INGLATERRA,  PUEBLOS BONICOS

Los Cotswolds

Ruta de 4 días por los pintorescos pueblos del sur de Inglaterra

Creo que no existe un adjetivo que pueda definir mejor la región de los Cotswolds que el de pintoresco, un adjetivo que hoy en día es sinónimo de raro, extravagante, chocante, pero que en realidad surgió allá por el siglo XVIII, precisamente en el Reino Unido, para designar un tipo de categoría estética, aquella relativa a los paisajes que deslumbran por su naturaleza salvaje, agreste e irregular. Así son los Cotswolds, de una naturaleza apabullante, con pueblos llenos de casas de tejados irregulares y piedra de color miel.

Bibury, con el histórico Hotel Swan al fondo

No es de extrañar que esta zona del país sirviera de inspiración a algunos de los movimientos artísticos más importantes de la historia de Inglaterra, como el movimiento Arts and Crafts, una apología del trabajo artesanal en los tiempos en que la industrialización se encontraba en pleno apogeo. En este sentido, la región de los Cotswolds ha permanecido como inalterada en el tiempo, representando un auténtico oasis entre grandes zonas urbanizadas que sí evolucionaron tecnológicamente pagando por ello un coste muy alto, el de perder la esencia de lo auténtico. Un coste que, por vicisitudes del destino, no han pagado los Cotswolds.

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Los Cotswolds

La región de los Cotswolds ocupa en realidad parte de 5 condados distintos, Gloucestershire, Oxfordshire, Warwickshire, Wiltshire y Worcestershire, aunque su territorio no es excesivamente grande. Su posición estratégica entre ciudades de un gran valor patrimonial (Bath y Bristol al Sur; Stratford-upon-Avon al Norte; Oxford al Este; y Cheltenham al Oeste) la hace muy atractiva para los turistas. Sin embargo su gran peculiaridad reside, insistimos una vez más, en su extraordinaria belleza. Por ello está calificada como Area of Outstanding Natural Beauty (AONB), es decir, como zona de extraordinaria belleza natural, y por tanto como una de las regiones más bonitas del país. Ahí es nada.

El río Windrush en su paso por Bourton-on-the-Water

A pesar de que nuestro objetivo principal era visitar Stonehenge, el complejo prehistórico más famoso del planeta, en esta escapada de 4 días tuvimos tiempo suficiente como para conocer además dos ciudades imprescindibles para cualquier amante de la historia y la arquitectura, Salisbury y Bath, dueñas de tesoros inmemoriales, así como los pueblos más bonitos de la campiña inglesa.

¡Qué ganas tenemos de que nos acompañes en esta nueva aventura cantinelera! ¿Estás listo/a? ¡Pues arrancamos!

Día 1

La diferencia horaria jugó a nuestro favor en el viaje de ida (no así en el de vuelta) y, a pesar de que salimos desde Alicante sobre las 11.45h y de que el vuelo Alicante-Bristol es de dos horas y media, llegamos al aeropuerto de la ciudad inglesa sobre la 13.15h, hora local. Como no queríamos perder ni un solo segundo compramos unos sandwiches en una tienda del mismo aeropuerto y decidimos comérnoslos dentro del vehículo que nos iba a acompañar estos días por la hermosa campiña inglesa, un Volkswagen Sharan automático de 7 plazas contratado a través de Europcar de manera impecable. Y así, mientras nuestras familias disfrutaban como unos jóvenes mochileros zampándose sus sándwiches y echándose las primeras risas del viaje, yo trataba de concentrarme y hacerme con los mandos de aquel coche larguísimo (a mí al menos me lo pareció). ¡Menudo cuadro!

Lo primero que hicimos fue coger la autopista M5 que conecta Bristol con Cheltenham. Durante los primeros momentos tuve que emplearme a fondo, lo reconozco, pues no resultó nada fácil comenzar a conducir por el lado izquierdo en una autopista de varios carriles. Sin embargo el cerebro se acostumbró rápidamente a la nueva manera, como suele suceder en estos casos, y antes de darme cuenta ya circulaba por allí como un verdadero profesional. La parte más divertida vino inmediatamente después, cuando entramos en la región de los Cotswolds propiamente dicha, plagada de estrechas carreteras por las que, a pesar de ser de doble sentido, parecía mentira que dos coches pudieran pasar al mismo tiempo. Señoras y señores: ¡estamos en los Cotswolds!

Como suele suceder, el tiempo del que uno dispone no suele coincidir con el tiempo que haría falta realmente para visitar todo lo que habría que visitar. En este caso nosotros solo contábamos con un día y medio para visitar los Cotswolds, de modo que nos centramos en visitar los pueblos más imprescindibles. El resto de rincones quedarán para una futura visita, mucho más pausada. La primera tarde de hoy la hemos reservado para conocer pueblos de la parte más alta, Snowshill y Chipping Campden, haciendo una breve parada para contemplar la Torre de Broadway desde la carretera.

Snowshill

Rápidamente hacemos el check-in en el hotel y dejamos las maletas en nuestras habitaciones. No queríamos perder más tiempo antes de dirigirnos a Snowshill, nuestro primer destino en este viaje por tierras inglesas. Tardamos en llegar poco más de media hora a uno de los pueblos más pequeños y también más bonitos de los Cotswolds. La etimología de su nombre indica su íntima relación con la nieve, y es que cuando nieva, se dice que este es uno de los primeros lugares de toda la campiña en quedar pintado de blanco. Resulta difícil creer entonces que cuando aquí se rodó una de las escenas de El diario de Bridget Jones (2001)… ¡se usara nieve de mentira!

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Cementerio de Snwoshill
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Cementerio de Snwoshill

Snowshill es realmente pequeño pero condensa en sí mismo la esencia de los Cotswolds. Su mayor atractivo (y prácticamente único) es su amplio cementerio en medio del pueblo, presidido por la Iglesia parroquial de St. Barnabas, construida en el siglo XIII y ampliamente reformada en 1864. Aparcamos justo al lado del cementerio y nos dirigimos directamente a la cabina roja que se encuentra en la puerta de acceso al cementerio, uno de los puntos más fotografiados de los Cotswolds, un lugar escénico donde los haya. Y es que los Cotswolds es una de las zonas con más rincones escénicos por metro cuadrado, estamos seguros de ello.

Snowshill

Entramos en el recinto del cementerio. Mi madre Victoria disfrutó como una enana, pues es una enamorada de los cementerios. Sí, lo habéis leído bien. Una auténtica morbosa. De tal palo, tal astilla. Llegamos hasta la iglesia, cerrada a esas horas, y volvemos a salir por otro lado, rodeando el cementerio por la calle exterior. Este lugar, por la noche, debe ser un escenario perfecto para una peli de terror, pensamos.

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Cementerio de Snowshill

Las pintorescas calles aledañas al cementerio están formadas por conjuntos de casas construidas con la típica piedra caliza de color miel de los Cotswolds. Esta es la arquitectura típica de la zona que tanto maravilla a los que la visitan.

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Casas de Snowshill

Otro punto de gran interés en Snowshill es la Snowshill Manor, una residencia señorial del siglo XVI que formó parte de la dote de matrimonio de Catherine Parr, la sexta esposa del rey Enrique VIII. Hoy en día es propiedad de la National Trust for Places of Historic Interest or Natural Beauty, la organización de preservación de lugares históricos más importante de Inglaterra. Por falta de tiempo e incompatibilidad de horarios no pudimos visitarla, una verdadera lástima.

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Puerta en Snowshill

Broadway Tower

A escasos 10 minutos de Snowshill se encuentra el pueblo de Broadway, apodado «la joya de los Cotswolds», de cuya belleza no pudimos disfrutar debido a que, por falta de tiempo, nos vimos en la obligación de descartar algunos lugares. En vez de eso, decidimos optar por dirigirnos a Chipping Campden, pero no pudimos resistir la tentación de hacer una breve parada en la colina Broadway Hill, a las afueras de Broadway, donde se alza, elegante, la Torre de Broadway. Con 312 metros sobre el nivel del mar, es el punto más alto de la zona norte de los Cotswolds. 

