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El reino eterno del Románico

Ruta de 5 días por Huesca

No existe día en mi vida que no me acuerde al menos una vez de las escapadas que hacía con mis padres y mi hermana desde Barcelona a Fonz, pueblo aragonés donde nació mi madre, mi yaya y una gran parte de mis antepasados. Aunque nacido en Cataluña, sangre baturra corre por mis venas y eso lo noto cada vez que piso suelo aragonés. Siempre que vamos allí algo invisible y muy potente me enviste sin remedio, será el enorme peso de la herencia, un sustrato que hace que inconscientemente siempre quiera volver a acercarme a estas tierras.

Allí en el pueblo de Fonz unos amigos de toda la vida, el matrimonio formado por Ana Mari y Faustino y su hijo Daniel, se convertían en nuestros guías de excepción en mil y una aventuras por la provincia de Huesca, descubriéndonos en cada viaje una nueva ermita medieval, unas nuevas pinturas rupestres, un nuevo castillo o un nuevo pueblo abandonado. La lista nunca terminaba y siempre había algo que visitar. Allí fue, en la provincia de Huesca, donde nació mi pasión y mi amor por la historia y el patrimonio de cualquier época. Mi hermana y yo nos sentíamos como Indiana Jones en busca del arca perdida.

Allí en Fonz todo parece permanecer inalterable. Las casas, las costumbres de sus vecinos, incluso la familia Mazarico, como siempre dispuestos a llevarnos a descubrir nuevas cosas. Quizás es el único aspecto de mi infancia que ha querido resistirse a desaparecer. Por eso volver a Huesca es volver siempre a mi infancia. Por eso era tan importante para mí que Inma también la conociera, y así fue en agosto de 2011. Ella también se enamoró la primera vez que vino y por ello no le costó demasiado aceptar mi propuesta de casarnos en la provincia de Huesca, el reino eterno de mi infancia y del medievo. Así lo hicimos en pleno valle de Benasque en el año 2014.

Solo nos faltaba una cosa por cumplir, que nuestra pequeña Elia conociera la tierra de sus antepasados, de modo que este iba a ser su segundo viaje después de nuestra ruta quijotesca por La Mancha. Y si bien teníamos que pasar sí o sí por Fonz, decidimos que en esta ocasión iríamos a conocer zonas más alejadas y menos conocidas por nosotros, la parte más occidental de la provincia (parte más a la izquierda). Esta que os vamos a mostrar es una de las múltiples rutas que se pueden hacer a lo largo  y y ancho de la provincia. Por supuesto no va a ser la única ruta documentada en nuestro blog ya que, ¡100 vidas no bastarían para abarcarla toda y conocer todos sus secretos!

¿Nos acompañas?

Día 1

Como el viaje desde Cieza es largo y no queremos que nuestra pequeña se canse demasiado, haremos la ida deteniéndonos primero en El Puig (Valencia), donde dormiremos la primera noche en casa de nuestros amigos Emilio y Teresa, y después en Les Peces (Tarragona), el pueblo donde vive mi yaya, para que ésta pueda conocer a su bisnieta por primera vez (no es la primera que tiene pero sí es la primera por parte de su hijo, es decir, mi padre). Después de comer con ella y con mis padres, que habían acudido desde Barcelona para pasar unas horas con su nieta preferida, partimos hacia Fonz (Huesca), donde llegamos en aproximadamente 1h 40 minutos desde la provincia de Tarragona. De este modo el viaje de ida no se nos hizo nada pesado.

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Itinerario

Fonz, pueblo renacentista

Una vez allí, aparcamos el coche sobre las 17,30h de la tarde en la calle de nuestros amigos Ana Mari, Faustino y su hijo Daniel. Como en ese momento no se encontraban en casa decidimos montar el carrito de la peque y callejear por el pueblo, aprovechando así, como no podía ser de otra manera, para hacer unas buenas fotos del pueblo de mi madre para dejar constancia en nuestro blog.

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Palacio renacentista de los Gómez Alba, reconvertido en casa de ancianos
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Palacio Gómez Alba

Para ser justos tenemos que decir que, aunque la sangre tire, bien merece la pena una parada en Fonz, no solamente porque sea el pueblo de mis antepasados, sino también porque es una auténtica joya por descubrir. La localidad, perteneciente a la comarca del Cinca Medio, tuvo un pasado esplendoroso como atestigua la presencia de una gran cantidad de edificios civiles y religiosos de gran valor histórico-artístico. Su momento de máximo esplendor lo vivió a partir del siglo XV, cuando el obispo de Lérida decidió fijar su residencia de verano en Fonz, hecho a partir del cual comenzaron a florecer una gran cantidad de monumentos de estilo renacentista, como la fuente de piedra construida en 1567 que se sitúa en uno de los extremos de la alargada plaza mayor y de cuya etimología latina deviene el nombre del pueblo.

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Elia frente a la famosa fuente de Fonz
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Fuente de Fonz, con sus seis caños que manan de la boca de seis cabezas

También en la plaza mayor, justo enfrente de una galería sustentada por columnas, se encuentra el ayuntamiento o casa consistorial, antiguo palacio de varias plantas del siglo XVI que fuera residencia de verano de los obispos de Lérida (también se dice que aquí vivieron los caballeros templarios). Resulta muy interesante explorar en su interior el Centro de Interpretación del Renacimiento, y siempre que podáis, no dudéis en pedirle a la guía que os ponga el vídeo sobre arquitectura renacentista que han diseñado para los visitantes que vienen a la localidad. En él aparece explicado con detalle el método constructivo de las casas palaciegas que uno puede encontrar por todo el pueblo.

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Palacio restaurado en la plaza mayor
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Ayuntamiento de Fonz

Continuamos adelante y llegamos al templo religioso más importante, la Iglesia de Nuestra señora de la Asunción, también renacentista, construida a principios del siglo XVII. Es necesario mencionar que el templo sufrió enormemente durante la guerra civil, cuando un gran número de obras de arte custodiadas fueron quemadas (el retablo gótico de Santa Ana fue de lo poco que se salvó y hoy en día luce orgulloso en el altar). La iglesia se encuentra en un nivel más alto al de la plaza al que se accede a través de unas escaleras, por lo que al contemplarla desde abajo uno tiene la sensación de que es grandiosa. A esta ilusión óptica también contribuye la majestuosidad de su portada lateral.

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Iglesia de Fonz

De una gran belleza es el campanario octogonal de base cuadrangular adosado a la iglesia. En mi juventud tuve la oportunidad de subir por la escalera de caracol hasta el último piso y contemplar la espectacular panorámica del pueblo y de la sierra de Estadilla.

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Campanario de la iglesia de Fonz

Desde aquí nos decidimos a callejear con nuestro carrito por la parte baja de Fonz. Justo antes de comenzar a bajar, nos topamos con una de los muchos paneles informativos colocados en diversas fachadas del municipio, los cuales marcan lugares destacables que sin duda el visitante debe conocer. Este en concreto marca la casa donde vivían los familiares de San Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, y donde éste pasaba los veranos durante su infancia y juventud. Algo realmente curioso teniendo en cuenta que en la actualidad esta misma casa se encuentra en venta.

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Casas de Fonz

Se nota que esta localidad, todo hay que decirlo, ha vivido días mejores y en la actualidad vive enclaustrado en una suerte de decadencia que incluso en ocasiones degenera en dejadez. Algunos de los propios vecinos reconocen este hecho. No obstante, su pasado glorioso asoma en cada esquina.

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Casa en ruinas en Fonz
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Calles de Fonz
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Tienda de Fonz

Quizás el aspecto más notable de esta localidad es la enorme profusión de casas palaciegas nobiliarias construidas en estilo renacentista que surgieron en su época de máximo esplendor. A lo largo de nuestro paseo nos encontramos con algunas de las más relevantes, señaladas nuevamente por una placa explicativa. Entre ellas, Casa Moner (lugar de nacimiento de Don Pedro Cerbuna, fundador de la Universidad de Zaragoza, y del erudito Don Pedro Joaquín Moner), Casa Gómez Alba o Casa Ric. Esta última merece una mención especial ya que en la actualidad se puede visitar su interior mediante visita guiada y conocer cómo era la vida de los barones de Valdeolivos, propietarios del palacio durante generaciones. Entre ellos cabe destacar a Don Pedro María Ric, que ostentó, entre otros, el cargo de Regente de la Real Audiencia de Aragón, Diputado por Aragón en las Cortes de Cádiz y Rector de la Universidad de Huesca. Un personaje sin duda célebre en toda la región por su importante papel durante la Guerra de la Independencia. Merece mucho la pena reservar en la Oficina de Turismo del pueblo para visitar este palacio, sobretodo porque alberga el Archivo-Biblioteca de los Barones de Valdeolivos, una auténtica joya.

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Casa Ric, palacio renacentista en el interior del cual se realizan visitas guiadas

Subiendo de nuevo hacia la plaza mayor, encontramos otra placa conmemorativa en la fachada de otra casa palaciega. Es Casa Montroset, lugar de nacimiento de otro de los personajes ilustres ligados a Fonz, Irene Montroset, la farmacéutica que inventó la mercromina.

Ya de nuevo en la plaza mayor podemos contemplarla con mayor detenimiento y desde otro punto de vista. Sin duda una de las hermosas y curiosas de toda la provincia.

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Edificios de colores de la plaza mayor

Desde allí decidimos volver a dirigirnos a la catedral, pero por otra calle distinta, una superior que te lleva directamente a la puerta del templo. Mi cámara echa humo disparando sin cesar en cada esquina de este precioso pueblo.

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Plaza mayor
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Calle que sube hasta la entrada del templo

Al cabo de una hora recorriendo el pueblo decidimos volver a casa de Ana Mari. Todavía no había vuelto, así que aprovechamos para dar de comer a Elia y descargar las maletas del coche. Por fin apareció la que es amiga de toda la vida de mi madre, la persona que, junto a su marido y su hijo, está presente en algunos de los mejores recuerdos de mi vida. Entramos en su casa y le presentamos a Elia justo en el momento en que aparece Faustino y minutos después su hijo Daniel. Todos se emocionan mucho al conocerla por fin, sobretodo porque le encuentran un extraordinario parecido a su gran amiga Victoria, mi madre. ¡Y ni os quiero contar lo ancha que se pone ella al saber que casi todo el mundo le encuentra parecido!

Nuestra jornada fotográfica en Fonz no podía terminar sin sacar una buena panorámica de todo el pueblo, por eso le pido a Faustino que nos lleve al lugar desde donde mejor pueda retratarlo. Para ello cogemos los coches y subimos a la ermita de San José, con una situación geográfica privilegiada.

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Pueblo de Fonz, desde el mirador de la ermita de San José

Sin embargo Faustino, como de costumbre, no se contenta con llevarnos a un solo lugar y termina por guiarnos por senderos desconocidos con el propósito de mejorar las primeras instantáneas. Este es el resultado:

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Anochece en Fonz
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Pueblo de Fonz
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Fonz, pueblo de mis antepasados

Ya en casa, Ana Mari nos pregunta cuáles son nuestras intenciones y nuestro plan de viaje para estos días. Al explicarle nuestra idea de ruta para mañana, ella exclama un gran «¡no! ¡mañana os venís con nosotros a Boltaña!». De sobras conocido es su gran fervor por la Ronda de Boltaña, un grupo de música popular aragonés que iba a actuar justo mañana en las fiestas del pueblo de donde es originario, Boltaña. Como éste nos cogía de camino hacia Jaca, lugar donde dormiríamos mañana, le dijimos que lo pensaríamos.

Por el momento, nos sentamos a la mesa donde tantas y tantas veces he cenado con mis padres y hermana, y luego nos vamos a la cama. Y después de tantos días calurosos en Murcia, ¡qué a gusto dormimos con el airecito que entra por la ventana!

