
Érase una vez Alsacia
Ruta de 5 días por la región de los cuentos
Indice
Decir que teníamos muchísimas ganas de hacer este viaje es quedarse corto. Para nosotros Alsacia era uno de esos destinos pendientes, muy pendientes, desde hacía años.
No viajábamos al extranjero desde nuestro viaje a la Provenza en 2016, poco antes de saber que íbamos a ser papis. Ya podéis imaginar lo mucho que esperábamos volver a coger un avión después de una pausa de dos años, y lo especial que iba a ser este nuevo viaje para nosotros. Sobretodo porque iba a ser la primera vez con Elia en un país extranjero y su primera vez en avión. Y iba a ser Francia. De nuevo Francia.
No se nos ha ocurrido mejor título para nuestro viaje a Alsacia. Érase una vez una tierra de cuentos de hadas, de fachadas de colores y calles de juguete. Érase una vez un reino de mares verdes, de amplios viñedos que se extienden allá donde no alcanza la vista. Érase una vez Alsacia.
En esta ocasión, y ante la falta de opciones hoteleras, nos hemos decidido por alquilar un apartamento a través de Airbnb. El elegido fue un apartamento situado a solo 5 minutos caminando del centro de Colmar, ideal en todos los sentidos porque disponíamos de plaza privada de párking, cocina y todos los enseres necesarios para la comodidad de nuestra pequeña.
¿Nos acompañas a la tierra de los sueños?
Día 1
Suena el despertador, son las 4:20h de la madrugada, no lo podemos creer, por fin ha llegado el día: ¡nos vamos a Alsacia!
Durante estas últimas semanas parecía que el destino había querido ponernos a prueba: primero fue Elia, que se puso malita hace dos semanas; después fue Inma, víctima de un sospechoso dolor de barriga hace cuatro días; y por último me tocó a mí, que padecí un virus estomacal (con visita a urgencias incluida) justo en los dos últimos días antes de nuestro viaje. Rezando estaba literalmente para que pasara lo antes posible y no tener que cancelar nuestro viaje. Para colmo, justo la tarde antes de nuestra partida, mientras preparábamos nuestras maletas, Inma sufrió un pequeño accidente al caérsele un tubo grande de papel de plástico en los dedos del pie… Afortunadamente todo quedó en un susto.
No sabíamos muy bien cómo (a punto estuvimos varias veces de anularlo todo…), pero allí estábamos, preparados para un viaje para el que habíamos esperado más de 6 meses desde que lo reserváramos todo allá por diciembre. Muchos interrogantes flotaban en el aire, ¿cómo iría el primer viaje de Elia en avión? ¿Se pondría nerviosa? ¿Estaríamos preparados para afrontar y solventar cualquier situación?
Nos decimos una y otra vez «todo saldrá bien» y cogemos el coche con destino al aeropuerto de Alicante. Después de dejar nuestro coche en el aparcamiento de la empresa Ecoparking (siempre confiamos en ellos en estos casos), nos dirigimos a nuestra puerta de embarque. Nuestro vuelo sale a las 9:00h. Nos instalamos en nuestros asientos (Elia encima de su mamá) y después de un pequeño retraso de 20 minutos por fin despega nuestro avión.