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Broadway Tower

Por desgracia, no llegamos a tiempo para encontrar abierto el acceso a la torre y tuvimos que conformarnos con ver su estilizada silueta desde la carretera. La tarde comenzaba a caer en ese mismo momento y el cielo destilaba unos colores que conferían a la torre un aspecto siniestro.

¿SABÍAS QUE…?

Justo en este lugar, antes de construirse la torre, tuvo lugar un suceso trágico en el año 1661, cuando una madre y sus dos hijos fueron ahorcados, acusados de un delito que, como más tarde se demostró, no habían cometido. En realidad la torre fue levantada en 1798 como un capricho del Conde de Coventry, y desde entonces ha sido utilizada para diversos usos. Durante el siglo XIX fue utilizada como retiro de vacaciones y lugar de reunión de diversos artistas prerrafaelitas, como Dante Gabriel Rossetti, Edward Burne-Jones o el propio William Morris, quien encabezó posteriormente el movimiento Arts and Crafts. Durante la Guerra Fría fue usada como lugar de observación e información de posibles ataques nucleares (en las inmediaciones existe un búnker al que se puede acceder con visita guiada).

Chipping Campden

En menos de 10 minutos ya estábamos aparcando en Chipping Campden. A la hora de organizar nuestro viaje, decidimos decantarnos por Chipping Campden debido a que encarna como pocos la esencia de los Cotswolds y la razón por la cual esta región floreció durante la Edad Media: el comercio de la lana. Aquí los suelos siempre han sido difíciles de arar, pero ideales para alimentar al ganado, y así la riqueza nacida del comercio lanar se invirtió en majestuosas iglesias y opulentas casas. Uno de los centros más importantes fue precisamente Chipping Campden, cuyas ovejas locales eran conocidas por todo el territorio como «leones» debido al espesor de su pelaje. En su calle principal, la High Street, se guarda todavía un testimonio privilegiado de aquella época, el antiguo mercado de lana o Market Cross, tesoro que no podíamos perdernos por nada del mundo.

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Final de la Sheep Street

A pesar de tratarse de uno de los pueblos más visitados de los Cotswolds, a aquella hora de la tarde no encontramos apenas turistas y pudimos aparcar sin problema en la Sheep Street (literalmente «calle de la oveja»), conocida por albergar algunas de las casas más increíbles de toda la campiña inglesa. Esta afirmación resultaría todo un atrevimiento de no ser por el hecho de que todavía conservan los típicos tejados de paja del siglo XVII, una rareza en peligro de extinción debido a su alto coste de mantenimiento y conservación por parte de las personas que las habitan. Pudimos verlas desde el coche antes de aparcar y pensamos que sería mejor fotografiarlas después de visitar el pueblo para no perder tiempo. Craso error, ya que la oscuridad de la noche se nos echó encima e impidió cualquier instantánea medianamente decente. A estas alturas, todavía me estoy arrepintiendo…

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Casas de la High Street

Desde la Sheep Street caminamos en dirección a la High Street, arteria principal de Chipping Campden. Como nos encontramos justo en el medio, primero nos dirigimos hacia un lado y luego hacia el otro, disfrutando enormemente del paseo por la que probablemente es la calle más elegante de los Cotswolds.

Arquitectura típica de los Cotswolds en la High Street de Chipping Campden
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Iglesia de Ste. Catherine

Durante nuestro paseo por la High Street reparamos en sus preciosas y pintorescas fachadas construidas con la piedra caliza de color miel típica de esta zona del país. Una vez más debemos hablar del movimiento Arts and Crafts, pues Chipping Campden se convirtió a principios del siglo XX en una especie de meca de esta escuela cuando muchos de sus integrantes fijaron su residencia en el pueblo. Incluso se llegó a establecer aquí una School of Arts and Crafts. Actualmente Chipping Campden alberga el Court Barn Museum, sobre artes, oficios y diseño.

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El yayo Rafael y su nieta Elia en Chipping Campden
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High Street

En el lado norte de la High Street se encuentra su tesoro más preciado, el Market Cross, que desde 1627 sirvió como lugar principal de venta de lana en el pueblo. Hoy en día y debido a su importancia histórica, es propiedad de la National Trust.

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Market Cross de Chipping Campden

Como se nos echaba el tiempo encima (a las 20.30h teníamos mesa reservada en el restaurante del Green Dragon Inn) decidimos regresar al coche y poner rumbo al hotel. Entonces no lo sabíamos, pero al final de la High Sreet se encuentra la iglesia más importante de Chipping Campden, la Iglesia parroquial de St. James, que se remonta al siglo XIII. Al parecer se encuentra entre los templos más impresionantes de los Cotswolds, ¿puede haber una excusa mejor para volver?

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Chipping Campden
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Chipping Campden
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Sheep Street

Día 2

Pero qué ganas tenía de que llegara el día de hoy, ¡vamos a visitar tres de los pueblos más bonitos de los Cotswolds! Nos encontramos muy cerca de los dos primeros, Bibury y Bourton-on-the-Water, a los que llegaremos en apenas 20 minutos, y luego nos dirigiremos al sur donde, antes de llegar a la casa donde dormiremos esta noche, haremos parada en Castle Combe, el considerado por muchos como el más bonito de toda Inglaterra.  Y aunque la previsión del tiempo no es demasiado buena (¡típico clima británico!), tenemos todas las ganas del mundo de seguir explorando esta maravillosa región de los Cotswolds.

Bibury

Nos montamos los 7 en nuestro coche inglés y ponemos rumbo a nuestro primer destino del día, el precioso pueblo de Bibury, en el condado de Gloucestershire. Decidimos ir allí a primera hora de la mañana con el fin de poder disfrutar de la icónica Arlington Row sin apenas gente, una experiencia que justifica y compensa enormemente el madrugón. Llegamos a Bibury después de 20 minutos atravesando bellos parajes salpicados por una fina y constante lluvia y aparcamos justo enfrente del Arlington Mill, un antiguo molino donde se desengrasaban las telas que se trabajaban antes en los cottages de la Arlington Row. 

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Arlington Mill, molino del siglo XVII en Bibury

Bibury fue descrito por el artista William Morris en la década de 1870 como el pueblo más bonito de Inglaterra, apreciación sin duda inspirada por la pintoresca Arlington Row, una calle que se ha convertido en un auténtico símbolo, no solamente de la localidad de Bibury, sino de toda Inglaterra (su imagen aparece incluso en la cubierta de los pasaportes británicos) debido a que ilustra en sí misma los valores más distintivos del país, entre los que se encuentra su tradición artesanal.

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Puente sobre el río Coln en Bibury

Después de salir del coche y ataviarnos con chubasqueros y paraguas para protegernos de la lluvia, paseamos bordeando el río Coln, que cruza el pueblo, desde donde ya se divisa a lo lejos la bellísima Arlington Row, una hilera de casas que son propiedad, gracias a su impecable estado de conservación y a su indudable importancia histórica y estética, de la National Trust

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Arlington Row desde el río

El espacio que ocupaba originariamente la Arlington Row estaba reservado a un refugio monástico construido en 1380 para albergar ovejas propiedad de la Abadía Osney de Oxford. En el siglo XVII se convirtió en la fila de cottages que podemos contemplar hoy en día y que eran propiedad de los tejedores de lana que trabajaban en el molino Arlington Mill.

