
Entre Navarra y Zaragoza
Ruta de 7 días entre dos reinos históricos
Indice
Normalmente el motivo por el cual solemos decantarnos por un destino u otro es algo que nos inspira: un lugar que nos morimos por ver, un monumento emblemático, un paisaje, una obra de arte. En esta ocasión, sin embargo, la razón que nos empujó a conocer esta parte concreta de España, a medio camino entre la provincia de Zaragoza y la Comunidad Floral de Navarra, fue un regalo que nos hicieron hace un tiempo, un regalo que consistía en dos noches en un hotel que debíamos elegir de una extensa lista. De todos ellos, el elegido fue el Hotel Ruta del Tiempo, que se encuentra en uno de los pueblos que siempre figuran en todas las listas de los más bonitos de España, Sos del Rey Católico, en la provincia de Zaragoza. Desde nuestra última vez por tierras aragonesas, durante nuestro viaje por Huesca el año pasado, nos habíamos quedado con las ganas de visitar este pueblo, un lugar estratégico que queda increíblemente cerca de algunos de los monumentos más importantes de la comunidad de Navarra.
¿Un 2×1? No podíamos desaprovechar esta oportunidad. Y claro está, ya que íbamos a llegar con nuestro coche hasta Navarra, ¿cómo no íbamos a aprovechar para ir parando por los lugares más emblemáticos e interesantes de la provincia de Zaragoza? ¡Decidido! Este verano visitaremos la histórica frontera entre dos antiguos reinos, el Reino de Navarra y el Reino de Aragón, haciendo escalas por diversos pueblos cuyos nombres han estado ligados por algún u otro motivo a la historia de nuestro país.
Además del Hotel Ruta del Tiempo, en este viaje nos alojaremos en 4 hoteles más: el Hotel Rural Los Abriles (El Toro), el Hotel Cienbalcones (Daroca), el Hostal Rural Villa Vieja (Olite) y el Hotel El Molino de la Hiedra (Albeta). Daremos toda la información así como nuestra opinión acerca de todos ellos a lo largo de nuestro diario.
¿Eres un/a amante de la historia como nosotros? ¿Qué dices, te apetece acompañarnos en este roadtrip por tierras zaragozanas y navarras?
Día 1
Un nuevo verano significa un nuevo viaje, ¡nos vamos!
Por el bien de la peque iremos haciendo varias paradas estratégicas. La primera de ellas será en el Hotel Los Abriles, en el municipio de El Toro (provincia de Castellón), para hacer la ida un poco más llevadera. Salimos de Cieza a primera hora de la tarde y llegamos a nuestro primer hotel en apenas 3 horas. Elegimos este hotel principalmente por su ubicación cercana a la Autovía Mudéjar A-23, a medio camino entre Valencia y Teruel. Un alojamiento rural sencillo pero muy limpio y tranquilo, donde pudimos disfrutar de una de las mejores cenas que podemos recordar en su restaurante, una auténtica sorpresa que no esperábamos y que sin duda no dudaremos en repetir si volvemos por estos lares. Eso sí, al tratarse de cocina de autor se trataba de un menú cerrado y no precisamente económico, pero la experiencia mereció la pena. ¡Hay que darse un caprichito de vez en cuando!
Al día siguiente pusimos rumbo al norte, donde entraríamos por primera vez en este viaje a la provincia de Zaragoza, para visitar dos de sus localidades más hermosas: Anento y Daroca. En este último haremos noche, en el Hotel Cienbalcones, al cual haremos referencia más tarde.
Anento, el resucitado
A Anento llegamos en aproximadamente una hora y media. A este pueblo le teníamos ganas desde que hace unos pocos años fue elegido como uno de los más bonitos de España por la asociación que lleva el mismo nombre, de hecho es el pueblo más pequeño de entre todos los que figuran en la lista.
Anento se encuentra muy cerca de la salida de la autovía, en la comarca de Campo de Daroca. Protegido por un bello paraje natural formado por montañas de paredes arcillosas, los colores de tierra de sus casas nos recordaron vagamente a la localidad francesa de Roussillon, que visitamos durante nuestro roadtrip por la Provenza. Aparcamos directamente en un amplio descampado habilitado para los coches y nos dirigimos primeramente a la Oficina de Turismo, que ya nos preció una auténtica cucada.

El Aguallueve
La chica que atendía la oficina nos indicó muy amablemente los puntos de interés del pequeño pueblo de Anento. Como la previsión del clima no era del todo buena, decidimos hacer primeramente la excursión al Aguallueve, un precioso manantial a las afueras del pueblo que todo el mundo que viene a Anento no debe perderse por nada del mundo. La excursión hasta el Aguallueve no dura más de 20 minutos a pie por un sendero circular que transita a través de un bosque repleto de árboles y hiedra. Sin dudarlo un segundo, montamos a nuestra pequeña Elia en su mochila porteadora y… ¡a caminar se ha dicho!
El camino es sencillo y sin dificultades de ningún tipo para cualquier persona. Desde el mismo sendero se obtienen unas vistas muy bonitas del pueblo camuflado en su entorno gracias a sus colores rojizos y anaranjados.


El Aguallueve es un manantial pequeñito pero muy llamativo, presidido por una formación de piedra caliza. Al llegar allí no pudimos sino maravillamos con el espectáculo creado por un incesante goteo de agua que cae sobre las paredes de las rocas repletas de musgo, lo que ha creado un interesante y vistoso paisaje. Este agua posteriormente se acumula en una balsa que se utiliza para el riego de campos y huertas.



Resulta curioso saber que ha sido precisamente el manantial el responsable de crear este espectacular relieve kársico, con un agua cargada de sales cálcicas en disolución circulando por el interior de la cueva que, en contacto con la atmósfera, produce una serie de transformaciones que alteran la forma de la roca. Nuestra pequeña adora el agua en todas sus formas, ya os podéis imaginar lo mucho que disfrutó con tanta agua cayendo de las paredes…
El sendero de vuelta al pueblo resulta igualmente sencillo y cómodo. Hacia la mitad del mismo, uno puede coger otro camino que sube directamente hasta el Castillo de Anento. Como también se puede acceder a él en coche, nosotros decidimos llegar hasta el pueblo y visitar posteriormente el castillo con nuestro vehículo, teniendo en cuenta que hacía bastante calor e íbamos con la peque.
Callejeando por Anento
Una vez en el pueblo, nos dedicamos a explorar libremente y sin rumbo fijo sus pintorescas calles.

Aprovechamos para decir que nuestra visita a Anento no se debía únicamente al hecho de figurar en la lista de los pueblos más bonitos de nuestro país. También nos llamó muchísimo la atención la historia de sacrificio de sus habitantes, los cuales rehabilitaron el pueblo casi desde cero. En los años ochenta el pueblo se encontraba prácticamente deshabitado. Por aquel entonces no era más que una aldea abandonada donde, según se suele contar, solo vivía un pastor que se quedaba a pasar la noche tras encerrar a su rebaño. Los datos dicen que el censo de 1981 era de solo once personas.


El caso es que los habitantes de Anento se pusieron manos a la obra y en tres décadas demostraron que es posible hacer resurgir a un pueblo entero de sus cenizas. Reconstruyeron sus casas y pintaron sus fachadas con esos mismos tonos amarillentos, rojizos y anaranjados que tienen las montañas que protegen el pueblo. Hoy en día Anento cuenta con un albergue, varias casas rurales y restaurantes. El último censo que se llevó a cabo en 2015 reveló que el pueblo cuenta hoy con más de 100 habitantes. Toda una hazaña de esfuerzo y dedicación. Y también, por qué no decirlo, de amor a su propio pueblo.


A pesar de todo esto y para ser honestos, tenemos que decir que quizás nos esperábamos algo más de esta visita. Y es que el reconocimiento de pertenecer a la lista de los más bonitos de España puede a veces ser una losa demasiado pesada y crear demasiadas expectativas en el visitante, como nos pasó a nosotros. Lo que no se puede negar es que Anento está cuidado a más no poder y posee algunos rincones de soberbia belleza. Para llegar al mejor de todos ellos, deberéis buscar una plaza de piedra vestida con flores conocida como Mirador de Santa Bárbara, cuyo contraste de colores verdes y naranjas resulta hipnótico. Desde allí subid hasta la pequeña Ermita de Santa Bárbara y deleitaos la vista con cada rincón.



Desde allí nos dirigimos al templo principal de Anento, la Iglesia de San Blas, edificio románico del siglo XII al que se le añadió un pórtico gótico en su lado sur durante el siglo XIV. Únicamente se puede acceder al interior mediante visita guiada en algunas horas concretas.


Por suerte, en el momento de llegar a la iglesia, esta se encontraba abierta con algunos visitantes saliendo por la puerta principal, momento que aprovechamos para «colarnos» rápidamente y admirar la joya más respetada del pueblo: el fabuloso Retablo gótico pintado por el Maestro Blasco de Grañén. Su excelencia técnica lo convierte en uno de los más sobresalientes de todo Aragón.

Nuestra visita de Anento, incluyendo la excursión del Aguallueve, fue breve ya que se trata de un pueblo extremadamente pequeño. Nos llevó solamente media mañana. Al terminar comimos en Los Esquiladores, un bar que se encuentra en la zona más nueva de la localidad, cerca del albergue. Aunque comimos de manera aceptable, tardaron bastante en servirnos, se notaba que les faltaba algo de preparación a la hora de atender a más mesas de lo habitual. Detalles como éste nos hizo pensar que quizás a Anento todavía le falta algo de tiempo para adaptarse a la fuerte demanda turística que desde hace poco tiempo se le está viniendo encima. Estamos seguros de que sus vecinos seguirán trabajando con la misma ilusión que hasta ahora y que en breve dispondrán de una oferta mucho más amplia de servicios que hará frente a los nuevos retos del presente.
El Castillo de Anento
Regresamos al coche y, antes de marcharnos de Anento, hacemos una breve parada para visitar lo poco que queda de su castillo, en lo alto de una imponente pared arcillosa y calcárea.
Rodeando el único vestigio del castillo, su frente oriental, un agradable merendero en medio del bosque nos da la bienvenida. Construido presumiblemente en el siglo XIV, esta fortaleza se desplomó a causa de la erosión que provocaron las constantes tormentas. En sus tiempos sirvió como refugio de aquellos que se defendían de los ataques castellanos de Pedro el Cruel.


Daroca, la de los Corporales
Apenas 20 minutos separan Anento de Daroca, una de las ciudades más importantes en el devenir histórico de Aragón. Las murallas que protegen el casco histórico, las más extensas de toda la comunidad aragonesa, así como la gran cantidad de templos religiosos que atesora (a pesar de que atesoraba aún más en el pasado) revelan la gran importancia de Daroca y el carácter estratégico de su enclave. Además, la ciudad cuenta con su propia historia milagrosa, lo cual siempre es un añadido para los amantes y curiosos de este tipo de fenómenos. Nos referimos a la leyenda de los Corporales de Daroca, que luego explicaremos. En definitiva, un privilegiado patrimonio monumental y artístico que no podíamos perdernos.
Llegamos al Hotel Cienbalcones, situado en la misma Calle Mayor de Daroca, por lo que tuvimos forzosamente que pasar por debajo de una de sus antiguas puertas de la muralla, la Puerta Alta, de comienzos del siglo XVI, levantada en sustitución de otra anterior. Al llegar, tuvimos que dejar un momento el coche fuera para entrar a la recepción del hotel, un edificio protegido de los años 30 provisto de un amplio patio, y que nos explicaran cómo llegar al aparcamiento, una pequeña cochera situada justo detrás del edifico, en la Plaza Sto. Domingo. Una vez instalados en la habitación, práctica y funcional sin más, decidimos descansar un poco antes de salir a explorar Daroca.
Iglesia de San Juan
Lo primero que hicimos fue dirigirnos hacia el templo más importante de la ciudad, la Colegiata de Sta. María, pero tal y como nos dijeron en la Oficina de Turismo, todavía faltaban unos minutos para que ésta abriera y pudiéramos admirar su interior, de modo que pasamos de largo la gran Plaza de España, donde se encuentra este colosal templo, y llegamos hasta una de las muchas iglesias románicas que guarda la ciudad, la Iglesia de San Juan. En esta iglesia, al igual que su vecina Iglesia de Santo Domingo, podría estar la clave del nacimiento del Arte Mudéjar (un estilo que alcanzó su cénit en Teruel, como ya pudimos comprobar en nuestra escapada a la capital turolense de 2015), pues ambas se iniciaron en el siglo XII en piedra sillar pero fueron culminadas en el siglo XIII con ladrillo y con las primeras trazas mudéjares.


Muy cerca de allí, se encuentra la Calle Grajera, una calle que guarda en sí misma la esencia del trazado medieval de Daroca. Desde su extremo norte pudimos admirar un buen trozo de muralla, así como la fachada de la Casa Diablo, un antiguo palacio del siglo XV que posee una singular ventana gótico-mudéjar. Lo de la Casa Diablo le viene porque aquí vivía un declarado anticlerical al que apodaban Diablo Royo. Curioso, ¿verdad?

La Colegiata de Santa María y la Leyenda de los Corporales
Abren la colegiata puntualmente y allí que entramos con el carrito de Elia. Es este el hogar de los famosos Sagrados Corporales, reliquia de gran valor para los católicos, que desde hace años peregrinan a Daroca atraídos por la historia milagrosa.



Vamos a explicar la leyenda: todo se remonta a los tiempos de la reconquista de Valencia a los musulmanes. El 23 de febrero de 1239 tropas cristianas procedentes de Daroca, Teruel y Calatayud se disponían tomar el castillo de Chío, cerca de Játiva. Como era habitual, el capellán de turno, darocense por cierto, se encontraba celebrando una misa previa a la batalla, consagrando seis hostias destinadas a la comunión de los seis capitanes al mando. Pero un inesperado ataque musulmán provocó que se suspendiera bruscamente la ceremonia, quedando las seis hostias ocultas en los corporales.