Día 2

Despertamos en casa de nuestros amigos Ana Mari, Faustino y Daniel, en Fonz, habitual punto de partido de nuestras rutas por la provincia de Huesca. Antes de comenzar nuestra ruta del día, nos despedimos de ellos diciéndoles que tal vez esa misma tarde nos volveríamos a encontrar en Boltaña para presenciar el espectáculo que brinda el grupo de música popular Ronda de Boltaña, que iban a tocar y cantar por todo el casco histórico justo aquel día. Quedamos en que, en el caso de que nos diera tiempo y de que Elia no estuviera demasiado cansada, nos veríamos allí.

Hoy nos dedicaremos a explorar la bellísima comarca del Sobrarbe. Primero visitaremos uno de los monasterios más antiguos de España, el Monasterio de San Victorián, y luego iremos al que está considerado como uno de los pueblos más bonitos de Aragón y de todo el país, Aínsa. A Boltaña iremos a encontrarnos con nuestros amigos y a disfrutar de su fiesta popular, antes de dirigirnos a nuestro hotel en Jaca. Este será el itinerario de hoy:

Monasterio de San Victorián, origen del Reino de Aragón

Salimos hacia nuestro primer destino del día, el Monasterio de San Victorián, al que llegamos en aproximadamente una hora y 15 minutos. Para ello cogemos la carretera A- pasando por El Grado (divisando a nuestro paso el faraónico Santuario de Torreciudad, que ya conocemos de otras escapadas) y otras pequeñas poblaciones, algunas de ellas extremadamente bonitas, hasta llegar a un desvío por donde comenzaba una estrecha y empinada carretera que se nos hizo bastante larga. Según Faustino, desde que habían arreglado esta carretera se podía acceder bien al monasterio. No quiero imaginar cómo era llegar hasta él cuando todavía estaba sin asfaltar… y peor aún, cuando los monjes vinieron aquí por primera vez…

Al fin vemos el monumento a lo lejos. Inma dijo: «aquel de allí debe ser», a lo que yo contesté: «no puede ser, está demasiado alto y también demasiado lejos». Pues en efecto, aquél era.

El Monasterio de San Victorián, muy pequeñito en el centro de la imagen, a los pies de la imponente Peña Montañesa

Por fin llegamos al Monasterio de San Victorián (también conocido como San Beturián), que se encuentra en un paraje natural increíble. Nuestro afán por conocer este edificio radicaba principalmente en el hecho de que podría ser, según los expertos, uno de los monasterios más antiguos de España, incluso es posible que el más antiguo, dicen algunos. La única posibilidad de visitar su interior es accediendo con visita guiada (entrada 2€ por adulto), por eso queríamos llegar a las de las 11,30h (también hay otra a la 13h).

Llegamos pronto, así que aprovechamos para dar de comer a la peque y preparar nuestra mochila porta-bebés. Mientras esperábamos, me dediqué a explorar los alrededores puesto que no estábamos seguros de por dónde se accedía al monasterio. Solo hay que seguir un camino que sube por la ladera en dirección al campanario, fácilmente visible. Algunos montañeros iban apareciendo de vez en cuando, dispuestos a realizar alguna de las muchas rutas que existen por allí, y también algunos turistas que, como nosotros, esperaron al guía que nos acompañaría al interior. Mientras nos acercábamos al acceso, a apenas 100 metros del aparcamiento, nos dimos cuenta de la gran particularidad arquitectónica del hermoso monasterio: se encuentra enclavado en la ladera.

Escaleras que bajan al acceso del monasterio
Entrada al monasterio

Al poco tiempo llegó el guía en su coche y comenzó la visita en el interior con unos pocos visitantes, incluidos nosotros. Se trata este de uno de los monasterios más antiguos de toda la Península pues se tiene constancia escrita de que ya en época visigoda en el mismo emplazamiento existía un monasterio (llamado Monasterio de Asán) que acogió al santo San Victorián (o San Beturián), de origen italiano, compañero y discípulo de San Benito, que llegó allí después de refugiarse en una cueva cercana huyendo de su propia fama de sanador cruzando los Pirineos.

Interior

Lo que podemos ver hoy en día es el resultado de distintas fases constructivas a lo largo de los siglos. El edificio original, que sustituyó al Monasterio de Asán del siglo VI, corresponde al siglo XI, el cual fue reconstruido en diversos momentos históricos posteriores. Nuestro guía nos mostró algunos de los restos arqueológicos pertenecientes a la época visigoda que han sido descubiertos recientemente. Estos se encuentran en una de las zonas del suelo de la iglesia, que fue reconstruida en el siglo XVIII. Según nuestro guía, todos los presidentes de la democracia, desde Adolfo Suárez a Mariano Rajoy, han contribuido a la restauración de este conjunto monasterial, que en el caso de la iglesia consistió principalmente en diseñar y colocar una nueva techumbre.

Nueva techumbre de la iglesia

Este monasterio no solo es importante debido a su antigüedad sino también a su importancia histórica. Se dice, no sin poca razón, que en su seno se gestó la formación de la Corona de Aragón ya que en las dependencias de la iglesia del monasterio de San Victorián se reunieron Ramiro el Monje y Ramón Berenguer IV para decidir los esponsales entre este último y doña Petronila, unión que posteriormente daría como fruto la formación de la Corona de Aragón.

En el interior se conservan restos de la decoración en estuco en los capiteles y en las pechinas del crucero. Sobre las puertas de la sacristía se encuentran bastante deterioradas las figuras en altorrelieve de los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio, protectores del monasterio y patrocinadores de las obras de la iglesia. Bajo la sacristía del lado sur se encuentra la que es quizás la estrella de la visita, una cripta a la que bajamos totalmente a oscuras. Nuestro guía bajó el último y se colocó en el centro del misterioso lugar. De repente encendió un farolillo que él mismo sostenía y se puso a leer las palabras de un historiador francés que había visitado el mismo lugar muchos años antes. En las paredes habían nichos con sepulcros al estilo de aquella película de Indiana Jones. Un lugar que francamente acongoja.

Salimos hacia el claustro, probablemente del siglo XVI, no sin antes poner atención a un aislado y curioso vestigio de época románica, un deteriorado Pantocrátor en mandorla, recolocado en el tímpano de una puerta adintelada.

Pantocrátor románico

El claustro estaba compuesto antiguamente por dos niveles. Actualmente está siendo restaurado al igual que las demás dependencias que formaban todo el conjunto. Se calcula que en los próximos años se llevará a cabo la última fase de dicha remodelación.

Claustro de San Victorián

Salimos muy satisfechos de nuestra primera visita del día y regresamos al coche echando un último vistazo a la Peña Montañesa, que custodia majestuosa las ruinas de uno de los monumentos más importantes de la historia de Aragón.

Aínsa, como el frasquito de la buena confitura

Volvemos a descender la calamitosa carretera por la que habíamos venido, poniendo rumbo al que está considerado como uno de los pueblos más bonitos de España, Aínsa, capital de la comarca del Sobrarbe, a solo media hora de allí. Enclavada en un paraje envidiable, entre el Parque Natural de Ordesa, el Parque Natural de los Cañones y el Parque Natural Posets-Maladeta, en la confluencia de los ríos Ara y Cinca, la antigua villa de Aínsa se levanta orgullosa sobre un alto emplazamiento por encima de los edificios modernos. Al llegar al pueblo moderno y pasar por encima del puente que cruza el río Cinca, el perfil de la villa histórica se dibuja imponente.

Villa de Aínsa

Castillo de Aínsa

Para llegar a la villa (pueblo medieval) subimos con el coche hasta llegar a un aparcamiento público realmente barato (0,30 céntimos/hora), situado fuera del recinto amurallado del castillo. El párking se encuentra justo al lado del Castillo de Aínsa, a través del cual se accede a la villa. Cruzamos el antiguo foso y de repente nos encontramos en pleno patio de armas, descomunal, franqueado por cuatro torreones.

Elia en su carrito, en el patio de armas del Castillo de Aínsa

El castillo data del siglo XI, cuando formó parte de la defensa de los territorios cristianos, aunque en el siglo XVII se llevó a cabo una profunda remodelación por orden de Felipe II, quien buscaba fortificar los lugares pirenaicos más importantes para prevenir posibles incursiones francesas.

Muralla sur del castillo, con uno de sus torreones al fondo

Se considera que el castillo fue el germen del nacimiento de la villa, a partir de la fortaleza se fue creando el pueblo medieval. Aconsejamos muy fervientemente subir las escaleras para subir al piso superior, desde donde se obtienen unas preciosas vistas del entorno y, sobretodo, de toda la villa. Sin duda una de las instantáneas más buscadas por los fotógrafos.

Villa de Aínsa, desde la muralla del castillo

Traspasamos nuevamente la muralla, y ante nosotros se abre una de las plazas mayores más bellas de nuestro país y posiblemente la única que conserva sus construcciones originales. Antes de explorarla a fondo, decidimos comer en uno de sus bares de tapas.

Plaza Mayor

La Plaza Mayor de Aínsa, de planta trapezoidal, parece datar de los siglos XII y XIII, los de mayor auge de la villa. Antiguo escenario de ferias y mercados, su aspecto es de un bellísimo perfil medieval.

Plaza Mayor de Aínsa
Plaza Mayor de Aínsa

Su elemento más característico son sus porches, típicamente románicos, compuestos de arcos de medio punto y ojivales. Una auténtica maravilla. Su suelo es de un empedrado irregular, lo que hacía traquetear el carrito de Elia más de lo normal. Fue muy gracioso ver cómo sus mofletes se movían al son del traqueteo.

Extremo este de la plaza, con el Ayuntamiento y la torre del campanario de la iglesia

Calle Mayor y Calle de Sta. Cruz

El resto de viviendas de la villa se articulan en torno a dos calles que, partiendo de la Plaza Mayor, se fusionan en la Plaza de San Lorenzo. Ambas, la Calle Mayor y la Calle de Sta. Cruz, parecen en realidad una sola que sigue forma de U, por lo que resulta extremadamente fácil y rápido visitar Aínsa, lo cual no significa que no merezca la pena detenerse en cada uno de sus pintorescos rincones, que no son pocos.

Calle Mayor de Aínsa

Nos adentramos en el corazón de la pura esencia altoaragonesa. Y es que Aínsa tiene su fama bien merecida. En algunos momentos nos parece estar en uno de esos pueblecitos provenzales tan encantadores del sur de Francia, pero añadiendo la simpatía y el carácter servicial de los aragoneses.

Calle Mayor de Aínsa

Después de bajar por la Calle Mayor, llegamos a la Plaza de San Lorenzo y volvemos a subir por la Calle de Santa Cruz, la cual compite en belleza con su gemela, con la diferencia de que esta tiene salidas a terrazas que actúan de soberbios miradores al río Cinca.

Calle de Santa Cruz
Aínsa

Hacia el final de la calle podemos disfrutar de la vista de la torre de la iglesia, que va abriéndose ante nuestros ojos a medida que nos vamos acercando a ella. Una imagen de postal.

Iglesia de Santa María

Iglesia de Santa María

El templo de Aínsa es la guinda de un sabrosísimo pastel. La Iglesia de Santa María, del siglo XII, es un edificio sobrio, sencillo, lo cual resulta lógico si tenemos en cuenta que no solamente cumplía una función religiosa sino también militar. La altura de su torre le confería una posición estratégica ideal.

Entrada de la iglesia y placeta frontal

El interior de la iglesia sigue el mismo diseño del exterior, sobrio y sencillo, pero igualmente hermoso. Posee una única nave con bóveda de medio cañón apuntado y un ábside con bóveda de horno. Destaca especialmente el pequeño claustro irregular que tuvo que adaptarse al entorno y la cripta, con dieciocho columnas con capiteles.

