CON MUCHO ARTE,  FRANCIA,  LUGARES CON HISTORIA

Normandía, varios viajes en uno

Ruta de 9 días cumpliendo sueños

Mi viaje por Normandía fue un reto personal. Hay lugares a los que planeas ir con una persona en concreto, pero, ¿qué sucede cuando esa persona ya no está en tu vida? A mí la vida me puso a prueba y tuve que tomar una decisión trascendental. Después de haberlo programado todo, ¿iba a ser capaz de viajar solo a Normandía, con todo el peso emocional que ese viaje conllevaba? Finalmente me tiré a la piscina y decidí decir sí a la vida, sí a cumplir el sueño de viajar a una región que me lo ofrecía todo, a pesar de que era consciente de que también decía que sí a la nostalgia. Sabía que iba a vivir innumerables momentos de catarsis en los que me sentiría morir por dentro, momentos en los que echaría tanto de menos a esa persona que me paralizarían durante unos instantes infinitos. Las despedidas no resultan fáciles, pero son necesarias para seguir adelante.

Étretat

Este roadtrip por Normandía es posiblemente el más completo de todos los que he hecho hasta ahora, ya que reúne varios viajes en uno solo. En él confluyen la ruta de los pintores impresionistas del norte de Francia, la ruta del Desembarco de la Segunda Guerra Mundial y lugares que todo el mundo fantasea con visitar alguna vez en su vida, como Rouen, los acantilados de Étretat o el mismísimo Mont Saint-Michel. Para mí, recorrer Normandía significó cumplir varios sueños en uno solo.

Château de Vascoeuil

La joie de vivre en su estado óptimo, eso significa viajar por Normandía. Conduciendo por esas carreteras en perfecto estado, deteniéndome allí donde me parecía y sin hacer demasiado caso al plan que llevaba establecido, transitando por calles cuyas fachadas recordaban algún suceso histórico o algún personaje ilustre. Fue así, recorriendo Normandía de arriba a abajo, cómo volví a disfrutar de mi propia compañía. Espero poder saber transmitir en palabras todo lo que sentí y experimenté en la bella Normandía, tan cargada de arte e historia que daría para otros muchos viajes. ¡Allá vamos!

Mont Saint-Michel

Día 1

Volé a primerísima hora de la mañana desde Alicante hasta el Aeropuerto de París-Beauvais, donde alquilé un coche a través de la compañía Avis. Antes de adentrarme propiamente en la región normanda, quise hacer dos paradas estratégicas cerca de la capital que valieron mucho la pena. Es la ventaja de viajar en coche.

Beauvais (región Hauts-de-France)

Aterrizando en el aeropuerto de Beauvais, hubiese cometido un crimen si no hubiese dedicado unos minutos para dirigirme al centro de la ciudad, a apenas 10 minutos en coche, para admirar una de las catedrales góticas más impresionantes y curiosas de toda Francia. Lo de «impresionante» le viene principalmente porque ostenta el título de catedral gótica con la bóveda más alta del mundo, y lo de «curiosa» porque en un momento determinado se decidió dejarla inacabada. Ambas circunstancias han de tener forzosamente una explicación, ¿no es así? Pues no os preocupéis, que yo os lo cuento todo.

Catedral de Beauvais

Si bien es cierto que Beauvais fue una ciudad con cierta importancia durante la Edad Media, no deja de sorprender encontrar una catedral con semejantes proporciones en un lugar como éste. Todo se debió a la voluntad del obispo de la ciudad, Milón de Nantueil, quien en el siglo XIII mandó levantar el que debía ser el templo más alto y grande del mundo conocido. Al parecer, el bueno del obispo no podía soportar que se estuvieran erigiendo grandes catedrales en lugares como París, Reims o Amiens, y quiso tenerla más grande que nadie (con perdón). Además, algunas investigaciones señalan cómo la construcción escondería el propósito de demostrar su enorme poder e independencia sobre el mismísimo rey de Francia, por entonces Luís VIII. Quién sabe.

La Catedral de Beauvais fue concebida para convertirse en un auténtico hito de su época. Los arquitectos experimentaron con nuevos planteamientos que hasta ese momento nunca se habían llevado a cabo. Desgraciadamente, éstos no terminaron de funcionar y provocaron (con la ayuda inestimable de los fuertes vientos de la zona) numerosos derrumbes a lo largo de los siglos que precipitaron que finalmente se decidiese no construir la nave. Sin embargo, sí valieron para culminar uno de los más altos logros del arte gótico: erigir el que sería el coro con la bóveda más alta del mundo con casi 50 metros de altura.

¿SABÍAS QUE…?

En la actualidad todavía se lucha por mantener el templo en pie. Al acceder al interior de la Catedral de Beauvais, os llamará poderosamente la atención la presencia de numerosas vigas de madera y acero repartidas principalmente por las zonas superiores. Se trata de una serie de estructuras colocadas en la década de 1990 para ayudar a repartir el peso desmesurado que la bóveda provoca en las columnas, una solución provisional hasta que se encuentre una mejor manera de corregir los problemas de estabilidad del edificio.

A pesar de su estado inconcluso y de que únicamente quedaron en pie el transepto y el coro, la visita resulta del todo impactante. En Beauvais podréis disfrutar de un compendio de las distintas etapas del estilo gótico (pleno, radiante y flamígero), además de llevaros alguna que otra sorpresa en el interior, como sus dos relojes astronómicos, uno de época medieval y el otro del siglo XIX, una auténtica joya neo-bizantina compuesta por 90.000 piezas, 52 esferas esmaltadas y 68 autómatas ​que cobra vida en varios momentos al día.

Reloj astronómico de Auguste-Lucien Vérité

Auvers-sur-Oise (región Île-de-France)

Después de mi primera toma de contacto, puse rumbo al primero de los muchos lugares que me moría por conocer desde hacía tiempo. A unos 30 kilómetros al norte de París se encuentra Auvers-sur-Oise, un pequeño pueblecito que al parecer solo atrae a los yonquis del arte como yo, cosa que no termino de comprender porque su belleza es inmensa. La razón es simple: aquí fue donde el pintor Vincent Van Gogh pasó los dos últimos meses de su vida y donde la muerte le encontró en julio de 1890. Y la respuesta a vuestra pregunta es sí, éste fue el primer sueño de los muchos que cumplí en este viaje.

AUVERS-SUR-OISE Y VAN GOGH

Como la razón de mi visita a Auvers-sur-Oise estaba más que justificada, prefiero detallaros los pormenores de la misma situándolos en el contexto de los pasos del artista neerlandés por tierras francesas, por lo que podéis consultar toda la información relativa a esta encantadora localidad en ESTE ENLACE.

Tumbas de Vincent y Theo Van Gogh en el cementerio de Auvers-sur-Oise

Auvers es un pueblo orgulloso de su vinculación, no solo con Van Gogh, sino con muchos otros artistas que también trabajaron aquí antes que él. Así, el Chemin des peintres («camino de los pintores») recorre todos aquellos lugares relacionados con Corot, Millet, Pissarro, Cézanne o Daubigny, entre otros. No dudéis en acercaros hasta aquí de camino a Normandía si tenéis la oportunidad, pues descubriréis un lugar inspirador como pocos.

Le Moulin de Fourges

Creo que no pude elegir una mejor puerta de entrada a Normandía. Situado a orillas del río Epte, el cual separa el Valle del Oise y el departamento de Eure, se encuentra un lugar que parece sacado de un cuento de los hermanos Grimm, Le Moulin de Fourges, un molino harinero del siglo XVIII reconvertido en hotel-restaurante, tan fotogénico que no os lo podéis perder por nada del mundo. Y es que el marco que lo envuelve no puede ser más bucólico. Lo encontraréis de camino a Vernon y no podréis resistir la tentación de deteneros por unos minutos. Sabed que no es más que un sabroso aperitivo de lo que os aguarda en la bella Normandía.