Nuestra pequeña se muestra súper tranquila, como si viajara en un autobús. ¡Es un momento histórico! ¡Su primer viaje en avión con solo 15 meses de edad!
Hemos tardado aproximadamente un par de horas en llegar al Aeropuerto de Basilea/Mulhouse/Friburgo, la principal puerta de entrada para todos aquellos que deseen visitar la región de la Alsacia. Este aeropuerto tiene una particularidad bastante curiosa y es que se encuentra en un lugar donde confluyen tres países distintos, Francia, Alemania y Suiza, por lo que debemos prestar mucha atención si queremos salir por la zona correcta, en este caso la zona francesa. Elia se ha portado muy bien durante todo el vuelo, así que nuestro primer temor, ¡disipado!
Una vez en tierra, nos dirigimos al mostrador de la compañía de alquiler de coches Europcar. Habíamos reservado a través de Rentalcars un coche de 5 plazas, con la cobertura del seguro a todo riesgo incluida, por 226,65€ para 5 días (sillita de bebé a pagar aparte por 60€ más). Ante nuestra sorpresa, la recepcionista nos ofrece un coche de categoría superior, concretamente un Mercedes Clase A automático. ¡Menuda suerte!
Decidimos comer unos bocadillos en el mismo aeropuerto y luego dirigirnos directamente hasta nuestro apartamento en Colmar. Tardamos unos 45 minutos en llegar hasta el alojamiento de nuestro anfitrión Lionel, aunque no nos recibió él en persona, sino su amiga Anne-Marie. Esta era la primera vez que reservábamos a través de Airbnb, casi nos vimos obligados ante la falta de opciones de hoteles fiables y con buena ubicación que presentaba Booking (nuestra web habitual de reservas) para esas fechas en Alsacia. Lo cierto es que nuestra primera vez con el sistema Airbnb fue todo un acierto, pues la comunicación con el anfitrión fue en todo momento cordial y fluida, y el apartamento tenía todo lo necesario para nuestra estancia de 5 noches: una cocina equipada con todos los enseres necesarios (horno, microondas, nevera,…), cuna, trona, baño completo,… ¡hasta juguetes y cuentos que Elia no dudó en disfrutar desde el primer momento!

Por fin podíamos relajarnos, habíamos llegado a Colmar sin ninguna incidencia, así que era hora de salir a explorar Colmar, capital del departamento del Alto Rin y la segunda ciudad más grande y con más alicientes turísticos de Alsacia después de Estrasburgo.
Antes de comenzar nuestra aventura queremos agradecer la ayuda prestada por nuestra gran amiga y compañera viajera Alicia del blog Trotajoches (que tiene un post sobre su ruta por Alsacia que es una auténtica delicia) y, muy especialmente, la ayuda prestada por nuestra queridísima María del blog Descubriendo Alsacia. Jienense afincada en Alsacia, María es una de esas personas que uno tiene la suerte de cruzarse alguna vez en la vida en cuya esencia se concentra la más pura generosidad sin condiciones. Ella fue quien contestó a infinidad de preguntas con la más dulce de las simpatías. Gracias a ella pudimos elaborar la mejor de las rutas posibles, y por ello no podíamos irnos de Alsacia sin conocerla personalmente, hecho que ocurrió aquella misma tarde. Este post, amiga, ¡va por ti!
Resumimos nuestro recorrido por Colmar en el siguiente mapa:
Colmar
Musée Unterlinden
Nuestra ruta por Colmar comenzó por el Musée Unterlinden, quizás el museo más importante de toda Alsacia, a tan solo 5 minutos caminando desde nuestro apartamento. Nos pareció algo desconcertante el hecho de que ningún otro bloguero hubiera visitado el interior de este antiguo convento del siglo XIII reconvertido en museo, sobretodo teniendo en cuenta que alberga una de las obras maestras de Occidente, el Retablo de Isenheim, pintado por Matthias Grünewald. Nos enorgullece saber que este será probablemente uno de los pocos diarios de viaje sobre Alsacia en el que aparezca este museo, ¿quién sino nosotros, que somos unos grandes amantes del arte?
El Musée Unterlinden (entrada 12,50€ por adulto) muestra una valiosa colección de obras tardo-medievales y renacentistas que muchos museos en el mundo envidiarían. La lista de autores ilustres es larga: Martin Schongauer, Alberto Durero, Lucas Cranach el Viejo o Hans Holbein el Viejo. La visita resulta algo confusa y laberíntica, ya que al ir con carrito de bebé nos vimos obligados a buscar siempre los ascensores para subir y bajar a las distintas plantas, lo cual nos desorientó enormemente.


La colección se completa con obras realmente interesantes, como un mosaico romano del siglo III (el conocido como Mosaico de Bergheim).
Nos llevamos una sorpresa al encontrar también una notable colección de pintura de los siglos XIX y XX, de nombres como Monet, Guillaumin, Dubuffet, Picasso, Bonnard o Delaunay. Me hizo especial ilusión encontrar un cuadro de Séraphine Louis, unas de las artistas clasificadas por los historiadores dentro del movimiento ousider, aquel que incluye a todos aquellos creadores sin formación artística alguna, guiados por su propia necesidad de crear sin pretensiones ni reglas establecidas.

Sin duda la parte más atractiva del museo es el antiguo claustro medieval que pertenecía al convento de las monjas dominicas. Un lugar enormemente bello y poético que merece un pausado paseo.