Espléndido claustro de la iglesia

Al observar la altura de la torre, no podía dejar pasar la oportunidad de subir hasta el último piso para hacer fotografías (la entrada por subir es de 2€ por adulto). Inma y Elia decidieron quedarse abajo pues no son demasiado amantes de subir escaleras, y fue un acierto, porque éstas sin duda fueron las más empinadas y estrechas que puedo recordar. Un auténtico reto para las personas de alta estatura (por suerte para mí, este no es mi caso, ¿quién dijo que ser bajito no tiene sus ventajas?). Eso sí, cuando consigues llegar hasta arriba (si es que lo consigues), piensas que ha merecido la pena.

Panorámica de Aínsa desde la torre de la iglesia
Plaza Mayor de Aínsa desde la torre de la iglesia

Al bajar Inma me contó que durante mi breve ausencia a nuestra hija le había salido un joven pretendiente francés muy guapo de dos años de edad. ¡Si es que no puedo dejarla sola! Seguro que no será el único que le sale en este viaje… Regresamos a la Plaza Mayor, sacamos la última instantánea y compramos nuestro pin para la nevera antes de regresar al coche.

Boltaña y su ronda

Una vez en el coche, y como vimos que aún era pronto (y encima nos venía bien para ir a Jaca), decidimos hacer caso a nuestra amiga Ana Mari y poner rumbo a otro de esos pueblos del Sobrarbe que bien merece la pena una parada, Boltaña.

En caso de que decidiéramos encontrarnos allí con nuestros amigos, habíamos quedado en vernos a las 17h en la plaza principal de Boltaña. Llegamos allí con casi una hora de antelación, aparcando en la Calle Músico Blanch, muy cerca de la Plaza de España, y aprovechamos para conocer el pueblo y callejear sin prisas.

Plaza de España

El pueblo se estaba preparando para una gran fiesta, era el día estrella ya que su grupo musical más insigne, la Ronda de Boltaña, iba a tocar y a cantar por sus calles aquella misma tarde. Luego, durante la noche, cantarían en un escenario montado para la ocasión en la Plaza Mayor. Nuestros amigos de Fonz son unos sinceros admiradores de este grupo y no perdieron la ocasión de oírles tocar en directo. No sabíamos cómo se iba a desarrollar este acontecimiento y fue una grata sorpresa descubrirlo.

Monumento a la Ronda de Boltaña

Ante nuestra sorpresa comenzó a chispear un poco y decidimos detenernos a tomar algo en una de las muchas plazitas de la localidad, donde descubrimos un monumento dedicado a la Ronda, que al parecer habían colocado recientemente conmemorando sus 25 años de historia.

Colegiata de San Pedro

Boltaña tiene un castillo situado en la cima de una montaña y también una colegiata en plena plaza principal. Visitamos esta última, una hermosa colegiata dedicada a San Pedro, una de las más grandes del Pirineo Aragonés.

Colegiata de San Pedro

Curiosamente esta colegiata conserva la sillería barroca del coro original del Monasterio de San Victorián y es que, por lo visto, después de la Guerra Civil se decidió trasladar los retablos y el coro del monasterio a las diferentes iglesias de la diócesis, que habían sido despojadas de sus ornamentos durante la contienda. Construida en el siglo XVI, su estilo denominado gótico aragonés pero con abundantes elementos renacentistas se aprecia sobretodo en el interior, majestuoso y solemne.

Interior del templo

Boltaña es uno de esos pueblos en los que perderse es casi una obligación. No andamos mucho tiempo pero sí el suficiente para degustar algunos de sus atractivos y para descubrir algunos de sus secretos mejor guardados.

Calle de Boltaña

Eran ya las 17h y nos dirigimos nuevamente a la Plaza de España, donde nos encontramos con nuestros amigos Ana Mari y Faustino, que ya comenzaban su fiesta particular junto a otra amiga natural de Fonz, Loles, que se quedó literalmente «impactada» al comprobar el gran parecido de Elia con su abuela materna.

La Ronda de Boltaña y la fiesta de la albahaca

Todos juntos nos dirigimos hacia un extremo del pueblo, donde ya se escuchaba acercarse a la Ronda de Boltaña y una multitud que la acompañaba y la rodeaba. Fue muy bonito ver cómo todos compartían fraternalmente una especie de vino blanco y unos dulces típicos preparados por los propios lugareños, mientras compartían también risas y abrazos.

Los miembros de la Ronda de Boltaña acompañados por los vecinos del pueblo mientras tocan sus guitarras, gaitas, dulzainas y bandurrias
Los vecinos del pueblo agasajando a los músicos de la Ronda de Boltaña en un rincón del pueblo

Faustino y Ana Mari se sabían todas las canciones y también todos los pasos que iba a seguir el grupo por las calles del pueblo. Nos dijeron que no podíamos marcharnos sin escuchar una de sus canciones más bonitas y emblemáticas, dedicada a la albahaca, y Faustino nos explicó cuál era el lugar idóneo para colocarnos, pues esta pieza la tocan siempre debajo de un balcón mientras un par de mozas del pueblo lanzan aromáticos ramilletes de esta planta al compás de la música.

Las dos mozas lanzando albahaca a los vecinos al son de la música
La albahaca, protagonista de una de las canciones de la Ronda de Boltaña

Nosotros no somos mucho de fiestas populares pero tenemos que reconocer que esta nos encantó por la alegría y la fraternidad demostrada por todos. Una fiesta sana de verdad.

Una mujer coloca un ramillete de albahaca en la oreja de su marido
Nuestra Elia también se sumó a la fiesta

Muy satisfechos de nuestro paso por Boltaña y de haber conocido, aunque muy brevemente, una fiesta popular que se prolongó por largas horas, nos despedimos, esta vez sí, de nuestros amigos de Fonz. Gracias por todo, como siempre, nos volveremos a ver muy pronto, ¡seguro!

No queríamos llegar muy tarde a nuestro hotel en Jaca, más que nada por la peque. Después de disfrutar, literalmente, de una carretera de ensueño a lo largo de preciosos paisajes y ríos (¡estamos en pleno Pirineo!), en aproximadamente una hora llegamos a nuestro Hotel Villa Iacca, en Jaca. Allí nos recibe el atento y servicial Héctor, que se enamora de Elia desde el minuto uno. Muy amablemente nos indica dónde podemos cenar en el centro de la ciudad, así que nos damos una buena ducha los tres y salimos a encontrar un buen sitio. El hotel se encuentra estratégicamente situado, lejos del bullicio de una de las ciudades con más ambiente que podemos recordar (jamás habíamos visto tantísima gente por la calle, todos los bares y restaurantes estaban a reventar…), a solo 10 minutos caminando del centro.

Recorrimos varias veces las calles principales en busca de un sitio para cenar pero fue literalmente imposible, finalmente tuvimos que elegir una panadería para comernos dos bocadillos. Dedicaremos la tarde de mañana a visitar los monumentos de Jaca, que no son pocos. Desde luego ya hemos podido ser testigos de su ambientazo…

Día 3

Nos levantamos prontito en nuestro hotel de Jaca. En la sala de desayunos ya nos está esperando nuestro anfitrión Héctor, que nos trae zumo de naranja recién exprimido. En Villa Iacca te encuentras como en casa en todo momento y toda la familia que compone el equipo nos demuestra su amabilidad, incluso su cariño. Al salir por la puerta, un hombre mayor se encontraba cortando el césped del precioso jardín. Es el padre de Héctor, que enseguida se acerca a nosotros para darnos los buenos días y dedicarle unas preciosas palabras a Elia y otras a nosotros, que no olvidaremos fácilmente: «Criar a un hijo es como tratar de retener agua entre tus manos… Por mucho que uno quiera que el tiempo no pase, se nos escapa. Disfrutad mucho de esta criaturita».

Hoy hemos planeado un día bastante tranquilo visitando la comarca de la Jacetania. Por la mañana iremos a conocer el Valle de Hecho y el Valle de Ansó, quizás la zona más antigua y tradicional de Aragón. Claro está que decir «conocer» es decir mucho, puesto que dichos valles esconden demasiados atractivos como para conocerlos todos en una sola mañana pero por el momento nos conformaremos con una pequeña pincelada visitando Siresa, Hecho y Ansó. Por la tarde regresaremos a Jaca, donde nos dedicaremos a visitar sus monumentos más importantes. Este será el itinerario de hoy:

Monasterio de San Pedro de Siresa, magno y regio

Hasta nuestro primer destino del día, el Monasterio de San Pedro, en la localidad de Siresa, tenemos solo 45 minutos desde Jaca. Las carreteras de la provincia de Huesca son para disfrutarlas y ésta no es en absoluto una excepción ya que nos introducimos en pleno Valle de Hecho, habitado desde la prehistoria como demuestra la presencia de numerosos restos megalíticos. Este valle, repleto de frondosos bosques de fantasía, presume ser uno de los pasos pirenaicos más antiguos desde la época romana, cuando se abrió la calzada que lo recorría desde la frontera francesa.

Quizás el monumento más relevante de todo el valle podemos encontrarlo en la pequeña y coqueta localidad de Siresa, se trata del antiguo Monasterio de San Pedro, del cual actualmente solo se conserva su iglesia. Al llegar allí, aparcamos en la misma calle que sube hasta la iglesia, desde la que nos sorprende su enorme tamaño en relación al pueblecito.

Monasterio de San Pedro de Siresa

La razón para explicar tan magno edificio hay que buscarla en el apoyo regio con que contó. Su origen podemos encontrarlo en época carolingia, hecho que también explicaría su peculiar estilo arquitectónico, resultado de distintas etapas constructivas a lo largo del tiempo. Fue el conde carolingio Aznar Galíndez quien mandó establecer aquí un monasterio en el año 833, que pronto se convirtió en uno de los motores que impulsó el reino de Aragón (se dice que el propio Alfonso I el Batallador pasó su infancia y fue educado en este monasterio).

Monasterio de San Pedro de Siresa

De todo el monasterio que existía ya en época carolingia solo se conserva la iglesia, lo cual hace que uno se estremezca al pensar el tamaño que debió tener el conjunto monástico original. En época románica, durante los siglos XII y XIII, se llevaron a cabo distintas reformas en el edificio, sobretodo en la cabecera, lo que explica su sobrio aspecto cisterciense.

San Pedro de Siresa
Ábside del Monasterio de San Pedro de Siresa

El interior es igualmente sobrio y monumental. Pagamos la entrada (2€ por adulto) y accedimos con nuestro carrito por uno de los lados de la iglesia mientras Elia dormía un poco.

Interior de San Pedro de Siresa

Merece la pena dedicar unos minutos a pasear por el pueblo y deleitarse con esa arquitectura tan particular que poseen estos valles y con diversas perspectivas del Monasterio de San Pedro, visible desde prácticamente cualquier esquina.

Siresa
Siresa
Siresa

Hecho, el pueblo de las chamineras

Cogemos de nuevo el coche y volvemos por la misma carretera por la que habíamos venido, deteniéndonos esta vez en el pueblo de Hecho (o Echo, sin h, en aragonés), a solo 5 minutos de Siresa. Hecho es un pueblo que enamora, especialmente gracias a una particularidad que lo hace prácticamente único, su peculiar arquitectura popular.

Pueblo de Hecho, con su escultura de bienvenida

Esta arquitectura cuenta con elementos tan propios como sus grandes balconadas que se abren en ricas fachadas de piedra o sus llamativas chimeneas troncocónicas, o como se dice en el Altoaragón, chamineras o chimenerasque dominan los techos de las casas más antiguas. Estas curiosísimas chimeneas podemos encontrarlas por varios pueblos del Pirineo Aragonés, sin embargo en Hecho alcanzan su máxima expresión. Coronando la mayoría de ellas, unos elementos hechos de barro y de forma casera, denominados espantabruxas (espantabrujas), que antiguamente tenían una función de protección de los hogares, evitando que pudieran entrar las brujas y los malos espíritus por la chimenea.