Le Moulin de Fourges

Vernon

Aquella tarde todavía me quedaban fuerzas para una última visita, la de la pequeña y encantadora ciudad de Vernon, dividida en dos por el río Sena. En su orilla norte, encontraremos el elegante Château des Tourelles, que a finales del siglo XII se erigió con el fin de defender la entrada al puente fortificado que ya no existe y cuyo único vestigio se ha convertido en el auténtico icono de Vernon. Estoy hablando del Vieux Moulin, el único que sobrevivió de los 6 molinos de trigo que se apoyaban sobre los pilotes del mencionado puente. Al desaparecer éste, el molino quedó literalmente suspendido en el aire, una imagen bien curiosa y dotada de una belleza extraordinaria que inspiró la imaginación de algunos pintores, entre ellos Claude Monet, quien en 1883 inmortalizaría este caprichoso edificio.

Le Vieux Moulin de Vernon

En la orilla sur se encuentra el casco histórico propiamente dicho, donde me encontré con las primeras casas con entramado de madera («maisons à colombages») típicas normandas de mi viaje. Una de las más antiguas y mejor conservadas es aquella a la que llaman Maison du Temps Jadis, edificada en el siglo XV. Junto a ella, la Colegiata de Notre-Dame, un esbelto y coqueto templo gótico. No muy lejos de aquí, el Jardin des Arts, inaugurado en 2006, incluye la antigua muralla medieval y la Tour des Archives, el vestigio más destacado del antiguo castillo del siglo XII ya desaparecido. Desgraciadamente no tuve tiempo de visitar el Museo Alphonse-Georges Poulain, que acoge dos obras de Monet, algunas de su nuera-hijastra (lo sé, suena raro, pero así era), Blanche Hoschedé-Monet y otras de Bonnard, Vuillard, Steinlen y de otros artistas norteamericanos de la colonia de Giverny.

Église collégiale de Notre-Dame, junto a la Maison du Temps Jadis

Día 2

Despertar sabiendo que al fin vas a visitar Giverny, uno de esos lugares a los que cualquier historiador del arte sueña con pisar como mínimo una vez en la vida, no tiene precio. Intuía que aquel día no iba a olvidarlo nunca y no me equivoqué.

Giverny

Hablar de Giverny es hablar indefectiblemente de Claude Monet, el abanderado del movimiento impresionista. Por la sencilla razón de que fue su pueblo en el que pasó más de la mitad de su vida y donde falleció un 5 de diciembre de 1926. Y por una sencilla razón más: porque allí levantó prácticamente de la nada su casa y su jardín. Al estar en Giverny, uno comprende al instante por qué el genio eligió este pequeño pueblo de apenas 500 habitantes a orillas del Sena. Paul Cézanne dijo en una ocasión a propósito del pintor parisino: «Monet no es más que un ojo, pero, Señor, ¡qué ojo!». Pues bien, yo diría algo muy parecido sobre Giverny: no es más que una calle, pero, Señor, ¡qué calle! 

Giverny, con la Iglesia de Sainte-Radegonde al fondo

Imaginad una pequeña avenida flanqueada por preciosas casas disfrazadas con vegetación. Mucha vegetación. Tanta que parece como si el propio jardín de Monet se hubiese escapado de los límites de la Fondation y se hubiese apoderado del resto del pueblo, llegando incluso a posarse en la propia tumba del maestro, que encontraréis en el pequeño cementerio de la Iglesia de Sainte-Radegonde. El sepulcro, donde reposan sus restos y los de algunos de los miembros de su peculiar familia (más tarde hablaremos del tema), en efecto, se encuentra colonizado por un pequeño vergel lleno de flores, como a él le hubiera gustado.

Tumba de Monet, en el cementerio de la iglesia de Giverny

Recorrí Giverny a primera hora de la mañana, en completa soledad, antes de que las hordas de turistas llegaran para ensombrecer uno de los pueblos más encantadores que puedo recordar. Ya sabéis que en muchas ocasiones uno piensa eso de «aquí me quedaría a vivir» y sin embargo muy pocas de esas veces van en serio. Pues lo mío con Giverny fue un flechazo absoluto. El pequeño templo de Giverny es la última parada de este limpio y cuidado camino que es su calle principal, la rue Claude Monet, pero no la única. Antes de eso, nos cruzaremos con dos establecimientos con historia, Le Coin des Artistes (antiguo bar-café) y el Restaurante Baudy (antiguo Hôtel Baudy). Ambos nos hablan de aquella época en la que una gran cantidad de amigos y seguidores de Monet, la mayoría americanos, venían a establecerse en el pueblo para aprender del maestro.

Antiguo Hôtel Baudy

En este sentido, el Musée des impressionistes, recoge el legado de aquellos pintores americanos que incluso llegaron a fundar su propia escuela en Giverny. Es un auténtico lujo contar con este museo que organiza periódicamente exposiciones relacionadas con el impresionismo y que cuenta en su colección permanente con obras de Bonnard, Renoir, Boudin, Caillebotte, Signac y el propio Monet. Tras visitar este museo, os recomiendo dar un pequeño paseo por su jardín, integrado de manera magistral en la configuración paisajística del pueblo.

Musée des impressionistes

Fondation Monet

Pero sin duda la razón principal por la que debéis incluir a Giverny en cualquier ruta por Normandía es la Fondation Monet, o lo que es lo mismo, la propiedad que el pintor primero alquiló en 1883 y después adquirió en 1890. Tres años después, además, compró el terreno anexo a la vivienda para crear su propio paraíso particular: un idílico jardín de 15 hectáreas plagado de un centenar de especies de flores y árboles exóticos, incluyendo un puente japonés y un estanque de nenúfares. A excepción de algunos viajes por Francia y por el extranjero, él y su familia pasaron aquí nada más y nada menos que 43 años. ¿Para qué salir de su refugio si aquí tenía su principal motivo de inspiración? Un atelier al aire libre, el sueño de cualquier pintor impresionista.

Casa de Claude Monet en Giverny

Desde aquí recomiendo encarecidamente reservar vuestras entradas anticipadamente por internet, pues de lo contrario podéis correr el riesgo de no poder acceder. El goteo de visitantes es constante, sea la época que sea, no en vano se trata del sitio más visitado de toda Normandía después del Mont Saint-Michel. La visita se compone de tres espacios: la casa propiamente dicha y los dos jardines, uno de flores delante de la casa conocido como Le Clos Normand y un jardín con estanque de inspiración japonesa al otro lado de la carretera.

Bosque de bambús en el jardín de la Fondation Monet

No sería capaz de encontrar las palabras lo suficientemente bellas para describir lo que sentí al acceder a la Fondation. La emoción me embriagó desde el primer momento y a pesar de la presencia de cientos de turistas, tenía la extraña sensación de ser el único que disfrutaba de aquel estallido natural de luz y color. Al adentrarme en los jardines, sentí cómo quedaba atrapado irremediablemente en el universo particular de Monet, pues fue él mismo quien los diseñó prácticamente desde cero (como él mismo solía decir, “mi más bella obra maestra es mi jardín”). Como una débil presa que queda aprisionada en una tela de araña y que además termina por enamorarse de su captor. Un síndrome de Estocolmo en toda regla, pues ya nunca quise marcharme de allí.

Le Clos Normand, en la Fondation Monet

Monet no reparó en gastos para crear su jardín. Hizo traer las variedades más exóticas de los lugares más alejados (lo que provocaba no pocas quejas de sus vecinos), incluso hizo desviar expresamente el curso del río Eure para crear su famoso estanque japonés, inspirado por las estampas orientales de las que era un fervoroso coleccionista. El famoso puente japonés, que llegó a pintar 45 veces, cubierto por las glicinias, se encuentra rodeado por otros puentes más pequeños, sauces llorones, un bosquecillo de bambúes y sobre todo los famosos nenúfares que florecen durante todo el verano. En definitiva, un microcosmos configurado a medida del genio.