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Arlington Row
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Arlington Row

A esa hora de la mañana cruzamos la Arlington Row de una punta a otra con la sola compañía de unos pocos turistas. Las casas-granja tienen dos plantas y una asimetría casi hipnótica, con piedras de formas caprichosas e irregulares. Por las ventanas, pequeñas y estrechas, se pagaban los impuestos. Los techos tenían una pendiente muy pronunciada para soportar el peso de las tejas, que se hacían cortando bloques de piedra en láminas aprovechando las fallas naturales. En sus altillos se encontraban los telares que convertían la lana en tejidos.

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Arlington Row

El amplio terreno pantanoso que se encuentra justo enfrente de la fila de casas es conocida como la Rack Isle, un espacio que se usaba para colgar la lana para que se secara después de lavarse en el río Coln. Este espacio también es lugar protegido por la National Trust. Existe un pequeño camino que conecta la Arlington Row de nuevo con el Arlington Mill atravesando la Rack Isle, justo el que nosotros seguimos para regresar a la zona del molino.

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La Arlington Row desde el camino que atraviesa la Rack Isle

Atraídos por la belleza de sus jardines, accedimos después a la Bibury Trout Farm (entrada £4.50 libras por adulto), una antigua granja de truchas cuya entrada, una tienda donde se pueden comprar libros y productos locales, se encuentra justo al lado del molino Arlington Mill. Junto con el ticket de entrada, te obsequian con un cono de comida para los patos, que mi padre confundió con un snack de bienvenida. Ya podéis imaginar la cara que puso el chico de la tienda cuando mi padre se echó aquello a la boca… ¡Y las risas que nos echamos después!

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Bibury Trout Farm
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Bibury Trout Farm
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Bibury Trout Farm

Fundada en el año 1902 por el naturalista Arthur Severn para abastecer de truchas los ríos y arroyos locales, la Bibury Trout Farm se dedica en la actualidad a la cría de las variedades brown y rainbow (unas 6 millones de truchas al año), así como a la venta del producto fresco a los visitantes y a la educación de los más pequeños entorno a este pescado. A pesar de la lluvia, durante nuestro paseo a través de los diversos estanques pudimos ver a algunas personas disfrutando de las  zonas de pesca y picnic habilitadas.

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Diversos estanques donde se cría la trucha local de la zona

Sin ser espectacular, el paseo a través de los jardines de la granja resulta bastante agradable. Quien disfrutó especialmente fue Elia, que se hizo amiga de una gran cantidad de patos y cisnes que nadaban en los estanques, hasta tal punto que no le hizo ninguna gracia tener que irse de allí.

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Elia echando comida a los patitos

Otro punto de interés importante en Bibury es la Iglesia Parroquial de St. Mary, que no visitamos en esta ocasión, ya que no quisimos perder más tiempo para dirigirnos hacia nuestro siguiente destino, Bourton-on-the-Water.

Bourton-on-the-Water

Únicamente son necesarios otros 20 minutos para llegar desde Bibury hasta Bourton-on-the-Water, probablemente el lugar más concurrido de los Cotswolds y el más visitado por los turistas, hecho que no le resta un ápice de interés y encanto. De hecho, creo sinceramente que Bourton-on-the-Water fue la sorpresa positiva de nuestro viaje: nos gustó muchísimo más de lo que esperábamos.

Habíamos leído que habían diversos aparcamientos de pago en el pueblo, nosotros nos decantamos por uno de los más céntricos, el que hay en Station Road, en cuyo parquímetro pagamos y sacamos ticket para 4 horas. Desde allí nos dirigimos a pie hasta el centro, donde tuvimos la primera toma de contacto con esta maravilla de lugar.

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Los abuelos y su nieta Elia, de camino al centro de Bourton-on-the-Water
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Bourton-on-the-Water

Como ya era hora de comer, lo primero que hicimos fue buscar un sitio para reponer fuerzas. En Victoria Street encontramos el L’Anatra (Chester House Hotel), un restaurante italiano que resultó ser un acierto. Después de que los siete llenáramos la panza (incluida Elia, que se comió un buen plato de macarrones), salimos a descubrir Bourton-on-the-Water, conocido popularmente como «la Venecia de los Cotswolds» debido al hipnótico efecto que crea el río Windrush en su paso por el centro del pueblo y los pequeños puentes de piedra que lo cruzan. 

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Tienda de dulces en Bourton-on-the-Water

Seguía lloviendo tímidamente pero aquello no impidió que disfrutáramos al máximo de Bourton-on-the-Water, localidad que floreció durante la Edad Media gracias al comercio de la lana. A diferencia de otros pueblos de los Cotswolds, Bourton-on-the-Water no se convirtió en un centro de confección textil durante la Revolución Industrial, sino que continuó siendo una población fundamentalmente agrícola. Esto permitió que su encanto se haya mantenido intacto durante décadas.

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Bourton-on-the-Water
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Bourton-on-the-Water
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Casas de Bourton-on-the-Water

La familia disfrutó enormemente del paseo por la orilla del río Windrush, cruzándolo varias veces por encima de sus pequeños puentes, quintaesencia de los Cotswolds. Mi cámara de fotos echaba humo a pesar de que cada dos por tres tenía que pedirle a mi padre que sacara su pañuelo para que limpiara la lente a causa de la lluvia. En este lugar la naturaleza se despliega a sus anchas y la arquitectura no interfiere en su divino desarrollo. Los patos se han acostumbrado a vivir disfrutando del dolce far niente.

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Bourton-on-the-Water

Además de abandonarse al anestésico placer de pasear por la orilla del río, en Bourton-on-the-Water se puede visitar el Motor Museum y el Model Village. Este último consiste en una reproducción en miniatura que realizaron en 1937 unos artesanos locales a escala del real. Un curioso lugar que nos hubiera gustado conocer si hubiéramos gozado de algo más de tiempo.

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Bourton-on-the-Water
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Inmediaciones del Motoring Museum

Regresamos al coche y ponemos rumbo a un nuevo destino. De haber dispuesto de más días, es seguro que nuestra ruta habría pasado también por los Slaughters, Upper Slaughter y Lower Slaughter, dos pequeñas y coquetas localidades muy cercanas a Bourton-on-the-Water. Desgraciadamente estas y otras visitas quedarán pendientes para la próxima vez que volvamos con más tiempo disponible a los Cotswolds.

Cuando uno realiza un viaje de estas características, de esos que tienen tanto por ver, resulta casi una insensatez pretender abarcarlo todo, sobretodo si uno dispone de poco tiempo. En vez de eso, hay que dejar tiempo suficiente para disfrutar a gusto y sin prisas, al menos, de unos pocos lugares irrepetibles. Lugares irrepetibles como Castle Combe, nuestro siguiente destino.

Castle Combe

La familia aprovechó la hora que separa Bourton-on-the-water de Castle Combe para echarse una siestecita en el coche. Todos menos yo, el conductor, por supuesto. En el camino dejamos atrás poblaciones tan importantes como Cirencester o Tetbury  mientras la lluvia se resistía a dejar de acompañarnos. Nos adentramos en los denominados South Cotswolds, en el valle del río Bybrook. Allí se encuentra el que ha sido votado en varias ocasiones como el pueblo más bonito de toda Inglaterra. Castle Combe era sin duda el lugar que más ganas teníamos de visitar en este viaje, junto a Stonehenge.

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Castle Combe

Justo antes de llegar al pueblo hay un aparcamiento de pago habilitado a unos 10 minutos caminando del centro, pero nosotros decidimos seguir adelante y probar suerte. La lluvia nos dejó ver al fin su cara más amable y es que debido al mal tiempo no habían apenas turistas en uno de los lugares más célebres del sur de Inglaterra. Detuvimos el coche al final de la calle The Street, a la altura de los baños públicos (¡que a alguno de nosotros le vino que ni pintado!). Sin darnos cuenta habíamos pasado por encima del pequeño puente que cruza el río Bybrook, posiblemente el lugar más fotografiado y fotogénico de los Cotswolds.