Pasear por las calles de Hecho es una delicia porque a cada paso encuentras un rincón que merece la pena contemplar. La única sugerencia que haríamos desde aquí al alcalde de Hecho es que prohibiera la presencia de vehículos por el casco antiguo: si en Hecho no hubiera coches, estaríamos probablemente ante uno de los pueblos más bonitos de Aragón. Claro está que la mayoría de veces resulta muy poco pragmático dar prioridad a la estética por encima de las necesidades de los vecinos. Es completamente comprensible, aunque una auténtica pena para los visitantes…

Hecho
Calle de Hecho
Calle de Hecho

Después de dar un agradable paseo, acabamos en la Plaza Conde Xiquena, donde admiramos la Iglesia románica de San Martín, cerrada al público en aquel momento. Allí se resumen todas las virtudes de Hecho.

Iglesia de San Martín
Edificios de la Plaza Conde Xiquena
Edificios de la Plaza Conde Xiquena

Ansó, único y singular

Muy cerca de la frontera con Navarra, se encuentra nuestro próximo destino: el pueblo de Ansó, capital del valle del mismo nombre, al cual llegamos en apenas 20 minutos de serpenteante recorrido por el valle multicolor. Al llegar, los turistas deben dejar el coche obligatoriamente en el párking gratuito que hay en la zona inferior de la localidad, al borde del Barranco de la Fuente, por lo que en el casco antiguo no existen apenas vehículos, solo los de algunos residentes. Esto sin duda supone un gran añadido para disfrutar del que está considerado como uno de los pueblos más bonitos de España por la asociación que lleva el mismo nombre.

Pueblo de Ansó

En Hecho ya habíamos vivido la experiencia de pasear por un pueblo peculiar, especial por su arquitectura tradicional, sin embargo Ansó superó todavía más esa sensación. El carrito de Elia, bien despierta esta vez, trotaba con el empedrado del suelo y yo no dejaba de hacer fotografías como un loco a cualquier detalle que me llamaba la atención, que no son pocos en este precioso pueblo.

Ansó
Plaza de Ansó

Ansó guarda el encanto de otros tiempos. Además, se nota que los vecinos cuidan muy bien lo suyo. Se dice que todo en Ansó es singular y único: desde la arquitectura hasta el propio acento de los ansotanos. Incluso existe un día al año, el último domingo de agosto, en el que se celebra la exaltación del traje típico ansotano, fiesta declarada de interés turístico nacional, en la que se lleva a cabo, entre otras actividades, un desfile de todos los trajes típicos, que se remontan a la época medieval e incluso anteriormente. El traje ansotano representa una seña de identidad cultural para los habitantes de Ansó.

Ansó

Llegamos hasta la Iglesia de San Pedro, del siglo XVI, otro de esos colosales templos cuya silueta domina los tejados de los pueblecitos del Altoaragón. El interior resulta solemne y merece mucho la pena visitarlo a solas, siempre que sea posible.

Interior del templo

Al salir del templo nos adentramos por el pequeño parque que hay justo al lado. Allí, mamá Inma aprovechó para dar de comer a Elia en un banco y descansar un poco antes de retomar nuestra ruta.

Exteriores de la iglesia

Decidimos regresar de camino al párking pero siguiendo una ruta diferente, con el fin de conocer rincones diferentes y también maravillosos. Se notaba que había ambiente de pre-fiesta, el pueblo estaba engalanándose para su día más señalado (al día siguiente se iba a celebrar la exaltación del traje ansotano).

Ayuntamiento de Ansó
Plaza de Ansó

Antes de marcharnos de aquel pueblo tan especial, decidimos parar a comer en el Restaurante-Taberna Berari, donde comimos un arroz montañés y unas migas aragonesas, entre otras deliciosas viandas (menú de 18€). Una estupenda elección si te encuentras en Ansó.

Calle de Ansó
Rincón de Ansó

Jaca, la perla del Pirineo

En aproximadamente una hora ya habíamos regresado a Jaca, conocida como la Perla del Pirineo, lugar de paso del Camino de Santiago, capital de la comarca de la Jacetania y núcleo más importante de la vertiente noroccidental de Aragón. En esta ocasión no pasamos por el hotel, sino que nos dirigimos directamente hacia el casco histórico, aparcando en una zona azul muy próxima a la Calle Mayor, la arteria más importante y con más ambiente de la ciudad.

Jaca, lugar de paso del Camino de Santiago

A pesar de que cuenta con numerosos atractivos, Jaca posee tres lugares de obligada visita: la Catedral, el Museo Diocesano y la Ciudadela. El centro histórico de Jaca es perfectamente abarcable a pie y estos tres monumentos principales están situados muy cerca los unos de los otros, por lo que una sola tarde basta para conocer lo más importante.

Catedral de Jaca y Museo Diocesano

Lo primero que tenemos ganas de visitar es la Catedral y el Museo Diocesano (éste se encuentra en el interior de la Catedral), que ya por sí solos justifican la visita a la ciudad. La Catedral de Jaca, del siglo XI, es posiblemente la catedral románica más antigua del país y también una de las más importantes. Su construcción a partir de 1077 por orden del rey Sancho Ramírez está estrechamente vinculada a la propia fundación de la ciudad, que necesitaba una catedral para culminar el proceso de consolidación de la primera capital del primitivo Reino de Aragón.

El interior de la Catedral, de acceso gratuito, es armonioso, sofisticado, de un refinado románico jaqués, un lenguaje arquitectónico que se difundió por toda la ruta jacobea, aunque lo que vemos hoy en día es el resultado de sucesivas reformas posteriores al siglo XI.

Interior de tres naves

En lo que antiguamente era el claustro de la Catedral, hoy en día podemos visitar el Museo Diocesano (entrada 6€ por adulto), dividido en dos plantas, un auténtico santuario para los amantes del arte medieval y uno de los más importantes de su categoría en toda España.

Museo Diocesano de Jaca

En sus más de 2.000 metros cuadrados pudimos pasearnos entre capiteles, esculturas, tablas pintadas y pinturas murales, todas excepcionalmente catalogadas y presentadas al público.

Sala expositiva con pinturas murales
Claustro de la catedral

La creación de este museo fue la consecuencia de una serie continuada de hallazgos de pintura mural medieval en las iglesias de la diócesis durante las décadas de 1960 y 1970, entre ellas una que destaca poderosamente: las pinturas de la Iglesia de San Julián y Santa Basilisa de Bagüés (provincia de Zaragoza), fechadas entorno al año 1080. Estas pinturas constituyen uno de los conjuntos más amplios e importantes de la pintura románica europea. De hecho, hoy en día se la conoce como la Capilla Sixtina del románico. Es absolutamente impresionante poder contemplar estas pinturas, que fueron arrancadas y pasadas a lienzo en 1966.

Sala Bagüés

Ciudadela militar de Jaca

Desde la Catedral, nos dirigimos hacia la Ciudadela de Jaca (o Castillo de San Pedro), fortificación construida en el siglo XVI y perfectamente conservada, a la cual llegamos en menos de 5 minutos a pie. Su edificación corresponde a Tiburcio Spanochi, ingeniero de origen italiano al servicio del rey Felipe II, quien encargó el diseño de esta obra dentro de un programa de defensa de la frontera aragonesa tras la invasión del Valle del Tena por parte de tropas procedentes del sur de Francia.

Ciudadela de Jaca

Al llegar allí, y después de maravillarnos con su excelso tamaño, nos dirigimos a la taquilla a comprar las entradas . Solo es posible visitar la Ciudadela de dos maneras: o bien a través de una visita teatralizada (espectáculo La memoria de la piedra), o bien con visita guiada. Elegimos la segunda opción (entrada 6€ por adulto) ya que no queríamos interrumpir la representación teatral con los llantos de nuestra pequeña. Quedará para otra ocasión, ya que tiene que ser algo realmente curioso y bonito conocer la historia de este lugar en boca de sus protagonistas históricos. Atravesamos el puente fijo que salva parte del espacio del foso y nos unimos a la visita guiada, que había comenzado hacía muy pocos minutos.

Ciudadela de Jaca
Ciudadela de Jaca

Nuestra guía es una experta conocedora del monumento y de su contexto histórico. Disfrutamos en compañía de un grupo bastante numeroso de una visita de unos 45 minutos de duración, en la cual se nos explicó detalladamente todas las características de la fortaleza militar. Su diseño está derivado de la necesidad de responder eficazmente a los ataques de un ejército provisto de artillería. Su planta dibuja un pentágono regular, una estructura perfecta que cubre cualquier flanco de ataque.

El foso, que rodea todo el perímetro de la ciudadela, tiene una longitud de 1.060 metros y nunca ha contenido agua. Su función era la de poner todas las dificultades al enemigo que tuviera la intención de asaltar la fortaleza.

Posiblemente el hecho más curioso de todos los que rodean al monumento es que los españoles jamás tuvieron que utilizar la ciudadela ya que nunca sufrieron vicisitud bélica alguna. Los únicos que la utilizaron fueron los franceses, que durante la Guerra de la Independencia la tomaron durante 4 años ante la capitulación de la ciudad y la defendieron ante los españoles. ¡Manda huevos! Con perdón…

En torno al inmenso patio de armas se alinean los edificios destinados a albergar la guarnición, oficinas y almacenes, organizados en cinco manzanas paralelas a las murallas. Nuestro recorrido guiado se realiza a través de una de ellas y finaliza en la iglesia, que fue construida ya en el siglo XVII.

Entre la muralla principal y los cuarteles, en una pequeña plaza de particular encanto, se encontraba el espacio reservado a los polvorines. Su interior está revestido con un tipo de piedra especialmente porosa que absorbía la humedad y mantenía una temperatura estable para la correcta conservación de la pólvora.
La guía de la Ciudadela explicando al grupo las características de la iglesia. Al fondo, en el retablo del altar mayor, podemos ver un lienzo con la imagen de la Inmaculada Concepción realizada en 1985. Ella es la patrona del arma de Infantería.

Al finalizar la visita, nuestra guía nos mostró el acceso al Museo de Miniaturas Militares, que se encuentra en uno de los cuarteles de la fortaleza. Este pequeño museo nos sorprendió gratamente: nada más y nada menos que 32.000 figuras de soldaditos de plomo distribuidos en 23 dioramas distintos muestran la evolución de las armas, los uniformes, las tácticas de combate y la historia de los conflictos bélicos, desde la época de los faraones hasta los albores del siglo XXI.

Uno de los dioramas perteneciente a la época medieval en el Museo de Miniaturas Militares
Diorama perteneciente a la Segunda Guerra Mundial

No pudimos prestar demasiada atención a este museo, ya que era casi la hora límite de nuestra zona azul y tuve que salir corriendo de allí si quería llegar a tiempo para renovarla en la maquinita. A pesar de eso, disfrutamos muchísimo de la visita de la Ciudadela de Jaca.

Casco antiguo

Volví ya más relajado (aunque con medio corazón fuera debido al sprint…) a la zona exterior de la Ciudadela donde me esperaban Inma y Elia. Desde allí decidimos volver a recorrer la Calle Mayor y perdernos entre la multitud mientras nos encontrábamos con otros monumentos de la ciudad, aunque ya mucho menos importantes.

Casa la Rubia, uno de los numerosos edificios de estilo modernista de Jaca
Ayuntamiento, de estilo plateresco aragonés, construido en el siglo XVI

Como última parada del día, echamos un vistazo a la Torre del Reloj, la cual ostenta una interesante historia. En el siglo XV la ciudad de Jaca sufrió un grave incendio en el que quedó gravemente afectada la Catedral de San Pedro y sus dependencias, entre ellas la cárcel. El canónigo de la Seo don Jorge Lasieso promovió entonces la construcción de una torre gótica en el mismo lugar que había ocupado el palacio de la monarquía aragonesa y financiada por la familia Lasala (importantes mercaderes), para sustituir la torre de cárcel eclesiástica que se había incendiado. Su eventual uso como prisión duró poco tiempo porque, tras la reconstrucción de los espacios de la Seo dañados por el fuego, se transformó en Torre del Merino (el representante del rey en la ciudad). Durante los siglos sucesivos volvió a funcionar como cárcel en varias ocasiones, durante la Guerra de la Independencia y también durante la Guerra Civil.