Accediendo a través de una de las puertas que dan al claustro se accede a la sala más importante de todo el museo, antigua capilla principal del convento y aquella que alberga una de las obras pictóricas más excepcionales de la humanidad, el Retablo de Isenheim de Grünewald.

El retablo fue pintado entre 1512 y 1516 y está formado por, nada más y nada menos, que 9 paneles distribuidos en diversos conjuntos. El más conocido e impresionante es el panel central, que representa la crucifixión de un Jesucristo que se retuerce de dolor como ningún otro lo ha hecho jamás. La obra proviene del convento de los antoninos de Isenheim, al sur de Colmar, que es el lugar para el que fue diseñado. El preceptor de dicho convento, Guido Guersi, fue quien encargó la obra a Grünewald.

Tengo que confesar que esta obra siempre me ha fascinado, desde que la descubrí estudiando la carrera. Siempre me he preguntado cómo Grünewald fue capaz de dotar de tanto dramatismo y expresividad a un conjunto de figuras en pleno siglo XVI, adelantándose así cuatro siglos al movimiento expresionista alemán, por citar algún ejemplo de movimiento propio del siglo XX. Me juré a mí mismo que algún día contemplaría esta obra en vivo y en directo, siendo esta una de las principales razones por las que deseaba ir a Alsacia. Otro de mis sueños, cumplido.

El arriesgado retorcimiento de los miembros de las figuras, así como el extremo gesto de dolor en el rostro de los personajes representa un fenómeno único en la historia del arte. Uno se pregunta entonces por qué razón los expertos no han prestado más atención al Renacimiento nórdico, ensombrecido siempre por el Renacimiento italiano.
Nos dirigimos ahora hacia nuestro siguiente destino, la Place des Dominicains. Resulta evidente que ya nos encontramos en el centro histórico de la ciudad pues las calles están repletas de gente y de un ambiente festivo propiciado por la participación de la selección francesa de fútbol aquella misma tarde en la copa del mundo. Los bares y restaurantes se llenan de aficionados franceses ataviados con los colores de la bandera tricolor. De camino hacia allí, pasamos por delante de una de las casas más célebres de Colmar, pues en cuya fachada podemos contar hasta 106 caras, la Maison des Têtes (casa de las cabezas).
Place des Dominicains
Llegamos a la Place des Dominicains, una de las más animadas de Colmar, donde se erige la elegante Église des Dominicains (Iglesia de los dominicos), de un gótico austero de cuyos muros se desprende el color amarillo anaranjado característico de la arenisca de Rouffach (grès de Rouffach) que también encontraremos en la Collégiale Saint Martin.

Nuestro primer encuentro con las típicas casas alsacianas de entramado de madera tiene lugar en este momento. Empezamos a sentirnos dentro de un cuento escrito por una mente fabuladora e imaginativa.
Casas de la Place des Dominicains
Place de la Cathédrale
Continuamos hacia la gran plaza principal de Colmar, la Place de la Cathédrale, presidida en su centro por el templo principal de la ciudad, la imponente Collégiale Saint Martin (Colegiata de San Martín). Construida entre los siglos XIII y XIV, es una de las iglesias más importantes de toda Francia, aunque se la conoce como la «catedral de Colmar». Esta afirmación tiene un fundamento real, ya que sí obtuvo el rango de catedral durante un breve lapso de tiempo, concretamente durante unos pocos años. Primero decidimos explorar su interior, de 3 naves separadas por columnas con arcos apuntados. La nave central termina en un precioso ábside pentagonal.


Como ya hemos mencionado, su aspecto exterior es imponente. Es toda una suerte poder dar la vuelta completa al edificio mientras paseas por la plaza, ya que así puedes detenerte a contemplar todos los detalles. Nos llamaron la atención los bellísimos contrafuertes y, en especial, la cubierta de tejas al estilo alsaciano, elaboradas con cerámica vidriada de color verde y ocre. La única pega es que en la plaza pueden aparcar los coches, lo cual resta algo de encanto a la visión del conjunto.


En la Place de la Cathédrale existen más puntos interesantes que visitar, como la renacentista Salle du corps de garde, antigua casa de guardia de la ciudad, o su edificio adyacente, la Maison Adolph, una de las casas más antiguas de Colmar, data del siglo XIV.