Puente sobre el río Bybrook en Castle Combe
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Castle Combe

Después de quedarnos un buen rato disfrutando de la perfecta perspectiva del puente que cruza el río, seguimos por The Street, probablemente una de las calles más bonitas por las que hemos paseado nunca. Pocas veces se tiene la oportunidad de estar en un lugar más auténtico y cuidado.

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The Street, calle principal de Castle Combe
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Castle Combe

El valle en el que se encuentra enclavado Castle Combe es boscoso y abrupto. Desde donde estamos podemos contemplar la gran obra que la naturaleza ha creado aquí.

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The Street

El pueblo le debe su nombre al castillo que ya no existe y que fue erigido por los normandos en el siglo XII. Al igual que los pueblos que hemos visitado anteriormente, Castle Combe también fue un importante centro dedicado a la industria de la lana que vivió una extraordinaria prosperidad durante la Edad Media. Resulta increíble que las huellas de aquella prosperidad persistan todavía hoy en día por todo el pueblo, como The Market Cross, otro de esos antiguos mercados donde se vendía lana en tiempos medievales. Justo al lado podemos encontrar The White Hart, un pub que ha servido bebidas a sus clientes durante los últimos cinco siglos.

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The Market Cross
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Antigua fuente en The Market Cross

Nos encontramos en el centro neurálgico de este pequeñisimo pueblo de cuento. Podríamos decir que en The Market Cross confluyen las únicas dos calles de Castle Combe, The Street y West Street (literalmente La Calle y La Calle del Oeste, nada difícil, ¿verdad?).

Las casas que rodean este pequeño cruce de calles son de auténtica fantasía y denotan el altísimo nivel de sus propietarios. Nosotros nos «agenciamos» algunas de ellas, tengo que reconocerlo…

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Casas de Castle Combe
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Casas de Castle Combe
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Casas de Castle Combe

El rico legado de la industria de la tela de Castle Combe también se refleja en la Iglesia parroquial de St. Andrews, edificada a expensas de los propios fabricantes de lana en 1434. Anexo al templo hay un cementerio que nuevamente hizo las delicias de mi madre Victoria.

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Iglesia de Castle Combe
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Cementerio de Castle Combe

Dejamos los paraguas a la entrada del templo y accedemos al interior, pequeño y solemne, guardián de diversos tesoros, como un reloj medieval todavía en uso y la tumba de Walter de Dunstaville, cuya familia fue propietaria del castillo de Castle Combe después de la conquista normanda. También encontramos otras cosas curiosas, como una pequeña biblioteca de Biblias y ¡un espacio de juego para niños!

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Interior de St. Andrews
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Tumba de Walter de Dunstaville, del siglo XIII

Una última joya nos esperaba en Castle Combe antes de regresar al coche. Se trataba de The Manor House, una antigua e impresionante mansión del siglo XIV convertida en hotel de lujo. Lógicamente no pudimos colarnos en el recinto, pero si uno rodea la Iglesia de St Andrews, puede acceder a través de una puerta trasera a West Street, una calle que pertenece al hotel y cuya hilera de casas es sencillamente preciosa, probablemente el rincón más maravilloso de todos los que vimos en este viaje. Sin duda este fue el mejor epílogo posible de nuestra visita a Castle Combe, una visita que habíamos disfrutado bajo la lluvia y sin apenas turistas. Un escenario digno de series y películas como la reciente War Horse de Spielberg.

West Street, propiedad de The Manor House

Apenas 40 minutos nos separaban de la casa que habíamos reservado a través de Airbnb para las dos próximas noches y localizada a las afueras de la localidad de Westbury, en el condado de Wiltshire. Decidimos reservarla casi en el último momento, se trataba de una antigua lechería rehabilitada en casa rural, lo suficientemente grande para acogernos a todos y en un enclave privilegiado. ¡Teníamos hasta un pequeño lago al lado para nosotros solos!

Llegamos allí a última hora de la tarde, y después de que nuestra anfitriona Natalie nos diera las llaves de la casa, nos acercamos a un supermercado Aldi que había en el centro de Westbury. Allí compramos todo lo necesario para nuestra estancia (desayunos y cenas) de los dos próximos días.

¡Menudo día bonito el de hoy! Pero mañana nos espera la visita más importante del viaje, la razón por la cual habíamos montado todo este tinglado express: Stonehenge. Y yo me pregunto, ¿nos respetará el tiempo mañana para disfrutar de una de las obras más impresionantes que ha creado la humanidad?

Día 3

Parecía mentira pero el día que tanto habíamos esperado había llegado por fin: hoy visitaremos el círculo megalítico más enigmático de toda Inglaterra y posiblemente del mundo entero, Stonehenge. Escribiendo esto me percibo nervioso, incluso después de haber pasado un tiempo de aquello. Y es que todo lo que sentí en Stonehenge tardaré en volver a sentirlo, estoy seguro. Desearía no dejarme ningún detalle importante en el relato de aquel día inolvidable, de modo que voy a intentar plasmarlo de la manera más ordenada posible teniendo en cuenta la enorme importancia que juegan las emociones cuando uno cumple un sueño tan largamente anhelado. Porque creo que cualquier buen relato no estaría completo sin incluir esa parte emocional. Porque la vida no solo está formada de datos objetivos, sino de esa chispa y esa magia que necesitamos para seguir adelante.

Aquel día, sin embargo, no todo fue Stonehenge. Otros dos lugares de una gran categoría histórica y estética completaron una jornada como decía antes, inolvidable. Nos referimos a Salisbury y Lacock, dos poblaciones que no pueden faltar por nada del mundo en un roadtrip por el sur de Inglaterra.

Aquel día nos despertamos en nuestro nuevo alojamiento, nuestra casa a las afueras de Westbury. Mientras disfrutábamos del desayuno en familia nos dimos cuenta de que la previsión climatólogica para la mañana de hoy no era precisamente buena. Sin embargo nada nos iba a detener, teníamos nuestras entradas y nuestra hora de visita reservada para contemplar in situ uno de los mayores logros que ha conocido la humanidad en toda su historia. Hasta Elia parecía estar más que dispuesta.

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Elia y su yayo Rafael en la casa de Westbury, listos para Stonehenge

Stonehenge

El corto trayecto de apenas 30 minutos atravesando el condado de Wiltshire desde Westbury hasta el círculo megalítico se nos hizo eterno. Era tan grande la ilusión que teníamos todos que parecía que nuestro coche británico pesaba algo más que el día anterior. El tiempo no pasaba en absoluto y mi limpiaparabrisas hacía cada vez más acto de presencia sobre el cristal delantero, lo que hacía prever que iban a cumplirse las peores previsiones meteorológicas. Después de atravesar bellísimas praderas verdes llegamos al final aparcamiento del Centro de Visitantes de Stonehenge (gratuito los domingos y si vas acompañado de tu entrada anticipada. En caso contrario, se deben pagar £5 que se reembolsan una vez se haya adquirido la entrada). Habíamos reservado nuestra visita al monumento prehistórico para primera hora de la mañana, de 9’30h a 10h (te dejan un margen de media hora para acceder), con la esperanza de contemplarlo con el menor número de turistas posible.

Salir del coche significó experimentar la fuerza de la naturaleza en toda su magnitud. De repente y sin saber muy bien cómo, nos vimos atrapados en una intensa marea de lluvia y viento que aplastó nuestras últimas esperanzas de poder contemplar el círculo de Stonehenge de una manera cómoda. Mientras corríamos hacia el Centro de Visitantes huyendo de los elementos tuvimos la sensación de estar adentrándonos en un reino gobernado por un dios poderoso a la vez que caprichoso, y que quería darnos la bienvenida mostrándonos todo su poder natural. No sería fácil llegar hasta él, pues el monumento se encuentra a aproximadamente un kilómetro del Centro de Visitantes.

