sirvió de posición defensiva a los guerrilleros lebaniegos frente a los ataques franceses durante la Guerra de la Independencia (se cree que éstos entraron en la villa…¡hasta dieciséis veces!). Más tarde fue utilizado como cárcel y finalmente como Ayuntamiento. En la actualidad acoge la exposición permanente “El cosmos de Beato de Liébana”, dedicada a la vida y obra del abad y escritor lebaniego del siglo VIII.

La Cueva de El Soplao

La Cueva de El Soplao, localizada en la Sierra de Arnero, entre los municipios de Herrerías, Valdáliga y Rionansa, está considerada una de las grandes maravillas de la geología mundial. Atesora una cantidad indecente de estalactitas, estalagmitas, coladas y columnas, entre otras formas moldeadas pacientemente por el agua durante millones de años. Los expertos en la materia destacan una particularidad que la hace única en todo el planeta: la enorme acumulación de excéntricas (aquellas que crecen en todas direcciones).

Cueva de El Soplao (Fuente de la imagen: www.espeleofoto.com)

La cavidad fue descubierta a principios del siglo XX, cuando un grupo de mineros decidió realizar un avance subterráneo a través de la construcción de un túnel en la Sierra de Arnero. A diferencia de lo que se podría pensar, la primera reacción ante la aparición de semejante cueva no fue precisamente de alegría, dado que suponía un enorme espacio vacío sin minerales explotables como el zinc y el plomo. Sin embargo, los mineros supieron dar uso rápidamente a estas galerías naturales, acondicionándolas para comunicar distintos frentes de explotación de minerales dispersos por la montaña.

Resulta curioso saber que el propio nombre de «el soplao» proviene del argot minero y se refiere a la corriente de aire que entra desde el exterior hacia el interior.

Cueva de El Soplao (Fuente de la imagen: www.espeleofoto.com)

La visita a El Soplao constituye un deleite absoluto para los sentidos, una inmersión en el inconsciente más onírico de la Naturaleza. En la visita turística estándar un guía se encarga de acompañar al grupo por algunas de las galerías subterráneas más espectaculares a lo largo de un recorrido de algo más de un kilómetro. Tened en cuenta, sin embargo, que la longitud total de la cueva es de aproximadamente unos 20 kilómetros, pero la mayoría de las salas únicamente son accesibles mediante otras dos modalidades de visita más exigentes (la espeleológica y la minera).

Un capricho renacido: Santander

La capital de la región cántabra vive hoy a un ritmo tranquilo mientras se deja abrazar por su bahía. El rumor de las olas es el sonido más frecuente de una ciudad en la que sus calles guardan el silencio de un pasado no siempre agradable de recordar.

Santander ha sido sacudida por el destino en incontables ocasiones. En los siglos XV y XVI, las temidas epidemias de la peste; en el siglo XIX, la tragedia del Cabo Machichaco, un barco de vapor que transportaba en su interior toneladas de dinamita, cuya explosión causó la destrucción del puerto de la ciudad y lo que es peor, la muerte de 590 personas; y en el siglo XX, la guerra Civil primero y el gran incendio del 15 de febrero de 1941 después.

Centro Botín de Santander

De todo ello ha sabido Santander renacer y en la actualidad está lista para abanderar una nueva etapa como ciudad turística de primer orden. El Centro Botín, un centro de arte diseñado por el prestigioso arquitecto Renzo Piano e inaugurado en 2017 en los preciosos Jardines de Pereda, con vistas a la bahía, representa mejor que ningún otro esta nueva etapa. Muy cerca de allí encontraréis un emotivo monumento a los llamados raqueros, aquellos niños pobres, la mayoría huérfanos, que frecuentaban los muelles de Santander sobreviviendo de pequeños hurtos y de las monedas que los pasajeros y tripulantes de los barcos arrojaban al mar para que las sacasen buceando.

Monumento a los raqueros

Un agradable paseo por el centro debe incluir la visita de varios lugares de interés. Recorriendo el Paseo de Pereda, la arteria más elegante de una ciudad ya de por sí elegante, resulta imprescindible deteneros a contemplar la Plaza Porticada, un bonito espacio de estilo herreriano, o el llamativo Edificio de Correos y Telégrafos, proyectado en estilo neogótico a principios del siglo XX, una de las pocas construcciones que se mantuvo en pie tras el incendio de 1941.