Desde este punto, cogemos la Rue Mercière para admirar otra de las casas de Colmar dignas de ser admiradas cual obras de arte, la Maison Pfister. Construida en 1537 por un sombrerero, su fachada está repleta de pinturas murales que representan escenas bíblicas. De repente fuimos conscientes de toda la belleza que nos rodeaba en ese momento, merece mucho la pena detenerse a admirar el resto de fachadas de este cruce de calles.


Muy cerca de aquí se encuentra el Musée Bartholdi, ubicado en el lugar de nacimiento de Auguste Bartholdi, reputado escultor del siglo XIX natural de Colmar. El logro por el que Bartholdi es reconocido mundialmente es el de haber creado la Estatua de la Libertad de Nueva York, un logro por el que será recordado siempre. Pensamos en visitar este museo a la vuelta pero lamentablemente ya estaba cerrado así que… ¡ya tenemos una buena excusa para regresar a Colmar algún día!
La Grand Rue
Desde la Maison Pfister continuamos por la espléndida y vistosa Rue de Marchands para llegar a la Grand Rue, arteria principal del casco histórico de Colmar.
Rue des Marchands
Justo en la intersección entre la Rue des Marchands y la Grand Rue se encuentran algunos de los edificios más bellos de Colmar, al menos a nuestro juicio. En Navidad todo Colmar se viste de gala y este rincón es uno de los que resulta más favorecido por la decoración navideña.


Place de l’Ancienne Douane
Un edificio hace de enlace entre la Grand Rue y otra de las plazas que no debemos perdernos en nuestra visita a Colmar, la Place de l’Ancienne Douane, la cual toma su nombre precisamente de este edificio construido en los siglos XV y XVI. Nos referimos al Koïfhus, antigua casa de la aduana de la ciudad. En la actualidad sirve como centro cultural donde se celebran diversas exposiciones.
Después de pasar por debajo del Koïfhus, admiramos otra de las bellas plazas de Colmar, la Place de l’Ancienne Douane. Las flores son sin duda las protagonistas absolutas en esta plaza dulcemente diseccionada por pequeños canales por donde circula el agua. En definitiva, una delicia para los sentidos.


La plaza está presidida por la elegante Fuente Schwendi, coronada por una estatua de bronce diseñada por el artista más famoso de la ciudad, Bartholdi, en honor a Lazare de Schwendi, un jefe militar del siglo XVI que luchó contra los turcos en Hungría, país desde el que se trajo, según cuenta la tradición, la variedad de uva Tokay, dando lugar así al nacimiento de la variedad de uva francesa Tokay de Alsacia.
Nos dirigimos ahora el barrio que más ganas teníamos de visitar, la denominada La Petite Venise, que se encuentra muy cerca de la plaza. Para llegar hasta allí, nuevamente se cruzan en nuestro camino bellas y originales fachadas que no podemos dejar de fotografiar… ¡Esto es un sivivir!
Fachada de fantasía, de camino a la Petite Venise
La Petite Venise
La zona más hermosa de Colmar no defrauda en absoluto, por muy altas que se tengan las expectativas. Pocos lugares hemos visitado más fotogénicos, pintorescos y encantadores. En realidad, la Petite Venise (la pequeña Venecia) es como popularmente se conoce al antiguo barrio de pescadores de Colmar, concretamente a los alineamientos de casas que se encuentran acompañando al curso del río Lauch en su paso por la ciudad. Las imágenes hablan por sí solas…

A nuestro juicio, existen tres puntos claves desde donde realizar las mejores fotografías: el puente de la Rue des Tanneurs, el puente de la Rue des Écoles (situados uno enfrente del otro) y el puente de la Rue Turenne, situado algo más adelante.