Una vez terminada la contienda, aparecieron las susodichas impresas en sangre, un verdadero milagro que dio pie más tarde a una disputa entre darocenses, turolenses y bilbilitanos por la propiedad de aquella prueba incuestionable de revelación divina. Como no consiguieron ponerse de acuerdo, se acordó que fuera el Todopoderoso quien decidiera, así que se ataron los corporales a lomos de una mula a la que dejaron a su aire, disponiendo que allí donde se detuviera la mula, allí se quedaría para siempre su milagrosa carga. La mula atravesó cientos de kilómetros hasta caer muerta por el esfuerzo. ¿Dónde cayó muerta la mula? En Daroca, por supuesto, a las puertas del Convento de la Trinidad. Desde entonces la Colegiata de Santa María, templo principal de Daroca, custodia como oro en paño esta reliquia.


La Colegiata de Santa María es un templo realmente impresionante, tanto por fuera como por dentro. Además, es en sí misma una verdadera clase en historia del arte ya que condensa los estilos románico, gótico y renacentista.
El interior de Santa María es majestuoso, de una gran riqueza ornamental. Nos quedamos especialmente boquiabiertos al admirar su enorme baldaquino del altar mayor, una auténtica obra maestra.


La Puerta Baja y la Fuente de los veinte caños
Regresamos a la Calle Mayor, arteria principal del casco histórico, y caminamos en dirección opuesta, hasta llegar hasta otra de las antiguas puertas de la muralla, posiblemente la más fotografiada de las cuatro que tiene Daroca, la Puerta Baja.


La Puerta Baja, de sólidos sillares, daba la bienvenida a los viajeros procedentes de Levante y Castilla. Sus dos robustas torres rematadas por almenas fueron construidas en el siglo XVI. Justo enfrente, ya fuera del límite de la muralla, encontramos otro icono de la ciudad, la Fuente de los veinte caños, la cual hace honor a su nombre. Se levantó en el siglo XVII para demostrar a los visitantes el poder y riqueza de la ciudad, por esa razón se halla junto a la Puerta Baja.



Desde allí rodeamos el Convento de la Trinidad, del siglo XVI, que se encuentra justo enfrente de la fuente. Fue justo aquí donde se dice que cayó desfallecida la burra que transportaba los Corporales. Subimos por la Calle Rodadera y enlazamos con la Calle Arrabal, al final de la cual volvemos a traspasar la muralla a través de una sencilla puerta en arco, conocida como la Puerta del Arrabal. Allí hay uno de los miradores de la ciudad, desde donde divisamos todo el casco histórico y un trozo de la muralla. Y es que Daroca cuenta con muchos y muy bonitos miradores.
Daroca desde el mirador de la Puerta del Arrabal, con sus murallas al fondo.
Iglesia de San Miguel
No podíamos marcharnos de Daroca sin visitar otro de sus templos, la Iglesia de San Miguel. Por desgracia ésta, al igual que las demás pequeñas iglesias románicas de Daroca, estaba cerrada y no pudimos ver su interior. Cerca de aquí se encuentra otro mirador, el Mirador de San Miguel, y merece la pena subir hasta él ya que cuenta con fabulosas vistas a la ciudad y al Castillo Mayor, de origen árabe, del que solo quedan unas pocas ruinas en pie. Entorno a él se articuló un complejo sistema defensivo con múltiples torreones que pueden recorrerse a lo largo de kilómetros de murallas. Nos quedamos con muchas ganas de hacer la Ruta del castillo y las murallas, que recorre todo el antiguo perímetro defensivo. Quedará pendiente para una futura visita.




Hacía ya algún tiempo que amenazaba lluvia (de hecho, la previsión para hoy no era muy buena, pero no había llovido en todo el día) y decidimos que por hoy ya era suficiente. Al descender de nuevo en dirección a la Calle Mayor pasamos por la Iglesia de Santo Domingo. Recordemos que, junto a San Juan, este templo representa toda una referencia en cuanto a la transición al Mudéjar se refiere.

De camino al Hotel Cienbalcones paramos en un pequeño supermercado, ¡y es que esta noche tocaba hacernos unos deliciosos sandwiches y cenárnoslos en la habitación! Debió ayudarnos el hecho de haber estado cerca de una reliquia aquella misma tarde, pues no pasaron ni cinco minutos desde que llegamos al hotel cuando el cielo descargó toda su furia en forma de lluvia torrencial. ¡Por los pelos no nos lleva el agua!
Día 2
¡Qué ganas tenemos de proseguir con nuestro itinerario! El día de hoy está reservado para seguir conociendo algunas de las maravillas de la provincia de Zaragoza. Concretamente nos adentraremos en la Comarca de las Cinco Villas, posiblemente la comarca zaragozana más monumental.
Esta comarca, que limita al oeste con la Comunidad Floral de Navarra, estaba compuesta antaño por cinco villas históricas (Sádaba, Tauste, Ejea de los Caballeros, Uncastillo y Sos del Rey Católico), aunque en la actualidad, la conforman muchos más municipios. La región atesora una incomparable riqueza patrimonial: yacimientos romanos, trazados medievales impresionantemente bien conservados, iglesias románicas y mudéjares, fortalezas defensivas de gran valor histórico… Lo ideal hubiera sido tener tiempo suficiente para recorrer y admirar todos sus encantos, pero como no era el caso decidimos centrarnos en visitar solo tres de las villas. Hoy admiraremos el fabuloso Castillo de Sádaba y pasearemos por el pueblo de Uncastillo, haciendo noche en la joya de este viaje, Sos del Rey Católico. Una vez allí daremos un primer paseo antes de cenar, dedicándole mañana el tiempo que merece.
Nos despertamos en el Hotel Cienbalcones de Daroca habiendo pasado algo de frío aquella noche debido a que el aire acondicionado apuntaba directamente a la cama. Después de desayunar cogemos nuestro coche y nos disponemos a explorar la Comarca de las Cinco Villas, deteniéndonos en primer lugar en su castillo mejor conservado.
Castillo de Sádaba
A este castillo le teníamos ganas desde que vimos una foto suya en Instagram de nuestros amigos del blog Los pobres también viajamos. Queremos aprovechar la ocasión para agradecerles infinitamente su ayuda en la elaboración de esta ruta por los preciosos pueblos de las Cinco Villas. ¡Yo de vosotros no me perdería su blog!
Tardamos aproximadamente dos horas en llegar a Sádaba desde Daroca, pasando por Zaragoza, Tauste y Ejea de los Caballeros. Sádaba no es villa de un solo atractivo pero por motivos de tiempo nosotros decidimos centrarnos en su joya indiscutible: el castillo, situado en lo alto de una pequeña colina a las afueras del pueblo.

Llegamos al amplio aparcamiento, desde donde admiramos la estilizada silueta de la fortaleza que nos espera, ávida de ser explorada por los cantineleros. No perdemos un segundo en acceder al interior y pagar la entrada (entrada 2€ por adulto) ya que por las mañanas el castillo cierra pronto, sobre la 13.30h. Aunque es muy probable la existencia de una fortaleza musulmana en este lugar, el edificio que vemos en la actualidad corresponde a 1223, año en que fue mandado construir por el rey navarro Sancho VII, cuando la villa de Sádaba pertenecía al Reino de Navarra. El castillo pasó por manos de diferentes tenientes hasta 1400, año en que la villa fue incorporada al Reino de Aragón.

El Castillo de Sádaba está construido en un elegante estilo cisterciense, quizás el mejor ejemplo de este estilo en Aragón y, según dicen algunos como el historiador Cristóbal Guitart, también en toda España. En este sentido, su edificación abandona la tipología románica de torre donjón con recinto amurallado para convertirse en una especie de ciudadela torreada de fácil defensa. Su planta rectangular casi perfecta de 1000 m² de superficie se completa con, nada más y nada menos, siete torres almenadas.
Aunque a nivel del suelo pueden visitarse los restos de antiguas salas (como la capilla, adosada al muro oeste) y del aljibe, situado en el centro del patio de armas y sostenido por una bóveda con tres arcos, lo más interesante de la visita se encuentra arriba, concretamente en el camino de ronda o adarve, perfectamente rehabilitado. Por él se puede pasear bordeando todo el perímetro del castillo, visitando las siete torres del castillo mientras se disfruta de unas vistas preciosas de la villa de Sádaba.



De sus siete torres almenadas destaca especialmente la del muro suroeste, situada a la izquierda de la puerta de acceso al castillo, conocida como Torre del Rey. Se trata de la más alta y la que conserva más elementos nobles.


Después del paseo por el camino de ronda, salimos al exterior a hacer algunas fotos del majestuoso exterior. Sus líneas verticales resultan verdaderamente sugerentes y atractivas a la vista. Aprovechamos para jugar con Elia en el césped antes de regresar al coche y poner rumbo a nuestro siguiente destino

Uncastillo, historia y más historia
Justo saliendo de Sádaba existe un desvío que conduce al yacimiento romano de los Bañales, uno de los más importantes de la zona y que decidimos dejar para otra ocasión con el fin de dedicar más tiempo a Uncastillo, quizás el pueblo más monumental y bonito de las Cinco Villas junto con Sos del Rey Católico. En apenas 15 minutos ya estábamos aparcando junto al campo de fútbol Francisco Lacruz, polideportivo del pueblo, ligeramente a las afueras pero muy cerca del centro caminando. Fue un lugar que nos recomendó la propia Oficina de Turismo para evitar quebraderos de cabeza a la hora de buscar aparcamiento. Elia tenía hambre (era la hora de comer), de modo que antes de salir del coche decidimos calentarle un potito. Desde allí gozábamos de una posición inmejorable para disfrutar de una amplia panorámica del pueblo, de cuya silueta destacaban la Torre del Homenaje de su castillo y la torre de una de sus seis iglesias románicas, la iglesia de San Martín de Tours.


Elia tenía ya la barriga llena pero nosotros nos moríamos de hambre, así que nuestra primera prioridad era la de buscar un sitio para comer. Habíamos leído que Uncastillo es un pueblo complicado para ir con carrito de bebé, así que montamos a Elia en la mochila porteadora. Desde el campo de fútbol pusimos rumbo al casco histórico, al que llegamos en pocos minutos a pie.
Buscamos en Internet y leímos que una buena opción sería el Restaurante Uncastello, en plena Plaza de la Villa, cercano al lado de la Casa Consistorial del pueblo. Entramos al casco histórico por la antigua judería, una de las mejores conservadas de Aragón, y pasamos enfrente de la Iglesia de San Martín de Tours, actual sede de la Oficina de Turismo, a la que más tarde regresaremos. Desde el minuto uno, sentimos que callejear por el trazado medieval de Uncastillo es una experiencia que amante de los pueblos con encanto no debería perderse por nada del mundo.

Llegamos a la Plaza de la Villa, donde, antes de entrar al restaurante, admiramos la fachada de la Casa Consistorial, un palacio de influencia italiana levantado en el siglo XVI que refleja el esplendor económico y cultural que Uncastillo vivió durante el Renacimiento. Sin embargo, la época dorada del pueblo tuvo lugar durante la Edad Media, como más tarde veremos.


Pues resulta que comimos muy bien en el Uncastello, tanto que no pudimos dejar de comer ni un solo bocado de las sabrosas salchichas a la riojana que nos sirvieron, lo cual no ayudó demasiado a seguir con nuestra visita de Uncastillo.
Iglesia de Santa María la Mayor
El patrimonio del que goza Uncastillo es sobresaliente. Fue un importante centro religioso en el pasado, conservando hoy en día seis iglesias románicas: Santa María la Mayor, San Martín de Tours, San Felices, San Juan, San Lorenzo y San Miguel. De entre todas ellas destaca sobremanera la Iglesia de Santa María la Mayor, por razones que la elevan hasta la categoría de monumento imprescindible.

La Iglesia de Santa María se encuentra curiosamente rodeada por tres plazas distintas, fue construida en un precioso románico entre los años 1135 y 1155 sobre otro templo anterior. Como resulta evidente a simple vista, la torre es un añadido posterior. Una de las razones por las que hay que venir a Uncastillo a contemplar esta iglesia es sin duda su magnífica portada meridional, una verdadera obra de arte atemporal y joya del románico español.


La profusión escultórica de esta portada representa una extensa colección de figuras de apariencia lúdica, tales como músicos, acróbatas, bailarines y seres fantásticos distribuidos en los capiteles y las arquivoltas.


Otro de los detalles que hacen especial a esta iglesia también tiene que ver con figuras escultóricas. En su libro 1000 sitios que ver en España al menos una vez en la vida, su autor Juan Eslava Galán menciona, además de los Santos Corporales de Daroca que ya vimos ayer, los canecillos eróticos de Uncastillo, que se encuentran precisamente en la parte superior del ábside de la Iglesia de Santa María. También los hay de temática lúdica, como en la portada, pero nosotros solo buscábamos aquellos de temática sexual, lo cual no resulta tarea fácil para ojos no expertos. En fin, supongo que todos los buscaríamos, ¿no es así?

Creíamos que la iglesia abriría en pocos minutos, así que esperamos en la misma Plaza de Santa María para poder contemplar su interior. Y esperamos, y esperamos, pero allí no aparecía nadie. Y es que cometimos un error, resulta que leímos mal el panel adosado a la puerta que informaba del horario, en realidad abría a las 18’30h y no a las 16h como imaginábamos (de esto fuimos conscientes más tarde, cuando nos informaron en la Oficina de Turismo). Al ver que nadie venía a abrirnos el templo y de esperar largos minutos, decidimos marcharnos y continuar con la visita. Fue una verdadera pena.



Iglesia de San Martín de Tours
Subimos la preciosa Calle Mediavilla pasando por delante de la renacentista Iglesia de San Andrés, en dirección a otro de los templos importantes que hay que visitar en Uncastillo, la Iglesia de San Martín de Tours, actual sede de la Oficina de Turismo y del Centro de Interpretación de Arte Religioso del Pre-Pirineo.

Fue construida en el siglo XII y reformada en el siglo XVI, por lo que en ella se combinan los estilos románico y gótico tardío. El acceso se realiza a través de su claustro adosado al muro norte, donde se ubica la Oficina de Turismo. Tampoco tuvimos suerte en esta ocasión, ya que la visita guiada que sirve para acceder al interior del templo acababa de empezar y no pudimos entrar. De hecho, no sacamos demasiadas cosas positivas del encuentro que mantuvimos con el hombre que atendía la oficina. Lo único que sacamos en claro de su trato seco y desapegado fue que podríamos visitar el castillo a partir de las 17h (¡y la Iglesia de Santa María a partir de las 18’30h!), así que allí nos dirigimos.