Torre del Reloj de Jaca, acompañada de una estatua de Ramiro I de Aragón

El día nos había cundido mucho pero ya era hora de descansar, sobretodo por nuestra pequeña. Antes de regresar al hotel nos detuvimos en un supermercado para hacer la compra para poder cenar en nuestra habitación. El día de mañana lo esperamos con muchas expectativas, quizás el día más esperado de nuestra ruta por la provincia de Huesca, aunque el parte meteorológico para mañana no es nada alentador… Quién sabe, lo que sí sabemos es que tenemos que madrugar mucho porque… ¡a las 10h debemos estar en el Castillo de Loarre!

Día 4

Este es sin duda el día más esperado por nosotros en este viaje y también el día que más tenemos que madrugar. El tiempo amanece nublado y si se cumplen todas las previsiones, nos toca día de lluvia, lo cual no nos agrada demasiado. Nos sentamos a desayunar con Elia, que tiene su propia sillita adaptada. La pobre tiene unas ojeras de campeonato, sus papis la han obligado a levantarse antes de lo habitual, pero eso no impide que reciba como siempre con una gran sonrisa a Héctor, que nos sirve el desayuno amablemente.

Durante nuestra planificación previa ya decidimos estar a primerísima hora en el Castillo de Loarre, uno de los monumentos más importantes y visitados de Aragón, para disfrutarlo sin apenas gente. A pocos kilómetros de allí se encuentran otras joyas indispensables, una edificada por el hombre, la Colegiata de Bolea, y otra moldeada por la naturaleza, los Mallos de Riglos, que no perderíamos la ocasión de visitar. De regreso a Jaca, nos detendríamos en otro de los puntos obligados de toda la provincia de Huesca, el Monasterio de San Juan de la Peña, y por último en el pueblo de Santa Cruz de la Serós, que presume de tener dos templos románicos preciosos y de una gran importancia, la Iglesia de Santa María y la Iglesia de San Caprasio. Una ruta muy interesante, la de hoy, visitando verdaderas joyas medievales.

Castillo de Loarre, guardián de Aragón

Tardamos alrededor de 1h 15 minutos en llegar a Loarre. Como siempre, disfrutamos del camino en coche, pasando de largo el denominado Reino de los Mallos para volver más tarde. Llegamos a las inmediaciones del castillo sobre las 10h, justo la hora en que se abrían las puertas de la oficina donde se venden los tickets. Somos de los primeros en aparcar nuestro coche en el párking público al aire libre, el tiempo comienza a ponerse algo feo y chispea pero de momento aguanta sin llover fuerte. Esta vez Elia irá en la mochila porteadora porque esperamos que la visita en el castillo tenga diversas escaleras y tramos difíciles. De camino a la oficina de tickets (y tienda del castillo) vislumbramos el perfil de uno de los castillos medievales mejor conservados de Europa.

Castillo de Loarre

El Castillo de Loarre, Bien de Interés Cultural y Monumento Nacional desde 1906, fue construido en el siglo XI. Es una de las obras cumbre de las fortificaciones peninsulares y un bellísimo exponente del arte románico, que se ha conservado en condiciones inmejorables hasta nuestros días.

Castillo de Loarre

En cuanto a su edificación, podemos distinguir tres momentos importantes: el primero corresponde al año 1020, cuando el rey Sancho III el Mayor de Navarra decide su construcción, anexionándolo a su reino y convirtiéndolo en baluarte defensivo frente al poder musulmán. Es entonces cuando se construye el castillo primitivo, formado por el edificio real, la Capilla y el torreón de la Reina, el patio de armas, las estancias militares y la Torre del Homenaje. Pocos años más tarde, en el año 1071, se amplia el castillo mediante la construcción del Monasterio, motivada por el rey Sancho Ramírez, adecuándolo a las necesidades monásticas de la orden agustiniana. Ya en el siglo XIII, finalmente, se termina rematando el proyecto levantando la muralla exterior.

Después de comprar las entradas (visita por libre, sin visita guiada, 4’50€ por adulto) nos acercamos a la Puerta de la muralla exterior, que rodea todo el conjunto por el lado sur (el resto está protegido por la roca en la que se asienta el castillo) Tiene un perímetro de 172 metros y está compuesta por torreones semicirculares y uno rectangular.

Parte de la muralla exterior, con su puerta de acceso

Al cruzar la muralla, podemos contemplar el castillo en toda su dimensión. Se trata, en efecto, de uno de los mejores ejemplos de arquitectura militar y civil del continente.

Castillo de Loarre
Muralla de Loarre y torre

Subimos por la rampa de acceso al edificio justo en el momento en que comienza a apretar la lluvia. Entramos por la puerta principal y subimos la escalera de acceso, un ascenso bajo una espectacular bóveda de cañón decorada con ajedrezado jaqués. A nuestra izquierda, una primera dependencia, el cuerpo de guardia, una estancia que albergaba a los soldados que vigilaban la puerta principal. A nuestra derecha, la Cripta de Santa Quiteria, un pequeño lugar de culto.

Acceso a Loarre

Subiendo las escaleras, llegamos primero a la Iglesia de San Pedro, una capilla real realizada durante la primera fase de construcción de la fortificación en el siglo XI, de un estilo románico puro, justo antes de llegar a un cruce de pasillos. Estamos en la primera planta.

Escaleras
Cruce de pasillos

Desde aquí, podemos acceder al castillo prinitivo, de principios del siglo XI, ya en la segunda planta, o bien explorar la primera planta, donde se encuentran los distintos pabellones del monasterio, de finales del siglo XI. Estos sirvieron como dependencias de los antiguos canónigos y, posteriormente, como residencia de nobles.

Ruinas del monasterio agustiniano

También en la misma planta, encontramos los calabozos y la Torre del Homenaje, la más alta del castillo con 22 metros de altura. Esta tiene hasta cinco plantas, un refugio idóneo, ya que la única vía de comunicación entre la torre y el castillo era un puente levadizo, pudiendo quedar aislada del mismo en tiempos de asedio. Subimos hasta arriba con Elia en brazos mientras la lluvia nos da un respiro.

En lo alto de la Torre del Homenaje

Decidimos bajar por otro lado, quedándonos en la segunda planta. Allí podemos visitar el castillo antiguo, con su patio de armas en el centro, donde se encuentra la antigua Iglesia de Sta. María, la capilla primitiva del castillo antes de que el monasterio fuera adosado. En la zona norte, destacan los pabellones militares y las cocinas.

Antigua Iglesia de Sta. María
Patio de armas

Entre la Torre del Homenaje y la Torre de la Reina, ya en la segunda planta, se encuentra la sala de armas, que pertenecía al monasterio y sirvió como almacén de armas cuando el castillo fue residencia de nobles.

Acceso a la sala de armas

Desandamos el camino volviendo a bajar las escaleras de acceso en dirección a la puerta principal. La visita del interior de esta fortaleza nos ha entusiasmado a pesar del mal tiempo, que parece que ya comienza a mejorar al fin. Y si bien el interior es digno de visitar teniendo en cuenta su excelente estado de conservación, sin duda el punto fuerte de Loarre es lo fotogénico de su exterior. Yo quería sacar buenas instantáneas de este lugar, así que me fui a explorar un poco los alrededores para encontrar las mejores perspectivas mientras Inma me esperaba en la cafetería con Elia. Este fue el resultado de mi expedición:

Castillo de Loarre
Castillo de Loarre

Me acerco cada vez más a la muralla, desde donde disparo mi cámara sin parar. Estoy solo, no hay nadie que estropee mis encuadres, a excepción de uno o dos visitantes que contemplan de cerca el perímetro del muro.

Castillo de Loarre
Castillo de Loarre

Me reúno con mis dos niñas en la cafetería, donde aprovechamos para tomarnos algo calentito y luego comprar nuestro pin de recuerdo en la tienda. Volvemos al coche y acomodamos a la pequeñaja para dirigirnos a otro interesante destino, no sin antes parar el coche en medio de la carretera, al salir del aparcamiento, para hacer las últimas fotos del castillo desde otra perspectiva diferente.

Colegiata de Bolea, parada obligatoria

Hasta el pequeño pueblo de Bolea tenemos unos 20 minutos. Para ser sinceros, la villa en sí no merecería una parada de no ser por su extraordinaria Colegiata de Santa María la Mayor, construida entre 1541 y 1559 y enmarcada en el tránsito del estilo gótico al renacentista. Para llegar hasta ella, en la zona más alta del pueblo, recomendamos dejar el coche y subir andando debido a sus estrechas callecitas. Eso sí, el último tramo correspondiente a las escaleras que conducen a la entrada del templo resultan algo incómodas si llevas carrito de bebé…

Colegiata de Bolea
La Colegiata de Bolea se yergue poderosa en la parte más alta del pueblo

Este templo fue Priorato de la Abadía Real de Montearagón, privilegio que mantuvo hasta 1571, fecha en que pasó a formar parte de la Diócesis de Huesca ya con la denominación de Iglesia Colegial. La construcción actual está asentada sobre la cimentación de un edificio románico del siglo XII, del que se conserva la torre-campanario y una cripta bajo el presbiterio.

Interior de la colegiata, con un techo compuesto de bóvedas estrelladas de crucería
Interior del templo

El interior, de planta de salón, cuadrada, con las tres naves de igual altura, es sobrecogedor. Sin duda el gran tesoro que guarda la Colegiata de Bolea son sus retablos, especialmente el Retablo Mayor, una auténtica obra maestra del Renacimiento español que atrae a miles de visitantes al año. Realizado entre 1490 y 1503, constituye una espléndida combinación de 20 tablas pintadas a la técnica del temple y 57 tallas de madera policromada.

Retablo Mayor de Bolea

Tanto la talla como la decoración del retablo son obra del maestro flamenco Gil de Brabante, que sigue el modelo en talla propuesto por la llamada Escuela de Bruselas. Sin embargo lo verdaderamente excepcional de esta obra lo constituyen las maravillosas pinturas realizadas por el Maestro de Bolea, pintor anónimo que, en una época todavía gótica en España, utilizó unos rasgos estilísticos verdaderamente vanguardistas.

Es hora de regresar al coche, bajando por las calles que antes habíamos subido (bajar siempre es mejor que subir, sobretodo con carrito…). Llegamos en muy pocos minutos y ponemos rumbo a nuestro nuevo destino.

Reponiendo fuerzas en Ayerbe

Antes de llegar a nuestra siguiente parada del día, los Mallos de Riglos, decidimos parar a comer en el pueblo de Ayerbe, famoso entre otras cosas por albergar el Centro de Interpretación Ramón y Cajal, que se encuentra en la misma casa en la que vivió la familia de este gran científico español durante el tiempo en que su padre ejerció como médico en Ayerbe (1860-1869). Llegamos en unos 20 minutejos y aparcamos el coche fácilmente. Comimos en uno de los bares de la Plaza Ramón y Cajal, justo al lado del Palacio de los Marqueses de Ayerbe, también conocido como Palacio de Urriés, finalizado en el siglo XVI. Del servicio que nos brindaron en aquel bar, en el cual casi nos morimos por la eterna espera, mejor no acordarnos… Eso sí, a nuestra hija le salió su segundo pretendiente del viaje en una mesa vecina a la nuestra, un bebé bastante simpático, algo mayor que Elia, que parecía querer jugar con ella, aunque ella no estaba mucho por la labor (no le gusta demasiado que la molesten cuando está comiendo…).

Palacio de los Marqueses de Ayerbe, con un busto dedicado a Ramón y Cajal a la izquierda

Mallos de Riglos, escultura geológica

El cielo vuelve a encapotarse mientras nos dirigimos a la pequeña localidad de Riglos, famosa en toda España gracias a los gigantes rocosos que la custodian. Desde Ayerbe tardamos aproximadamente 15 minutos. Los Mallos de Riglos se encuentran muy cerca del río Gállego y de la frontera con la provincia de Zaragoza, en el marco del que se ha denominado muy acertadamente el Reino de los Mallos, ya que además de los de Riglos están los de Agüero, a pocos kilómetros de allí al otro lado del río.