Pasear por la Petite Venice es un lujo viajero en toda regla, uno de esos momentos que toda persona desea tachar de su lista de deseos viajeros algún día. Nosotros, como no podía ser de otra manera, disfrutamos de cada paso que dimos, deteniéndonos a admirar el pausado vaivén de las góndolas que navegaban por el río y el tono pastel de las casas alsacianas. Una de ellas era una tienda de dulces típicos de Riquewihr, uno de los preciosos pueblos que estábamos a punto de descubrir aquellos días, por lo que no dudamos en comprar algunos y llevárnoslos a la boca… Mmm…

«Pero, ¿en estas casas vive gente?», nos preguntábamos una y otra vez. «¿En serio? ¿O solo es un decorado para una película?». No nos lo terminábamos de creer muy bien. El paseo por la Petite Venise nos resultó muy agradable pues en aquella hora de la tarde no había mucha gente. La guinda final llegó cuando atravesamos el tercer puente que cruza el Lauch, concretamente el puente de la Rue Turenne. Aquí ya sufrimos un síndrome de Stendhal en toda regla…



Mientras admirábamos todas aquellas maravillas, yo trataba de concertar una cita con una persona muy especial. Y es que teníamos que conocer personalmente fuera como fuera a María, autora del blog Descubriendo Alsacia, la persona que tantas y tantas veces nos había ayudado a trazar nuestro viaje por tierras alsacianas, incluido por supuesto nuestro recorrido por Colmar.
Quedamos con ella y con su pareja, Joaquín, en la Place des Dominicains, de modo que volvimos en dirección a la Grand Rue, subiendo después por la Rue de l’Église hasta la Collégiale de Saint Martin y llegando por último a la citada plaza.
En una tienda de la plaza aprovechamos para comprar unos sandwiches que cenaríamos más tarde en el apartamento. Elia, que se acababa de despertar de su siesta hacía poco rato, pudo disfrutar entonces de un momento de esparcimiento corriendo por la Place des Dominicains mientras esperábamos a María y Joaquín.
Elia corriendo por la Place des Dominicains
Nuevos descubrimientos
De repente vimos a una chica que con una gran sonrisa se acercaba hacia nuestra Elia. Una de las mejores cosas que tiene el poder compartir tu blog es conocer a gente majísima con la que entablas amistad. María, española afincada en Alsacia, siempre nos ofreció su ayuda y sus consejos sin recibir nada a cambio. ¡O eso pensaba ella!
María nos llevó a descubrir nuevos rincones menos conocidos por los turistas, rincones como la Petite Rue des Tanneurs, enclavada en pleno antiguo barrio de curtidores. Las casas de esta pequeña calle datan de los siglos XVI y XVII, y aunque fueron restauradas en pleno siglo XX no han perdido un ápice de su encanto.

Desgraciadamente llegó la hora de despedirnos de nuestros amigos, no sin antes emplazarles a hacernos una última visita a nuestro apartamento para recibir un pequeña muestra de gratitud por habernos brindado su valiosa amistad que guardaremos a partir de ahora como un tesoro. Como María se había enamorado de Elia perdidamente desde el primer momento, quisimos hacerles una foto a las dos juntas…