Castillo de la Peña Ayllón
El Castillo de Uncastillo (valga la redundancia) es conocido en realidad como Castillo de la Peña Ayllón pues se encuentra en la Peña Ayllón, un montículo rocoso, punto más alto de la localidad. Es precisamente esta fortaleza la que da nombre al pueblo, ya que su antiguo nombre era Unum Castrum. Para acceder a ella es necesario subir una empinada calle y luego unas empinadas escaleras que resultan algo fatigosas. Como Elia estaba un poco cansada decidí subir solo a echarle un vistazo rápido mientras Inma y Elia me esperaban abajo.
Subiendo al castillo, nos encontramos con una bella vista de la Iglesia de San Martín de Tours. El aspecto defensivo de la torre muestra cómo las iglesias cumplían una función militar en este enclave de frontera entre dos reinos, el Reino de Aragón y el Reino de Navarra.
Sus orígenes se remontan al siglo XI, cuando las Cinco Villas eran territorio de frontera entre musulmanes y cristianos. El Reino de Aragón fortificó con una línea de castillos su frontera meridional para asegurar el dominio de sus tierras reconquistadas. Entre ellos se encontraba el de Uncastillo, aunque ya existía otro anterior levantado por los musulmanes. Ya en el siglo XIV, la fortaleza sirvió para defender al reino de su vecino Reino de Navarra, momento en que es reconstruido. Durante la guerra de los Pedros, que tuvo lugar entre Pedro IV de Aragón y Pedro I de Castilla a mediados de ese mismo siglo, el castillo fue lugar de reunión entre Pedro IV de Aragón, Carlos II de Navarra y Enrique de Trastámara. En sus estancias se firmó la triple alianza contra Pedro I de Castilla.
Del antiguo recinto de la fortaleza, s aolo quedan dos edificios en pie, concretamente dos torres: la primera es la Torre del Homenaje, del siglo XIII y de planta cuadrada, que alberga el Museo de la Torre, donde se explica la historia de la villa y su castillo mediante un vídeo explicativo, maquetas y dioramas. En el último de sus tres pisos uno tiene la oportunidad de obtener las mejores vistas posibles de la trama urbana de la villa.



La segunda es la torre de vigía octogonal que formaba parte de un palacete gótico del siglo XIV levantado por Pedro IV de Aragón. Esta segunda torre fue rehabilitada hace pocos años y también es visitable por dentro. Del resto de edificios que formaban parte del castillo, como otra torre y una iglesia románica, solo se han conservado algunos cimientos.
Sos del Rey Católico, un pequeño aperitivo
Media hora de curvas serpenteantes separan Uncastillo de Sos del Rey Católico, la joya de la corona de la comarca de las Cinco Villas. La razón principal por la cual habíamos elegido esta parte del país para el viaje de este verano. ¿Habrá merecido la pena hacer tantos kilómetros para llegar hasta aquí?
Por el momento nos damos cuenta de que no podemos acceder con el coche en el interior del casco histórico. Nuestro alojamiento de esta noche, el Hotel Ruta del Tiempo, se encuentra en plena Plaza de la Villa, justo al lado del Ayuntamiento, la ubicación más céntrica posible. Esto nos obliga a aparcar el coche fuera del casco histórico, concretamente en la Plaza Aragón, y a hacer dos viajes a pie hasta el hotel con maletas a cuestas. Al traspasar el Portal de la Reina ya nos dimos cuenta de que el nombre del hotel tiene todo el sentido del mundo, nos hemos trasladado varios siglos hacia atrás,¡acabamos de viajar en el tiempo!
Como vamos cargados con las maletas, tratamos de no entretenernos, lo cual resulta una tarea titánica teniendo en cuenta la inmensa belleza que nos rodea por todas partes. Al llegar al Hotel Ruta del Tiempo, situado en un edificio histórico, nos recibió Loli madre, quien nos acompañó muy amablemente hasta nuestra habitación, limpia y tranquila. Al volver a bajar a la recepción, conocimos a Loli hija, una persona encantadora y dispuesta hasta decir basta. Para muestra, un botón. Hacía algo de fresco aquella tarde-noche pero yo no llevaba chaqueta en aquel momento. Pues Loli no lo dudó ni un momento y en menos que canta un gallo fue a buscarme una para que me la pusiera, haciéndome un favor que agradecí enormemente.
De regreso al coche, aprovechamos para jugar un rato con Elia en el parque infantil que había en la Plaza Aragón antes de volver al hotel nuevamente.
Por fin podíamos salir a explorar uno de los pueblos más bonitos en los que hemos estado, sin ningún género de dudas. Como mañana volveremos a visitar el pueblo, vamos a daros solo un pequeño aperitivo de lo que os mostraremos más en profundidad en el post del día de mañana, detallando todos los lugares de interés de Sos.





La amable Loli también nos recomendó un buen sitio para comprarnos unos bocatas y cenárnoslos tranquilamente en la habitación, el Bar Las Coronas, justo enfrente del hotel. Por cierto, debo decir que eran los mejores bocatas que nos habíamos comido, como mínimo, en mucho tiempo. El mejor epílogo posible para un día realmente provechoso explorando la fabulosa comarca de las Cinco Villas.
Día 3
Hoy va a ser uno de los días más completos del viaje, sin lugar a dudas. Al fin pisaremos tierras navarras para visitar tres joyas históricas que formaron parte del antiguo Reino de Navarra: el Monasterio de Leyre, el Castillo de Javier y la Iglesia de Santa María de Sangüesa. Estos tres lugares se encuentran a muy poca distancia de nuestra base, el Hotel Ruta del Tiempo en Sos del Rey Católico, pueblo que aprovecharemos para descubrir por la tarde.
Desayunamos en el acogedor salón del Hotel Ruta del Tiempo, dando las gracias a Loli por todas las atenciones que nos brinda. La verdad es que da gusto que te mimen así. Descubrimos que Loli no es aragonesa de nacimiento pero se enamoró de Sos del Rey Católico y de Aragón y decidió establecerse aquí. El hotel se encuentra en un edificio histórico justo al lado del Ayuntamiento del pueblo, pero con todas las comodidades modernas y con una limpieza impecable. Sin duda será el mejor hotel en el que nos alojaremos durante este viaje.
Sin prisa pero sin pausa nos dirigimos al coche (no sin antes disfrutar de un corto paseo por el barrio judío de Sos del Rey Católico, del cual hablaremos más tarde, a estas horas de la mañana resulta una delicia disfrutarlo sin apenas turistas) para poner rumbo a nuestro primer destino del día, cruzando por primera vez la frontera navarra.


Monasterio de Leyre
Lo de venir a Navarra era una asignatura pendiente que teníamos desde hacía tiempo, le teníamos muchas ganas a los monumentos históricos que esta región atesora. Uno de ellos es el Monasterio de Leyre, declarado Monumento Nacional y considerado uno de los conjuntos medievales más completos de toda España, a pesar de lo cual, su visita nos supo a poco, como seguidamente explicaremos.
El Monasterio de Leyre se encuentra en el municipio de Yesa, merindad de Sangüesa, casi en el límite con Aragón. Para llegar hasta él hay que ascender por una carretera que zigzaguea entre hayas, pinos, robles y carrascales. Quizás esto fue precisamente lo que más nos gustó de nuestra visita al monasterio, su enclave natural privilegiado conocido como sierra de Leyre. Muy cerca de aquí discurre el ramal del Camino de Santiago que procede de Jaca y que acompaña el cauce del río Aragón.


Llegamos en apenas 40 minutos, siendo de los primeros en aparcar en el párking público del monasterio. Montamos a Elia en su mochila porteadora y nos dirigimos primeramente al edificio donde se encuentra la taquilla. Ante nuestra sorpresa, con el ticket (entrada 3,20€ por adulto por libre, 3,70€ con visita guiada) nos dieron una enorme llave con la que nos explicaron debíamos abrir la puerta de la cripta en caso de querer visitarla, dejando para ello un depósito de 5€ como garantía de que la llave volvería sana y salva a sus dueños. Qué curioso…


La razón principal por la que para nosotros el Monasterio de Leyre era parada obligada era histórica. Se puede decir que durante el siglo X este lugar tuteló el naciente Reino de Pamplona, ya que los reyes buscaban a menudo la sabiduría y el consejo de sus monjes. Fue quizás el más importante de todos ellos, el rey Sancho el Mayor, quien llevó al monasterio al momento de su máximo esplendor (de hecho llegó a formarse entre sus muros). No en vano a este rey se le atribuye la frase: «El Monasterio de Leyre es el más antiguo y querido de mi reino». Leyre quedó bajo la observancia de Cluny en 1030 al tiempo que funcionaba como aglutinante de una amplia constelación de monasterios dependientes que albergaban a los peregrinos de la ruta jacobea.

De la mano de la reforma cluniacense llegó al monasterio el arte románico, cuyo mayor exponente fue la construcción de la cabecera del templo, parte de la iglesia, la torre campanario y la célebre cripta, de la cual nos atrevemos a decir que es la joya del Monasterio de Leyre y quizás la única razón por la que merece la pena llegar hasta aquí. El acceso a la cripta se encuentra justo enfrente del edificio independiente que recibe a los visitantes. Al traspasar la puerta de acceso, la más antigua del monasterio (y que abrimos con nuestra pesada llave) uno se encuentra con un pequeño bosque hecho de piedra cuya altura máxima no va mucho más allá que la de una persona.
Estamos ante un tesoro inmaterial, quizás uno de los monumentos pioneros del románico hispánico, cuya función principal era la de servir como sostén de la cabecera de la iglesia que se levanta justo encima. Tiene planta cuadrada y se distribuye en tres ábsides y cuatro naves cubiertas por bóvedas de cañón. Impresiona sobremanera el conjunto de arcos, columnas y capiteles de temas vegetales y geométricos, literalmente «los pilares que sustentaban el Reyno». Contemporáneo de la cripta, el llamado Túnel de San Virila conducía al exterior desde el monasterio medieval. Fue inutilizado por el trazado de los nuevos edificios y actualmente se encuentra cerrado con una verja desde la que se contempla la imagen de San Virila, abad de Leyre en el siglo X.

Para visitar la iglesia uno debe dar un pequeño rodeo rodeándola hasta llegar hasta al acceso principal. Por el camino uno contempla un patio medieval definido por los actuales edificios que ocupan el sitio que un día ocupó el claustro románico.

A la entrada ceremonial de la iglesia de Leyre se la conoce como Porta Speciosa tanto por su increíble belleza como por ser un verdadero libro abierto para los fieles que la contemplaban en tiempos medievales, cuando muy pocas personas sabían leer y escribir. En este sentido, el tímpano, las arquivoltas y los capiteles mostraban en imágenes aquello a lo que no podían acceder en los libros. Fue el célebre Maestro Mateo, autor también de la Puerta de las Platerías de la Catedral de Santiago, quien esculpió tan bonita obra en pleno siglo XII, momento en que el complejo monástico se incorporó a la reforma del Císter llevándose a cabo como resultado una gran ampliación en la iglesia.
Dicha ampliación se centró sobretodo en la sobria nave central en cuyo muro norte se encuentra el Panteón Real que alberga los restos de los primeros reyes de Navarra.

Desgraciadamente la visita del Monasterio de Leyre no llenó nuestras expectativas, esperábamos mucho más de este lugar, y aunque su valor histórico es indiscutible no creo que una segunda visita mereciera la pena el día que regresemos a Navarra. El claustro actual, quizás el edificio más grande de todos los que forman el monasterio, no está abierto al turismo.
Castillo de Javier
Un corto trayecto de 20 minutos separan el Monasterio de Leyre de otro de los emblemas arquitectónicos y espirituales de Navarra: el Castillo de Javier. Ubicado a las afueras del pueblo de Javier, esta construcción también está tejida de historia: en el siglo XI aquí se situaba una torre defensiva aislada, en el límite entre los reinos de Navarra y Aragón. El infante Fernando de Aragón entregó la fortaleza al rey de Navarra Sancho VII el Fuerte en 1223 como garantía de un préstamo que no devolvió, por lo que el pueblo de Javier y su fortaleza fueron incorporados definitivamente al reino de Navarra, acabando posteriormente en manos de importantes familias, los Azpilicueta y los Jasso. Sin embargo el castillo que vemos en la actualidad es una construcción de finales del siglo XIX, ya que el anterior fue prácticamente demolido por orden del cardenal Cisneros tras la conquista de Navarra a mano de las tropas castellanas. La duquesa de Villahermosa fue la encargada de levantar el proyecto.
El 7 de abril de 1506 nace en el interior del castillo uno de los personajes más relevantes de la historia del Reino de Navarra, San Francisco Javier, misionero, cofundador de la Compañía de Jesús y santo patrón de Navarra. Hoy el castillo es propiedad de la Compañía, que lo mantiene de forma impecable para los turistas y también para los devotos que acuden durante el mes de marzo en peregrinación como si de un santuario se tratara. Es lo que se conoce como la Javierada. La silueta del Castillo de Javier preside, poderosa y estilizada a partes iguales, una amplia explanada donde se celebran todos los años estas Javieradas.

Además de obrar milagros, este hombre tuvo tiempo de emprender un viaje de 11 largos años que le llevó de la Universidad de la Sorbona de París (donde conoció a Ignacio de Loyola, con quien fundó la Compañía de Jesús) a India y el Extremo Oriente: Indonesia, Japón y China, en cuyas costas murió. Todos países en los que hoy se respeta la figura y el legado de San Francisco Javier. ¡Menudo viajero estaba hecho!
Hoy el Castillo de Javier alberga un museo que ilustra la historia del edificio y el legado religioso y cultural del santo, y que nosotros recorrimos después de pagar la entrada (3€ por adulto). A lo largo de la visita existen diversos tramos de escaleras, por lo que dejamos el carrito de Elia en el acceso.


Además del museo, uno puede recorrer el resto del interior del castillo, los puentes levadizos, los fosos, el patio de armas y la torre del homenaje (aquella primera torre defensiva entregada a Sancho el Fuerte en garantía por un préstamo y ya nunca más devuelta). La visita finaliza con la gigantesca basílica (casi proporcional en tamaño al castillo) que también mandó construir la duquesa de Villahermosa a finales del siglo XIX, cuando el conjunto del castillo fue levantado. Desgraciadamente nosotros no pudimos visitarla por dentro, ya que en ese momento se estaba celebrando una boda.