La carretera que discurre paralela al río Gállego es sencillamente espectacular
Los Mallos de Riglos, desde la carretera

Los Mallos de Riglos son unas grandes masas de piedra conglomerada en paredes verticales de color rojizo, resultado de la milenaria acción geológica. Las más altas alcanzan casi los 300 metros de altura. El lugar es ideal para realizar escalada y rutas senderistas (la más popular, la ruta circular El camino del cielo), así como también para admirar todo tipo de especies de aves como buitres.

Los imponentes Mallos sobre la localidad de Riglos, desde el mirador que hay justo antes de llegar al pueblo

Nunca habíamos visto nada igual. Como ya había empezado nuevamente a llover, decidimos quedarnos en el mirador que hay justo antes de llegar al pueblo de Riglos, desde donde obtuvimos una panorámica fantástica de estos gigantes de piedra. Nos quedamos con ganas de entrar en el pueblo para verlos más de cerca, pero lo cierto es que no nos importa tener un motivo para regresar algún día.

Monasterio de San Juan de la Peña

Desde Riglos hasta San Juan de la Peña hay aproximadamente una hora y 10 minutos. El último tramo, el que va de la N-240 subiendo la montaña hasta el mismo monasterio, dejando atrás el pueblo de Santa Cruz de la Serós (la que será nuestra última parada del día), es especialmente sinuoso y lleno de curvas. Existen en realidad dos monasterios de San Juan de la Peña: el primero, el Monasterio Viejo, de época medieval, es quizás uno de los monumentos más importantes y con más historia de Aragón. El segundo, el Monasterio Nuevo, fue levantado unos cientos de metros más arriba entre los siglos XVII y XVIII como consecuencia del pavoroso incendio que, un 24 de febrero de 1675, asoló el monasterio antiguo. Ascendiendo la carretera de frondosa vegetación, de repente te encuentras con el monasterio viejo en su hermosa ubicación, enclavado literalmente en la roca de la ladera, pero aquí mismo no está permitido aparcar porque la carretera es demasiado estrecha. En vez de eso, uno debe seguir hacia adelante dejando atrás el monasterio viejo para alcanzar el monasterio nuevo, donde se encuentra un amplio aparcamiento en pleno bosque. Allí dejamos nuestro coche y fuimos corriendo hasta la entrada del monasterio nuevo, debido al mal tiempo, optando en esta ocasión por la mochila porteadora para llevar a Elia.

Una vez allí nos explican que lo mejor es visitar primeramente el Centro de Interpretación del Monasterio Nuevo para después coger el autobús (incluido en la entrada) que te baja hasta el Monasterio Viejo (entrada completa, 8’50€ por adulto). La lluvia no nos daba tregua, y resultó agradable empezar nuestra visita a cubierto.

El Monasterio Nuevo comenzó a construirse un año después del incendio, en 1676, y fue rematado ya en el siglo XIX, cuando sus dependencias fueron abandonadas por los frailes. Por suerte, ya en el siglo XX el Gobierno de Aragón se ocupó del monumento, rehabilitándolo por completo. Si bien el diseño del edificio constituye uno de los ejemplos más perfectos de la arquitectura monástica en la Edad Moderna, en el interior podemos disfrutar de una visita interactiva propia del siglo XXI. En el amplio Centro de Interpretación, repleto de pantallas táctiles y paneles informativos, uno puede caminar por un suelo de cristal y contemplar debajo del mismo las diferentes dependencias de lo que un día fue el monasterio (las habitaciones de servicio, la cocina, la botica, el refectorio, la bodega, la despensa…), todas ellas ambientadas con figuras de frailes hechas de cerámica blanca y a tamaño natural. Desde luego, una experiencia muy original y curiosa.

Centro de Interpretación del Monasterio Nuevo
Figuras blancas bajo el suelo de cristal

Una vez visitado el amplio complejo monástico, nos dirigimos hacia la parada del autobús que nos conducirá, unos pocos metros carretera abajo, hasta el Monasterio Viejo (Real Monasterio de San Juan de la Peña). Se notaba que el conductor hacía ese mismo trayecto cientos de veces al día porque ni siquiera con lluvia era capaz de tomar las curvas despacito… Una vez allí, nos somos capaces de resistirnos a contemplar el bellísimo edificio enclavado en la enorme roca que le da nombre.

Monasterio de San Juan de la Peña

Nos dirigimos a la entrada y comenzamos a visitar el edificio. Está programada una visita guiada en pocos minutos, así que hacemos un poco de tiempo hasta que llega la hora de unirnos al grupo. Solo pudimos aguantar siguiendo a la guía unos pocos minutos, pues a Elia se le antojó que debía ser mucho mejor visitar el monasterio por libre (tuvimos que abandonar el grupo debido a sus llantos). ¡A partir de ahora debemos adaptarnos a su ritmo y a sus necesidades!

Los orígenes del Monasterio Viejo se remontan al siglo X, cuando el edificio original daba refugio a las comunidades cristianas asediadas por los musulmanes. Un siglo después fue refundado bajo el nombre de San Juan de la Peña por Sancho III el Mayor de Navarra, sí, el mismo que mandó construir el Castillo de Loarre. Fue este monarca quien introdujo en él la regla de San Benito, norma fundamental en la Europa medieval. A lo largo del siglo XI el edificio se convirtió en Panteón de reyes y en el monasterio predilecto de la incipiente monarquía aragonesa. De hecho se dice que San Juan de la Peña es la cuna del Reino de Aragón, además de un lugar eternamente vinculado con la leyenda del Santo Grial, que al parecer se custodió aquí antes de llegar a Zaragoza y posteriormente a Valencia.

Aunque mucho más pequeño que el Monasterio Nuevo, el interior del Monasterio Viejo posee varias estancias de gran valor histórico. El conjunto se divide en dos niveles del altura: en el nivel más bajo, se encuentra la Iglesia inferior, la más antigua, consagrada en el año 920 a los santos Julián y Basilisa, y la erróneamente conocida como Sala de los Concilios, que en realidad funcionaba como dormitorio de los monjes que vivían en la misma época que la iglesia.

En el nivel alto, podemos encontrar el museo de los capiteles, que alberga una colección de diversos capiteles encontrados en diversas fases de restauración del monumento; el Panteón de nobles, panteón neoclásico que sustituye al Panteón Real original que albergaba los restos de los reyes de Aragón; la Iglesia nueva, comenzada en tiempos de Sancho el Mayor y terminada en época de Sancho Ramírez; y por último el claustro, la verdadera joya del edificio, una pieza única tanto por su valor histórico como artístico.

Panteón de los nobles
Algunas de las tumbas empotradas literalmente en el muro del Panteón de los nobles, cada una con un relieve diferente
La triple cabecera de la Iglesia nueva
Ábside central, con una réplica del Santo Grial

El espléndido claustro se encuentra literalmente protegido por la descomunal roca, aunque al aire libre. Se trata de uno de los más curiosos que sin duda hemos visto en nuestros viajes (siempre nos han encantado los claustros, por la magia y el sosiego que emanan).

Claustro de San Juan de la Peña

En la actualidad, el claustro conserva prácticamente íntegros los lados norte y oeste, habiendo desaparecido los lados sur y este, es decir, los más próximos a la roca.

Claustro, desde sus dos lados incompletos
Claustro, desde sus dos lados completos

Es una verdadera lástima no poder disfrutar del programa iconográfico de los capiteles en su totalidad porque los que se conservan son una obra de arte. Merece la pena detenerse a observar con detalle todos ellos. Los estudiosos han creído averiguar la mano ejecutora de los mismos por el estilo inconfundible del escultor anónimo conocido como Maestro de Agüero o Maestro de San Juan de la Peña. En uno de los lados del claustro se encuentra la Capilla de San Victorián, una preciosa construcción de estilo gótico añadida para albergar los enterramientos de diferentes abades.

Una vez terminada nuestra visita, salimos a esperar al autobús para que nos lleve de nuevo arriba. Había estado lloviendo durante todo el tiempo que habíamos permanecido protegidos por la roca de la ladera, y ahora nos encontrábamos cobijados en la minúscula parada de autobús junto a otras familias que también esperaban nuestro transporte.

Santa Cruz de la Serós

Cogemos el coche y nos dirigimos a nuestro último destino del día, el precioso pueblo de Santa Cruz de la Serós, que al igual que San Juan de la Peña se encuentra en plena ruta del Camino de Santiago aragonés. El mal tiempo seguía sin darnos tregua, lo cual impidió que pudiéramos disfrutar de uno de los pueblos más bonitos de toda la provincia de Huesca.

Santa Cruz de la Serós
Santa Cruz de la Serós

Sin embargo yo no me quise resignar a sacar algunas fotos de los dos templos más importantes del pueblo y al mismo tiempo de todo el románico jaqués: la Iglesia de Santa María y la Iglesia de San Caprasio.

Iglesia de San Caprasio

La pequeña Iglesia de San Caprasio (acceso cerrado en aquel momento) se encuentra a la entrada del pueblo. Del siglo XI, es de una bella y austera arquitectura de estilo lombardo, uno de los pocos ejemplos de este estilo en la comarca de Jacetania y en todo el Pirineo aragonés.

Iglesia de San Caprasio
Alrededores de San Caprasio

Iglesia de Santa María

La otra iglesia, de Santa María (acceso libre), contemporánea de la Catedral de Jaca, se encuentra en el centro del pueblo, a muy pocos metros de allí. Sin embargo fuimos hasta allí en coche porque quería que Inma, que se quedó dentro del vehículo para cobijarse de la lluvia y dar de comer a Elia, pudiera al menos verla por fuera. El templo es el único resto del antiguo monasterio benedictino fundado en el siglo X y habitado por las religiosas (sorores o serols, título del que proviene el nombre del pueblo de la Serós), que vivieron allí hasta que en el siglo XVI el Concilio de Trento impuso la obligación de trasladar las comunidades religiosas situadas en ámbitos rurales a núcleos urbanos, momento en que éstas se trasladaron a Jaca.

Iglesia de Santa María

El monasterio fue fundado por Ramiro I de Aragón hacia el 1060 y alcanzó su mayor esplendor durante la estancia de Doña Sancha, personaje icónico en Aragón, hija de Ramiro y hermana del rey Sancho Ramírez. Esta mujer desempeñó un papel crucial durante el reinado de su hermano, llegando a dirigir el Monasterio de Siresa y a ingresar en el Monasterio de Santa María de Santa Cruz de la Serós como abadesa en 1070. Allí fue enterrada tras su muerte en 1095 en un espléndido sarcófago que, actualmente, se encuentra en el Real Monasterio de las Benedictinas de Jaca.

Iglesia de Santa María

De nuevo nos encontramos ante la unión perfecta entre un alto interés histórico, una preciosa arquitectura y una ubicación envidiable. Enamorarse de Huesca es algo sencillamente irremediable.

Interior de Santa María, de una sola nave

Con esta preciosa estampa de esta joya románica, otra más de las incontables que se conservan en Huesca, damos por finalizado el día de hoy, el cuarto por tierras aragonesas.

La espléndida torre de Santa María en medio de la frondosa vegetación del pueblo de Santa Cruz de la Serós

¡Menudo día el de hoy! Ya solo nos apetece llegar al hotel y descansar. Esta noche toca comprar la cena en un McDonald’s porque ya no nos quedan ganas para nada más.

Día 5

Nos despertamos después de una noche reparadora en nuestra habitación del Villa Iacca, hoy será nuestro último día de ruta por estos paisajes idílicos del Alto Aragón que esconden auténticos tesoros del Románico, pues muy a nuestro pesar mañana nos tocará volver a casa. Disfrutamos una mañana más de la hospitalidad y del desayuno de nuestros anfitriones.

