
Belchite
La agonía de un pueblo fantasma
Indice
Vamos a dedicar el post de hoy a hablaros de uno de nuestros sueños viajeros cumplidos, las ruinas del Pueblo Viejo de Belchite, que visitamos durante nuestro roadtrip por tierras navarras y zaragozanas. Ya sabéis que nos atraen poderosamente los lugares donde quedó impregnada la marca de la historia y el horror (como el caso del campo de concentración de Mauthausen). Lugares donde el ser humano lo ha pasado realmente mal. Todavía no sé la razón pero en ello estoy, tratando de averiguarla.
El pueblo de Belchite se encuentra en medio de una de las zonas más áridas y desoladas de todo Aragón. Adentrase en la comarca de Campo de Belchite impone cierto respeto y te prepara el cuerpo para lo que estás a punto de presenciar. Kilómetros y kilómetros sin apenas ningún núcleo de población, ni gasolineras, ni estaciones de servicio. Una tierra llana, seca y en definitiva fantasmal por la que conviene no perderse ni quedarse aislado.
El caso excepcional de Belchite
Hablar de Belchite es hablar de una Pompeya moderna cuyo Vesubio fue la Guerra Civil Española. Pero también es una parte imprescindible de nuestra historia que todo el mundo debería conocer. Hoy en día existe un pueblo viejo de Belchite y un pueblo nuevo de Belchite, uno justo al lado del otro. En los años 30 del siglo XX solo existía un Belchite, el que hoy llamamos el pueblo viejo, pero quedó absolutamente devastado durante la Batalla de Belchite de 1937, uno de los episodios más oscuros de la guerra civil que enfrentó a las dos Españas en una lucha encarnizada y fratricida. Solo en esta batalla se estima que murieron unas 5.000 personas en los 15 días que duró, quedando destrozados aproximadamente un 30% de sus edificios.

Belchite fue uno de los muchísimos pueblos de la geografía española que sufrieron los estragos de la guerra, los bombardeos y los combates cuerpo a cuerpo, quedando absolutamente inhabitables. Lo excepcional del caso de Belchite es que el pueblo viejo nunca fue reconstruido, principalmente porque el General Franco, líder del bando ganador de la contienda, prohibió expresamente que fuera reconstruido para que quedara como «testimonio de la barbarie roja». Una maniobra propagandística en toda regla por parte del futuro dictador, quien prometió a los belchitanos destinar fondos para edificar «una ciudad hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par», promesa que por supuesto nunca llegó a cumplirse. El pueblo nuevo, en vez de eso, acabaría siendo construido por los prisioneros del bando perdedor, el republicano, quienes malvivían en un campo de prisioneros. Ellos serían los encargados de construir también los barracones que formaban la «pequeña Rusia», un campo de refugiados creado para que vivieran los habitantes de Belchite de ambos bandos que habían perdido sus casas durante la batalla (*¡gracias por la puntualización, Marta!*)
El caso del Pueblo Viejo de Belchite es excepcional pero no es único en España. existen al menos otros cuatro casos: el de Rodén, también en Zaragoza, Corbera d’Ebre en Tarragona, y Montarrón y Gajanejos en Guadalajara. Estos presentan también las cicatrices originales de la contienda. En Europa existen también casos similares, como el del pueblo de Oradour-sur-Glane en Francia (curiosamente hermanada con Belchite desde hace muy poco), Lidice en Chequia, Lipa en Croacia y San Pietro Infine en Italia, lugares marcados por la barbarie y el horror de la Segunda Guerra Mundial.
Detenido en el tiempo como todos ellos, Belchite es hoy un lugar imprescindible para cualquier amante de la historia (como nosotros) y de lo paranormal. No en vano Belchite empezó a ser conocido por el gran público en gran parte gracias a los buscadores de fenómenos extraños y psicofonías, como el periodista Iker Jiménez y su equipo, que desde los años 80 acudían allí por tratarse de un lugar, según dicen ellos, cargado de un dolor tan extremadamente intenso que allí quedaron atrapadas voces y sonidos del pasado.