Lo que sí pudimos visitar fue la Parroquia de la Anunciación, una pequeña iglesia situada a muy pocos metros del castillo, construida en estilo barroco en 1702. En ella se guarda la pila del siglo XV en la que San Francisco Javier recibió el bautismo y una imagen de la Virgen en madera policromada del siglo XIII.


Regresamos al amplio aparcamiento al aire libre del castillo y ponemos rumbo al último destino de la mañana, la ciudad de Sangüesa, parada del Camino de Santiago, a escasos 10 minutos de Javier. Quisimos aprovechar la proximidad para visitar otra joya patrimonial de la Comunidad floral de Navarra, la Iglesia de santa María la Real y más concretamente, su extraordinaria portada románica.
Iglesia de Santa María la Real de Sangüesa
Sangüesa atesora un amplio patrimonio que incluye diversos palacios, conventos y por supuesto templos. Un amplio patrimonio que merece un tiempo mucho más prolongado que el que nosotros pudimos dedicarle. De todos los monumentos que habitan en Sangüesa, uno destaca por encima del resto: la Iglesia de Santa María la Real, Monumento Nacional desde 1889.
Situada junto al puente sobre el río Aragón, fue levantada entre los siglos XII y XIV y se dice de ella que es una obra maestra del románico de todos los lugares y de todos los tiempos. No nos la podíamos perder, de modo que antes de regresar a Sos del Rey Católico decidimos aparcar muy cerca de la Rúa Mayor, en cuyo principio se alza, soberbia, su portada.

Esta es la tercera portada románica con características extraordinarias que tenemos la suerte de contemplar en este viaje, después de que ayer visitáramos la Iglesia de Santa María de Uncastillo y hoy la iglesia del Monasterio de Leyre. Al igual que sucede con casi toda la escultura románica, los relieves de la portada de Sangüesa cumplían una función muy clara, transmitir la palabra de Dios en imágenes a los fieles sangüesinos que no sabían leer y a los peregrinos que pasaban delante de ella durante la ruta jacobea. Hoy sabemos que los escultores que tallaron esta obra maestra del románico fueron el Maestro de San Juan de la Peña (llamado así porque se sabe que trabajó en el claustro del Monasterio de San Juan de la Peña y en otras iglesias de Huesca y de Zaragoza), que creó toda la parte superior representando el preludio del Juicio Final, y el Maestro Leodegarius, quien obró en la parte inferior, completando las 300 imágenes que contiene la portada. Una curiosidad: de entre todas ellas se ha identificado la leyenda nórdica del héroe Sigurd y el herrero Regin, lo cual podría indicar que algún peregrino venido desde tierras escandinavas le contase al propio Leodegarius esta leyenda, quedando plasmada finalmente en su obra.

El interior de la iglesia (entrada 2,30€ por adulto con visita guiada) sobrecoge enseguida al visitante, en parte por su esbelta arquitectura de transición del románico al gótico, en parte también por el juego de luces y oscuridades que se ofrece durante la visita guiada. La Iglesia de Sta. María la Real presenta tres naves y torre octogonal, y su interior alberga otros atractivos como un retablo mayor de estilo plateresco y una rica custodia procesional gótica.


Nuestra pequeña Elia ya va necesitando comer y descansar, de modo que nos limitamos a recorrer brevemente la Rúa Mayor antes de regresar al coche y poner rumbo de nuevo a Sos del Rey Católico.
Sos del Rey Católico, la judería más impresionante de España
Tuvimos suerte de encontrar aparcamiento en Sos del Rey Católico ya que era sábado y además hora de comer. Los restaurantes que se encuentran extramuros estaban abarrotados pero, una vez más, tuvimos suerte y encontramos una mesa disponible en el Restaurante Vinacua, que resultó ser una buena elección. Mientras Elia ya dormía en su carrito nosotros aprovechábamos para reponer fuerzas antes de regresar a nuestra habitación del Hotel Ruta del Tiempo a descansar un poco.
Una vez descansados, salimos a conocer, esta vez de una manera más pormenorizada, todos los puntos de interés de la localidad, completando así el primer paseo de «reconocimiento» que hicimos ayer. Lugar estratégico entre los reinos de Navarra y Aragón, Sos del Rey Católico, declarado conjunto histórico artístico en 1968 y perteneciente a la lista de la Asociación de los Pueblos más Bonitos de España, sigue siendo hoy un espectacular recinto amurallado con siete portales de acceso extraordinariamente bien conservados, entre ellos el Portal de Zaragoza o el Portal de la Reina, por los que se accede a uno de los conjuntos medievales mejor conservados de toda Europa, compuesto de bellos palacios renacentistas de piedra, aleros de madera, fachadas con sillares y escudos, ventanas góticas y renacentistas y calles empedradas que te harán retroceder instantáneamente en el tiempo.



La Plaza de la Villa
Vamos a repasar todos los tesoros de Sos del Rey Católico, empezando por la Plaza de la Villa, en el mismo corazón del pueblo y justo al lado de nuestro hotel. Presidida por la excelsa Casa de la Villa (Ayuntamiento), construida por el Concejo a finales del siglo XVI, desde la Edad Media servía como espacio público donde se realizaban diferentes actos. Uno de ellos era el mercado semanal, ubicado en el soportal construido en el siglo XIV. Conocemos esta función gracias a un detalle que aún se conserva allí, un pequeño hueco en uno de los muros de donde colgaba la balanza romana, el lugar donde se situaba el Almutazaf, el oficial del mercado encargado de vigilar que nadie engañase con los pesos y las medidas de los productos.

Desde allí, subiendo por la Calle Doña Manuela Pérez de Biel y a los pies de la Iglesia de San Esteban nos encontramos con una estatua de Luis García Berlanga, director del film que en 1985 rodó precisamente en Sos del Rey Católico, La Vaquilla. Conmemorando el rodaje que volvió a poner al pueblo en el mapa, hoy se pueden encontrar diversas sillas cinematográficas de bronce repartidas en diversos rincones de la localidad.

La Iglesia de San Esteban
A mediados del siglo XI, gracias a la reina Estefania de Navarra, comienza a edificarse la Iglesia de San Esteban junto al castillo, cuando este aún era de madera. El templo se adaptó al desnivel del terreno construyendo primero la cripta de Santa María del Perdón, uno de los lugares imprescindibles que no debéis perderos por nada del mundo en vuestra visita al pueblo.

Para acceder a la iglesia primero hay que pasar por debajo de un túnel de piedra, lo cual ya es bastante impactante, y después traspasar una portada románica del siglo XII y un pórtico del siglo XVI que se construyó precisamente para proteger la portada de las inclemencias del viento y la lluvia. En el interior destacan la pila bautismal del siglo VIII (donde fue bautizado el personaje más ilustre que nació en el pueblo, Fernando el Católico, rey de Aragón y posterior regente de la Corona castellana), el románico Cristo del Perdón, la sillería del coro de mediados del XVI y el órgano rococó.


Un aviso para navegantes: si deseas visitar el interior del templo y la cripta, deberás preguntar antes en la Oficina de Turismo. Hay un hombre mayor (muy simpático y conversador, ¡pero con la mano un poco larga!) que es el encargado de abrir el templo y mostrarte la escalera de caracol por la que se desciende al auténtico tesoro de la iglesia, su cripta, donde podrás admirar unas extraordinarias pinturas murales góticas. Absolutamente preciosas.

El Castillo
En lo más alto de la Peña Feliciana el antiguo Reino de Pamplona decidió construir un castillo en el siglo X como parte de su línea defensiva frente al Islam. Ese primer castillo estaba hecho en madera y ya no se conserva, pero fue el origen de la villa de Sos del Rey Católico. En el siglo XII se levantó una nueva fortaleza, ya en piedra, esta vez como parte de la frontera del Reino de Aragón frente al Reino de Navarra. De este nuevo castillo se conservan solo algunos restos.

El devenir de los siglos destruyó gran parte del castillo medieval, quedando en pie únicamente la torre del homenaje, que preside un gran espacio vacío antes ocupado por una gran fortaleza. Desde allí las vistas que se obtienen de todo el pueblo son preciosas.


El Barrio Judío
Dejamos el plato fuerte para el final, la judería (conocida como el Barrio Alto), posiblemente la más bonita que podemos recordar de todas las juderías que hemos visitado y el lugar donde más a gusto nos hemos perdido en los últimos tiempos. Os lo podemos asegurar.


En el siglo XII llegó la comunidad judía al pueblo y se asentó en este pequeño promontorio. Fueron unas treinta las viviendas judías articuladas entorno a una arteria principal de la que hoy surgen calles sin salida (una de ellas se llama literalmente Calle Salsipuedes). De todos sus rincones, el más emblemático y encantador es la Plaza de la Sartén. Si este pueblo fuera francés probablemente esta pequeña plaza sería el blanco de todos los turistas deseosos de conseguir de ella la ansiada foto, como si del Pigeonnier de Eguisheim se tratara. Por suerte esto todavía no ha pasado en Sos del Rey Católico y sigue siendo un auténtico placer buscar esta plaza y disfrutar de ella sin nadie más que los gatos. Hacednos caso, si venís a Sos del Rey Católico jugad a ser exploradores y buscad la Plaza de la Sartén, el alma de la judería.

El Palacio de Sada
En las entrañas de la judería se encuentra un lugar histórico como pocos. Don Juan (futuro rey Juan II de Aragón) se enfrentaba a su hijo Carlos por el trono del vecino Reino de Navarra cuando, estando su esposa a punto de dar a luz, decidieron partir de Sangüesa en busca de más seguridad para el alumbramiento. Pensando además en mejorar las opciones del nuevo vástago en la línea sucesoria de Aragón, optaron por cruzar la frontera y acudir a la villa que antes era conocida solamente como Sos. La casa del escudero Don Martín de Sada fue el lugar escogido y el 10 de marzo de 1452 nació en ella el futuro Fernando II de Aragón, que pasaría a la posteridad como Fernando el Católico. Gracias a este hecho los Sada mejoraron notablemente su posición social y construyeron el palacio que podemos visitar hoy en día, sede de la Oficina de Turismo de la localidad. Allí se organizan interesantes visitas guiadas por todo el casco histórico, incluyendo la Lonja medieval, a la que solo se puede acceder con la compañía de un guía.

Además de albergar la Oficina de Turismo, el Palacio de Sada contiene el Centro de Interpretación de Fernando de Aragón en el que se introduce al visitante a esta figura clave en la historia de nuestro país. Incluso se puede visitar la sala donde supuestamente tuvo lugar el nacimiento de Fernando.



Lamentablemente no pudimos hacer fotos de la Iglesia de San Martín, iglesia privada de los Sada y adosada al palacio, ni de sus fantásticas pinturas murales góticas. Durante esta visita empecé a encontrarme mal y a sentir un fuerte dolor en el estómago acompañado de una sensación de debilidad, y cada vez iba a más, hasta tal punto que tuvimos que regresar enseguida a nuestra habitación del Hotel Ruta del Tiempo. Después de pasar un tiempo acostado en la cama, Inma tuvo que ir a recepción a preguntar dónde se encontraba el Centro de Salud. Por suerte se encontraba cerca y a pesar de ser domingo me atendieron de urgencia enseguida. El diagnóstico era claro: tenía un virus estomacal. ¿Por qué me tienen que pasar a mí estas cosas durante los viajes?
Por suerte el asunto no tuvo más consecuencias que una noche llena de dolor y de constantes visitas al baño, pero en ese momento todavía no sabíamos si aquello arruinaría lo que nos quedaba de viaje. Al día siguiente debíamos abandonar Sos del Rey Católico para incursionar nuevamente por tierras navarras y conocer otro de los puntos fuertes de nuestra ruta: el Palacio de Olite.
No fue la mejor manera de terminar nuestra estancia en Sos del Rey Católico, uno de los pueblos más bonitos que hemos visitado nunca. Sin embargo disfrutamos al máximo de nuestro paso por esta localidad, en parte gracias a nuestros anfitriones. Desde aquí queremos dar las gracias a Loli y a sus padres del Hotel Ruta del Tiempo. Felicitaros por vuestra exquisita labor. Qué suerte que todavía queden buenas personas, entusiastas de su trabajo… ¡Muchas gracias familia!
Día 4
Después de una noche infernal de constantes viajes al baño y una sensación de malestar que se negaba a abandonarme, no pude probar bocado durante el desayuno en el Hotel Ruta del Tiempo. ¡No hay nada que me fastidie más que no poder desayunar lo que me apetezca durante los viajes!
En fin, la decisión a tomar se presentaba complicada: ¿debíamos volver a casa y perdernos más de la mitad de nuestro viaje o seguir adelante? Aunque me encontraba algo mejor que ayer, no me sentía ni mucho menos recuperado. Finalmente decidimos seguir adelante con nuestra ruta, al fin y al cabo sabíamos que un virus estomacal de estas características suele durar uno o dos días como mucho… ¡No hay quien pueda con los cantineleros!
Nos dio mucha pena tener que despedirnos de nuestra anfitriona Loli, realmente nos sentimos como en casa en el Hotel Ruta del Tiempo y no dudaremos en volver a alojarnos aquí el día en que volvamos a pisar Sos del Rey Católico. Seguro que así será porque es uno de los pueblos que más nos ha gustado de todos nuestros viajes, ¡no nos cansaremos de repetirlo! Hoy volvemos a tierras navarras para visitar primeramente Ujué, considerado el pueblo más bonito de toda la comunidad, y Olite, uno de los platos fuertes de nuestro viaje.
Ujué, balcón de Navarra
Con algo de esfuerzo y resintiéndome todavía de mis dolores estomacales, cogemos el coche y volvemos a cruzar la frontera navarra, esta vez cogiendo la nacional 132 en dirección a Olite, donde dormiremos esta misma noche. Antes de conocerla, sin embargo, no queríamos perder la oportunidad de conocer el que, según dicen muchos, se trata del pueblo más bonito de toda la comunidad navarra: Ujué.
Un trayecto de 35 minutos nos lleva hasta San Martín de Unx, donde paramos un momento en una farmacia de guardia para comprar los medicamentos que me habían recetado en el Centro de Salud el día de ayer. En un principio teníamos planeado visitar también este pequeño pueblito, nuestra amiga Marta del blog Viajando entre rascacielos nos lo había recomendado vivamente, pero como las cosas estaban algo delicadas todavía en mi cuerpo decidimos asegurar y tomárnoslo con calma, dirigiéndonos directamente a Ujué, a solo 10 minutos de allí.