Ahora sí, es hora de regresar al apartamento, ducharnos y ponernos cómodos antes de cenar nuestros sandwiches. Mañana nos esperaba un día inolvidable, lo que no esperábamos era que superaría ampliamente nuestras expectativas, ¡que ya eran muy, muy altas!
Día 2
Nos levantamos sin prisa pero sin pausa en nuestro apartamento alsaciano, hoy nos esperaba a priori uno de los días más bonitos de nuestro viaje. Lo que no imaginábamos era que lo que estábamos a punto de ver superaría cualquier expectativa, incluso podemos decir que fue uno de los mejores días, no solo de aquel viaje, sino de todos nuestros viajes.
Esa misma tarde tocaría hacer la compra para el resto de días que nos quedaban por delante pero hoy no tenemos nada, así que me toca ir a la panadería más cercana a comprar el desayuno. Por suerte hay una buenísima a unos 5 minutos caminando, ¡qué buenos están los croissants! Hoy visitaremos tres de los pueblos más bonitos de Alsacia: Eguisheim, Turckheim y Kaysersberg. ¿Estáis preparados para acompañarnos?
Eguisheim
Nuestra primera parada del día es Eguisheim, el village preferée des français 2013 (pueblo preferido de los franceses 2013). Esta es una distinción que conceden los propios franceses en una votación conjunta que se realiza una vez al año y en la que, después de elegir a unos cuantos finalistas, se decide el ganador en una gala final. Curiosamente este año la gala coincide con nuestro viaje así que vamos a tener la oportunidad de seguir la votación de este año por televisión, pero eso ya os lo contaremos en su debido momento…
De modo que Eguisheim fue elegido en 2013 por los franceses como su pueblo preferido. También se encuentra en la prestigiosa lista de la Asociación Les villages les plus beaux de France (los pueblos más bonitos de Francia). Por si fuera poco, no eran pocas las personas que nos habían dicho que Eguisheim es posiblemente el más bonito entre los bonitos, entre ellos nuestra amiga Alicia de Trotajoches, que dedicó un precioso post a esta villa de cuento.
Todos estos eran sobrados motivos para que fuéramos con muchas ganas a nuestra primera parada del día. Salimos del parking privado de nuestro apartamento de Colmar y en unos 15 minutos ya estábamos en uno de los aparcamientos (3€ para todo el día) al aire libre habilitados en el exterior del perímetro de las murallas del pueblo. Creo que hicimos muy bien al ir a Eguisheim a primera hora de la mañana, ya que queríamos disfrutar del pueblo sin demasiados agobios y así fue.
Hemos visitado pueblos muy bonitos a lo largo de nuestros viajes (es una de nuestras debilidades, los pueblos con encanto) pero Eguisheim sin duda quedará a partir de este momento como nuestro preferido. Y lo es por una sencilla razón: porque es el más bonito de todos, no hay discusión posible. La única desgracia del asunto es que a partir de ahora compararemos los pueblos bonitos que nos quedan por ver en el futuro con Eguisheim, y la gran mayoría, estamos seguros de ello, quedarán por debajo. ¿Queréis pruebas? Pues aquí las tenéis.
Le Pigeonnier
Una de las extraordinarias peculiaridades de Eguisheim es su forma circular. En su día se construyó una doble fortificación siguiendo dos elipses, a pesar de que el lugar no tenía vocación militar. Hoy en día se han convertido en dos calles paralelas que dan la vuelta al pueblo rodeándolo por completo. De modo que si uno sigue por ejemplo la Rue du Rempart Nord, por cualquiera de sus sentidos, ¡volverá inevitablemente al punto desde donde partió!
Nada más atravesar una de las puertas de entrada al pueblo, torcemos a la izquierda para tomar la Rue du Rempart Sud. Enseguida nos encontramos con el rincón más célebre de Eguisheim y uno de los más fotografiados de toda Alsacia: Le Pigeonnier (el palomar), el cual, dada su curiosa ubicación, divide la calle en dos. Serían las 9.30h de la mañana, una hora perfecta para fotografiarlo sin apenas gente.

Rue du Rempart Sud y Rue du Rempart Nord
Estas dos calles son en realidad una, aquella que rodea el pueblo en círculo por su perímetro. Bien podría merecer el título de calle más hermosa del mundo: adentrarte en ella es adentrarte en un cuento de colores que embrujaría el sentido de la persona más cuerda.

Para colmo, estamos en plena época de los villes fleuris (pueblos floridos), cuando una serie de pueblos alsacianos escogidos se llenan de flores, sacando a relucir las mejores intenciones de sus vecinos, haciendo gala de una espectacular demostración de alegría. Así, la magia de las típicas casas alsacianas o maisons à colombages, con su característico entramado de madera construido sobre una planta baja de piedra, cobra más vida y color que nunca.


Pasear por el eterno círculo sin fin de la Rue du Rempart es como adentrarse en el País de las Maravillas de Alicia o en los dominios de las sirenas de la Odisea: si no estás atento, puedes quedar seducido y atrapado para siempre. De hecho, nosotros teníamos la previsión de visitar el pueblo en una o dos horas como mucho, pero no pasear sin prisas ni obligaciones por Eguisheim debería estar penado por la ley.


Place du Château
Nos dirigimos ahora a la plaza central del pueblo, la Place du Château, presidida por otra de esas fuentes bellísimas que hay por toda Alsacia, la Fuente de Saint-Leon, dedicada al personaje más ilustre de la villa, Bruno d’Eguisheim, que se convertiría en el Papa León IX en el siglo XI.

En esta misma plaza también encontraremos los dos monumentos más importantes de Eguisheim, el Castillo des Comtes d’Eguisheim y la Capilla de Saint-Léon, ambos situados sobre una plataforma de forma octogonal, recuerdo de los antiguos muros que formaban parte del castillo en época medieval. Ambas construcciones fueron restauradas en el siglo XIX en un estilo neo-romano.