La que no se salvó del pasto de las llamas fue la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, templo del siglo XIII que tuvo que ser reconstruido tras aquel fatídico día. Destaca en su interior el sepulcro del que ha sido probablemente el santanderino más ilustre y universal: Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), catedrático, erudito, filósofo, historiador y escritor. No muy lejos de allí se encuentra precisamente su casa-museo, de la cual destaca su preciosa biblioteca que alberga los 42.000 valiosos volúmenes que el intelectual legó en herencia al Ayuntamiento de la ciudad.

La Península de la Magdalena

Aunque no nos hemos movido de Santander, lo cierto es que el Parque de la Magdalena, situado en la península del mismo nombre, debe figurar en nuestra lista con toda justicia como un lugar independiente. Más de dos hectáreas de naturaleza que unen el puerto y la bahía de Santander con la zona más famosa y frecuentada de la capital cántabra, la Playa del Sardinero.

En el corazón de este pulmón verde fue erigido un palacio que el Ayuntamiento de Santander donó al rey Alfonso XIII y a la reina Victoria Eugenia con motivo de su boda en el año 1906. Los arquitectos idearon una elegante residencia veraniega con claras influencias inglesas y francesas, con una planta asimétrica coronada por dos torreones de altura desigual y una monumental escalinata. El Palacio de la Magdalena ya no pertenece a la realeza, hoy su solemne interior se destina a funciones docentes.

Palacio de la Magdalena

Además del palacio, el Parque de la Magdalena guarda otras atracciones turísticas, como un pequeño zoológico con focas, leones marinos y pingüinos, y un museo al aire libre de embarcaciones históricas donde se pueden admirar los tres galeones que utilizó el navegante cántabro Vital Alsar para atravesar el Atlántico y la balsa con la que se atrevió a cruzar el océano Pacífico. A todo esto sumadle unos espectaculares acantilados que quitan el hipo.

Faro de Mouro a lo lejos

El Hombre-pez de Liérganes

Cantabria es tierra de leyendas y probablemente ninguna ha llegado a tocar tanto el alma de los cántabros como la del Hombre pez de Liérganes, un pequeño pueblecito de la comarca de Trasmiera asentado a los pies de «las Tetas», dos pequeñas elevaciones montañosas conocidas como los Picos de Busampiro.

Tres acontecimientos situaron a Liérganes en el mapa y lo hicieron prosperar económicamente: el cultivo del maíz, la construcción de una importante fábrica de artillería en el siglo XVII y el aprovechamiento de sus aguas sulfurosas mediante la edificación del Balneario de la Fuente Santa en el siglo XIX. Los tres han permitido que, con el paso de los años, fuera proliferando en el casco histórico del pueblo una importante colección de bellas casas solariegas que da gusto contemplar antes de llegar al Puente Mayor, que desde el año 1606 cruza las aguas del río Miera.

Casco histórico de Liérganes

Allí, a los pies del citado puente, nos espera el protagonista de unas de las fábulas más bellas de las que se han contado en España, una escultura de bronce que rinde homenaje al inmortal Hombre pez de Liérganes. Estamos frente a uno de esos casos en los que una historia con base documentada termina convirtiéndose en mito.

Según cuenta la leyenda, en el siglo XVII vivía en Liérganes un hombre llamado Francisco de la Vega Casar, quien al parecer poseía una desmedida afición por el agua desde su más remota infancia. La peripecia de Francisco comienza el día de San Juan de 1674 mientras se bañaba con unos amigos en el río Miera, como era su costumbre. El joven se fue nadando río abajo hasta perderse de vista. Al ver que no regresaba, sus compañeros y por ende todo el pueblo le dieron por ahogado.