Situado sobre la sierra del mismo nombre a unos 815 metros de altitud, la silueta de Ujué se levanta imperiosa dominando una llanura amarillenta. Seguimos con la racha de buena suerte a la hora de aparcar y justo cuando llegamos a uno de los pocos aparcamientos públicos del pueblo, abarrotado de coches, observamos que uno de ellos acababa de arrancar su vehículo para dejarnos su lugar. Hace un calor sofocante y Elia dice que nanai a la mochila porteadora, que quiere ir caminando y disfrutar, como nosotros, de un pintoresco conjunto urbano repleto de subidas y bajadas.

El trazado medieval de Ujué fue edificado en torno a una construcción que ilustra en sí misma la identidad de Ujué, villa que actuó durante siglos como avanzadilla militar del reino de Navarra gracias a su altitud. Esta construcción no es otra que una iglesia-fortaleza que curiosamente también ha sido santuario mariano desde la Edad Media cuando, según la leyenda, un pastor encontró la imagen de la Virgen en un agujero de la peña junto al que insistentemente aleteaba una paloma. Se trata de la Iglesia de Santa María, cuyo aspecto militar, regio y contundente, parece más el de un castillo que el de un templo.


El templo, románico en origen, fue mandado erigir por Sancho Ramírez a finales del siglo XI. A la fase primitiva corresponde probablemente la cabecera, rematada en tres ábsides semicirculares, mientras que su única nave y su portada más destacada, la sur, son obra de época gótica. En su sobrio interior recibe culto la virgen de Ujué, talla románica revestida de plata, importante foco de devoción popular. También aquí se custodia el corazón del rey Carlos II de Navarra.

Sin duda la parte más bonita de la visita de la Iglesia-fortaleza de Santa María es su paso de ronda a modo de terraza, un elegantísimo balcón con unas vistas del entorno nada desdeñables.

Cuando salimos de nuevo al exterior ya era hora de comer, así que buscamos enseguida un lugar donde poder descansar un poco y reponer fuerzas. Encontramos el Mesón las Torres muy cerca de la iglesia, donde madre e hija aprovecharon para comer mientras yo trataba de contentar a mi maltrecho estómago únicamente con un plátano y un yogur. ¡Qué mala suerte no haber podido probar las migas de pastor ni las almendras garrapiñadas por las que es famoso este pueblo!
Por suerte cada vez iba encontrándome mejor, y subir y bajar por las calles de Ujué, a pesar del calor de agosto, le vino muy bien a mi cuerpo y a mi espíritu.


Llegamos a la pequeña y proporcionada Plaza Municipal donde se encuentra el Ayuntamiento y nuevamente encontramos rincones en los que detenernos. El color miel de la piedra de Ujué contrasta con el verde de las plantas y con los distintos colores de las flores de sus macetas. Rincones que enamoran a cualquiera que sepa apreciar la belleza.

Regresamos al coche no sin antes echar un último vistazo al paisaje que tenemos ante nosotros. Las ruinas de la Iglesia de San Miguel, templo carente de techumbre, se divisan a lo lejos, casi a las afueras del pueblo. Una vista que deja sin duda un buen sabor de bocaal visitsnte al igual que la extraordinaria belleza de Ujué.

Olite, un palacio de inigualable belleza
Es hora de poner rumbo a otro plato fuerte de nuestra ruta entre los antiguos reinos de Navarra y Aragón, la villa medieval de Olite, a unos 20 minutos de Ujué. Sin duda el Palacio Real de Olite es uno de esos lugares que todo viajero experimentado desea tachar de su lista de deseos viajeros y los cantineleros no íbamos a ser menos. El alojamiento que habíamos elegido para pasar las dos próximas noches, el Hostal Rural Villa Vieja, se encuentra en el corazón mismo del casco histórico de Olite, a escasos metros del Palacio Real. La pega más importante del mismo es que no dispone de párking, así que tuvimos que dejar el coche en el aparcamiento público gratuito que hay a la entrada de la localidad (justo al principio del Paseo de Doña Leonor) y cargar con las maletas durante un rato hasta llegar al hostal. La habitación, aunque limpia, no era lo suficientemente grande para los tres, de modo que pasamos algunas estrecheces. Quizás en el momento de realizar la reserva podrían habernos avisado de que habríamos estado algo más cómodos en una habitación superior…
Llegamos a nuestro alojamiento a primera hora de la tarde y aprovechamos para ducharnos y descansar un rato antes de salir a descubrir esta maravilla urbanística que es Olite.

Olite era ya una villa próspera desde que fuera plaza fuerte del rey godo Suintila hacia el siglo VII. Más tarde el rey navarro García Ramírez otorgó a sus habitantes en el siglo XII el fuero de los francos de Estella, lo que favoreció su crecimiento demográfico y económico. Sin embargo fue Carlos III el Noble quien se volcó en el desarrollo urbano de Olite mandando erigir además un palacio que fuera inigualable en belleza y elegancia en toda Europa. El Palacio Real de Olite es hoy el conjunto histórico-artístico más representativo de la Comunidad Floral de Navarra, así como también uno de los monumentos más importantes de España.

En un principio nosotros habíamos reservado por Internet la entrada al Palacio Real para el día siguiente, así que comenzamos dando un paseo rodeando el perímetro del palacio (deteniéndonos a hacer fotos en el merendero-jardín que hay en Ronda del Castillo), entrando al casco histórico por una de sus antiguas puertas, atravesando luego la Rúa de San Francisco hasta llegar a la Plaza de los Teobaldos, donde se encuentra el Palacio Viejo (actual Parador de Turismo) y la Iglesia de Santa María. Al ver que íbamos bien de tiempo intentamos cambiar la visita del palacio para aquella misma tarde y muy amablemente nos aceptaron el cambio. ¡Tarde redonda en Olite!

El Palacio Real de Olite
La inconfundible silueta del castillo-palacio es visible desde cualquier punto de la villa medieval. El edificio fue construido entre los años 1402 y 1424 y comprende un conjunto de diversas estancias, jardines y fosos rodeados de altas murallas coronadas por torres rematadas en negros y brillantes pináculos de pizarra.
A algunos reyes de la historia se les recuerda más por su amor a la cultura y a la lujosa vida de palacio que por sus logros militares. Sin duda este fue el caso de Carlos III el Noble, rey de Navarra entre 1387 y 1425, quien nos dejó este impresionante legado en forma de palacio, en su día uno de los más lujosos de Europa. La decoración del palacio ya ha desaparecido, pero nos quedan algunos testimonios como el de un viajero alemán del siglo XV que comentó a propósito del palacio:
«…seguro estoy que no hay rey que tenga palacio ni castillo más hermoso, de tantas habitaciones decoradas… Vilo yo entonces bien; no se podría decir ni aún se podría siquiera imaginar cuán magnífico y suntuoso es dicho palacio».
Actualmente el Palacio Real de Olite está dividido en dos partes: el Palacio Viejo (adjunto a la Iglesia de Santa Maria) y el Palacio Nuevo, única parte visitable del todo el monumento. El Palacio Viejo es el actual Parador de Turismo (cuyo interior por tanto no es visitable a no ser que uno se aloje allí como hizo nuestra amiga Alicia del blog Trotajoches). Se denomina así porque es el núcleo originario del palacio ya que fue reformado por la dinastía de los Teobaldos en el siglo XIII sobre una antigua construcción romana. De aquella época solo nos queda el exterior ya que el interior es completamente nuevo.

Para visitar el Palacio Nuevo uno debe pasar ante la Iglesia de Santa María, antigua capilla palatina adosada al palacio y comenzada también en el siglo XIII. De nave única, destaca en el exterior su ornamentada fachada, uno de los conjuntos más significativos de la escultura gótica navarra, y el atrio columnado, levantado ya en el siglo XV.

Al acceder al interior nos dimos cuenta de que el chico joven que repartía los trípticos informativos se había traído a una damisela para que le hiciera compañía y, de paso, algo de calor humano. Nos pareció curioso cómo ambos se daban cariño mutuamente en un lugar tan sagrado, haciendo caso omiso de las miradas que le echaban los visitantes. Volviendo a lo que nos interesa, la iglesia exhibe un retablo mayor renacentista obra del pintor Pedro de Aponte y un crucificado gótico de gran dramatismo.
Para escudriñar el Palacio Nuevo (entrada 3,50€ por adulto en visita libre) debemos ir por partes, ya que se trata de una obra arquitectónica enormemente compleja. Para visitarlo puedes comprar la entrada por libre o bien la entrada con visita guiada teatralizada, una opción muy interesante para cuando nuestra peque sea algo más mayor y regresemos a Olite. Aunque antiguamente la entrada principal estaba situada en el Palacio Viejo, en la actualidad se accede al palacio por la Plaza de Carlos III el Noble, donde encontramos primeramente un patio de armas que antiguamente había sido un jardín (conocido como Jardín Viejo o de los Naranjos, debido a la abundancia de este tipo de árboles plantados en él), uno de los muchos jardines que tenía el palacio tanto en su interior como en sus alrededores. Allí dejamos «aparcado» el carrito de Elia.

Desde allí se accede a la Sala de Excavaciones (hoy sala de exposiciones), la Sala Abovedada y la Sala de los Arcos, una de las más espectaculares del palacio, cuya única función residía en soportar el peso del Jardín de la Reina, que luego visitaremos en el piso superior. Actualmente en ella se lleva a cabo periódicamente el Festival de Teatro Clásico de Olite.
Más tarde accedimos a la parte superior mediante una escalera de caracol y recorrimos también la Cámara de la Reina, la Cámara del Rey y la Cámara de los Yesos, la única que conserva algo de decoración original que consistía en diez paneles de yeso hechos por maestros mudéjares (hoy en día su visita está restringida al público por su delicado estado de conservación). En este punto debemos destacar la extraordinaria delicadeza de la Galería del Rey, formada por una tracería gótica cuyos huecos antiguamente ocupaban vidrieras de colores para evitar las corrientes de aire. Una bella terraza desde la que podemos asomarnos al Patio de la Morera, que podremos ver al finalizar la visita.

Deambulamos un rato por la zona superior del palacio antes de llegar a otra hermosa galería, quizás todavía más que la anterior, la Galería de la Reina, una especie de claustro de pequeño tamaño a la vez que jardín colgante. A pesar de que en la actualidad se encuentra totalmente restaurado, todavía se puede apreciar algún elemento original, como las huellas de asiento de los pilares. Creednos, si hay un lugar bonito y especial en el Palacio Real de Olite, sin duda es este.

Es hora de conocer las famosas torres del palacio-castillo. En la Torre del Portal Fenero se integra la Puerta Fenera, antigua puerta de entrada a la ciudad, llamada así porque el heno entraba a la ciudad de Olite a través de ella. Desde allí se pasa a través de un puente y se accede a la Torre de la Atalaya, desde donde se controlaba la llegada de cualquier noticia del exterior. También desde allí podemos divisar el pueblo de Ujué, que sirvió durante muchos siglos, tal y como ya dijimos anteriormente, como avanzadilla militar del Reino de Navarra. A su lado, la Torre de los Cuatro Vientos, por cuyos miradores y ventanales góticos los reyes y nobles podían contemplar las justas y torneos que se celebraban en la explanada exterior del palacio.


Como no podía ser de otro modo, subí hasta el último piso de ambas torres para obtener las vistas más impresionantes posibles y hacer las mejores fotos. No fue tarea fácil, pues muchísimas personas tenían exactamente el mismo propósito que yo, de modo que tuve que emplearme a fondo y abrirme paso entre la multitud. No en vano nos encontramos ante el monumento más visitado de toda la comunidad de Navarra.



Nos dirigimos después a contemplar otras tres torres, la Torre del Aljibe, que albergaba una serie de norias y conducciones para elevar el agua desde el río, la Torre del Homenaje, la más alta de todo el edificio con sus casi 40 metros de altura y de función claramente defensiva, y la Torre de las Tres Coronas, posiblemente la más bella de todo el conjunto palaciego.

Justo debajo de esta torre, en el exterior de la muralla y a nivel de calle, se sitúa un curioso pozo de hielo que se asemeja a un huevo gigante de piedra y que ya habíamos vistitado durante nuestro paseo por el jardín de Ronda del Castillo. Bajo este curioso monumento hay un pozo de 8 metros de profundidad donde se guardaba el hielo y la nieve del invierno y los mantenía helados hasta el verano.

Nuestra pequeña Elia ya empezaba a estar cansada, así que desistí de subir a la tercera planta de la Torre de las Tres Coronas. Suficientemente bien se había portado ya, y es que a veces no somos conscientes de lo que tiene que soportar esta criaturita. Ella aún no lo sabe, pero su papá y su mamá se sienten tan orgullosos de ella… y si bien su memoria no recordará nada de esto, es del todo seguro que todas estas vivencias dejarán una huella imborrable en su memoria sensorial.

De camino a la salida nuevamente a la Plaza de Carlos III el Noble, la visita por el interior del palacio finaliza con el Patio de la Pajarera, una especie de gran jaula acondicionada para albergar una gran variedad de pájaros, algunos de ellos exóticos, y el Patio de la Morera, cuya Morera central, de más de 300 años de antigüedad, está declarada Monumento Natural de Navarra. En 1512, con la conquista de Navarra por parte de la Corona de Castilla, comenzó el deterioro del Palacio Real de Olite ya que a partir de ese momento solo se utilizó como residencia esporádica de virreyes, gobernadores e hidalgos. Más tarde, ya en el siglo XIX con la Guerra de la Independencia, fue incendiado intencionadamente para evitar que las tropas francesas lo utilizaran como fuerte. No fue hasta bien entrado el siglo XX que comenzó su restauración definitiva, la cual duró más de 30 años. Un monumento, en definitiva, que trasciende su propia historia.
Antes de regresar al hotel nos quedaban aún dos cosicas por hacer. La primera fue detenernos en una gran pastelería que hizo las delicias de Inma (a mí todavía me tocaba portarme bien…) y la segunda, algo que se ganó plenamente Elia, que sus papás la volvieran a llevar al jardín que hay en Ronda del Castillo para que jugarámos con ella un buen rato.