Una vez en el Centro de Visitantes, que más tarde visitaremos con tranquilidad, validamos nuestras entradas (£17.50 por adulto) y nos pusimos a hacer cola para subir a los autocares shuttle que te conducen hasta el monumento en un trayecto de 10 minutos (gratuitos con tu entrada). Otros 10 minutos de eterna espera hasta que por fin nuestro autocar se detuvo y pudimos bajar para caminar los últimos metros que nos separaban de las piedras. En este punto la lluvia y el viento eran ya tan intensos que nos costaba un gran trabajo avanzar. Con mucha dificultad pudimos divisar al fin nuestro destino, el lugar donde habita el dios de piedra creado por el hombre. 

EL MILAGRO (HUMANO) DEL CÍRCULO MEGALÍTICO

¿Tú también eres un apasionado del monumento prehistórico más célebre del mundo? Pues estás de suerte, he preparado este artículo cantinelero para que juntos intentemos descifrar todos sus secretos, que no son pocos. ¡Viaja conmigo a Stonehenge!

Salisbury 

El tiempo ya había comenzado a mejorar justo antes de despedirnos de Stonehenge y la cosa iba a mejor, de hecho ya había dejado de llover definitivamente. Una vez montados en el coche, nos dirigimos hacia nuestro siguiente destino del día, la ciudad de Salisbury. En apenas 20 minutos ya estábamos aparcando en el amplísimo y céntrico Salisbury Central Car Park, muy cerca del centro comercial Sainsbury’s. Al ser domingo no tuvimos que pagar ni una sola libra por el estacionamiento.

Salisbury es el prototipo de ciudad inglesa, con sus calles de suelo empedrado y pequeñas casas de origen medieval y entramados de madera que bordean el río Avon y sus cuatro afluentes. Aunque no estábamos seguros antes de venir, hoy os podemos asegurar que la visita a Salisbury es absolutamente imprescindible. La mayoría de la gente os dirá que merecerá la pena venir aunque solo sea por venir a admirar su catedral, y es cierto, porque es una de las más bonitas del mundo. Sin embargo Salisbury tiene encanto en sí misma y posee rincones muy pintorescos, así que ya sabéis, ¡ni se os ocurra pasarla de largo!

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High Street de Salisbury
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High Street
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High Street Gate

Desde el aparcamiento caminamos por la High Street, pasando por debajo de la puerta de origen medieval que antiguamente daba acceso al barrio de la catedral (Cathedral Close), la High Street Gate. Una vez atravesada ésta, accedimos primero a la preciosa Choristers Square, compuesta por un grupo de lujosas mansiones como la Mompesson House (propiedad de la National Trust), y seguidamente a la Catedral de Salisbury. Después de haberle echado de menos durante aquellos dos últimos días, de pronto volvió a asomar el sol justo en el preciso instante en los que estábamos a punto de vislumbrar el gran icono de la ciudad.

Hemos tenido el privilegio de admirar muchas catedrales a lo largo de nuestros viajes. Muchas, muchísimas. Pues bien, no creo exagerar si digo que la Catedral de Salisbury (entrada libre) es sin lugar a dudas una de las que más nos ha gustado. Y es así porque nos impresionó desde el primer momento en que la vimos, porque es a la vez esbelta y poderosa y porque su decoración es a la vez rica en detalles y sencilla en matices. Es tan bonita que hasta sirvió de inspiración al pintor romántico John Constable, quien la inmortalizó en algunas de sus telas.

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Catedral de Salisbury
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Fachada principal

Cuesta creer que el cuerpo principal de este templo tan grande y tan alto (el más alto de toda Inglaterra, pues su aguja, visible desde cualquier punto de la ciudad, se eleva hasta los 123 metros de altura) se construyera en apenas 40 años, entre los años 1220 y 1258. Su construcción comenzó después de que la población abandonara su antiguo emplazamiento, hoy conocido como Old Sarum, y se trasladara a vivir a New Sarum, la actual Salisbury, en el siglo XIII. El antiguo asentamiento de Old Sarum, ubicado sobre una colina a muy pocos kilómetros de Salisbury, se remonta a la Edad de Hierro y hoy posee vestigios de todos los pueblos que pasaron por allí, especialmente los normandos, quienes construyeron allí un castillo y una catedral durante el siglo XI, de los cuales únicamente quedan unas pocas marcas en el suelo que indican el lugar donde estaban situados los monumentos.

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Catedral de Salisbury

La Catedral de Salisbury tiene nada más y nada menos que dos transeptos y una planta con una longitud de 142 metros. Ésta tiene forma de doble cruz y está compuesta por tres naves cubiertas con arcos de crucería. Cuando entramos en el interior, toda la familia se quedó boquiabierta. 

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Nave central de la catedral
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Nave lateral
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La moderna pila bautismal fue diseñada en 2008 con motivo del 750 aniversario de la fundación de la catedral

Sin duda nos encontramos en uno de los interiores catedralicios más hermosos en los que hemos estado nunca. Rosa, la madre de Inma, estaba tan entusiasmada que no pudo dejar de mirar hacia todas direcciones. Y es que no en vano la catedral de Salisbury está considerada una obra cumbre de la arquitectura gótica inglesa, con sus arcos apuntados, su bóveda de crucería y sus ventanas ojivales altas y puntiagudas. 

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Nave central
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Vidrieras
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Banderas en el interior de la catedral

Llegamos al bellísimo claustro añadido entre 1263 y 1284 de estilo gótico florido, el mayor de toda Inglaterra, por el que accedemos más tarde a la Sala Capitular, que custodia uno de los grandes tesoros nacionales. Nos referimos a una de las cuatro copias originales de la Carta Magna, (concretamente la mejor conservada de todas ellas), un documento que fue redactado en el año 1215 por el arzobispo de Canterbury, Stephen Langton, con el fin de establecer la paz entre el monarca inglés Juan I de Inglaterra y un grupo de barones  que se habían sublevado debido a imposiciones y limitaciones propugnadas por el monarca. 

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Claustro de la catedral
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Claustro de la catedral

La importancia de la Carta Magna radica en que por primera vez en la historia se limitaba por escrito los derechos de un rey frente a su pueblo, de ahí que haya servido de inspiración a la Declaración Universal de los Derechos Humanos y a todas las democracias del mundo. El documento se conserva celosamente en la Sala Capitular y desde aquí os recomendamos encarecidamente su visita, no solo porque es parte viva de la historia británica, sino porque su escritura es sencillamente deliciosa.

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Sala Capitular, donde se guarda una copia original de la Carta Magna
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Torre de la Catedral de Salisbury

Terminamos la visita a la catedral con susto incluido porque mi padre, como es su costumbre cada vez que pisa tierras inglesas, tropezó en el claustro y cayó al suelo, por suerte sin consecuencias graves. Habíamos leído en algún sitio que el restaurante que hay dentro de la catedral (justo al lado de la tienda de recuerdos) era una opción más que aceptable para comer, así que no nos lo pensamos dos veces. Allí, mientras gozábamos de unas vistas maravillosas (a través de la cubierta de cristal podíamos ver el espléndido exterior de la catedral) comimos un plato del día (pollo asado, suele ser la comida típica de los domingos) y descansamos un rato antes de continuar.

Una vez llenada la panza en el restaurante de la catedral (habiendo rematado la faena con cafés y pasteles en una cafetería de la High Street), toca regresar al coche para poner rumbo a un nuevo destino, pero antes nos desviamos ligeramente para acercarnos a la Market Place, la plaza más importante de la ciudad donde viene celebrándose el mercado semanalmente desde el siglo XIII.