Hoy no nos ha tocado madrugar tanto como ayer, pues nuestro primer destino está a solo 30 minutos de Jaca. Se trata de la histórica Estación de Canfranc, el interior de la cual únicamente puede ser explorado mediante visita guiada reservada previamente. Teníamos reservada la nuestra para las 11h en punto. Más tarde visitamos dos de las ermitas más antiguas y recónditas de Aragón: San Adrián de Sasabe y Santa María de Iguácel. Por la tarde decidimos explorar el hermosísimo Valle de Tena, para terminar descubriendo una auténtica curiosidad que nos encontramos por el camino, el Museo del Dibujo Julio Gavín de Larrés, integrado nada más y nada menos que en un castillo del siglo XV. Este será el recorrido de nuestro último día por la provincia de Huesca:

Estación Internacional de Canfranc

Una vez montados los tres en el coche ponemos rumbo a la Estación Internacional de Canfranc, en pleno Valle del Aragón, a la que llegamos en apenas 30 minutos conduciendo por la autovía en dirección Francia. Tal y como nos había dicho Héctor, este edificio se encuentra, no en el pueblo de Canfranc, sino en el pueblo Canfranc-Estación, a unos pocos kilómetros pasado el primero. Aparcamos al otro lado de la calle enfrente de la Estación Internacional, en el párking que hay al lado del ayuntamiento. Mientras Inma aprovecha para darle de comer a Elia, yo aprovecho para hacer fotos a este auténtico monumento de nuestra historia más reciente.

Estación Internacional de Canfranc
Estación Internacional de Canfranc

Lo cierto es que me pareció impresionante desde todos los puntos de vista, por su arquitectura y por estar integrada en semejante enclave natural. En ese momento todavía no conocíamos las interesantes peripecias históricas de las que había sido testigo este edificio, sin duda una de las paradas obligatorias si vienes al Pirineo Aragonés.

Como ya habíamos comprado las entradas por Internet (cosa que recomendamos encarecidamente, ya que en los meses de verano uno puede llegar hasta allí y marcharse sin poder visitarla por dentro), nos dirigimos directamente al punto de encuentro donde iba a comenzar la visita guiada a las 11h en punto. Cómo aún quedaban unos minutos, pudimos hacer algunas fotos muy cerca de las vías.

Estación Internacional de Canfranc

En pocos minutos aparece el que iba a ser nuestro guía, posiblemente uno de los mejores que hayamos tenido nunca. Desde aquí queremos aprovechar la ocasión para felicitar a George, que así se llamaba, no solamente por la enorme cantidad de datos interesantes que nos brindó, sino sobretodo por ejercer su oficio de una manera tan sana y divertida, hasta tal punto que todos los visitantes que formábamos el grupo nos desternillamos literalmente de la risa en más de una ocasión con sus ocurrentes comentarios. Y así, desde luego, da gusto aprender y seguir la visita se convierte en un auténtico placer.

Cara delantera de la Estación Internacional de Canfranc
Cara delantera de la Estación Internacional de Canfranc

La visita a la Estación Internacional de Canfranc (entrada con visita guiada, 3€ por adulto) resulta mucho más importante desde el punto de vista histórico que arquitectónico, lo cual es increíble porque su arquitectura ya tiene un valor inestimable. La historia de la estación es de una película hollywoodiense: resulta que los aragoneses llevaban ya muchos años, prácticamente desde la segunda mitad del siglo XIX, demandando a los gobernantes la necesidad de que el paso ferroviario que debía unir España con Francia se construyera en Canfranc. Después de numerosas peticiones (y más de una manifestación popular, como la que tuvo lugar en Zaragoza en 1914 que congregó a más de 15.000 personas) finalmente se emprendieron las obras en 1923. Cinco años más tarde, en 1928 el rey de España Alfonso XIII y el presidente de la República Francesa Gaston Doumergue inauguraban una estación de tren que sería, literalmente, mitad española y mitad francesa (de ahí lo de «internacional»), dividida a partes iguales desde su epicentro, el vestíbulo. Así, tenemos que en cada lado habían dependencias de cada país, incluyendo hacienda, enfermería, cafetería, hoteles, bibliotecas, correos y bancos propios.

Estación Internacional de Canfranc

Antes de empezar la visita, nuestro guía George nos facilita cascos a todos ya que en la actualidad se están abordando tareas de restauración y rehabilitación. Y yo con la peque a cuestas… Ya con nuestros cascos reglamentarios sobre nuestras cabezas, nos conduce primero escaleras abajo mientras nos explica las peripecias y dificultades técnicas que rodearon la construcción del edificio (entre las que se cuentan la irregularidad del terreno, la presencia de un río, el Aragón, que tuvo que ser desviado de su cauce natural, y las frecuentes avalanchas de nieve). Después nos acompaña a través del pasillo subterráneo, que se construyó para que los pasajeros pudieran cruzar las vías sin peligro, aunque esto lo llevaron a cabo algo más tarde, ¡después de darse cuenta de que no habían construido ningún paso para ellos!

George conduciéndonos a través del túnel subterráneo

Ya en el otro lado del túnel, subimos las escaleras para llegar al elegante vestíbulo, donde se encontraban trabajando algunos obreros y restauradores. Allí volvemos a detenernos para que George nos explique que el edificio ha tenido que sobrevivir a un sinfín de desgracias: a un incendio pocos años después de su inauguración, luego a una guerra civil y a una guerra mundial, y por último al olvido y al abandono por parte de los gobiernos de la democracia.

De todas las épocas, sin duda la que más está ligada a la estación por la innumerable cantidad de anécdotas y sucesos que suscitó fue la de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual el régimen nazi, al ocupar el país galo, ocupó también la media parte francesa de la Estación de Canfranc y la bandera roja con la esvástica llegó a ondear en su cima. Un destacamento de soldados nazis llegó incluso a instalarse en el pueblo para controlar que el paso por Canfranc de los lingotes de oro que Hitler enviaba a través de vagones al gobierno de Franco por el pago del wolframio (material a causa del cual, según se dice, la guerra se alargó varios meses más de lo previsto) se realizaba correctamente y con total discreción. Esta curiosa historia, enterrada durante décadas, salió a la luz casi por casualidad, cuando un conductor de autobús francés encontró unos papeles en la vía abandonada que atestiguan el paso de este material por la Estación de Canfranc.

Vestíbulo de la Estación de Canfranc

George seguía contándonos anécdotas curiosísimas relacionadas con la estación y no dábamos crédito. Algunas de ellas tuvieron como protagonistas a personas en su mayoría anónimas que llevaron a cabo actos verdaderamente heroicos. Una de ella fue Lola Pardo, modista de Canfranc quien, a la edad de 17 años, se convirtió en espía de los aliados junto a su hermana Pilar. Ambas transportaban secretos militares en tren desde su ciudad natal hasta Zaragoza, una peligrosa tarea que les había confiado Albert Le Lay, jefe de la Aduana desde su llegada en 1940 y principal enlace del espionaje aliado en España. Su secreto permaneció oculto durante 60 años, hasta que el marido de Lola, guardia civil de profesión, falleció. Una historia de película.

Parte trasera de las vías

De allí pasamos a la parte trasera de la estación, donde se encuentran las vías. Recuerdo haber estado en este mismo lugar con mis padres en uno de mis viajes por Huesca. Aquel día pudimos recorrer libremente las vías y explorar los vagones abandonados, cosa que hoy en día ya no es posible.

George retomando sus explicaciones en el exterior de la estación
Tren abandonado en Canfranc

Altamente satisfechos con la visita nos dirigimos al coche, no sin antes comprar en la Oficina de Turismo un ejemplar del libro «Canfranc. El oro y los nazis» de Ramón J. Campo, en el cual se trata en profundidad el asunto del fortuito hallazgo de los papeles que demuestran que por Canfranc pasaron lingotes de oro nazi. A Inma se le ocurrió la ingeniosa idea de que me acercara al bar que había justo al lado del parking a comprar unos bocatas porque intuíamos que en nuestro próximo destino sería complicado encontrar un sitio para comer. Una vez provistos de viandas retomamos nuestra ruta para visitar dos de las ermitas más antiguas de Aragón. Ambas se encuentran a medio camino entre Canfranc y Jaca, la primera de ellas es San Adrián de Sasabe.

San Adrián de Sasabe

Llegamos a la ermita románica de San Adrián de Sasabe (acceso gratuito), del siglo XI, en algo más de 20 minutos. Pertenece al bellísimo municipio de Borau, aunque se encuentra a las afueras de este, rebasando el río Lubierre. Llegamos a la pequeña iglesia después de un último tramo especialmente bonito y aunque no hay mucho sitio para aparcar el coche nos da la bienvenida una iglesia de origen visigótico, ubicada en un emplazamiento único. Y es que para acceder a él hay que cruzar un pequeño riachuelo, el mismo que dejó prácticamente enterrado durante siglos al edificio. No fue rescatado hasta los años 50 del siglo XX, cuando se convirtió en Monumento Nacional.

Se sabe de la iglesia que formó parte de uno de los monasterios más importantes de la historia de Aragón de finales del siglo IX y que fue sede de la Diócesis de Huesca. Según cuenta la leyenda este lugar fue una de las ubicaciones del Santo Grial en el Pirineo en su viaje a San Juan de la Peña.

San Adrián de Sasabe, en su privilegiada y curiosa ubicación

Cruzamos el río, casi seco en esta época, y nos deleitamos con el exterior del templo, de estilo románico jaqués, fotografiándolo en todo su esplendor. El día nos acompaña con un sol radiante que agradecemos después de un día de ayer pasado por agua.

Traspasamos su puerta principal y nos recibe un sobrio y hermoso interior con nave única acabada en un ábside semicircular.

Acceso al templo
Interior

Salimos por una puertecita lateral y como no podía ser de otra manera aprovecho para subirme a un barranco con el fin de sacar la mejor instantánea posible de la parte trasera de la ermita.

De vuelta al coche y aprovechando el buen día que hacía no pudimos evitar meter los piececitos de nuestra pequeña en la fresquita agua del río, cosa que ella disfrutó muchísimo ya que le apasiona el agua.

Elia aprovecha para refrescarse en el río

Santa María de Iguácel

Ponemos rumbo al siguiente destino del día, la ermita de Santa María de Iguácel, otra de las pequeñas joyas que esconde la zona. Para ello deshacemos el camino hecho en dirección al pueblo Castiello de Jaca. Una vez pasado éste, nos adentramos en el Valle de la Garcipollera (en el lado opuesto de la autovía), por el que avanzamos a través de una carretera angosta, hasta llegar a un camino sin asfaltar cuyo acceso cierran algunas veces durante los meses de invierno. Y no es de extrañar, puesto que tiene tramos realmente complicados, plagados de terrenos de piedras y algún que otro vertiginoso puente de un solo sentido.

Sta. María de Iguácel

Reconozco que en alguna ocasión lo llegamos a pasar realmente mal pues cada tramo del camino parecía estar peor que el anterior (desde aquí recomendamos ir con un vehículo apropiado, si es del tipo 4×4, mejor que mejor) y desconocíamos cuántos kilómetros quedaban para llegar al templo (ni nuestro GPS, ni Google Maps pudieron servirnos de ayuda). No nos apetecía nada que se nos pinchara una rueda en medio de ninguna parte, pero decidimos tener paciencia y seguir adelante, hasta que finalmente obtuvimos nuestra ansiada recompensa. Llegamos a una zona amplia, que es donde los visitantes deben dejar los coches. Desde allí se debe recorrer a pie el último tramo de aproximadamente 200 metros, atravesando nuevamente un río, hasta llegar a un idílico prado rodeado de pinos presidido por un edificio de envidiable belleza, la ermita de Santa María de Iguácel, custodiada en ese mismo momento por un conjunto de robustas vaquitas. Con todo, posiblemente la estampa más bonita de este viaje. Un lugar mágico que encierra en sí mismo la esencia más pura de Aragón.