Esta vez sí, era hora de descansar. Mañana nos espera una apasionante ruta por el centro de la comarca de Navarra, visitando sus monumentos más importantes. Desde el Hostal Rural Villa Vieja de Olite, ¡os deseamos buenas noches!
Día 5
Esta noche ha sido una de esas noches reparadoras para mí y ya se puede decir que estoy totalmente recuperado del virus estomacal que me llevé de recuerdo de Sos del Rey Católico. ¡Por fin voy a poder desayunar a gusto!
El día de hoy nos deparará una ruta bastante larga y cuatro lugares muy interesantes de la zona central de la comunidad floral de Navarra, tres de ellos paradas clave del Camino de Santiago. En primer lugar visitaremos un lugar precioso e insólito, la Iglesia de Santa María de Eunate. Seguiremos hasta Puente la Reina, lugar donde confluyen las rutas jacobeas navarra y aragonesa, y más tarde hasta Estella, conocida popularmente como «la Toledo del Norte». Terminaremos en la que fue sin duda la sorpresa positiva de todo el viaje, el Monasterio de Iranzu. Pero de ello hablaremos más tarde.
Iglesia de Santa María de Eunate
Después de tomar el desayuno en el Hostal Rural Villa Vieja nos dirigimos al coche y ponemos rumbo a nuestro primer destino del día, un pequeñísimo templo que nos moríamos de ganas por conocer. La Iglesia de Santa María de Eunate es uno de esos lugares que están envueltos por una capa de misterio, algo así como una pequeña Capilla Rosslyn a la española.

Construida hacia el año 1170, la minúscula iglesia se sitúa en un terreno solitario y llano perteneciente a la villa de Muruzábal, a muy poca distancia de la localidad de Puente la Reina y en plena ruta del Camino de Santiago que desde Somport se adentra en Navarra por Sangüesa. A lo largo de la ruta jacobea aragonesa se construyeron numerosos templos pero sin duda Eunate es uno de los más emblemáticos a causa del misterio que rodea el origen de su construcción.
Fuimos de los primeros en llegar al amplio aparcamiento al aire libre que hay al lado de la iglesia, después de conducir durante media hora desde Olite. Ya desde lejos pudimos comprobar que Santa María de Eunate es una pequeña joya del románico: de armónica planta centralizada de forma octogonal, al templo lo rodea una arquería perimetral igualmente octogonal. Después de pagar la entrada (1,50€ por adulto) en la Casa de Onat, una pequeña casa que sustituye a la primitiva construida junto al templo y que hoy sigue estando al servicio del mismo, accedemos al perímetro de la enigmática iglesia.

Hemos mencionado que el origen de la construcción de Eunate no está nada claro. Mucho se ha debatido entorno a este asunto dando lugar a numerosas teorías, algunas de ellas de respaldo algo ddudoso. La más legendaria de ellas apunta a que Santa María de Eunate fue levantada por la Orden de los Templarios, una hipótesis que únicamente parece tener en cuenta aspectos arquitectónicos (como su planta octogonal o alguna de las marcas de canteros que podemos ver en sus piedras), sin embargo no existe constancia documental alguna de que Eunate fuera un emplazamiento templario, por lo que esta explicación parece que carece de rigor histórico.


Otras teorías parecen algo más plausibles y verosímiles, como la que propugna que su origen está en una antigua Cofradía integrada por habitantes de los pueblos más cercanos que hicieron de ella un lugar de servicio de los cofrades. Esto parece respaldado por el hecho de que dicha cofradía aparece en todo momento en los textos como propietaria de la iglesia. Sea como fuese, lo que sí es cierto es que su estilo arquitectónico resulta bastante poco común y que su estado de conservación es impecable.
El interior se caracteriza por su alta bóveda configurada por potentes nervios que surgen desde cada uno de los vértices del octógono. La imagen de la virgen que podemos contemplar es una reproducción de la talla original de la Virgen de Eunate.

Antes de marchamos de este lugar tan singular dejamos corretear a Elia libremente por los alrededores. Hoy nos espera un día largo a todos, ¡pero lo tomaremos con calma!


Puente la Reina, el puente de los peregrinos
Apenas 5 kilómetros separan este templo de Puente la Reina, nuestra segunda parada del día. Aparcamos nuestro coche muy fácilmente en el Paseo de los Fueros y comenzamos a caminar hacia la Calle Mayor, antigua rúa de los peregrinos y una de las más atractivas visualmente de toda Navarra. Puente la Reina es parada obligatoria para cualquier peregrino que se dirige a Santiago de Compostela pues es justo en este punto donde convergen las dos importantes rutas jacobeas, el camino francés (que proviene de Roncesvalles, en Navarra) y el camino aragonés (procedente de Somport y Canfranc, cuya célebre estación tuvimos la oportunidad de conocer durante nuestro periplo oscense de 2017). Tal y como reza el lema en Puente la Reina: «Y desde aquí todos los caminos a Santiago se hacen uno solo».
La Iglesia del Crucifijo
No solo los peregrinos tienen la obligación de detenerse en Puente la Reina. Existen aquí, al menos, tres razones por las que cualquier visitante debería también dedicar parte de su jornada. La primera de ellas se encuentra en uno de los extremos de la Calle Mayor, la Iglesia del Crucifijo, tardorrománica, antes denominada de Santa María de los Huertos.
A diferencia del caso de Santa María de Eunate, que acabamos de visitar, sí existen documentos que prueban que esta iglesia fue fundada por la Orden del Temple allá por el siglo XIII, momento en que se levantó una primera nave de estilo románico. Un siglo más tarde se añadió una segunda nave, esta vez de estilo gótico, para dar cabida al fabuloso Crucifijo del siglo XIV cuya contemplación justifica por sí misma el acercarse hasta aquí. ¿Quién dijo que toda la escultura medieval es hierática y carente de expresividad? Basta con admirar este Cristo clavado al tronco de un árbol para comprobar que no es así. ¡Pone los pelos de punta!

En 1443 el templo pasó a manos de los Caballeros de Malta, quienes levantaron un convento-hospital para los peregrinos enfrente de la iglesia. El edificio que vemos hoy, construido en el siglo XVIII, sustituye al que existía en el siglo XV.
La Iglesia de Santiago
Regresamos a la Calle Mayor, esta vez en dirección opuesta para visitar la Iglesia de Santiago, segunda cita ineludible para cualquier turista que se acerque hasta Puente la Reina. Ésta posee diversos atractivos dignos de mención, entre ellos su decorada portada románica. ¡Este viaje va de bonitas portadas románicas!
El interior de este templo cobija un gran número de obras medievales y barrocas, como si de un fabuloso museo se tratara. Una de ellas destaca por encima de todas las demás por su fama, una imagen de Santiago peregrino del siglo XIV, popularmente llamado Santiago Beltza a causa del color oscuro que tenía su piel antes de ser restaurada (beltza en euskera significa negro), peculiar circunstancia que la ha convertido en una de las tallas más célebres de todo el Camino de Santiago. Así mismo nos lo confirmó la persona que custodiaba el templo.


El Puente medieval
Al final de la Calle Mayor se encuentra el principal tesoro de la localidad, aquel que precisamente le da su nombre. El Puente medieval de Puente la Reina aúna arte e historia a partes iguales. Edificado sobre el río Arga, por encima de él circulaban los peregrinos de la ruta jacobea.

Se cree que su nombre real, Ponte Regina, podría hacer referencia a la esposa del rey Sancho el Mayor, a quien se atribuye su erección (con perdón). Suma seis arcos de tamaño decreciente que vuelan entre gruesos estribos. Antiguamente existían dos torres (hoy solo se conserva una) donde los peregrinos debían abonar una tasa de peaje para cruzarlo de lado a lado. Tampoco queda en pie la vieja capilla de la Virgen del Puy, que se alzaba sobre el pretil. La imagen estaba relacionada con una bella leyenda,a leyenda del txori: al parecer, un pájaro (txori en vasco) se encargaba de lavar el rostro de la virgen con agua del río que transportaba en su pico.



A Elia le encantó saludar a unas gallinas que habían en el patio de una de las casas próximas al puente y pasear, una vez más, por la Calle Mayor antes de regresar a la calle donde habíamos aparcado el coche. Aprovechamos la ocasión para entrar en un bar y comernos un buen pincho de tortilla, bien falta nos hacía reponer fuerzas.


Estella-Lizarra, la Toledo del norte
Nuestra siguiente parada fue algo improvisada pues nuestra primera idea era dedicar aquella tarde a visitar el Cerco de Artajona, pero no habíamos caído en la cuenta de que los lunes cerraba, así que decidimos reservar esa visita para el día siguiente y dirigirnos a otra de las ciudades importantes del centro de la comunidad de Navarra: Estella, que gracias a la gran cantidad de monumentos que posee fue apodada como «la Toledo del Norte», aunque en nuestra humilde opinión no se la puede comparar a aquella ni en aspecto ni en gracia.
Lo que sí tiene Estella-Lizarra es historia a raudales. Fundado por el rey sancho Ramírez como burgo franco para atender a los peregrinos europeos, el Barrio de San Pedro de la Rúa es el más antiguo de la ciudad y aquel que hay que visitar si se dispone de poco tiempo como nosotros ya que en él se concentran algunos de los monumentos más destacados de Estella en apenas un corto paseo de distancia. Estella-Lizarra fue desde sus orígenes parada importante del Camino de Santiago, lo cual se tradujo en un auge económico que facilitó que acabaran originándose con el tiempo dos nuevos barrios congregados en torno a las parroquias de San Miguel y San Juan. Resulta curioso mencionar que los tres barrios guardaron cuidadosamente tanto sus límites territoriales (murallas) como sus privilegios históricos hasta bien entrado el siglo pasado.
La Plaza de San Martín
Cuando llegamos a Estella después de un corto trayecto de media hora desde Puente la Reina, eran casi las 14h de la tarde, hora en que tanto la Oficina de Turismo como también gran parte de los monumentos cerraban su acceso al público. Aparcamos en el párking subterráneo de pago de la Plaza de la Coronación y nos dirigimos rápidamente a la Oficina de Turismo antes de que cerraran para preguntar por la mejor ruta a seguir en Estella. Estábamos ya, casi sin darnos cuenta, en pleno centro del Barrio de San Pedro de la Rúa, cuyo núcleo es la hermosa Plaza de San Martín, presidida por la fuente renacentista de los Chorros.

Esta plaza conserva un buen número de edificios de interés. Además del antiguo Ayuntamiento del siglo XVIII actual sede de la Oficina de Turismo), está el Palacio de los Reyes, del siglo XII (habilitado como Museo del pintor Gustavo de Maeztu) y la Iglesia de San Pedro de la Rúa, probablemente el templo principal de los que hay en Estella, que no son pocos.
La Iglesia de San Pedro de la Rúa
Se trata de la más antigua de las parroquias de la ciudad, antiguamente dependía del monasterio aragonés de San Juan de la Peña. Las obras empezaron a finales del siglo XII y alcanzaron los primeros años de la centuria siguiente. La iglesia se alza en lo alto de una empinada escalinata construida en 1968, lo que le otorga una imponente perspectiva desde la Plaza de San Martín.

Precisamente este fue uno de los lugares a los que no pudimos entrar por encontrarse ya cerrado a aquellas horas pero en la Oficina de Turismo nos dieron el buen consejo de subir en un ascensor (cuyo acceso se encuentra en la Calle San Nicolás) que te deja a dos pasos de poder admirar desde arriba el fabuloso claustro románico de la iglesia, que solo conserva dos galerías debido a que se vinieron abajo las otras dos durante la demolición del Castillo de Zalatambor en 1572, la fortaleza que existía antiguamente en esta zona y de la cual solo quedan algunas pocas ruinas en pie.

La Iglesia del Santo Sepulcro
Volvemos a la Plaza de San Martín y continuamos bordeando el río Ega por la Calle Curtidores, por donde hoy en día siguen caminando los peregrinos de la ruta jacobea. Y es que un poco más adelante se encuentra otro templo que merece una mención especial, la Iglesia del Santo Sepulcro, construida entre los siglos XII y XIV. Nos sorprendió muchísimo su peculiar estructura rectangular, y es que la disposición de su fachada, repleta de personajes bíblicas, queda literalmente al servicio del peregrino que pasa por delante. Lamentablemente esta iglesia está cerrada al público pero merece la pena acercarse a contemplar su bello exterior.


Durante los escasos 10 minutos que nos separaban de este lugar, Elia hizo patente su cansancio en forma de berrinche y es que durante la media hora que había durado el trayecto entre Puente la Reina y Estella no había podido dormirse en el coche, como es habitual en ella, lo cual provocó que ahora ya no quisiera dormir en el carro, a pesar del sueño que tenía. Ya nos habíamos detenido largo tiempo en la Plaza de San Martín a intentar dormirla pero fue en vano y ahora volvíamos a detenernos justo enfrente de la Iglesia del Santo Sepulcro, donde hay una pequeña zona verde. Después de varios meneos infructuosos decidimos seguir adelante. ¡No hubo manera!
Retrocedimos unos pocos metros la Calle Curtidores para cruzar el río por el Puente de la Cárcel, construido en 1973 y que sustituyó al primitivo románico que fue destruido en el siglo XIX por los liberales durante la 3ª Guerra Carlista. Desde allí podemos divisar en la falda del monte las siluetas del Convento de Santo Domingo, fundado en el siglo XIII, y de la Iglesia de Santa María Jus del Castillo, ambos situados en el lugar donde se levantaba el segundo de los castillos que tenía Estella, el Castillo de Belmecher.

Llegamos a la Calle Mayor y la recorremos casi de punta a punta, pasando por delante de otro de los templos más importantes de Estella-Lizarra, la Iglesia de San Miguel, que posee una monumental portada románica. Decidimos no visitarla para no entretenernos demasiado (además estaba cerrada a aquellas horas) y buscar un lugar para comer y descansar.