La agonía del abandono
Las ruinas del Pueblo Viejo recibieron alrededor de 40.000 visitantes en el año 2017, hecho que da cuenta de la enorme popularidad de la que goza actualmente este memorial de la Guerra Civil. El Ayuntamiento de la localidad organiza para los visitantes desde hace unos pocos años dos tipos de visitas guiadas, una diurna y otra nocturna, que consisten en pasear a través de las ruinas con la compañía de una guía especializada encargada de explicar todos los aspectos de la contienda y los lugares más significativos. Sin embargo podemos afirmar con una rotundidad aplastante que la atención al Pueblo Viejo de Belchite ha llegado demasiado tarde. Tan tarde que si bien la batalla de Belchite destruyó un 30% de los edificios del pueblo, hoy ha desaparecido ya aproximadamente un 80%. Belchite se cae a pedazos desde hace décadas y es ¡ahora! cuando se comienza a poner medidas para que los últimos restos que aún siguen en pie no desaparezcan definitivamente.

¿Cómo se ha podido llegar a semejante situación? En primer lugar debido a las duras penurias de la posguerra, que provocaron que muchos habitantes, aún no teniendo sus casas en condiciones, decidieran seguir viviendo allí, lo que degradó más aún si cabe los edificios. ¡De hecho los últimos habitantes en abandonar el pueblo viejo lo hicieron en 1964! A partir de entonces muchos chatarreros aprovechaban para acudir a las ruinas para tomar todo el material metálico que encontraran y revenderlo.
Puedo entender los motivos hasta aquí citados desde el punto de vista de la lucha por la supervivencia. Lo que jamás conseguiré entender es la enorme desidia institucional que las administraciones han demostrado a lo largo de los últimos años a la hora de conservar las ruinas como un monumento de lo que nunca deberíamos repetir como seres humanos (como han hecho por ejemplo los alemanes conservando y abriendo al público los campos de concentración nazis). Este sin duda ha sido el motivo que más daño ha hecho a Belchite y ha hecho que lo que podemos ver hoy en día se parezca bien poco a lo que hubo en 1937.
Mis padres siempre recuerdan que aquel día en que visitamos Belchite siendo yo muy pequeño, allá por los años 80, el recinto ni siquiera se encontraba cercado ni protegido: allí podía entrar cualquiera, hacer lo que quisiera y llevarse lo que quisiera. Y esto fue hace muy pocos años. ¿Cómo puede un país tratar con semejante desdén a su propia memoria historia? Solo se me ocurre una respuesta, aterradora donde las haya: muchas veces preferimos obviar determinados episodios, hacer como si nunca hubieran existido, porque todavía duelen enormemente. Todavía no hemos superado el pasado. El trauma de la lucha fratricida que vivieron nuestros abuelos permanece muy vivo en nuestra memoria colectiva, en parte porque el odio ha ido perviviendo de generación en generación (el odio, al igual que el amor, se inculca desde pequeñito). En este punto lanzo yo otra pregunta al aire: ¿llegará el día en que de verdad seamos capaces de pasar página y mirar al pasado con una mirada limpia de prejuicios?
La trágica historia de un pueblo zaragozano
Hoy en día el pueblo nuevo de Belchite cuenta con unos 1.500 habitantes. El año que comenzó la guerra (1936) la localidad del pueblo viejo contaba con más de 4.000. Se trataba por tanto de una población importante y próspera que gozaba de una rica vida comercial y cultural. Esta no era la primera vez que la guerra golpeaba con fuerza al pueblo, ya que durante la Guerra de Independencia y la Primera Guerra Carlista había sido castigado por las contiendas.
Para entender lo que ocurrió en Belchite debemos entender la Batalla de Belchite en el contexto de la Guerra Civil. En el territorio aragonés la sublevación militar del bando nacional fue todo un éxito ya que consiguió apoderarse de las principales ciudades: Huesca, Teruel y Zaragoza. A partir de ese momento recuperar esta región se convirtió en una de las máximas prioridades para el bando republicano, quien, después de costosas derrotas en el frente de Aragón y en el frente de Madrid en 1937, inició una nueva ofensiva en el frente de Aragón para recuperar la ciudad de Zaragoza y provocar así la detención de las operaciones de los nacionales en el norte de España. El 24 de agosto de 1937 comenzó la ofensiva republicana con diversas agrupaciones atacando diversas zonas estratégicas, una de las cuales se centraba en el frente situado entre Belchite y Quinto. El día 28 llegaron desde Madrid los primeros refuerzos nacionales, que consiguieron detener la ofensiva republicana acabando con las esperanzas de conquistar Zaragoza. Pero no consiguieron evitar la conquista de Belchite por parte de los republicanos, hecho que ocurrió el 6 de septiembre, después de una ardua batalla casa por casa.