Estanque con nenúfares

La majestuosidad abrumadora de los dos jardines ensombrece la inmensa belleza de la casa en la que vivió Monet y toda su familia. Ya me conocéis, soy un auténtico fetichista de las casas de artista y os puedo asegurar que nunca he visitado ninguna como ésta (solo a excepción de la Casa-museo Sorolla en Madrid, la cual también tiene un jardín que sirvió de atelier à plein air). La vivienda se distribuye en dos pisos y se mantiene totalmente intacta, con todo el mobiliario y decoración originales, a excepción de los cuadros, que son réplicas de los que ahora cuelgan de las paredes de museos de medio mundo (algunos del propio Monet, otros de Delacroix, Cézanne o Pissarro, entre otros).

Taller de Monet con las copias de los cuadros que se encontraban aquí y que hoy se exponen en museos de todo el mundo

El recorrido de la visita se compone del taller del pintor, el comedor, la cocina, su dormitorio, el de su esposa y el salón de lectura (donde se conserva su amplia colección de estampas japonesas), entre otras estancias. Monet eligió cuidadosamente los colores y la decoración de cada habitación. Optó por el amarillo para las paredes y los muebles del comedor, por ejemplo, y el azul para el salón de lectura.

LA PECULIAR FAMILIA DE LOS MONET

Pongamos algo de salseo a nuestro artículo cantinelero. Resulta curioso saber que la familia del artista parisino no fue nada ortodoxa para la época (ni siquiera lo sería del todo en nuestros tiempos). Monet se casó dos veces, la primera con Camille Doncieux, con quien tuvo dos hijos, Jean y Michel. En 1877 el coleccionista y mecenas del pintor, Ernest Hoschedé, se declaró en quiebra y se mudó junto a su esposa Alice y sus seis hijos a la residencia que la familia Monet tenía en Vétheuil. Lo cierto es que, una vez instalados allí, Ernest pasaba la mayor parte de su tiempo viajando por negocios.

Cuando Camille muere en 1879 a causa de una larga enfermedad, Monet y Alice permanecieron juntos en Vétheuil con todos sus hijos hasta 1881, año en el que se mudaron a Poissy y finalmente a Giverny en 1883. La relación entre ambos se hacía cada más estrecha con el paso de los años hasta que Ernest falleció en 1891. Un año después, la pareja se casó.

De modo que a partir de ese momento tenemos al nuevo matrimonio y a los ocho vástagos de ambos viviendo todos en la propiedad de Giverny. Pero ahí no acaba la cosa. Resulta que una de las hijas de Alice, Blanche Hoschedé, terminó casándose con el hijo mayor de Monet, Jean, es decir, con su hermanastro. De modo que Blanche era a la vez hijastra y nuera del genio parisino. ¿Qué tal esta historia como argumento de telenovela puertoriqueña?
Por cierto, de todos los hermanos Blanche fue la única interesada en el arte, convirtiéndose en una excelente pintora, aunque terminó por abandonar el oficio cuando se puso a cuidar de un anciano y enfermo Monet durante sus últimos años.
Comedor de la casa Monet

Después de haber realizado el recorrido varias veces y de pasarme allí toda la mañana, finalmente conseguí hacer acopio de todos mis esfuerzos para dirigirme a la salida. Pero sabed que, antes de abandonar definitivamente la Fondation Monet, deberéis atravesar una última estancia, el que fuera segundo atelier del pintor, un amplio espacio de 300 m² conocido como l’atelier des nymphéas (ya que fue aquí donde pintó la famosa serie de los nenúfares) que en la actualidad alberga la tienda de souvenirs en la que más tiempo he pasado nunca. Un último intento por parte del sr. Monet por retenernos en su tela de araña.

La Roche-Guyon (región Île-de-France)

Encontrándome a tan pocos kilómetros de La Roche-Guyon hubiese sido imperdonable por mi parte no acercarme a conocer el único pueblo de la región de Île-de-France declarado como uno de los más bonitos de Francia. De modo que sí, volví a abandonar Normandía por poco tiempo para visitar uno de los castillos más importantes de la zona.

Castillo de La Roche-Guyon

Lo que uno se encuentra al llegar es una distribución atípica en un château, ya que es el resultado de casi 1.000 años de evolución arquitectónica. A finales del siglo XII el rey Felipe II de Francia mandó construir la primera fortaleza, invisible desde el exterior pues se excavó casi enteramente en la roca caliza, a excepción de su torre principal que cumplía la misión de controlar la zona fronteriza del río Epte, que separaba el reino de Francia del ducado anglo-normando. Aún hoy se mantiene en pie en parte, así que si uno desea alcanzar la parte más antigua del castillo deberá estar dispuesto a subir los más de 250 peldaños de la escalera subterránea que antaño servía para conectarla con el resto del edificio.

Panorámica desde lo alto del Donjon

La familia de aristócratas La Rochefoucauld, propietaria desde el siglo XVI, acondicionó el castillo de acuerdo con el Siglo de las Luces y surgieron nuevas estructuras que se fusionaron a las medievales. A lo largo de todo el recorrido podréis visitar diversas estancias como las capillas trogloditas, el palomar (con 1.500 agujeros), los salones o las casamatas donde el general alemán Erwin Rommel, conocido como «el zorro del desierto», instaló su cuartel general en junio 1944 durante la defensa del Desembarco. Y es que muchas cosas interesantes han pasado en este castillo en sus 1.000 años de historia.

Palomar del siglo XVII

El encanto romántico de la fortaleza y de su marco paisajístico han atraído a intelectuales y artistas durante décadas. Desde los más destacados personajes de la Ilustración, que encontraron aquí un refugio y un centro de operaciones, hasta importantes literatos, tales como Lamartine o Víctor Hugo, quien se inspiró en la torre del castillo para su novela «Han de Islandia». Más recientemente, el escritor belga Edgar P. Jacobs eligió La Roche-Guyon como escenario de una de las aventuras del capitán Blake y el profesor Mortimer en «La trampa diabólica».

La Roche-Guyon, uno de los pueblos más bonitos de Francia

Y por supuesto que los pintores no quedaron al margen de semejante misticismo. De ahí que La Roche-Guyon también disponga de su particular chemin des peintres, un recorrido de 14 etapas a través del pueblo y a orillas del río que muestra reproducciones de las obras que Monet, Renoir, Pissarro, Cézanne, Luce y Braque, entre otros, pintaron en sus lugares originales. Une belle promenade, que dirían los franceses, para dar por finalizada la visita a este encantador pueblo que surgió a partir de un castillo.

Les Andelys

Y de un castillo con historia a otro. A última hora de la tarde me dirigí al Château Gaillard, cuyas ruinas se levantan sobre un cerro junto a la bella localidad de Les Andelys. Lo que queda actualmente no es ni la sombra de lo que un día fue, un edificio con unas medidas colosales.

Reconstrucción virtual del castillo

A diferencia del caso de La Roche-Guyon, esta fortaleza no se debió a manos francesas, sino inglesas, concretamente al gran Ricardo Corazón de León, por entonces rey de Inglaterra y duque de Normandía, cuando en 1196 determinó establecer aquí un puesto de observación impenetrable para proteger a Normandía del rey francés Felipe II. El conjunto debía situarse en este lugar estratégico, junto a uno de los meandros del río Sena, con la finalidad de bloquearlo en caso de peligro. Así, Ricardo hizo construir también un entramado defensivo alrededor del castillo que incluía puestos avanzados, una aldea fortificada que albergaría a los trabajadores, una red de circunvalaciones y, sobre el río, una isla amurallada con una trama de cadenas que impedía el paso de los barcos. Lo más increíble es que el Château Gaillard fue erigido en un tiempo récord para la época, ¡se estima que entre uno y dos años únicamente! 