El Hombre pez a los pies del Puente Mayor de Liérganes

Años más tarde, mientras unos pescadores faenaban en la bahía de Cádiz, se les apareció un ser acuático extraño, con apariencia humana. Consiguieron «pescarlo» y, en efecto, comprobaron con asombro cómo aquel ser parecía ser un joven pero con ciertas particularidades, como unas escamas en su cuerpo iguales a la de los peces. A las preguntas que todos le hacían, aquella criatura solo acertaba a decir una palabra: «Liérganes».

Tras conocer que existía un pueblo en tierras cántabras con el mismo nombre, el hombre misterioso fue acompañado en travesía hasta allí. Él mismo acertó a dirigirse hacia una casa en particular, donde una mujer lo reconoció al instante. ¡Era la madre de Francisco! ¿Cómo era posible que aquel hombre, atravesando las aguas del rio Miera, hubiese podido llegar hasta el Mar Cantábrico y posteriormente a la bahía de Cádiz?

Tras pasar unos largos y aburridos años en su pueblo natal, se cuenta que Francisco desapareció de nuevo en el río sin que se supiera nunca más de él.

Para saber más…

Un libro que os recomiendo para conocer a las divinidades y personajes de la mitología cántabra, tales como el ojáncano, el trenti, la anjana o el propio hombre pez, es «Dioses, mitos, héroes y leyendas de Cantabria» de Juan Carlos Cabria (editorial Librucos).

La arquitectura montañesa de Bárcena Mayor

En el término municipal de Los Tojos, corazón del Parque Natural del Saja-Besaya (que es el mayor hayedo de Europa), hay un pueblo congelado en el tiempo. Para llegar hasta Bárcena Mayor, escondido en el regazo de un valle de verdes colinas, uno debe primero confiar ciegamente en que, al final de esa carretera llena de curvas, habrá un lugar donde vive gente.Cuesta creer que aún existan núcleos de población tan remotos.

Bárcena Mayor

Bárcena Mayor bien podría pasar por uno de esos pueblos-museo de tipo etnográfico a los que uno va a aprender acerca de las costumbres y la vida cotidiana de nuestros antepasados. Solo que en Bárcena Mayor, aunque parezca mentira, todavía se vive. Algunos de sus habitantes incluso continúan practicando antiguos oficios artesanales, como el de la madera.

Bárcena Mayor

Bárcena Mayor es la quinta esencia de la arquitectura montañesa: viviendas rurales con fachadas de piedra orientadas al mediodía, la mayoría de ellas construidas en época fernandina. Si os fijáis, casi todas cuentan con dos alturas, el piso inferior con portalada y el superior con solanas, esas balconadas de madera típicas, revestidas de hileras de macetas con flores.

Aunque aquí se viene a deambular sin rumbo fijo entre casonas, escudos de piedra y relojes de sol, no olvidéis pasar por su iglesia del siglo XVII, el puente que salva el río Argonza o el lavadero.

El conjunto monumental de San Vicente de la Barquera

Una agradable sorpresa para mí fue San Vicente de la Barquera, en pleno corazón de otro Parque Natural, el de Oyambre, un espacio natural protegido de gran valor ecológico integrado por rías, acantilados, playas, dunas y hasta bosques. Y fue una sorpresa porque no esperaba encontrar por nada del mundo en un espacio relativamente reducido ese completísimo conjunto monumental, en una villa de tan arraigada tradición marinera.

San Vicente de la Barquera

El casco histórico de San Vicente, llamado Puebla Vieja, está situado en la cresta de un alargado peñón calizo que domina desde lo alto las marismas. Allí arriba se dan cita los dos monumentos históricos más emblemáticos: la Iglesia de Sta. María de los Ángeles, un templo gótico que sorprende por su monumentalidad y en cuyo interior se encuentra la estatua del Inquisidor Antonio del Corro (considerada como una de las mejores esculturas funerarias de España), y el Castillo del Rey, del siglo XIII, uno de los mejores ejemplos de arquitectura defensiva de la región.

Castillo de San Vicente de la Barquera

Junto a ellos, el Palacio renacentista de la familia Corro, actual sede del Ayuntamiento, la Torre del Preboste, edificio donde se recaudaban los impuestos en la Edad Media, y las pocas ruinas del Hospital de la Concepción. Hay que tener en cuenta que San Vicente de la Barquera fue un importante punto del Camino de Santiago en la ruta costera, razón por la que antaño contó con numerosos hospitales y albergues para los peregrinos.