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Market Place
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Market Place

Si tenéis tiempo no dejéis de visitarla ya que, además de ser preciosa, se encuentra muy cerca de la pintoresca zona de los canales de la ciudad, absolutamente imperdible. Resulta que Salisbury es un lugar donde confluyen nada más y nada menos que cinco ríos: el Nadder, el Ebble, el Wylye y el Bourne, todos ellos afluentes del Avon, el quinto río. Seguro que si visitáis esta ciudad, tarde o temprano tendréis la oportunidad de cruzar algún pequeño puente que cruza alguno de sus canales. Para nosotros el paseo por esta preciosa zona supuso el broche de oro a una visita maravillosa.

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Canales de Salisbury
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Canales de Salisbury
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Canales de Salisbury

Lacock

Me resistía a abandonar Inglaterra sin visitar algún otro pueblo de los Cotswolds, de modo que propuse a la familia poner rumbo a Lacock, uno de los lugares más antiguos y emblemáticos de la campiña inglesa. Debo decir que nadie opuso demasiada resistencia, pues aún era temprano y esa horita que separa Salisbury de Lacock era ideal para echar una siesta en el coche. Mi suegro que iba de copiloto y que me había prometido no dormirse, ¡fue el primero en dormirse!

En el centro mismo de Lacock hay un párking de pago (National Trust Car Park, en la calle Hither Way) donde dejamos nuestro coche. Lacock se conserva en un estado impoluto gracias a que está protegido por la National Trust, la institución que se encarga de preservar los tesoros nacionales más importantes, gracias a lo cual ha servido de plató televisivo y cinematográfico en multitud de ocasiones. Entre la lista de films que se han rodado en Lacock, Orgullo y prejuicio (1995), Moll Flanders (1996) y, más recientemente, algunas de las entregas de la saga de Harry Potter.

A escasos minutos caminando del aparcamiento se encuentra la joya de Lacock, su Abadía, que hoy en día acoge además el Fox Talbot Museum.

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Abadía de Lacock

Su historia es verdaderamente interesante. En 1232 Ela, condesa de Salisbury, fundó la primera abadía en Lacock que comenzó como un convento de monjas agustinas en memoria de su difunto marido, William Longespee, medio hermano del rey Juan y testigo de la firma de la Carta Magna. Después de convertirse formalmente en abadía en 1240, Ela obtuvo el derecho de celebrar mercados y ferias en el pueblo, que pasó a prosperar gracias al mercado de la lana como muchos otros lugares de los Cotswolds. Después de la disolución de los monasterios en el siglo XVI, la abadía fue comprada por sir William Sharington, quien la convirtió en su mansión particular en estilo Tudor, y adquirida posteriormente por la familia Talbot en el siglo XVIII. Fue la misma familia quien finalmente la cedió a la National Trust décadas más tarde, en 1944. Tal y como explicaremos más tarde, uno de los miembros de esta familia hizo historia precisamente en uno de los rincones de este lugar.

Llegamos a la Abadía pocos minutos más tarde de la hora de cierre, las 17h, sin embargo el destino quiso que nos encontráramos con un trabajador benevolente que nos dejó entrar para que visitáramos el claustro y el jardín exterior que rodea el edificio (cobrándonos la mitad del precio habitual, £14.50 por adulto), no así el interior de la Abadía ni el Fox Talbot Museum que ya habían cerrado sus puertas.

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Abadía de Lacock

¿SABÍAS QUE…?

Precisamente uno de los descendientes de la familia Talbot, William Henry Fox Talbot, fue el artífice de un hito histórico, la primera fotografía en negativo, realizada en agosto de 1835 desde su casa, la Abadía de Lacock. El tema inmortalizado fue concretamente una de las ventanas oriel que hay en el lado este, la de la biblioteca. Después de la publicación de su invento, el calotipo (procedimiento a través del cual se generaba una imagen en negativo que podía ser posteriormente positivada tantas veces como se deseara), Fox Talbot acabaría siendo reconocido como uno de los padres de la fotografía moderna. Recordando este hecho, el Fox Talbot Museum, situado en un antiguo granero de la casa, está dedicado a los experimentos que Talbot llevó a cabo antes de su gran descubrimiento.

Primera fotografía de la historia, realizada por Fox Talbot al retratar una de las ventanas de la Lacock Abbey

Lo que sí pudimos visitar fue el claustro medieval y el jardín exterior que rodea a la mansión. Muchos fans de la saga Harry Potter acuden en peregrinación a este claustro, pues aquí (así como en sus salas contiguas) se rodaron algunas escenas de dos de sus películas: Harry Potter y la piedra filosofal (2001) y Harry Potter y la cámara secreta (2002). Desde allí hubiéramos accedido al interior de las salas y habitaciones de la antigua mansión pero como ya he dicho antes, no pudimos visitar esa parte porque ya se encontraba cerrada al público.

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Claustro de la Abadía de Lacock
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Claustro de la Abadía de Lacock
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Sala contigua al claustro, donde se rodaron varias escenas de la primera entrega de la saga

Desde allí nos dirigimos al extenso jardín exterior, compuesto de diversos tipos de plantas y árboles. Un auténtico remanso de paz que solo los británicos saben crear y donde nuestra pequeña disfrutó de lo lindo.

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Elia corriendo alrededor de la Lacock Abbey
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Jardín de la Lacock Abbey
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El yayo Rafael jugando con su nieta

Visitar el pueblo de Lacock es una tarea extremadamente sencilla y rápida, pues solo tiene, literalmente, un par de calles. Una vez salimos del recinto de la abadía, nos abandonamos a un nuevo placer sensorial, el de dejarse llevar por el embrujo de sus limpias y cuidadas calles. A última hora de la tarde esto puede hacerse sin ningún tipo de problema, ya que por entonces ya no hay ni un solo turista en Lacock.

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Patio del Hotel Red Lion, donde se grabó una escena de la película Orgullo y Prejuicio
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Casas de Lacock

Nuevamente esas antiguas fachadas de piedra color miel contrastando con el cielo azul, esas mismas fachadas que echaremos tanto de menos al regresar a España. ¡Qué bonitos recuerdos nos vamos a llevar de esta maravillosa región inglesa!

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Casas de Lacock
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Casas de Lacock
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Pequeño jardín en Lacock
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Establecimiento Sign of the Angel, escenario de una de las películas de Harry Potter

Al final de la calle (una sola pero ¡qué calle!), se alza el único templo del pueblo, la Iglesia de Saint Cyriac, del siglo XI. Su interior, que no pudimos visitar, contiene la grandiosa tumba renacentista de sir William Sharington, quien recordemos había sido dueño de la Abadía de Lacock.

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Iglesia de Saint Cyriac

White Horse de Westbury

Nos resistíamos a regresar a nuestra casa de Westbury y dar por terminado este día inolvidable en el que habíamos cumplido un gran sueño, el de visitar Stonehenge, de modo que poco después de montarnos en el coche para salir del aparcamiento de Lacock se nos ocurrió que podíamos visitar muy rápidamente un último lugar que además se encontraba muy cerca de nuestro alojamiento. Se trata de algo que al menos nosotros no habíamos visto nunca, un gigantesco caballo tallado en la falda de la colina de Salisbury Plain y cuyo color blanco se debe a la roca caliza de la montaña. El conocido como BrattonWhite Horse mide unos 55 metros de alto por unos 50 de ancho y es visible desde muchos kilómetros de distancia. Curiosamente está situado en el mismo lugar donde antiguamente existía un asentamiento fortificado de la Edad de Hierro, una especie de parque natural llamado Bratton Camp.

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White Horse de Westbury visto desde lejos

Nosotros subimos por una carretera hasta llegar a un punto desde donde pudimos divisar con claridad al animal. Tallado en la ladera en 1778, se dice que esta insólita figura reemplazó a un caballo más antiguo que posiblemente fue creado para conmemorar la victoria del Rey Alfredo el Grande sobre los vikingos daneses durante la Batalla de Edington que tuvo lugar en el siglo IX. Por lo visto no es el único caballo blanco de estas características en Inglaterra, ¡ni siquiera es el único en el condado de Wiltshire!