Château Gaillard

En cualquier caso, la fortaleza impenetrable no resultó serlo tanto y en pocos años cayó en manos francesas tras un intenso y largo asedio. Después de aquello, el monumento se convirtió en 1314 en lugar de encierro y muerte de la reina consorte Margarita de Borgoña tras el «escándalo de la Torre de Nesle» (en el que su suegro, el rey Felipe IV, la acusó a ella y a sus dos hermanas de cometer adulterio) y cambió de manos varias veces durante la Guerra de los Cien Años, antes de ser desmantelado casi por completo en el siglo XVII. Lo que hoy queda, lo dije antes, no se parece en nada a lo que había y sinceramente, a no ser que estéis muy interesados en temas históricos, yo no recomendaría pagar la entrada. Eso sí, aunque solo sea por admirar las vistas del meandro y la estampa de Le Petit Andely, el subir hasta aquí se convierte en una bonita experiencia.

Barrio de Le Petit-Andely, desde el Château Gaillard, con la Iglesia de Saint-Sauveur

Le Petit-Andely, cuyo germen había sido aquella pequeña aldea fortificada planificada por el rey Ricardo I, es uno de los dos núcleos urbanos que hoy conforman Les Andelys. Debéis visitar ambos, ya que en ambos hay poderosas razones y no os llevará mucho tiempo. En Le Grand-Andely no os perdáis la Collégiale de Notre-Dame, una maravilla gótica construida en el siglo XIII sobre las ruinas de la que se cree fuera la abadía más antigua de Normandía, fundada en el año 511, y el Musée Nicolas Poussin, ya que este soberbio artista, uno de los máximos exponentes del neoclasicismo francés, nació aquí. En Le Petit-Andely, haced una parada en la Iglesia de Saint-Sauveur, también gótica, y pasead por la orilla del río hasta llegar al Hôpital de Saint Jacques, que antiguamente ofrecía cobijo y descanso a los peregrinos del Camino.

Estatua de Poussin junto a la Collégiale de Notre-Dame de Les Andelys

«Ojalá este pueblo haga justicia a un nombre tan bonito», pensé antes de llegar a Les Andelys. Y así resultó ser.

Día 3

Tercer día en Normandía y hoy va a ser un día bonito, bonito de verdad. Aunque los anteriores no han estado del todo mal, ¿verdad?

Lyons-la-Forêt

Comencé la jornada adentrándome en uno de los bosques de hayedos más frondosos e increíbles de todo el país galo, el Bosque patrimonial de Lyons, en cuyo corazón se encuentra el pueblo de Lyons-la-Fôret, también declarado como uno de los más bonitos de Francia, y no es para menos.

Lyons-la-Fôret

Vuestro punto de referencia siempre será la Place de Benserade, el mismo espacio que antaño ocupaba el château del siglo XI erigido por orden del rey inglés Guillermo el Conquistador sobre el cual se constituyó el pueblo. Allí encontraréis uno de los mercados de madera más antiguos y mejor conservados de Francia, levantado en el siglo XIV y prácticamente inalterado desde el XVIII (todavía hoy cumple su función de cobijar a los mercaderes ambulantes). La Halle, como se conoce al mercado, es precisamente uno de los puntos de la Route Madame Bovary, y es que resulta curioso saber que en Lyons se filmaron las adaptaciones que de la novela hicieron Jean Renoir en 1934 y Claude Chabrol en 1991. El recorrido guiado por gran parte de los escenarios que aparecieron en las películas está señalizado con diversos fotogramas. Como veremos más adelante, nos encontramos en territorio de Monsieur Flaubert.

Cartel con un fotograma de la película de Jean Renoir sobre Madame Bovary de 1933

El paseo que circunvala la Place Benserade os dejará hermosas instantáneas de maisons à colombages decoradas con flores y alguna que otra sorpresa. En una de ellas, conocida como Le Fresne, el músico Maurice Ravel residió algunos años y compuso alguna de sus creaciones, como la suite Le tombeau de Couperin (1914-1917). Se encuentra en la Rue d’Enfer (calle del Infierno), llamada así porque es bastante empinada y al parecer los carros tirados por caballos la subían con cierta dificultad. Ravel no fue el único artista que sucumbió a los encantos de Lyons, también residieron aquí durante un tiempo los pintores Frederick Bridgman o André Masson, entre otros. Además, en una de las casas que dan a la plaza que lleva su nombre nació Isaac de Benserade, dramaturgo de la corte del rey Luís XIV y, según dicen, gran rival de Molière.

Otros lugares interesantes que no podéis perderos son el Hôtel de Ville (Ayuntamiento), cuyas mazmorras y salón de actos del siglo XVIII se pueden visitar libremente, y la Iglesia de Saint-Denis, ubicada a cierta distancia del centro del pueblo (esta circunstancia se debe a que aquel fue el emplazamiento principal de Lyons hasta el siglo XI).

Église de Saint-Denis

Les Trois Moulins

Y para finalizar con la visita de Lyons, os voy a contar un secreto. Se trata de uno de esos rincones escondidos que resumen en sí mismos la esencia de Normandía. Y vuelve a tratarse de un molino, en realidad de tres molinos, de ahí que este barrio sea conocido como Les Trois Moulins. Para llegar hasta él deberéis bajar el caminito que transcurre paralelo al Convento benedictino de Saint-Charles, edificado sobre las antiguas murallas del pueblo. Llegaréis a un parque de excepcional belleza por donde circula un riachuelo, La Lieure.

Parque de Les Trois Moulins

Y, de repente, allí está, esa calle como sacada de un pueblito británico con sus tres molinos cuyo origen se remonta al siglo XIV, sin duda uno de los lugares más fotogénicos que encontraréis en vuestro viaje por Normandía. Por aquí se dice que fueron diseñados por un alcalde, un hombre avanzado a su tiempo que quiso abastecer de electricidad a todo el pueblo gracias a la fuerza de las ruedas de los molinos, toda una proeza que convirtió a Lyons en uno de los primeros pueblos de toda Francia en disponer de red eléctrica. ¿No es increíble?

Les Trois Moulins
Les Trois Moulins

Abadía de Mortemer

Como vamos muy bien de tiempo, ¿qué os parece si antes de continuar con nuestra ruta exploramos un poquito más el Bosque de Lyons paseando entre las ruinas de una antigua abadía del siglo XII? Pues eso mismo vamos a hacer visitando la Abadía de Mortemer, a escasos kilómetros de Lyons-la-Fôret.

Abadía de Mortemer

Alrededor del año 1134 los monjes benedictinos aceptaron venir a instalarse en este precioso valle por orden del rey Enrique I de Inglaterra. Pocos años después de iniciarse su construcción, la abadía terminó por afiliarse a los cistercienses, quienes levantaron la que sería la primera abadía cisterciense de Normandía y una de las más grandes de aquel momento en todo el mundo. Durante el siglo XV el edificio vivió su momento de máximo apogeo, albergando en su comunidad a unos 200 monjes y poseyendo numerosos bienes, entre los que se encontraba el amplio estanque que hay justo al lado. Desgraciadamente, de aquel imponente monumento solo quedan unas pocas ruinas que, eso sí, dan una idea bastante aproximada del tamaño que llegó a tener.

Abadía de Mortemer

Se dice que su último propietario huyó despavorido en 1965 de Mortemer fruto del pánico. Al parecer, había sido testigo de fenómenos paranormales. En realidad, nos encontramos frente a una de las abadías con más historias de fantasmas de toda Francia. Las hay para todos los gustos: espíritus de monjes ajusticiados durante la Revolución Francesa, un piloto de la Segunda Guerra Mundial que fue derribado cerca de la abadía y que fue atendido por unos supuestos monjes que no existían y, por supuesto, la conocida como Dama Blanca, el espectro de una antigua noble que se aparece cada cierto tiempo por las inmediaciones.

Estanques de los alrededores

Tras contemplar las ruinas, recomiendo caminar alrededor de los estanques que un día desecaron los propios monjes. En medio de vuestro paseo encontraréis el Chemin des Ducs, un precioso recorrido a través del bosque con esculturas de madera que representan a los 15 duques de Normandía, incluyendo las figuras de Guillermo el Conquistador o Ricardo Corazón de León.