Sta. María de Iguácel

Santa María de Iguácel fue propiedad del conde Sancho Galíndez, quien fuese consejero de Ramiro I. Se trata de un templo del siglo XI, de parecida sobria factura a la de San Adrián de Sasabe pero mucho más impresionante.

En ese momento, sobre la 13h de la tarde, no había nadie más que nosotros además de otra familia. Y si bien el exterior ya nos había dejado con la boca abierta, el interior nos iba a arrebatar el corazón. Entramos por la puerta principal y nos recibe un amable señor, custodio del templo, que le regala a nuestra pequeña Elia una postal con la imagen de la ermita firmada con la fecha del día de hoy para que pueda conservarla hasta el día que sea consciente de que un día estuvo aquí.

Interior
Interior

Una vez dentro pudimos comprobar que el ábside ¡conserva algunas de las pinturas murales originales! algo realmente inaudito teniendo en cuenta las enormes dificultades de conservación a las que se ven expuestas. Las pinturas, seguramente bastante posteriores a la construcción de la ermita, se dividen en varios registros:  en el primero aparecen representados doce santos; en el registro central escenas de la Virgen; y en el registro superior aparece la escena del Calvario.

Ciclo de pinturas murales del ábside

Una vez fuera, decidimos dar la vuelta completa a la ermita para contemplarla desde distintos ángulos, no sin antes visitar a nuestras amigas las vacas que habían decidido ir a descansar a los pies de la ermita.

Vacas en Santa María de Iguácel

Ya hemos dicho que este lugar es mágico. Las dificultades que habíamos tenido para llegar por aquel camino casi impracticable habían merecido bien la pena. No habríamos podido soñar mejor lugar para comernos bocadillos. Allí mismo hay unas mesas de madera donde uno puede sentarse y montar el mejor de los picnics. Regreso al coche para recoger nuestra comida mientras mis dos mujercitas me esperan disfrutando de la calma más absoluta y del aire puro. Por cierto, ¡los bocatas estaban buenísimos!

Desgraciadamente, y si queríamos seguir viendo cosas, debíamos volver al coche y regresar por donde habíamos venido.

Mirador de Hoz de Jaca

La vuelta se nos hizo algo más corta que la ida puesto que ya conocíamos el camino. Como íbamos sobrados de tiempo decidimos cambiar de comarca y también de valle, adentrándonos en otro de los valles más hermosos de todo el Pirineo, el Valle de Tena, situado en la comarca del Alto Gállego. Este valle cuenta con famosas estaciones de esquí, como la de Formigal y la de Panticosa, y con dos extensos embalses, el de Búbal y el de Lanuza.

Tardamos aproximadamente una hora en llegar hasta nuestro próximo destino, el mirador que hay en el pueblo de Hoz de Jaca, al que quisimos llegar por recomendación de nuestro anfitrión Héctor.

Hoz de Jaca

Desde allí, a unos 1270 metros de altura, uno puede admirar las espectaculares montañas del Valle del Tena y el embalse de Búbal en todo su esplendor, aunque sea con poca agua.

Mirador de Hoz de Jaca
Valle de Tena y Embalse de Búbal

Justo al lado del mirador, se encuentra una de las atracciones más populares del pueblo, la tirolina del Valle de Tena, inaugurada en el verano de 2016, una tirolina única en Europa dada su longitud y la posibilidad de realizar el salto por parejas. Desde allí esperamos a que unos clientes se tiraran al vacío, un espectáculo que al menos yo prefiero disfrutar desde bien lejos… ¡Nunca sería capaz de tirarme!

Tirolina del Valle de Tena

Lanuza, el Ave Fénix

Había llegado el momento que tanto habíamos esperado. Un día, mientras mirábamos algunas fotografías del Pirineo Aragonés, de repente vimos una que nos deslumbró por su belleza. Se trataba de una fotografía de Lanuza, un pueblo del Valle de Tena perteneciente al municipio de Sallent de Gállego que atesoraba una interesante historia.

Embalse de Lanuza, con el pueblo a la izquierda

Como el Ave Fénix, Lanuza resurgió gracias al tesón y el cariño de sus vecinos después de que en los años setenta fuera expropiado para la construcción de un embalse, el mismo que hoy en día lleva su nombre, el cual iba a dejar anegado su casco urbano según los cálculos y las previsiones de los técnicos. Los ciudadanos de Lanuza tuvieron que marcharse a otros pueblos con la convicción de que nunca más volverían a pisar sus casas.

Lanuza

Pero a veces las matemáticas fallan, y en este caso fallaron. Las previsiones no se cumplieron y las aguas no llegaron a cubrir el pueblo por unos pocos metros de diferencia. Los vecinos regresaron entonces a una localidad fantasma, víctima de los vándalos que habían aprovechado la circunstancia para llevarse hasta las puertas.

Calle principal de Lanuza

La parte de la historia que convierte a Lanuza en un lugar especial, digno de mención, es la que viene ahora. Lejos de darse por vencidos, los vecinos decidieron ponerse manos a la obra y reconstruir uno a uno los edificios de su pueblo. El primero en ser restaurado, la iglesia, símbolo de Lanuza, y luego todos los demás. Así, y después de una ardua tarea de varios años, hoy en día brilla este lugar como uno de los lugares más hermosos de todo Aragón.

Iglesia de Lanuza
Lanuza
Hotel de Lanuza

Deseosos de conocer la leyenda del pueblo resucitado, nos dirigimos allí después de cruzar la carretera que cruza la presa del embalse. Lo que nos encontramos superó todas nuestras expectativas, que ya eran tremendamente altas. Lanuza bien podría ser el pueblo de nuestros sueños: pequeñito, tranquilo, formado por paredes de piedra y tejados de pizarra, enclavado en un lugar sin parangón, rodeado de naturaleza por los cuatro costados, entre los altos picos pirenaicos y a orillas del embalse. Nos vino a la mente levemente la imagen de Hallstatt, el pueblo austríaco, pero tenemos que decir que Lanuza, aunque infinitamente más pequeño, nos gustó todavía más.

Vivienda de Lanuza
Vivienda de Lanuza
Lanuza

La visita a Lanuza tuvo que ser algo apresurada porque el cielo amenazaba lluvia y no queríamos que la peque se mojara. No obstante, el clima terminó por respetarnos hasta el final, cuando bajamos a la orilla del embalse de Lanuza a hacernos algunas fotos.

Elia frente al embalse de Lanuza

Tristes por tener que abandonar este lugar de cuento, volvemos a la carretera, no sin antes detenernos un momento en un rincón cercano a la presa del embalse para admirar por última vez la mejor panorámica del pueblo. No podíamos marcharnos sin hacer esta foto, ¿no es así?

Lanuza

Todavía nos detuvimos una vez más en la carretera de vuelta a Jaca, en un área de descanso para dar de comer a Elia. Allí pudimos disfrutar de nuevas y maravillosas panorámicas:

Valle de Tena

Museo del dibujo Julio Gavín de Larrés

La última parada del día y de nuestra ruta por la provincia de Huesca es un lugar realmente curioso: un museo dedicado al dibujo dentro de un castillo del siglo XV. Esta visita no la teníamos programada pero desde que lo vimos señalizado el primer día que llegamos a Jaca, nos entró la curiosidad y pensamos en ir a visitarlo en el caso de que tuviéramos tiempo. Además nos cogía de camino pues Larrés, pequeña localidad perteneciente al municipio de Sabiñánigo, está muy cerca de Jaca. En poco más de media hora estábamos allí.

Castillo de Larrés, sede del Museo del dibujo Julio Gavín

El Castillo de Larrés, levantado en el siglo XV, fue propiedad de una de las familias nobles aragonesas con más renombre, los Urriés, hasta el siglo XIX. Ya en 1983 fue donado a la asociación «Amigos del Serrablo», la cual puso en marcha el proyecto de crear un museo del dibujo en su interior, proyecto que finalmente pudo hacerse realidad en 1986 gracias al entonces presidente de la asociación, Julio Gavín.

Entrada al Museo del dibujo de Larrés
Elia haciéndose amiga de un peculiar personaje de cómic

La colección que atesora este museo es sencillamente impresionante. El Museo del dibujo (entrada 4€ por adulto) reúne una nutrida selección de dibujos cuyo arco cronológico abarca desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. En sus diversas plantas se exponen casi 400 obras repartidas en 17 salas distintas, sin embargo el museo cuenta con un fondo de 4.000 obras, lo que posibilita que las colecciones expuestas se vayan renovando periódicamente. Es, por todo ello, un museo de referencia nacional en cuanto al dibujo español contemporáneo se refiere.

Planta baja del Museo del dibujo

Repartidos en las diversas salas, obras de las mejores manos del panorama de la ilustración española como Pedro Martínez Sierra, Narváez Patiño, José Ignacio Cárdenas o Margarita Cuesta, y de renombrados artistas como Ignacio Zuloaga, Salvador Dalí, Pruna, Millares, Gómez de la Serna o Benjamín Palencia. Por último, una de las torres, la norte, alberga las salas dedicadas al dibujo de humor gráfico (con obras de Mingote, Perich, Peridis, Gállego & Rey, Forges,…) y a la historieta (con dibujos de Francisco Ibáñez, José Escobar, Alfonso Font,…).

Algunas de las obras de dibujantes aragoneses

En definitiva, un auténtico hallazgo no solo para los amantes del dibujo y el arte en general, sino para cualquier persona, sobretodo para familias con niños ya que estos tienen a su disposición diferentes actividades lúdico-creativas en el interior del museo.  De hecho mientras visitábamos el museo, muchos de ellos jugaban en grupos a encontrar una serie de obras a partir de las cuales posteriormente debían dibujar su propia versión.

Una visita perfecta para terminar nuestro último día, curiosa, divertida e interesante. En muy pocos minutos ya estábamos en nuestro alojamiento, cenando en nuestro rincón del jardín.

A la mañana siguiente nos despedimos de nuestro anfitrión Héctor y de sus padres. Todos han sido extremadamente serviciales, hemos estado tan a gusto en Villa Iacca que no nos cansaremos de recomendarlo a cualquiera que desee pasar unos días en Jaca.

Nuestra primera intención para el día de regreso a casa era aprovechar para hacer algunas visitas por la provincia de Zaragoza que nos quedaban de paso, pero en el último momento consideramos que no debíamos cansar en exceso a nuestra pequeña. El viaje iba a ser bastante largo, por eso decidimos hacer noche en la provincia de Teruel, concretamente en el Hotel La Fonda de la Estación, en la Puebla de Valverde, justo al lado de la autopista A-23 que lleva a Sagunto, ubicado en una encantadora casa de campo del siglo XIX. Llegamos ya por la tarde y cenamos tranquilamente en su restaurante.

Al día siguiente llegamos a Cieza satisfechos de haber recorrido nuevamente nuestra querida Huesca. Felices de que nuestra pequeña Elia la haya conocido por fin. Entusiasmados por todo aquello que hemos visitado y deseosos de volver muy, muy pronto por allí.

¡Huesca es mágica! ¡Gracias por seguirnos en esta nueva aventura! ¡Hasta la próxima!

Alojamiento cantinelero

Para esta ruta y después de dormir una noche en casa de la familia Mazarico, decidimos tomar como base la ciudad de Jaca para explorar los alrededores y el Hotel Villa Iacca como alojamiento. Este cumplió todas nuestras expectativas en todos los aspectos: inmejorablemente situado en la entrada de la ciudad (pero no muy lejos del centro histórico), moderno y dotado con todas las comodidades. Sin embargo, lo mejor fue la atención brindada por nuestro anfitrión Héctor, que se ocupó en todo momento de que a Elia no le faltara de nada.

Villa Iacca (Fuente de la imagen: www.villaiacca.com)
Villa Iacca (Fuente de la imagen: www.villaiacca.com)

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