Después de una más que aceptable comida aunque de lentísimo servicio en el Bar La Estación, regresamos al párking subterráneo y arrancamos el coche. Lo cierto es que no quedamos absolutamente «saciados» de nuestra visita a Estella, una sensación quizás condicionada por las dificultades que habíamos pasado con Elia y por no haber podido visitar el interior de ningún monumento. En cualquier caso teníamos ganas de más y decidimos explorar un lugar que no teníamos en mente pero que nos habían recomendado vivamente en la Oficina de Turismo. Pues lo que son las cosas, se convirtió en la auténtica sorpresa positiva de nuestro viaje por tierras navarras.
Monasterio de Sta. María la Real de Iranzu
En esto de los viajes entran en juego muchos factores que determinan que quedes totalmente obnubilado por un sitio o que, por el contrario, quedes sumido en la más profunda decepción. Los estados de ánimo, las condiciones meteorológicas… y, sobretodo, las expectativas. Nosotros no albergábamos expectativa alguna sobre el Monasterio de Iranzu, uno de los dos monasterios que se encuentran a muy poca distancia de Estella (el otro es el Monasterio de Irache, que quedará para otra ocasión), y eso quizás influyó en que se convirtiera en una verdadera sorpresa.
El Monasterio de Iranzu se encuentra cerca de la pequeña localidad de Abárzuza, a unos 15 minutos conduciendo desde Estella. En el siglo XII los monjes cistercienses llegaron al inhóspito y verde valle de Yerri, en una zona apartada entre montañas seguramente siguiendo las normas de los padres fundadores de la Orden del Císter, que recomendaban levantar sus monasterios en lugares apartados y que tuvieran agua en abundancia. El enclave es realmente precioso y no existe ningún núcleo de población en varios kilómetros a la redonda.

Justo delante del monasterio hay un amplísimo merendero donde varias familias disfrutaban de una tarde plácida. Cuando lo vimos sentimos que se nos abrió el cielo, ¡era el lugar perfecto para que descansáramos, al fin, los tres! Así que no lo dudamos, sacamos unas toallas que llevábamos en el coche y nos tumbamos en la hierba.
Después de nuestro merecido reposo, nos dispusimos a visitar este precioso lugar. Como un bello presagio de los que nos aguardaba, vinieron a visitarnos dos caballos cuya presencia hizo la delicia de los más pequeños, de Elia la primera.



Nos acercamos a la entrada del monasterio cisterciense (entrada 2,50€ por adulto) y nos damos cuenta de que Iranzu guarda cierta similitud con otro edificio cisterciense que habíamos visitado durante nuestro periplo por la Provenza francesa, la Abadía de Sénanque.
Como en aquella ocasión, al acceder al monasterio nos embriagó una profunda sensación de paz y tranquilidad, con la única diferencia de que aquí, además, estábamos prácticamente solos. No solo disfrutamos a solas del lugar más bello de toda nuestra ruta por Navarra (criterio subjetivo, por supuesto), sino también de nuestro momento más dulce, sereno y especial en familia.
La zona del monasterio que atrapa toda la atención del visitante es sin duda el claustro, construido entre los siglos XII y XIV, lo que explica la diferencia de estilos, desde los arcos más primitivos de medio punto en puro estilo cisterciense hasta los del gótico pleno con arcos apuntados. A nosotros, que nos entusiasman los claustros, nos pareció que este era uno de los más bonitos que habíamos visto, si no el que más.


De todas las partes del claustro, nos gustó especialmente el lavatorio, de planta hexagonal. Constituía una parte fundamental en la higiene de los monjes, que se aseaban en grupos con su agua, canalizada desde un manantial cercano.
Por detrás del claustro, al aire libre, se encuentra otra joya. Y si habíamos dicho que lo que atrapa la atención del visitante es el claustro, aquello que atrapa su corazón son las ruinas de la antigua Iglesia de San Adrián. Este es el lugar más antiguo del monasterio, la primera iglesia donde oraban los monjes cistercienses cuando llegaron en el siglo XII. Estas ruinas poseen un romanticismo tal que por un momento creíamos estar de nuevo en nuestra amada y recordada Escocia.





Otro plato fuerte de la visita al Monasterio de Iranzu es su iglesia abacial. Simplemente nos quedamos sin palabras al contemplar tanta belleza y grandiosidad en un edificio cuyas paredes carecían de imágenes.

Volvemos a deleitarnos con el claustro antes de regresar a nuestro coche. Sin duda esta visita nos ha dejado el mejor sabor de boca posible para terminar el día y quedará en nuestra memoria como uno de los lugares imprescindibles de cualquier ruta por Navarra.


En menos de una hora ya estábamos de nuevo en Olite, donde primero paramos en un supermercado para hacer la compra antes de regresar a nuestro alojamiento. Cenamos en la habitación (¡cómo nos gusta hacer esto!) y nos metimos en la cama pensando en todo lo que habíamos visto y en todo lo que nos quedaba aún por ver.
Día 6
Amanece en Olite el último día que pasaremos en tierras navarras, ¡hoy regresaremos a la provincia de Zaragoza! Pero antes, haremos una última visita que nos quedó pendiente ayer: el Cerco de Artajona. Durante la jornada de hoy vamos a recorrer más kilómetros que en los últimos días, una vez cruzada de nuevo la frontera aragonesa iremos a conocer el romántico Monasterio de Veruela, en pleno Parque Natural del Moncayo, y la monumental ciudad de Tarazona. Esta noche dormiremos en la localidad de Albeta, en plena comarca de Borja, en el Hotel El Molino de la Hiedra.
Tomamos nuestro último desayuno en el Hostal Rural Villa Vieja de Olite y hacemos el check-out antes de dirigirnos al coche. A mi suegro le gusta mucho el vino, así que antes de abandonar definitivamente Olite entramos en una bodega atendida por un experto y simpático vendedor andorrano que se dirige a nosotros en catalán. ¡Un tipo peculiar donde los haya! Hoy no queremos que Elia pase un día incómodo como el de ayer, de modo que hemos decidido que después de comer iremos directamente al hotel a descansar un rato para seguir más tarde con la ruta planificada.
Cerco de Artajona, la muralla de Navarra
Ayer nos quedó una visita pendiente que no queríamos perdernos por nada del mundo, el Cerco de Artajona, que es como se conoce allí al conjunto urbano amurallado que domina la villa de Artajona desde un altozano. Estamos ante una de las imágenes más pintorescas de Navarra.

Llegamos a la villa de Artajona en apenas 20 minutos. Para llegar al Cerco hay que subir a lo alto del pueblo, por suerte hay un amplio aparcamiento habilitado a los pies de la espectacular muralla compuesta por las 9 torres almenadas que se conservan de las 14 que existían originalmente. El estado de conservación de esta muralla construida en el silgo XI, mejorada en el siglo XIV y restaurada durante los siglos XX y XXI es excelente, apenas no presenta irregularidades y la panorámica es soberbia.

Creednos, estar frente al muro del Cerco de Artajona hace que te sientas muy pequeñito, algo parecido a lo que debió sentir Don Quijote de la Mancha frente a los molinos de viento cual gigantes petrificados. Solo que este gigante tiene un corazón en su interior: se llama Iglesia-fortaleza de San Saturnino y su historia es muy interesante. De hecho es tan interesante que es el único monumento del Cerco al que se accede únicamente con visita guiada, que puedes contratar en el punto de información turística que hay justo enfrente o por Internet (el resto del conjunto urbano es de visita libre).


En palabras del propio guía encargado de mostrarnos el interior del templo, son sus compañeros y él mismo quienes se dedican a divulgar la historia del Cerco «por amor al arte» ya que cuentan con muy pocas ayudas y con muy poco respaldo por parte de las administraciones. Un gesto enormemente generoso sin duda propiciado por el espíritu vocacional de su trabajo.
Resulta que allá por el siglo X el obispo de Pamplona, de origen francés, decidió regalar diversas iglesias a monasterios y cabildos extranjeros para repoblar la zona. Consta que en el año 1084 se concedió este territorio que hoy es el Cerco a los canónigos de Saint-Sernin de Toulouse, en Francia, con la autorización del mismísimo rey de Navarra de entonces, el rey Sancho Ramírez. Fue entonces cuando los monjes vieneron a Artajona a construir una primera iglesia románica y también una muralla, aunque no fue hasta el siglo XIII cuando se acometieron las obras de la iglesia-fortaleza gótica que podemos ver hoy en día, de clara vocación defensiva.

Esta circunstancia explica la advocación a Saturnino y su arquitectura al estilo medieval francés. El sobrio interior presenta una única nave de una altura y anchura considerables, sin duda para facilitar las tareas militares que se llevaban a cabo aquí para defender el conjunto urbano.

La Iglesia de San Saturnino tiene una particularidad que por lo visto es única en el mundo: su tejado invertido. Dada la escasez de agua los monjes tuvieron que adoptar una poco común pero increíblemente ingeniosa solucióna, aprovechar la propia iglesia para recoger la poca agua de lluvia que caía. Así, este tejado dividido en fragmentos rectangulares cubiertos con losas de piedra en lugar de tejas recogía el agua y ésta descendía hasta un aljibe subterráneo situado en el interior de la iglesia. ¡Unos auténticos genios estos tipos! El tejado también se puede visitar pagando un precio aparte y solo durante algunas épocas del año, pero nosotros decidimos no visitarlo por la seguridad de nuestra pequeña. La que sí pudo verlo con sus propios ojos fue nuestra amiga Marta del blog Viajando entre rascacielos, en este enlace podéis ver algunas fotos de esta maravilla de la ingeniería.
Salimos de la iglesia y nos dedicamos a dar una vuelta por el perímetro del Cerco, leyendo algunos de los carteles explicativos que hay a lo largo del recorrido, disfrutando del trazado medieval y de las vistas de la muralla.



Nuestro siguiente destino del día, el Hotel El Molino de la Hiedra, ya en la provincia de Zaragoza, se encuentra a varios kilómetros de aquí, como a una hora y media en coche. Justo antes de cruzar nuevamente la frontera aragonesa paramos a comer en una estación de servicio y después, ahora sí, tocó despedirse de Navarra hasta una próxima ocasión. La pequeña localidad de Albeta, donde se encuentra el alojamiento para esta noche, está ubicada literalmente en la entrada del Parque Natural del Moncayo, un espacio natural protegido asentado en las laderas del Monte Moncayo, el pico más elevado de todo el Sistema Ibérico.
Aparcamos justo en la entrada del hotel, un antiguo molino harinero del siglo XIV reconvertido en alojamiento rural, donde sale a recibirnos muy amigablemente nuestro anfitrión Alejandro. El Hotel El Molino de la Hiedra se encuentra en un paraje muy tranquilo y cuenta con un hermoso jardín que luego aprovecharemos a la hora de cenar. En cuanto a la casa, tenemos que decir que no cuenta con todas las comodidades que uno desearía y su limpieza también deja bastante que desear. Sin embargo todo se compensa con el trato amable de Alejandro, con quien charlamos acerca de nuestro siguiente destino, el Monasterio de Veruela, situado a solo 20 minutos de allí. Hasta allí nos acercamos después de un merecido descanso y de una merecida ducha.
Monasterio de Veruela
Sobre nuestro siguiente destino habíamos leído bastante poco. Únicamente sabíamos que el mismísimo Gustavo Adolfo Bécquer había pasado aquí una breve estancia, lo cual nos intrigaba muchísimo y por supuesto queríamos conocer esta curiosa historia. Lo que no esperábamos es que íbamos a encontrar un verdadero tesoro. Después de descubrir ayer el fabuloso monasterio de Iranzu en Navarra, hoy tocaba el turno a otro monasterio cisterciense.
En Aragón también se levantaron grandes fundaciones cistercienses, como el Monasterio de Piedra, uno de los monumentos más importantes de la provincia de Zaragoza y cuya visita decidimos posponer intencionadamente para un poco más adelante con el fin de que nuestra pequeña Elia pueda disfrutar de él de una manera más consciente. No obstante fue el Monasterio de Veruela (entrada 1,80€ por adulto), cuya construcción comenzó alrededor del año 1145 y se prolongó hasta algunos siglos más tarde, el primer monasterio cisterciense en ser fundado en Aragón. El edificio fue sistemáticamente beneficiado por la Corona hasta convertirse en el señorío más poderoso de toda la comarca del Somontano del Moncayo.
El fabuloso entorno natural del Parque del Moncayo nos da la bienvenida. De repente, vislumbramos los muros rojizos que han protegido desde el siglo XIII al Monasterio de Veruela y a los monjes que allí habitaban. Aparcamos el coche justo enfrente de la puerta de la muralla, al lado de la Cruz Negra de Bécquer (anteriormente conocida como Cruz Negra de Veruela), donde se dice que el poeta esperaba a diario el periódico mientras leía libros. Es el punto de partida de uno de los antiguos caminos que desde la Edad Media unían el monasterio con las diferentes poblaciones cercanas. Hoy en día los visitantes de la zona pueden disfrutar de distintas rutas a pie por estos bellos caminos centenarios.
Al cruzar la primera puerta de la muralla se abre ante nosotros un largo paseo rodeado de plataneros, cerrado a mano derecha por el antiguo palacio abacial (hoy espacio de exposiciones), del siglo XVI, donde tuvo su residencia el abad del monasterio. Más a la derecha se encuentra el desvío para acceder al Museo del Vino de la Denominación de Origen de Borja, situado en el antiguo aljibe medieval.


Desde luego no podíamos llegar a imaginar cuánta belleza se escondía detrás de las murallas. Al fondo del paseo se alza la fachada de la iglesia abacial, de finales del siglo XII, que más tarde visitaremos. Tras cruzar el arco que comunica el palacio con la iglesia se accede a un pequeño jardín, donde se encuentra el pórtico renacentista que da acceso a la dependencias claustrales. Allí se encuentra el espacio de la antigua cilla (almacén del grano y bodega), donde actualmente se ubica una interesantísima exposición sobre los hermanos Bécquer (Espacio Bécquer).
Los hermanos Bécquer en Veruela
Resulta que, en efecto, el poeta Gustavo Adolfo y el pintor Valeriano, los hermanos Bécquer, protagonizaron junto a sus familias una larga estancia en Veruela entre finales de 1863 y mediados de 1864. Por aquel entonces el monasterio ya se había convertido en un lugar muy codiciado por viajeros y artistas románticos deseosos de encontrar paz e inspiración. Y es que Veruela comenzó a funcionar como hospedería en 1849, algunos años después de la desamortización de Mendizábal, cuando los monjes se vieron obligados a abandonarlo. Durante su estancia en el monasterio los hermanos Bécquer se dedicaron a pasear por algunos de los caminos que antes hemos mencionado. Visitando poblaciones vecinas y experimentando en sus carnes aquello que los seres humanos necesitamos a menudo (y los artistas, más aún), el más puro contacto con la naturaleza, los dos hermanos dieron rienda suelta a su creatividad más endiablada, cuyos frutos artísticos fueron la serie de nueve cartas titulada Cartas desde mi celda escrita por Gustavo Adolfo y varios álbumes de dibujos y acuarelas de Valeriano. Ambos contribuyeron así decisivamente a hacer del Monasterio de Veruela uno de los lugares más emblemáticos del romanticismo español.