La Batalla de Belchite duró dos sangrientas semanas repletas de bombardeos aéreos y combates cuerpo a cuerpo en cada casa del pueblo, dejando como resultado edificios, calles y plazas destrozadas, una imagen dantesca que fue aprovechada propagandísticamente por Franco unos meses más tarde, elegido ya a esas alturas jefe supremo de las fuerzas sublevadas, cuando en marzo de 1938 las tropas nacionales reconquistaron de nuevo la localidad. Hubieron por tanto dos batallas en Belchite: la de 1937 (con victoria republicana) y la de 1938 (con victoria de los nacionales).
La visita a las ruinas de Belchite
La visita guiada por las ruinas de Belchite (entrada visita diurna 6€ por adulto, visita nocturna 10€ por adulto) es, a pesar de que la mayor parte de los edificios ya han desaparecido, una importantísima lección de historia que todos deberíamos aprender. A la hora acordada nos presentamos aquel día con nuestra reserva en la Plaza de Goya, enfrente del Arco de la Villa, antiguo portal-capilla del siglo XVIII que antiguamente servía de paso entre la plaza y la Calle Mayor. Este portal ha sido restaurado hace muy poco tiempo y la plaza estaba siendo arreglada por obreros en ese mismo instante, lo cual es muy significativo del recientísimo interés prestado a Belchite por parte de las administraciones, sin duda motivado en gran parte por la creciente demanda turística. Allí se arremolinaba ya un grupo numeroso entorno a la guía, muy profesional y atenta en todo momento.


Al otro lado del Arco de la Villa nos esperaba un perturbador decorado posapocalíptico. No vamos a desvelar aquí los secretos y anécdotas que nuestra guía nos iba explicando, pero os aseguro que algunas de ellas son escalofriantes. Historias de familias que convivían con los soldados que se daban muerte en sus propias casas y con las explosiones de las bombas que descargaban los aviones. Hoy las huellas de lo ocurrido todavía son visibles a lo largo de la Calle Mayor.



Os aseguro que tanta desolación es abrumadora. Recorremos la Calle Mayor con el mayor de los respetos y el más sepulcral de los silencios, solo roto por la voz de nuestra guía. Sentimos cómo la luz del sol penetra pesada en nuestras cabezas, tratamos de buscar algún resquicio de sombra proyectada de algún edificio aún en pie, pero hay pocos. Tantos edificios que fueron algo, un bar, un casino, un banco, una farmacia, una sastrería, un taller de carpintería que tenía 47 escalones. La casa del señor Paco, el sereno del pueblo, que tenía dos hijas. La casa del chaflán, donde vivían dos hermanas solteras que murieron a causa de un cañonazo. Una capilla, la de San Antón, donde se bendecían las caballerías el día del Santo y en cuya planta superior había un hospital de beneficiencia. Edificios en cuyas entrañas se desarrollaba la vida y la historia de personas cotidianas que eran queridas por otras personas. Ya solo queda el esqueleto de lo que fueron. En algunos únicamente quedan en pie sus fachadas. El resto es historia.


A la mitad de la Calle Mayor hacemos un alto en el camino para subir una pequeña pendiente y admirar el Trujal de los Caídos, un antiguo depósito para prensar olivas que se convirtió en una fosa común improvisada durante el asedio. Hoy reposan en este Monumento a los Caídos cientos de víctimas de los dos bandos. Los pelos de punta.