Santuario de la Barquera

Aunque no se encuentren ya en el casco histórico, no hay que olvidar otros monumentos como el Puente de la Maza, que con sus 500 metros de longitud (uno de los más largos del reino en su época) salva la ría de San Vicente, el Santuario de la Barquera, preciosa ermita cercana al Faro de Punta de la Silla, o las ruinas del Convento de San Luís, entre cuyas paredes se hospedó Carlos I en el año 1517 cuando llegó a España para ser coronado rey.

Alojamiento cantinelero

En muy pocos lugares me han tratado tan bien como en la Posada la Cotía, en Helguera, a muy poca distancia de las playas de Suances, de la Neo-cueva de Altamira o de Santillana del Mar. Se trata de una casa restaurada de 1860 situada en el Paraje Natural del valle de Reocín.

En este rústico alojamiento cuidado al detalle, sus anfitriones José y Sofía os tratarán como a reyes desde el mismo momento en que crucéis la puerta. Qué placer poder dormir en una habitación tan bonita y limpia, qué maravilla poder cenar comida casera y desayunar en el jardín escuchando el canto de los pájaros. Si venís a Cantabria, ¡no dudéis en elegir esta posada!

Posada la Cotía

¿Qué puedo decir de Cantabria? Que es un capricho del destino.

¿Te ha gustado este artículo sobre los lugares más mágicos de la Tierruca? Si es así, ¡ayúdame a compartirlo! ¡Hasta pronto!

8 comentarios

  • Mª José Gragera

    ¡Qué bonita es Cantabria!
    Una de las cosas que más me sorprenden de este país es que parece que tengamos paisajes de distintas partes del mundo en nuestra pequeña península. Alucinantes esos acantilados y tus fotos, como siempre, magníficas.
    A las Cuevas de Altamira (bueno, la réplica) fuimos con las niñas y les encantaron los hologramas y habían talleres familiares geniales.
    Una ruta completísima.
    Un abrazo.

    • Rafael Ibáñez

      Buenas María José! Muchísimas gracias por tu comentario compañera, tienes toda la razón, en España tenemos unos contrastes alucinantes, ¡no sabemos valorar lo que tenemos como se merece!
      Un fuerte abrazo

      • Elena Aloy

        Da gusto leerte !!! He vuelto a viajar contigo a través de tus líneas cantineleras a Cantabria!
        Me han entrado ganas de ir mañana a descubrir esos rincones que describes que me quedan por recorrer de mi querido norte.Eres poesía en movimiento!

        • Rafael Ibáñez

          Muchísimas gracias amor! Da gusto que mis artículos gusten a algunas personas, eso me dan ganas de seguir escribiendo! T’estimo 🙂

  • Alicia de Trotajoches

    Amigo, que decirte. Has descrito con gran maestría y cariño cada rincón de Cantabria, y tus fotografías realzan aún más la belleza de esta Comunidad autónoma. Que bien escribes.
    Por otro lado, he de reconocer que hay lugares que no conozco. Y mira que he ido veces a Cantabria. Así que, gracias a tu post, tengo que volver a descubrir dos o tres rincones que mencionas y como debes suponer, me han encantado.
    Un abrazo enorme.
    Alicia

    • Rafael Ibáñez

      Querida Alicia, muchísimas gracias por tus comentarios. No sabes las ganas de conocer tu tierra y poder plasmarlo también en otro artículo cantinelero, seguro que será una experiencia inolvidable, sobre todo para Elena, será muy emotivo para ella. Y yo, con poder conocerte al fin en persona, ya me doy por satisfecho, un gran abrazo!

  • Leticia

    ¡Gran entrada! Muy detallada, y se nota que se ha escrito con mucho cariño. Conozco varios lugares de la lista, pero son muchos más los que me quedan. ¡Cantabria tiene tanto que ofrecer!

    • Rafael Ibáñez

      Muchas gracias Leticia, por tu comentario. Y más viniendo de ti, que tienes un súper blog! Cantabria es infinita, ya lo dice el dicho… Un abrazo!

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