Al llegar a nuestro alojamiento aún nos dio tiempo a darnos una vuelta por su jardín y a hacernos unas fotos. ¡El día se remató con una declaración de amor por todo lo alto!

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Mi padre declarando su amor cual Romeo a su Julieta

Día 4

¡Buenos días! Este va a ser nuestro último día por tierras inglesas y, ¿dónde se puede terminar mejor un roadtrip por los Cotswolds que en Bath, cuyas termas romanas son famosas en todo el mundo? Estamos deseando conocer esta fabulosa ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987.

Tenemos nuestra visita reservada a las Termas Romanas de Bath a las 9.30h, de modo que desayunamos en nuestra casa de Tetbury sin prisa pero sin pausa. Después de recogerlo todo y devolverle la llave a nuestra anfitriona, nos despedimos de la casa que nos ha acogido durante dos noches y salimos de nuevo a la carretera con nuestro coche británico. Después de 40 minutos conduciendo llegamos a la elegantísima ciudad de Bath, en el condado de Somerset. Este es el itinerario que hicimos aquel día por la ciudad.

Por cierto, hoy hace un día precioso de sol, ¡ya era hora! Parece que Inglaterra nos ha reservado su mejor día para despedirnos y vamos a aprovecharlo al máximo.

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No teníamos ganas de complicarnos la vida buscando aparcamiento, además íbamos algo justos de tiempo, así que dejamos el coche en el párking público de pago Kingsmead Square Car Park, el más cercano a nuestro primer destino del día. Una de las ciudades más elegantes que hemos conocido nos daba la bienvenida.

La bella Bath, cuyo centro peatonal está repleto de músicos, museos, sofisticados restaurantes y tentadoras tiendas, reposa entre las verdes colinas del valle del río Avon y debe todo su esplendor a dos épocas bien distintas que dejaron una impronta eterna en esta ciudad en forma de extraordinarias edificaciones. Por un lado está la Bath romana  y por otro la Bath georgiana, por cuya arquitectura se ha convertido en toda una referencia de distinción en el sur de Inglaterra. Nosotros visitaremos ambas en un recorrido que nos llevará a conocer sus monumentos más importantes. ¿Nos acompañas?

Termas Romanas (The Roman Baths)

Empezamos, como no podía ser de otra manera, por el plato fuerte de Bath, uno de los monumentos patrimoniales más importantes de Inglaterra, las Termas Romanas de Bath. Como ya he mencionado anteriormente, nosotros habíamos reservado nuestra entrada previamente, a través de la página web. Por cierto, no hay que confundir las Termas Romanas (The Roman Baths) con las Thermae Bath Spa, un nuevo complejo termal que se construyó para que los ciudadanos de la época moderna pudieran continuar beneficiándose de las propiedades curativas de las aguas termales.

Se dice que fueron los celtas los primeros en conocer las propiedades curativas de las aguas de este lugar y en construir un primer santuario termal dedicado a la diosa Sulis. Cuando llegaron los romanos y descubrieron que el agua del manantial tenía una temperatura constante de 46ºC, decidieron edificar un templo dedicado a Minerva (equivalente romano de Sulis) y un complejo termal a la altura de su imperio (vamos, una especie de «Marina d’Or, ciudad de vacaciones» de la época). Así nació la actual Bath, que los romanos denominaron Aquae Sulis (literalmente, «las aguas de Sulis»), en honor a aquella primera diosa celta.

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Maqueta del museo de las Termas de Bath, donde se puede apreciar la reconstrucción del templo dedicado a Minerva que se situaba justo al lado del complejo termal

Las Termas Romanas de Bath representan un caso único en toda Europa debido a su gran tamaño y al hecho de que en ellas se usaba una gran cantidad de agua caliente. Al igual que se hace hoy en día cuando acudimos a un spa, los romanos que entraban en estos espacios públicos recorrían un circuito a través de diversas salas cuya secuencia comenzaba en el apodyterium, un vestuario donde se desnudaban y se dejaban las prendas antes de iniciar el baño. A continuación se pasaba a los espacios de agua fría (frigidarium) para luego acceder a los espacios de agua tibia (tepidarium). Estos se consideraban una transición a las habitaciones de agua caliente (caldarium). Finalmente se volvía a realizar la misma secuencia pero a la inversa, terminando siempre en los espacios frigidarium.

No hay que perder de vista que lo que podemos ver actualmente en las Termas Romanas de Bath (entrada 16,50₤ por adultos) es una serie de edificios construidos en los siglos XIII y XIX, que protegen e integran el complejo termal romano. Durante aquellos siglos se acometió también la reconstrucción de algunas de las salas originales, que en algún caso rozó la imprudencia por parte de los restauradores ya que interpretaron demasiado libremente algunos espacios como la gran piscina central (Great Bath). Esta era una práctica habitual en aquellos tiempos (como muestra, un botón: pensemos en las intervenciones llevadas a cabo por Viollet-le-Duc en la ciudadela de Carcassonne durante el siglo XIX).

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La gran piscina (Great Bath). En sus bordes pueden verse las bases de los pilares que en su día sustentaron un techo con bóveda de cañón
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Reflejo del agua de la gran piscina (Great Bath)
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Durante nuestra visita, una actriz que representaba el papel de una mujer romana hacía las delicias de los visitantes

La gran piscina era en realidad un espacio caldarium donde las personas disfrutaban del baño del agua caliente que salía directamente del manantial a 46ºC. A pesar de la innegable magia de este lugar, lo que vemos en la actualidad tiene muy poco que ver con lo que existía en época romana, principalmente porque los arquitectos romanos habían cubierto la gran piscina mediante un techo con bóveda de cañón, hoy desaparecido. En lugar de eso, hoy la piscina se encuentra al aire libre (lo que ha traído como consecuencia la proliferación de algas en el agua debido a la luz del sol, tiñéndose ésta de verde). La restauración se completó con la edificación de una terraza superior ornamentada con esculturas al estilo romano que hoy curiosamente es el mejor mirador posible de la Abadía de Bath, que luego visitaremos.

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Termas Romanas de Bath desde la terraza superior
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Vista de la Abadía de Bath desde la terraza de las esculturas de las Termas Romanas

Por suerte las demás estancias termales de las que constaba el complejo original no se reconstruyeron de la misma manera (en este caso sí se respetaron las ruinas), limitándose a acondicionarlas para los visitantes.

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Ruinas pertenecientes al perímetro del antiguo complejo termal
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Sala de agua caliente (caldarium) con sistema de hipocausto

Un recurso altamente atractivo y efectivo es el uso de pantallas sobre las que se proyectan hologramas de escenas que reconstruyen la vida de los romanos en estos espacios de ocio. ¡De repente podías viajar en el tiempo y encontrarte con una persona que estaba dando un masaje a otra!

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Pantalla holográfica en una de las salas
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Frigidarium de Bath, inusualmente grande teniendo en cuenta las medidas habituales de este tipo de espacios en el mundo romano
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Detalle de una sala de agua caliente donde se pueden apreciar los pequeños pilares de un hipocausto, el sistema por el cual los romanos suministraban calefacción central a estos espacios

Completando la visita, el edificio de las Termas Romanas de Bath integra en la actualidad un interesantísimo museo que alberga toda clase de piezas arqueológicas halladas en este lugar (lápidas, bustos, monedas… ¡incluso el frontón original del ya desparecido templo dedicado a Minerva!).

Abadía de Bath (Bath Abbey)

Después de la interesantísima visita a las Termas Romanas, nos dirigimos al templo más importante de la ciudad,  la Abadía de Bath, que se encuentra justo al lado del antiguo complejo termal. Después del declive de la ciudad encarnado por la caída del Imperio Romano, Bath resurgió de sus cenizas durante el periodo medieval. No en vano esta abadía fue elegida como el lugar de coronación del Rey Edgar, el primer rey de Inglaterra, en el año 973.