Chemin des Ducs

Château de Vascoeuil

Vamos con la sorpresa inesperada del viaje. Una joya que encontré por casualidad. Imaginad un antiguo castillo del siglo XV impecablemente restaurado en lo alto de cuya torre octogonal había instalado su despacho personal el historiador francés del siglo XIX Jules Michelet.

Château de Vascoeuil

Resulta que allí mismo escribió una gran parte de sus obras (entre ellas «La Historia de Francia» y «La Historia de la Revolución Francesa») y por ello se le ha dedicado un museo emplazado en una casa con entramado de madera del siglo XVIII situada en la misma entrada del parque de la finca del castillo y que constituye una etapa importante en la Route Historique des Maisons des Illustres («ruta histórica de las casas de los ilustres»).

Musée Jules Michelet, dentro del recinto del Château de Vascoeuil

¿Qué encontraréis tras cruzar las puertas de este lugar de ensueño? Pues además del mencionado Musée Jules Michelet, un jardín al estilo británico minuciosamente cuidado convertido en una auténtica galería de arte contemporáneo al aire libre, con más de 50 esculturas colocadas en diversos espacios y que pertenecen a diversos artistas renombrados del siglo XX, entre ellos Dalí, Braque, Cocteau, Delvaux, Léger o Vasarely. Créedme, es un paraíso en el que cualquier amante del arte querrá quedarse a pasear durante horas.

La cascada del jardín del château de Vascoeuil

Como no podía ser de otra manera, el interior del castillo está reservado para albergar exposiciones temporales de primer nivel. En definitiva, uno de esos sitios que ejemplifican en sí mismos el amor que siento por la cultura francesa. No puedo decir más, no os lo perdáis.

Château de Vascoeuil

Ry

Pasando tan cerca, no pude evitar la tentación de hacer una breve parada en Ry. Al igual que sucedía con Lyons-la-Fôret, Ry mantiene un lazo muy intenso con la novela Madame Bovary de Flaubert, incluso mucho más que aquel. Este pintoresco pueblo, que posee una de las toponimias más cortas de toda Francia, fue el que inspiró al escritor francés a la hora de idear Yonville-l’Abbaye, aquel paraje ficticio donde transcurría la acción de su libro inmortal.

El pueblo de Ry

Cuando este escandaloso libro, paradigma de la literatura realista, apareció por entregas a finales de 1856, solo los habitantes de Ry supieron detectar las coincidencias entre las descripciones de Flaubert y la topografía del pueblo. “ La calle —la única calle—, larga como tiro de fusil y bordeada por algunos negocios, se interrumpe bruscamente en el recodo de la ruta”, escribió Flaubert sobre este “pueblo perezoso”, “apartado de la llanura” y situado “a ocho leguas de Ruan”. En Ry se encuentra el riachuelo en el que “los chicos se divertían pescando truchas los domingos”, el mercado principal de la comarca “con un techo de tejas y sostenido por una veintena de postes” e incluso el supuesto domicilio del matrimonio Bovary, actual oficina del notario, dotado de una salida lateral que permitía que la protagonista entrara y saliera sin ser espiada por sus vecinos.

Canales de Ry

Aquellos que necesiten un dato definitivo para justificar que Flaubert ubicó en Ry su historia lo encontrarán en el caso real que lo inspiró todo: el suicidio de Delphine Delamare, una joven que se dio la muerte a los 26 años tras acumular deudas impagables y tener distintas aventuras, dejando a una hija de seis años. Igual que el personaje de Emma Bovary. En el pequeño municipio puede hacerse un recorrido que incluye diez paradas en los lugares más emblemáticos de la novela, como la residencia de la pareja protagonista, la farmacia de Monsieur Homais, el albergue Lion d’Or, la casa del notario, el Ayuntamiento y la iglesia, con su cementerio anexo. En uno de los laterales de ésta, encontraréis la tumba de Delphine, la cual ostenta la inscripción: “Delphine Delamare, Madame Bovary, 1822-1848”. 

Abadía de Jumièges

Y de Ry me dirigí hacia mi última parada del día. A muy pocos kilómetros de distancia de Rouen, donde iba a pernoctar aquella noche, se encuentran «las ruinas más bellas de toda Francia». No es una afirmación mía, sino de un tal Víctor Hugo. Me refiero a la Abadía de Jumièges, uno de los complejos benedictinos más antiguos y extensos de toda Normandía.

Abadía de Jumièges

La abadía se levantó cerca de la entrada de un meandro del río Sena en el siglo VII llegando a convertirse en un centro religioso de primer orden a partir del siglo XI, cuando se consagró la iglesia abacial en presencia de toda la nobleza normanda y del mismísimo duque Guillermo el Conquistador. Antes, allá por el año 841, los vikingos la habían asaltado, saqueado e incendiado, obligando a la comunidad a buscar refugio en otras regiones.

La visita a las ruinas de la Abadía de Jumièges supone un viaje de nueve siglos de arquitectura e historia, conservándose incluso restos de construcciones de época carolingia. El acceso se realiza a través de una portería gótica construida en el siglo XIV (reconstruida en el siglo XIX en estilo neogótico) por la que se llega al principal de los dos templos existentes, la Iglesia abacial de Notre-Dame, una obra maestra de la arquitectura románica normanda, que fue levantada entre los años 1040 y 1060 por iniciativa del Padre Robert Champart. Su nave central, con sus 25 metros de altura, es la más alta de toda Normandía. 

Claustro de la Abadía de Jumièges

El claustro, en el corazón de la abadía, ponía en contacto los diferentes edificios del complejo y daba acceso a las iglesias de Notre-Dame y de San Pedro, la sala capitular, la Sala del Tesoro, la antigua sala de hospedaje y el refectorio. Completamente desmantelado este claustro en el siglo XIX, en su ubicación original se alza hoy un tejo centenario. Recuerdo que justo allí me senté unos minutos, los cuales dediqué a ser consciente de la paz que se respira en este lugar y de lo afortunado que estaba siendo al poder visitar todas estas maravillas.

Día 4

Casi en el ecuador de mi viaje llegué a Rouen, la capital de la región normanda, que con sus casas con entramado de madera y sus iglesias góticas, resulta ideal para recorrerla a pie y disfrutarla sin prisas a lo largo de una jornada completa. Hé aquí el recorrido que yo seguí:

Rouen

La ciudad que vio nacer a Gustave Flaubert y vio morir a Juana de Arco llegó a ser la segunda ciudad en importancia del país durante la Edad Media y posee una historia intensa que quedó marcada en los muchos monumentos que atesora. La joya de la corona es sin duda la Catedral de Notre-Dame, una de las más impresionantes del mundo y una valiosísima combinación de estilos artísticos (románico, gótico y renacentista principalmente).

Detalle de la fachada principal

En su interior, encontraréis una tumba donde se guarda el corazón de Ricardo Corazón de León y otra con los restos de Hrolf Ganger, apodado Rollón el Caminante, caudillo vikingo considerado el fundador del ducado de Normandía.

Tumba de Ricardo Corazón de León

Nos encontramos en otro de esos puntos sagrados para los amantes de la pintura impresionista ya que Claude Monet retrató en 28 ocasiones la fachada de la Catedral de Rouen en distintos momentos del día entre 1892 y 1894. Según me informaron, lo hizo desde el segundo piso del edificio del siglo XVI que hoy alberga la Oficina de Turismo, en la misma Plaza de la Catedral. Solo una de las versiones de la serie de la Catedral de Rouen puede ser admirada en esta ciudad, concretamente en el Museo de Bellas Artes, donde también se exponen obras de Caravaggio, Velázquez, Poussin, Délacroix, Géricault, Pissarro, Renoir y Modigliani, entre otros.

Una bonita circunstancia si vais a Rouen durante los meses de verano es que podréis disfrutar del espectáculo de luces y música que se proyecta en la fachada de la Catedral, ¡una experiencia inolvidable que no podéis perderos!