Seguimos adelante por la Calle Mayor y llegamos a la Plaza Nueva, donde se encontraba el Ayuntamiento (hoy desaparecido), la Casa de «la Domi» (la mejor de todo Belchite, donde vivía la familia de Dominica Fanlo y en cuyos bajos había un comercio de tejidos) y la Casa de Mariano Castillo, quien fuera alcalde republicano de Belchite (este hombre terminó suicidándose después de que su familia fuera detenida y ejecutada). Cerca de lo que hoy son las ruinas de la casa, Franco mandó erigir una cruz de hierro (Cruz de los Caídos) que por supuesto homenajeaba solo a uno de los dos bandos. Curiosamente la cruz fue forjada por dos prisioneros catalanes, padre e hijo. El antiguo esplendor de la Plaza Nueva ya no es más que la funesta sombra de lo que fue. El trasiego de personas que compraban, que charlaban, que iban y venían, ha terminado para siempre.



Muy cerca de allí se encuentra la célebre Torre del Reloj, declarada Bien de Interés Cultural y único resto de lo que había sido la Iglesia de San Juan, hoy desaparecida. La torre es uno de los ejemplos mudéjares que ostentaba Belchite, lo que prueba la riqueza patrimonial que poseía el pueblo. Afortunadamente no tenemos que lamentar su desaparición gracias a un plan de restauración de hace unos años que consolidó sus partes más afectadas, sus cimientos y su parte superior.
Al final de la Calle Mayor se encuentra la Plaza Vieja, donde antiguamente había un cine que ya no se conserva. Lo que sí se conserva en parte es la Iglesia de San Martín de Tours, también de estilo gótico-mudéjar de principios del siglo XV. Estamos frente a la que fue la parroquia principal del pueblo y uno de los únicos edificios cuya estructura principal resistió al asedio debido a que fue la construcción más sólida de todas las que se realizaron en la localidad. La fachada, la cabecera y la torre aún se conservan (aunque muy degradadas), mientras que la bóveda de la nave central, en cambio, ha desaparecido completamente.


En la puerta de entrada a esta iglesia se encuentra la famosa inscripción que todo el mundo quiere inmortalizar con su cámara fotográfica cuando viene a Belchite. Se trata de un pequeño fragmento de la jota Profundo sentir, del poeta belchitano Natalio Baquero. Él mismo se encargó de escribir hace ya mucho tiempo la frase con yeso en un arranque de inspiración y nostalgia. Desde entonces, él mismo viene a repasarla cada año con pintura blanca para que resista el paso del tiempo. Él, que nació el 1 de septiembre de 1937, en plena Batalla de Belchite. Su madre Isabel dio a luz en una cueva cercana porque las bombas ya habían devastado su casa.
«Pueblo Viejo de Belchite,
ya no te rondan zagales,
ya no se oirán las jotas
que cantaban nuestros padres.
NB»


Nos encontramos supuestamente en el epicentro de la actividad paranormal en Belchite, siempre según los parapsicólogos, ya que es justo aquí donde dicen que se han registrado una mayor acumulación de grabaciones psicofónicas de voces atrapadas entre este mundo y el otro. Independientemente de si uno cree en estas cuestiones o no, el interior de este lugar resulta un escenario trágico pero a la vez enormemente cautivador ya que el dolor sigue impregnado en sus paredes.

Al lado mismo de San Martín de Tours se encuentra el Convento de San Rafael, obra barroca de 1781 y perteneciente a la Orden de las Dominicas. A pesar de que no es posible entrar por peligro de derrumbe, el convento conserva todavía su sencilla portada barroca y los grandes pilares que un día sostuvieron las bóvedas de las naves.


Tocaba dar la vuelta y regresar sobre nuestros pasos por la Calle Mayor en dirección a otro edificio religioso situado en el norte del casco urbano: el Convento de San Agustín, construido entre los siglos XVI y XVII. Su iglesia sirvió al pueblo como segunda parroquia antes de la guerra y como parroquia principal tras la guerra, hasta el traslado definitivo de los últimos vecinos al pueblo nuevo en 1964.