En el Espacio Bécquer pudimos contemplar réplicas aumentadas de las obras originales que ambos hermanos crearon en Veruela, lo que supuso para nosotros una perfecta primera toma de contacto con el espíritu romántico del XIX. Y si esto no había sido más que un primer trago, lo que nos esperaba a continuación sería una auténtica borrachera.

El claustro mayor
Desde allí accedemos al claustro, parte central del monasterio alrededor del cual se distribuyen los accesos a otras salas, como la cocina, el refectorio o la sala capitular. Este claustro es absolutamente precioso, no podría describirlo de otro modo. Construido a finales del siglo XI, es de estilo gótico levantino en su nivel inferior y plateresco en el superior.


¿Puede ser posible tanta belleza? Imagino que no, al menos eso pensamos mientras damos permiso a la vista para contemplar plácidamente hasta el último detalle de este claustro inolvidable.



La iglesia abacial
No puedo recordar una iglesia abacial más apabullante que la del Monasterio de Veruela. Y seguramente las habrá, estoy convencido, pero es que entrar en esta iglesia por primera vez es una experiencia realmente sobrecogedora (no en vano se trata de la iglesia abacial más grande de Aragón). La iglesia del Monasterio de Leyre, pues sí, nos pareció bonita; la del Monasterio de Iranzu, una de las más bonitas que podemos recordar; pero la del Monasterio de Veruela es… pues eso, apabullante.

Consagrada en el año 1248, su interior se estructura en tres altas naves separadas por pilares cruciformes y cubiertas con bóvedas de crucería sencilla. Destaca enormemente la cabecera, cuya girola está compuesta por cinco pequeños absidiolos de estilo plenamente románico. Deben visitarse, además, las tumbas del abad Lupo Marco (Capilla de San Bernardo) y del infante Alfonso, malogrado primogénito del rey Jaime I.
Salimos de nuevo al exterior realmente encantados con la visita de este monasterio, sin duda uno de los monumentos más bellos de todo Aragón y un imprescindible que no puede faltar en cualquier visita a la provincia de Zaragoza. Como vimos que Elia no estaba cansada decidimos aprovechar el resto de la tarde para hacer una última visita, decantándonos finalmente por la ciudad monumental de Tarazona.

Tarazona
En apenas 15 minutos ya estábamos aparcando en un párking al aire libre situado justo al lado de la gran Catedral de Tarazona, su monumento más importante. Nuestra idea era la de dar un corto paseo sin demasiadas pretensiones y así lo hicimos.
La Catedral de Santa María de la Huerta
Las obras de la primera catedral románica dieron comienzo en el siglo XII tras la reconquista de la ciudad a los musulmanes. Se levantó en un terreno que se encontraba fuera del recinto protegido por la antigua muralla, en plena huerta, donde en los últimos años se han encontrado vestigios de épocas pasadas (ruinas romanas y visigodas, visibles hoy en día en la misma ubicación del templo). Más tarde, ya en el siglo XIII un nuevo proyecto de iglesia gótica sustituyó al proyecto primitivo y, hasta el día de hoy, no ha dejado de sufrir continuas remodelaciones. En efecto literalmente hasta el día de hoy, pues aún hoy en día se siguen llevando a cabo importantes campañas de restauración (algunas zonas, como gran parte del claustro, permanecen cerradas al público) que poco a poco van desentrañando nuevos misterios.


Pagamos la entrada (4€ por adulto) y pasamos directamente a la zona del claustro de estilo mudéjar, del siglo XV y XVI, gran parte del cual se encuentra cerrado al público (en la parte visitable se ubica una exposición semipermanente sobre las obras de restauración que se están llevando a cabo en este momento) y después, al interior, un gran compendio de estilos arquitectónicos que revela las diferentes etapas de renovación que se llevaron a cabo en el templo. Destacan tres estilos que han convivido a lo largo de los años de una manera intensa dando un resultado muy fructífero y estético; el más puro gótico francés, el mudéjar y, especialmente, el renacentista, cuya impronta se debió al maestro Alonso González.

Un paseo por Tarazona
Nuestro breve paseo por la ciudad nos llevó primero a cruzar el río Queiles a través de uno de sus puentes, desde donde se obtiene una magnífica panorámica del casco antiguo, y luego a subir por sus callejuelas hasta llegar al Ayuntamiento, primitiva lonja construida en el siglo XVI, con bellísimos relieves de motivos mitológicos y fantásticos rematados por un friso y una galería de estilo veneciano.

Desde allí nos dirigimos a la antigua judería, cuyo desnivel asciende hacia la cima de la localidad. Tenemos que decir que daría gusto perderse por este bellísimo entramado de calles estrechas si no fuera por el hecho de que el barrio no nos pareció demasiado seguro (ni tampoco demasiado limpio). Desde luego no nos atreveríamos a acercarnos por allí de noche. La joya de la judería son las famosas casas colgadas de Tarazona, un conjunto de casas renacentistas cuyas partes traseras cuelgan casi literalmente sobre el vacío (para observarlas, buscad la Calle Judería).

La Plaza Palacio es nuestra siguiente parada. Allí se encuentra el Palacio Episcopal, reconstruido en el siglo XVI sobre la antigua fortaleza de La Zuda, que fue residencia de los reyes de Aragón. Justo a su lado, se alza elegante la Iglesia de la Magdalena, construida en el XII y reformada en el XVII, con su inconfundible torre mudéjar.



A pesar de que hay muchos más lugares que visitar en Tarazona (entre ellos, el curioso Museo Paco Martínez Soria, dedicado al actor cómico natural de Tarazona) decidimos regresar al coche, no sin antes entrar a contemplar el interior de la Plaza de Toros, la única de planta octogonal en España, para ver con nuestros propios ojos aquello que se decía de ella, que había sido rehabilitada para albergar viviendas.

Encontramos un supermercado en nuestro camino de regreso al párking, lo que nos vino muy bien para comprar la cena que luego disfrutaríamos en el jardín del Hotel El Molino de la Hiedra, gracias a que la madre de nuestro anfitrión Alejandro nos facilitó una mesa y sillas. Lo cierto es que tanto madre como hijo, aunque muy agradables, nos parecieron algo peculiares. Eso sumado a que no había ningún otro huésped en el hotel y que nos encontrábamos solos en aquella gran casa de muebles antiguos y arañas en el techo hizo que durante la noche nuestra imaginación se disparara y comenzara a visualizar alguna macabra escena sacada de Psicosis. ¡Menuda nochecita pasamos! Por suerte nuestra peque durmió como un tronco.
Mañana se termina nuestra ruta por Navarra y la provincia de Zaragoza, pero antes de regresar a casa nos espera una visita muy especial, la cual llevo soñando hacer desde hace mucho tiempo y que por cierto, nos salió rana el año pasado. Mañana os lo contaremos todo, ahora toca dormir o ¡intentarlo al menos!
Día 7
No exageraría si dijera que hoy es el día que llevo esperando desde hace mucho tiempo, el día que por fin íbamos a visitar uno de los escenarios más emblemáticos de la Guerra Civil Española: las ruinas del Pueblo Viejo de Belchite. Estábamos nerviosos y emocionados. Lo curioso del caso es que no era nuestra primera vez en este lugar, entonces os preguntaréis: ¿por qué tanta emoción? Yo os lo explicaré: mi primera vez fue siendo muy pequeño, acompañado de mis padres. Lógicamente aquel día no quedó del todo registrado en mi memoria, aunque sí conservo algunos destellos. Volví a Belchite hace ahora justo un año acompañado de mis dos cantineleras durante nuestro roadtrip por la provincia de Huesca. Aquella mañana habíamos salido temprano de nuestro hotel en Jaca, teníamos contratada la visita guiada a través de las ruinas y allí nos presentamos puntuales, uniéndonos al grupo de personas que allí se congregaba. Una vez comenzada la visita y cruzado el Arco de la Villa, antigua puerta del pueblo, Elia comenzó a llorar desesperadamente. Pasaba el tiempo y la llorera degeneró en berrinche importante. Algunos dirían que la mala energía de aquel lugar fue inmediatamente detectada por nuestra pequeña. Al ver que no se calmaba ni siquiera con el pecho, nos vimos obligados a abandonar la visita. De hecho no conseguimos calmarla hasta mucho tiempo después. Mentiría si no dijera que lo pasamos realmente mal aquel día. Entenderéis ahora por qué, además de emocionados, estábamos nerviosos.
El caso es que allí volvíamos a estar, justo un año después. Por suerte esta vez todo salió bien y sí pudimos cumplir uno de mis sueños. En realidad dos de ellos, pues después de Belchite fuimos a su pueblo vecino, Fuendetodos, pequeña localidad que vio nacer a uno de los grandes genios de la historia de la pintura universal: Fancisco de Goya y Lucientes.
Aquel día lo empezamos tomando el desayuno en el salón principal del Hotel El Molino la Hiedra. Charlamos con nuestro anfitrión Alejandro acerca de nuestros planes de hoy antes de poner rumbo a Belchite, donde llegamos en poco más de una hora.
Las ruinas del Pueblo Viejo de Belchite
Hablar de Belchite es hablar de una Pompeya moderna cuyo Vesubio fue la Guerra Civil Española. Pero también es una parte imprescindible de nuestra historia que todo el mundo debería conocer. Podéis leer mi artículo cantinelero dedicado a nuestra visita de Belchite AQUÍ.

Después de algo más de dos horas de visita necesitábamos un buen lugar para comer y nos dirigimos al pueblo nuevo a probar suerte. Allí encontramos el Bar-Restaurante Sevilla, donde pudimos reponer fuerzas a pesar de la sequedad de sus camareras.
Fuendetodos, pueblo de Goya
Después de dejar descansar a Elia un buen rato en el coche después de comer, nos dirigimos al último destino de este viaje, el pueblo vecino de Fuendetodos, una parada absolutamente inexcusable para cualquiera que ame el arte de la pintura como nosotros. El motivo principal es que en esta pequeña y coqueta localidad de apenas 130 habitantes nació el 30 de marzo de 1746 uno de los artistas más importantes y revolucionarios de todos los tiempos y de todo el arte universal: Francisco de Goya y Lucientes.

Actualmente existen 3 espacios relacionados con el pintor que se pueden visitar en Fuendetodos gestionados por la Fundación Goya: el Museo del Grabado, la Casa Natal de Goya y la Sala de Exposiciones Zuloaga (entrada conjunta a los 3 espacios, 3€ por adulto). Nosotros, claro está, visitamos los tres.
Después de solo 15 minutos de trayecto desde Belchite, aparcamos fácilmente en el centro del pueblo. Nos dirigimos primeramente al Museo del Grabado llegando justo en el momento en que abría sus puertas. Inaugurado en 1989, el museo está ubicado en una antigua y estrecha casa del pueblo de tres plantas, y está dedicado al arte del grabado, especialmente a las series de grabados realizadas por el maestro aragonés (Los Caprichos, Los Desastres de la Guerra, La Tauromaquia o Los Disparates, entre otras). El conjunto de su obra impresa está considerada un hito en la historia del arte moderno debido al atrevimiento de sus temas y a la maestría técnica con la que combinó el aguafuerte, la punta seca o la aguatinta.



Cabe recordar que en la provincia de Zaragoza se ha creado recientemente una Ruta de Goya que recorre todos aquellos lugares donde el pintor trabajó, en la propia capital y en otros pueblos cercanos. Una ruta que no dudaremos en completar en alguna otra ocasión.
Tuvimos la gran suerte de visitar la Casa Natal de Goya y la anexa Sala de Exposiciones Zuloaga completamente solos, únicamente acompañados por la guía de la fundación. La Casa Natal tiene una historia muy interesante: resulta que se construyó allá por el siglo XVIII y era propiedad de Miguel Lucientes, tío materno del pintor. Los padres de Goya residían en Zaragoza pero ocuparon esta casa cuando se trasladaron a Fuendetodos cuando a José Goya, el padre, se le encargó dorar el retablo mayor de la iglesia parroquial. Poco después de nacer en esta casa uno de nuestros pintores más universales, la familia regresó a Zaragoza. El caso es que el edificio pasó muchísimos años en el más profundo anonimato hasta que otro pintor, Ignacio Zuloaga, identificó la casa después de una exhaustiva búsqueda con la ayuda de otros compañeros pintores, llegando a adquirir la vivienda y la construcción vecina (actual Sala de Exposiciones Zuloaga) para garantizar su mantenimiento. Fue el único que, sintiéndose indignado por la situación, tuvo el coraje de subsanar semejante injusticia histórica.
Ojalá volviera a surgir otro Zuloaga en nuestro tiempo presente que con el mismo coraje corrigiera el desinterés mostrado por la casa natal de otro de nuestros genios universales: Velázquez…

Desgraciadamente volvió a su estado ruinoso cuando fue parcialmente destruida y expoliada durante la Guerra Civil, pero por suerte la semilla de Zuloaga ya había sido plantada. Nuevamente restaurada en 1946, la casa fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1982 y consolidada durante los años y las décadas posteriores. Hoy el visitante puede disfrutar de una cuidada recreación de una casa rústica típica de la época, de muy modestas dimensiones y características constructivas de tradición local. Fue bonito pensar que el pintor pasó aquí (aún tratándose de una reconstrucción) sus primeros años de vida…


Hoy hemos visitado el Pueblo Viejo de Belchite y la Casa Natal de Goya, dos tesoros olvidados que fueron rescatados demasiado tarde del ostracismo más absoluto. Lamentablemente así es en ocasiones la realidad de nuestro país, injusta con su propia memoria histórica. En cualquier caso, ahí siguen hoy, empeñados en permanecer en pie para recordarnos que somos capaces de lo peor y también de lo mejor. El día de hoy ha sido el mejor epílogo posible a una ruta inolvidable por los lugares más interesantes de dos antiguos reinos enfrentados. La comunidad de Navarra y la provincia de Zaragoza nos han deparado momentos únicos e irrepetibles. Por todo ello, ¡gracias!
Esperamos volver a compartir una nueva ruta con todas aquellas personas que deseen acompañar a los cantineleros, ¡hasta pronto!