Espectáculo de luces

Rouen atesora otros templos de una gran importancia arquitectónica, especialmente dos iglesias de elegante factura gótica situadas una muy próxima a la otra: Saint-Ouen y Saint-Maclou. No dudéis en explorar las calles de alrededor, repletas de preciosas maisons à colombages, y el curioso Aître de Saint-Maclou, un antiguo osario-cementerio porticado del siglo XVI construido para las víctimas de las epidemias que azotaron la ciudad y cuya decoración en pilares e impostas de madera representa motivos como calaveras, tibias y demás símbolos macabros.

Place Barthélémy, donde se encuentra la Iglesia de Saint-Maclou
Aître de Saint-Maclou

Como he dicho, Rouen es ideal para recorrerla a pie y alcanzaréis todos los atractivos históricos de la ciudad en un corto paseo. Muy cerca de la catedral se encuentra el Palacio de Justicia, antiguo Parlamento de Normandía, considerado uno de los edificios civiles históricos más importantes del país y obra maestra del gótico flamígero, y el Gros Horloge, uno de los relojes astronómicos mas antiguos de Europa, del siglo XIV, y auténtico símbolo de la urbe medieval.

Palacio de la Justicia
Gros Horloge

A muy pocos metros se encuentra la Place du Vieux Marché, un lugar que me puso los pelos de punta porque fue precisamente aquí donde Juana de Arco fue quemada viva el 30 de mayo de 1431, tras ser encarcelada en el Donjon de Rouen, único vestigio superviviente del antiguo castillo de Philippe-Auguste. En esta misma plaza, la Iglesia de Juana de Arco rinde homenaje a la joven heroína cuyo papel fue clave para el devenir de la Guerra de los Cien Años (1337-1453). A pesar de su contemporáneo aspecto exterior (feo con ganas, no nos engañemos), el edificio esconde un bonito secreto en su interior pues expone las impresionantes vidrieras de otro templo ya desaparecido, el de Saint-Vincent, bombardeado en 1944.

Vidrieras en el interior de la Iglesia de Juana de Arco

Como estáis viendo, la capital de Normandía ofrece suficientes motivos como para dedicarle un día entero en vuestra ruta por la región.

Museo de la Forja Le Secq des Tournelles, ubicado en la Iglesia de Saint-Laurent

Día 5

Tras darle un día entero de descanso a mi coche, ya era hora de volver a la carretera. Aquella mañana madrugué muchísimo con el fin de llegar a Étretat a primerísima hora y poder disfrutar así prácticamente a solas de sus acantilados. Considero que fue una decisión muy acertada porque el pueblo es muy turístico y resulta muy complicado aparcar a según qué horas.

Étretat

Cuando uno piensa en Normandía rápidamente le vienen a la mente los acantilados (o falaises) de Étretat, seguramente la franja más espectacular de los 140 kilómetros que componen la célebre Costa de Alabastro (denominada de este modo debido al característico color blanco de su roca calcárea). Su belleza es tal que atrajo a un gran número de pintores impresionistas a finales del siglo XIX, entre ellos de nuevo el señor Claude Monet, quien los visitó durante varias temporadas y los convirtió en uno de los motivos que inspiraron una de sus famosas series donde captaba con su pincelada rápida la instantaneidad de un momento fugaz que nunca más volverá a repetirse.

Étretat

Durante el tiempo que estuve en Étretat visité 3 acantilados de caprichosas formas que la Madre Naturaleza ha esculpido durante siglos, cada una de ellas dotada de un nombre singular. No son los únicos que hay, evidentemente, aunque los demás ya se encuentran algo más alejados del pueblo, por lo que todo dependerá del tiempo que dispongáis.

Falaise d’Aval

Cuando lleguéis a la playa veréis que ésta se encuentra flanqueada a ambos lados por dos acantilados. Primero visité el que se encuentra a mano izquierda (siempre mirando al mar), el Falaise d’Aval, al que se accede subiendo unas escaleras desde la playa y luego recorriendo un sendero en el que encontraréis diversos miradores, cada uno con vistas más espectaculares que el anterior. Este es probablemente el rincón más característico de todo Étretat gracias a su Porte d’Aval, un impresionante arco de roca caliza, y a su Aiguille d’Étretat, un gran obelisco calcáreo aislado que se levanta a 51 metros de altura (antiguamente era aún más alto, tenía 70 metros, sin embargo en los años 60 del siglo pasado perdió su punta).

¿SABÍAS QUE…?

No solamente los pintores vinieron a Étretat, también muchos escritores vinieron a instalarse, ya fuese temporal o definitivamente, como fue el caso de Guy de Maupassant o Maurice Leblanc, autor de las aventuras del inmortal personaje Arsène Lupin. Es precisamente la Aiguille d’Étretat el escenario principal de la obra Arsène Lupin, l’Aiguille creuse, (en su interior estaría escondido, según la novela, el tesoro más grande del mundo, ¡el tesoro de los reyes de Francia!).

Aiguille d’Étretat, junto al Falaise d’Aval

Continuando por el mismo sendero más adelante (siempre en dirección oeste) llegaréis a un segundo acantilado, el Falaise de La Manneporte, que se encuentra al final de la playa de Jambourg. Allí contemplaréis el arco a mi juicio personal más espectacular de todos, la Manneporte, «bóveda enorme por la que pasaría un navío», como la describió el poeta Guy de Maupassant.

Falaise de La Manneporte

Estuve tentado, muy tentado se seguir adelante para descubrir nuevos rincones pero el tiempo apremiaba y regresé sobre mis pasos para subir al tercer acantilado, el que se encuentra a mano derecha de la playa, el Falaise d’Amont. En este acantilado se encuentra la Porte d’Amont, el más pequeño de los arcos de roca de Étretat y que Maupassant comparó a «la figura de un enorme elefante embistiendo su trompa en las olas». 

Falaise d’Amont desde la playa, con la Porte d’Amont al fondo

Unas sinuosas escaleras os conducirán sin demasiado esfuerzo a la parte superior, coronada por la neogótica capilla de pescadores de Notre-Dame de la Garde, con sus curiosas gárgolas en forma de pez. Hay que subir hasta aquí irremediablemente, no solo para obtener la mejor panorámica posible de todo el entorno (pueblo incluido), sino también para conocer otro de esos lugares mágicos que solo parecen existir en Francia: los Jardins d’Étretat. Imaginad un museo de arte contemporáneo al aire libre instalado en un precioso jardín, un sueño que la actriz Madame Thébault impulsó a principios del siglo XX y que fue llevado a cabo en el año 2016 por el paisajista Alexandre Grivko y su equipo Il Nature Landscape Design, cuando lo convirtieron en uno de los más premiados del mundo. Una propuesta neo-futurista en la que arte y naturaleza escriben juntos un poema visual.

La obra Gotas de lluvia, del artista catalán Samuel Salcedo, en los Jardines de Étretat

Antes de marcharos, merece la pena dar un paseo por las calles del pueblo de Étretat para comprar algún souvenir. Veréis que su arquitectura aún conserva el esplendor de épocas pasadas.

Le Havre

El casco histórico de Le Havre, la ciudad más poblada de Normandía, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2005. A simple vista nadie lo diría, porque no es especialmente bonito, pero todo tiene su explicación. Resulta que lo que hoy podemos ver, un conjunto de edificios modulares hechos de hormigón, es el resultado del plan urbanístico ideado por el arquitecto Auguste Perret, a quien se le encomendó la tarea de reedificar una ciudad completamente devastada por los intensos bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Lo hizo en un tiempo récord, pues la gente necesitaba casas donde vivir y templos donde rezar. Para comprender la gesta de Perret, hoy se pueden visitar el Apartamento piloto Perret (que resume en sí mismo la máxima de que el diseño se adecúa la funcionalidad) y la Iglesia de Saint-Joseph, cuya excepcional torre de 110 metros de altura representa un faro de esperanza para las víctimas del conflicto. No os dejéis llevar por la primera impresión, ya que el interior, con sus casi 13.000 vidrieras de colores, os dejará sin aliento.