La Iglesia de San Agustín es quizás el lugar más fotogénico de todo Belchite, sobretodo su interior, al que uno no puede acceder debido a que aún no ha sido asegurado, pero sí contemplar desde la puerta de acceso.


Nuestra guía nos llamó la atención sobre un detalle casi imperceptible a simple vista y que se encuentra en la torre-campanario de esta iglesia. Allí quedó alojado un proyectil que nunca explotó y que ha quedado como congelado en el tiempo justo antes de su detonación. Podéis apreciarlo justo en el centro de la siguiente imagen (ampliándola se aprecia todavía mejor).

Este año 2018 secumplían 80 años de la segunda batalla de Belchite, aquella en la que los nacionales volvieron a recuperar la localidad. Es muy curioso que hayamos estado presentes, casi sin saberlo ni pretenderlo, en este macabro aniversario.

Horrorizados y fascinados a partes iguales. Así podríamos definir cómo nos sentimos después de la visita del Pueblo Viejo de Belchite, el de la contienda y el abandono, el de las ventanas sin cristales y las fachadas sin hogar, como un trampantojo escénico que engaña a la vista pero no al espíritu. En definitiva, un lugar que enamora por igual a los amantes de la fotografía, el cine, la historia y la actividad paranormal. ¡Sueño cumplido!
Informaciones prácticas
Finalizamos nuestro post sobre Belchite con algunos datos prácticos:
- Para concertar la visita guiada a las ruinas del Pueblo Viejo de Belchite es necesario reservar vuestra entrada con antelación, o bien llamando a la Oficina de Turismo de Belchite (976 830 771), o bien comprándola por internet a través de su página web.
- Existen tres modalidades de visitas guiadas: la diurna (a las 12h o a las 16h, 6€ por persona), la nocturna (a las 20h en invierno y a las 22h en verano, 10€ por persona) y la combinada de ambas (solo viernes y sábado, 12€ por persona). Existen tarifas especiales para grupos de un mínimo de 10 personas. La entrada es gratuita para los menores de 14 años.
- La visita diurna, la que nosotros hicimos, dura aproximadamente 2 horas. Tenedlo en cuenta si vais acompañados de niños o de personas mayores ya que no hay sitios para sentarse. Puedes acceder sin problema con carrito de bebé.
- La Oficina de Turismo de Belchite también ofrece visitas guiadas al Pueblo Nuevo y al Museo Etnológico.
¡Hasta la próxima!


4 comentarios
Marta Ainsa Luis
Buenos días,
Muy buen post de Mi Pueblo vecino, pero quería hacerle una puntualización: la pequeña Rusia no fue un campo de prisioneros, si no que fue un campo de refugiados o desplazados de los propios habitantes de Belchite. Allí vivieron desde mediados de 1938 habitantes de Belchite de ambos bandos que habían perdido sus casas durante la batalla. Hubo un campo de prisioneros que estaba situado dentro del Belchite actual o nuevo. Fueron esos prisioneros (unos 1000 más o menos) quienes construyeron el pueblo nuevo y los 15 barracones que forman la pequeña Rusia
Un saludo
Rafael Ibáñez
Muchísimas gracias por tu comentario Marta!! No sabes lo que te agradezco la puntualización, ya sabes que uno nunca puede ser totalmente preciso cuando elabora toda la información, de modo que tu comentario me sirve para mejorar (voy a cambiar ese detalle ahora mismo). Aún así, espero que hayas disfrutado del relato. Un saludo!
Chorche
Magnífico reportaje de Belchite!!! Si te apetece conocer algo más de los alrededores puedes leer el artículo del dragón Chorche en Joréate por Aragón.
https://www.joreate.com/belchite-dos-pueblos-rodeados-de-estepa-y-olivos/
Rafael Ibáñez
Ahora mismo me paso a leerlo! Muchísimas gracias por tu comentario