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La fachada de la Abadía de Bath se yergue junto al edificio que alberga las antiguas termas romanas

La Abadía de Bath (de acceso gratuito), construida en piedra arenisca, sobrecoge al visitante por la finura y la elegancia de sus líneas. Aunque fue construida allá por el siglo VII, su aspecto actual corresponde a la transformación gótica que se llevó a cabo sobre las ruinas del templo románico normando anterior.

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Nave central de la Abadía de Bath coronada por una bellísima bóveda
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Interior del templo

Al terminar nuestra visita del templo salimos nuevamente al exterior y como Elia tenía sueño decidimos sentarnos a descansar en los bancos de la plaza anexa. Allí, mientras dormíamos a la peque, pudimos disfrutar de un maravilloso concierto ofrecido por un virtuoso violinista callejero.

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Mi padre Rafael posando con un «amigo» a los pies de la Abadía de Bath

Puente Pulteney (Pulteney Bridge)

A escasos minutos de allí se encuentra otra de las joyas de Bath, el Puente Pulteney, que cruza el omnipresente río Avon en su paso por la ciudad. Se trata de uno de los cinco únicos puentes habitados que existen en el mundo (entre ellos, el Ponte Vecchio de Florencia y el Ponte Rialto de Venecia).

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Pulteney Bridge

La visita de la Reina Anne en 1702 significó un nuevo hito histórico para Bath, ya que a partir de entonces la ciudad pasó a convertirse en un nuevo lugar de moda para la élite inglesa. Para responder a su nuevo estatus de ciudad balneario, Bath vivió un resurgimiento arquitectónico sin precedentes durante todo el siglo XVIII. El Puente Pulteney, construido por orden de William Pulteney, es una de las obras maestras del arquitecto escocés Robert Adam, uno de los máximos exponentes de la llamada arquitectura georgiana que invadió repentinamente la ciudad termal. 

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Puente Pulteney
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Tiendas interiores del Puente Pulteney

Otros de los máximos exponentes de este nuevo estilo cuya principal fuente de inspiración era el modelo arquitectónico del renacentista italiano Andrea Palladio, fueron John Wood el Viejo y John Wood el Joven (padre e hijo respectivamente), quienes diseñaron las construcciones más imponentes de Bath y que por supuesto visitaremos a continuación. Antes de eso, sin embargo, buscaremos un buen lugar para comer, una tarea en absoluto complicada en este rincón del mundo ya que existe una variadísima oferta de restaurantes, a cual más chic. Finalmente nos decantamos por la Brasserie Blanc, una excelente opción para degustar suculentos platos a un precio razonable. Además nos atendieron en castellano (había un camarero andaluz y otro mexicano), ¡por fin un descanso para el intérprete de la familia!

Continuamos descubriendo esta bellísima ciudad paseando entre las calles que sedujeron, entre otras, a la mismísima Jane Austen, quien vivió durante una corta temporada, entre 1801 y 1806, en una de las casas de la preciosa Gay Street (hoy en día es el Jane Austen Center). Aquí en Bath ambientó la historia de alguna de sus novelas, como Persuasión (1818).

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Divina simetría de la Gay Street

The Circus

Nos encontramos en pleno epicentro de esa arquitectura georgiana tan característica, esa en que la piedra caliza dorada (extraída en las inmediaciones de la ciudad) y la más perfecta simetría se conjugan para crear un armonioso conjunto. El lugar que mejor ejemplifica la elegancia georgiana de Bath es obra del arquitecto John Wood el Viejo, quien diseñó en 1754 The Circus, un complejo residencial de planta circular perfecta con un jardín con cuatro enormes árboles en el centro y compuesta de edificios de tres cuerpos perfectamente simétricos. The Circus se encuentra al final de la Gay Street, a un corto paseo del Jane Austen Center.

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Gay Street vista desde The Circus
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Efecto simétrico de The Circus

Royal Crescent

John Wood murió solo tres meses después de comenzar el proyecto de The Circus pero fue continuado por su hijo, quien lo completó finalmente en 1768. Solo un año antes John Wood el Joven ya había comenzado otro de los grandes símbolos de Bath (a escasos metros de The Circus), el magnífico Royal Crescent, otro complejo residencial levantado entre 1767 y 1774 que repite el mismo esquema de estilo palladiano.

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Royal Crescent

A diferencia de The Circus, Royal Crescent no tiene planta de círculo completo sino de semicírculo, como si de una luna creciente se tratara. Eso sí, es mucho más grande que el anterior, sobretodo el jardín que se encuentra justo enfrente, un inmenso parque sobre el que descansar y jugar un buen rato con nuestra pequeña cerecita antes de emprender el camino de regreso al coche.

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Jugando con Elia

¡Hay que ver la pena que nos da tener que despedirnos de Bath y de la simetría perfecta de sus edificios georgianos! Y sin embargo no puede haber mejor indicador de que una ciudad te ha gustado que la nostalgia que uno siente al marcharse de allí.

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Edificios de Bath
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Edificios de Bath

Tras llegar de nuevo al aparcamiento de la plaza Kingsmade Square, nos ponemos de nuevo en marcha rumbo al último destino de este maravilloso viaje, la Oficina de Europcar del Aeropuerto de Bristol (con parada previa en una gasolinera para repostar). Una vez arreglados todos los trámites de devolución del coche, nos dirigimos hacia la terminal de salidas del aeropuerto, donde sufrimos el único momento desagradable de nuestro viaje. Hasta ese momento todo había salido a pedir de boca pero en el momento de pasar el control, uno de los trabajadores del personal de control nos hizo abrir una por una las maletas para ver qué contenían. La cosa empeoró cuando su actitud se puso algo chulesca, pidiéndome explicaciones de no sé qué cosa y dando a entender que llevábamos algo en una de ellas que podría ser considerado ilegal. El hombre llamó a un superior sin darnos más explicaciones, quien prosiguió con el interrogatorio. Por suerte todo terminó en un susto (imagino que se darían cuenta del error, pero sin pedirme disculpas por lo sucedido) y después de recoger todo lo que aquel tipo se había preocupado por desordenar de mala manera en nuestras maletas nos dirigimos, esta vez sí, a la zona de embarque, donde la familia tuvo que separarse por tener que coger mis padres un avión distinto al nuestro.

A excepción de este pequeño incidente en el último momento, nuestro viaje por la región de los Cotswolds resultó ser un verdadero descubrimiento para todos nosotros. No solo conocimos una de las zonas más pintorescas del Reino Unido sino que además pudimos cumplir el sueño de admirar Stonehenge, uno de los monumentos prehistóricos más importantes del mundo. 

Seguro que no tardaremos en volver a pediros que nos acompañéis en una nueva aventura, ¡hasta pronto cantineleros y cantineleras!

Alojamientos cantineleros

The Green Dragon Inn (Cowley)

A pocos kilómetros de Bourton-on-the-water, Bibury o Chipping Campden, esta antigua posada del siglo XVII rehabilitada es la base perfecta para explorar los Cotswolds. A unas habitaciones modernas y confortables hay que sumarle una zona de pub donde sirven desayunos típicos ingleses y deliciosas cenas que, aunque nada económicas, os harán cambiar de idea con respecto a la comida británica. ¡Muy recomendable!

Elia en su habitación del The Green Dragon Inn

Casa en Westbury (no disponible)

Estuvimos estupendamente en esta antigua lechería rehabilitada en casa rural para 7 personas a las afueras de Westbury, muy cerca del círculo megalítico de Stonehenge y de las ciudades de Salisbury y Bath. Era lo suficientemente grande para acogernos a todos y en un enclave privilegiado. ¡Teníamos hasta un pequeño lago al lado para nosotros solos!

Casa a las afueras de Westbury

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