Tengo que reconocer que la razón principal que motivó que viniese a Le Havre fue que quería ver el puerto desde donde Claude Monet pintó su Impresión, sol naciente, obra cumbre del movimiento impresionista.

¿SABÍAS QUE…?

Esta obra es de sobras conocida por todos los historiadores del arte por ser aquella que, aunque de forma puramente accidental, terminaría por dar nombre al Impresionismo. En el año 1874 una nueva generación de pintores irrumpió con inusitado descaro en el panorama artístico parisino organizando su primera exposición independiente, lejos de los Salons oficiales y tras el rechazo constante sufrido por parte de los académicos. Inspirados por el nuevo camino que su chef de file Édouard Manet les había mostrado, estos artistas proponían una nueva manera de observar la realidad, mucho más directa y desenfadada. Nadie parecía entender que quisieran ir en contra de todo lo establecido desde la época del Renacimiento.

Impresión, sol naciente (1874). Musée Marmottan, París

Aquella exposición fue visitada por 3.500 personas, la mayoría de las cuales entraban única y exclusivamente para mofarse de los artistas que habían pintado aquellas aberraciones modernas que no parecían tener sentido alguno. Una de esas personas fue el prestigioso crítico de arte Louis Leroy, quien escribió de forma irónica y despectiva lo siguiente a propósito del cuadro de Monet: «¡Ah! ¡Es este! ¡Es este!… ¿Qué representa este lienzo? Consulte el catálogo. “Impresión, sol naciente.” Impresión, lo sabía. Me estaba diciendo a mi mismo, si estoy impresionado es porque debe haber una impresión en él… ¡Y qué libertad, qué facilidad en la factura! El papel pintando en estado embrionario está más acabado que esta marina…«. Lejos de sentirse ofendido, aquello pareció hacerle gracia al bueno de Claude, pues a partir de aquel momento él y los suyos pasaron a auto-denominarse los impresionistas. ¡Grande Monet!

Y ya que la cuestión va de Impresioniosmo, sabed que en Le Havre se encuentra el Musée d’Art Moderne André Malraux (MuMa), el museo que más obras impresionistas atesora del planeta tras del Musée d’Orsay de París. En sus salas podréis admirar obras de Boudin, Renoir, Sisley, Pissarro, Degas, Dufy, Derain, Marquet, Matisse, Gauguin y, por supuesto, de Monet. Eso sí, no esperéis encontrar el célebre Impresión, sol naciente, pues se custodia en el Musée Marmottan de la capital francesa.

Musée André Malraux de Le Havre

Honfleur

Tras cruzar en coche el Pont de Normandie, uno de los puentes atirantados más largos del mundo (más de 2km) que une la Alta con la Baja Normandía, llegué a un pueblo del que me enamoré perdidamente a pesar de ser uno de los más turísticos de la región. Recuerdo haber comprado un souvenir en el que hay escrito: «si me pierdo, buscadme en Honfleur».

Vieux Bassin de Honfleur
Casas del Vieux Bassin

Y es que Honfleur es uno de esos lugares que atrae a los artistas al igual que la miel a las moscas. Las razones: su Vieux Bassin, es decir, su muelle interior rodeado por esas características viviendas altas y estrechas; su Lieutenance y su Porte de Caen, únicos vestigios de las antiguas murallas; su barrio de pescadores, un festival ingente de maisons à colombages de colores oscuros, herencia de la Edad Media; su Iglesia de Sainte-Catherine, una auténtica rareza maravillosa pues fueron los propios pescadores quienes levantaron este edificio en el siglo XV distribuido en dos naves con sus respectivos altares, el templo más grande de toda Francia realizado en madera, y además con campanario exento (por si la iglesia se venía abajo); y su barrio de los artistas, con sus coloridas galerías de arte. Ahí es nada.

Iglesia de Sainte-Catherine
Barrio de los artistas

Además, dos museos inexcusables dedicados a los dos hijos más ilustres de Honfleur: el Musée Boudin, que toma su nombre del gran paisajista francés del siglo XIX, Eugène Boudin, uno de los precursores del Impresionismo (y donde encontraréis, además de algunas obras del propio Boudin, trabajos de Dubourg, Jongkind, Monet, Courbet, Pecrus y Dufy, entre otros); y la Maison Satie, casa natal del músico Erik Satie, autor de las inmortales Gymnopédies. Este último se trata de uno de los espacios más surrealistas que he visitado en mi vida, ya que propone un recorrido escenográfico inmersivo que te traslada al universo personal de uno de mis genios preferidos.

Obra de Eugène Boudin
Una de las surrealistas salas de la Maison Satie

Días 6, 7 y 8

Dediqué nada más y nada menos que 3 días a recorrer pormenorizadamente los escenarios principales de la Ruta del Desembarco, pero antes de adentrarme en el infierno de los que sufrieron uno de los episodios más aterradores de nuestro tiempo me trasladé a la plácida ciudad de Cabourg. Es curioso, pero ésta me pareció un dulce preludio a la tormenta que había de venir.

Cabourg

Lo que no era más que un sencillo pueblo de pescadores llegó a convertirse a finales del siglo XIX en toda una ciudad-balneario que atraería a miles de ricos burgueses parisinos. El nuevo emplazamiento fue creado prácticamente ex-profeso siguiendo el modelo de la planta de un teatro griego cuyas calles convergían en una gran plaza presidida por dos flamantes edificios: un suntuoso casino y un fastuoso hotel.

Plaza principal de Cabourg

El gran referente de Cabourg, además de su amplia playa de arena fina de 4km de extensión, es el Grand Hôtel, cuya fachada posterior mira orgullosa al mar como si de su propio reino se tratara. El hotel, aún en funcionamiento, es el más majestuoso de todos los edificios que se distribuyen alrededor de la Promenade Marcel Proust, uno de los paseos marítimos más bonitos que puedo recordar (fijaos en los bancos de madera, llevan inscrito el nombre de parejas de enamorados) y que lleva el nombre del huésped más célebre de todos los que aquí se alojaron.

Playa de Cabourg

UN HUÉSPED HABITUAL

El escritor francés Marcel Proust pasó varias temporadas hospedándose en el Grand Hôtel de Cabourg, primero cuando era un niño acompañado por su madre y posteriormente, ya adulto, entre los años 1907 y 1914. Su habitación, siempre la misma, la 414, fue restaurada al estilo Belle Époque en homenaje a Proust. Allí fue donde el artista dio forma a su obra más inmortal, En busca del tiempo perdido, en la que Cabourg aparece con un nombre ficticio, Balbec. ¿Cuánto hay que pagar por dormir en ella? Preparad más de 300€ por noche.

Fachada principal del Grand Hôtel

De todos los lujosos palacetes que salpican las calles de Cabourg (algunos realmente de fantasía), hay uno en el que podréis acceder a su interior. Se trata de la Villa du temps retrouvé (la «villa del tiempo recobrado», en claro homenaje a la novela de Proust), un precioso museo dedicado a la Belle Époque que parece simbolizar a la propia Cabourg, un lugar congelado en un tiempo donde imperaban la prosperidad y la felicidad.

Ruta del Desembarco

LA RUTA DEFINITIVA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Fueron 3 días que nunca olvidaré recorriendo los lugares más emblemáticos relacionados con el Día-D, posiblemente el más decisivo de la contienda más sangrienta de todas. Los lugares estratégicos, los cementerios más impactantes, los museos más completos y las playas que cambiaron el destino del mundo. Todo en uno de los mejores artículos cantineleros, en ESTE ENLACE.

Cementerio americano de Colleville-sur-Mer

Día 9

No puede haber mejor colofón a un roadtrip por Normandía que la visita al Mont Saint-Michel, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO, uno de esos lugares a los que cualquier viajero (sin excepción) sueña con visitar al menos una vez en la vida. Al estar allí sentí que la vida me estaba dando una segunda oportunidad y que no debía detenerme en el empeño de seguir descubriendo lugares de una belleza excepcional. Porque la vida está llena de cosas maravillosas, ¿no es así?

Mont Saint-Michel

Resulta lógico pensar que, encontrándose justo en la frontera, la Merveille sea objeto de disputa entre normandos y bretones. En relidad, el Mont Saint-Miche se trata de un pueblo erigido encima de un islote rocoso rodeado de una bahía (vamos, lo que viene siendo uno de esos caprichos que la Madre Naturaleza tiene a bien inventarse de vez en cuando), lo que lo convierte en un palco de excepción para contemplar el espectáculo natural de la crecida de sus mareas, una de las más fuertes del planeta.

Mont Saint-Michel

En tan solo unas pocas horas las aguas que bañan el Océano Atlántico pueden llegar a rodear completamente al Mont, convirtiéndolo en una isla, o de lo contrario, desaparecer en varios kilómetros a la redonda, surgiendo en consecuencia una extensa playa de lodo que puedes recorrer hasta hartarte (mirando bien dónde pisas, eso sí). Para conectar tierra firme del Mont, se instaló en 2014 una larga pasarela por la que se puede acceder a pie o en coche. Debido a la enorme aglomeración de turistas, lo más inteligente es dejar el tuyo en el párking de pago habilitado y coger el bus-lanzadera gratuito Le Passeur que te trasladará en poco más de 10 minutos.

Mont Saint-Michel

El pueblo del Mont Saint-Michel se encuentra coronado por la célebre Abadía medieval, a 80 metros de altura, a la que se accede por una empinada escalinata de piedra situada al final de la Grande Rue. Sus orígenes se remontan al siglo VIII, cuando el obispo de Avranches, San Aubert, en supuesta respuesta a una demanda del arcángel San Miguel, construyó una primera iglesia que fue ampliándose en siglos posteriores con la llegada de los monjes benedictinos, llegando a convertirse en uno de los centros de peregrinaje más importantes de la Edad Media. El edificio es, por tanto, una combinación milagrosa de elementos pre-románicos, románicos y góticos al que podréis acceder de una forma más cómoda si compráis las entradas anticipadamente a través de su página web (os saltaréis toda la cola).

Abadía del Mont Saint-Michel

Recorrer las murallas y las torres defensivas del Mont es otro de sus atractivos inexcusables. Y es que la Guerra de los Cien Años obligó a protegerlo mediante una serie de construcciones militares que le permitieron resistir el asedio inglés que duró casi 30 años.

Murallas del Mont Saint-Michel
Mont Saint-Michel

Lo único que os quedará por hacer es recorrer las pocas calles del interior, repletas de establecimientos y restaurantes de precio desorbitado, volver a salir extramuros para contemplarlo desde la playa, rodear su perímetro, volver a entrar y volver a salir. Y así hasta que reunáis las fuerzas necesarias para abandonar uno de esos lugares cargados de una energía mística muy particular. Tal y como me explicó el dueño de mi hotel L’Aurore de la Baie, ubicado en Huisnes-sur-Mer (a tan solo 5km del Mont), un apasionado de todo lo concerniente al monumento, aquí convergen determinadas líneas energéticas o telúricas, motivo que vendría a justificar la enorme fascinación y la indescriptible fuerza de atracción de este lugar.

La Grand Rue del Mont Saint-Michel
Mont Saint-Michel

Hasta aquí mi viaje en solitario por Normandía, en el que pude cumplir varios sueños como visitar Auvers-sur-Oise, la casa de Monet en Giverny, la ciudad de Rouen o los escenarios del Desembarco, entre otros muchos lugares. Una ruta en la que realicé varios viajes en uno. Una ruta en la que volví a disfrutar de mi propia compañía. Espero que hayáis disfrutado tanto como yo en un destino de ensueño para los amantes del arte y la historia. Muchísimas gracias por acompañarme.

Alojamientos cantineleros

Hotel La Petite Ferme (Chérence)

El hotel ideal para visitar lugares como Giverny o Vernon. Esta pequeña granja reconvertida en hotel tiene todo lo que un viajero necesita, incluido un fabuloso desayuno en compañía de los demás huéspedes (recuerdo una deliciosa conversación con una pareja joven que estaban dando la vuelta a la región en bicicleta). Su dueña es la perfecta anfitriona que te mima hasta decir basta. ¡Su detalle de facilitarme un espacio para cenar tranquilo mientras degustaba una cerveza artesanal no lo olvidaré nunca!

Hotel La Petite Ferme (Chérence)

Loft Airbnb 6BIS LOFT (Vézillon)

Un loft de dos plantas en parcela con aparcamiento propio muy cerca de la ciudad de Les Andelys, con cocina equipada, biblioteca y dos camas, muy amplio y tranquilo. El dueño, algo pintoresco, pero la estancia, muy recomendable y a buen precio.

Estudio en Vézillon

Estudio Airbnb (Rouen)

Pequeño estudio en un edificio con aparcamiento privado (esto es fundamental si viajas a Rouen), a unos 20 minutos caminando del centro de la ciudad. Mi estancia de dos noches fue realmente cómoda y satisfactoria. Tienes todo lo necesario en un espacio reducido, incluida una pequeña cocina equipada con todo lo que te hace falta. ¡Muy buena opción en Rouen!

Estudio en Rouen

Hotel Les Alicourts (Annebault)

Este es uno de los lugares más agradables en los que me he alojado. Situado estratégicamente entre Honfleur y Caen, esta pequeña casa de estilo normando es el ejemplo perfecto de cómo hacer que te sientas en casa. Su dueña, una mujer mayor que cuida hasta el más mínimo detalle, me preparó uno de los mejores desayunos que he tomado en mi vida. Con eso lo digo todo.

Hotel Les Alicourts (Annebault)

Chambre d’hôtes La Fresnée (Mosles)

Esta antigua casa del siglo XIX reconvertida en hotel es una base perfecta para hacer la ruta de las playas del Desembarco, pues se encuentra muy cerca de todos los puntos a visitar. Su dueña es una muy buena anfitriona y su perrita, la compañera de juegos ideal (¡la echaré de menos!). El desayuno, casero, con productos de la zona. Mi niño interior quiso probar uno de los karts a pedales que hay en su jardín.

Hotel La Fresnée (Mosles)

Hotel L’Aurore de la Baie (Huisnes-sur-Mer)

Resulta algo complicado encontrar un lugar donde alojarte cerca del Mont Saint-Michel en agosto, pero yo lo encontré en esta casa. La amabilidad de su dueño es infinita. Se trata de un hombre apasionado por la arquitectura. Durante el desayuno me estuvo contando algunas curiosidades de tipo esotérico sobre el Mont Saint-Michel. Habitación amplia, limpia, entorno inmejorable, tranquilidad, cama comodísima… ¿Qué más se puede pedir?

Hotel L’Aurore de la Baie (Huisnes-sur-Mer)

¿Os ha gustado este artículo sobre Normandía? Pues si es así, ¡ayudadme a compartirlo! ¡Nos vemos en una próxima ruta cantinelera!

6 comentarios

  • Bea

    Rafa, has conseguido enamorar al lector con este completisimo artículo de Normandía. Unas fotos preciosas y un sinfín de detalles para poder transitar con esta excelente guía de la región . Muchas gracias!

  • Eva

    ¡Eres un grande Rafa!
    Excepcional manera de describir y contar tus impresiones sobre este viaje por Normandía.
    Solo conocemos una pequeña parte y estoy segura de que volveremos para recorrer todo lo que nos falta.
    Enhorabuena y gracias por tu gran trabajo!

  • s

    ¡Qué bonito escribes, Rafa! Tanto que me dan ganas de volver otra vez y visitar los lugares que me faltan y que no pude ver por falta de tiempo.
    Muchas gracias, un abrazo.

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