Entramos en la la pequeña capilla, de coqueta construcción, también dedicada a Bruno d’Eguisheim. En su interior, encontramos un relicario que contiene una pieza del cráneo del Papa Leon IX, cuya vida se representa en las escenas de las vidrieras.

Justo en ese preciso instante nuestra pequeña cerecita despertó de su siesta matutina, así que aprovechamos para fotografiarnos en una de las plazas más bonitas, como no podía ser de otra manera, de toda Alsacia.


A continuación, hicimos lo que mejor se puede hacer en Eguisheim: perdernos. Pequeñas placitas y nuevas calles empedradas llenas de encanto se cruzan en nuestro camino, como también numerosas bodegas de vino familiares. Y es que no olvidemos que Eguisheim es una parada obligatoria en la ruta del vino alsaciana, pues desde tiempos inmemoriales ha desempeñado una rica e intensa actividad vitícola gracias a las fértiles tierras que siempre han rodeado la villa.
Hoy en día los alrededores de Eguisheim están repletos de extensos dominios cubiertos de viñedos, vigilados por la imponente silueta de los tres castillos (les Trois Châteaux du Haut-Eguisheim). Antaño, las granjas agrícolas, propiedad de nobles y de ricas abadías, eran lugares de venta y producción, y se encontraban todas agrupadas en el interior de la villa para protegerse de los pillajes, de ahí la construcción de las murallas antes mencionadas. Se calcula que en el siglo XVII habían unas veinte granjas de este tipo en Eguisheim, lo cual era una cantidad considerable para una villa tan pequeña, demostrándose así la importante proyección vinícola del pueblo.
Paseando por Eguisheim
Église de Saint-Pierre et Saint-Paul
De repente nos topamos con un nuevo templo (¡con la Iglesia hemos topado!), la Iglesia de Saint-Pierre et Saint-Paul, muy cerca de la Place du Château. Se trata de un edificio construido en el siglo XIII, cuya única parte original que se ha salvado de las reformas posteriores es su campanario gótico. En su interior, hay una interesante virgen de madera policromada, una de las únicas en su género que todavía existe en Alsacia.


Antes de marcharnos de Eguisheim, nos apetece regresar a la Rue du Rempart y a Le Pigeonnier para disfrutarlos una última vez, y es que nos resistimos a irnos de este precioso pueblo de ensueño. A esta hora del mediodía las calles ya se encuentran algo más animadas, aunque todavía es posible pasear sin grandes agobios.


Turckheim, la sorpresa inesperada
En menos de 15 minutos ya estábamos aparcando el coche en un parking gratuito al aire libre justo al lado de una de las tres antiguas puertas de la ciudad que todavía se conservan, concretamente la Porte de Munster.
Porte de Munster
La villa de Turckheim supuso la sorpresa positiva de nuestro viaje, no imaginábamos que fuera a gustarnos tanto ya que teníamos muy pocas expectativas. De hecho teníamos en mente pasar de largo en caso de que fuéramos con el tiempo justo. Menos mal que no fue así porque nos hubiéramos perdido una auténtica joya.
Principio de la Rue des Vignerons
La Grand Rue
Nada más traspasar la Porte de Munster, la Grand Rue nos regala nuevas casas típicas alsacianas de un gran valor patrimonial. Los colores pastel de sus fachadas son tan variados en Turckheim que costaría contarlos todos. A ambos lados de la Grand Rue aparecen de repente encantadores rincones que no podemos pasar por alto.



En Turckheim también encontramos numerosas bodegas familiares que venden sus productos a todo aquel interesado en un buen vino, y es que este pueblo también goza de una envidiable tradición vinícola. A las afueras existe una ruta a pie que atraviesa 3’5 kilómetros de viñedo: se trata del Sentier du dragon (sendero del dragón), cuyo nombre se inspira en una leyenda sobre un dragón que vertió su sangre por estos dominios, una manera muy poética de explicar la tremenda fertilidad de estas tierras. Desgraciadamente nosotros nos quedamos con las ganas de hacerlo pero queda pendiente para la próxima ocasión…

Otra de las peculiaridades de la villa es la figura del Sereno de Turckheim, un personaje muy querido y carismático que pervive desde hace más de 500 años y que vela por la seguridad de los habitantes, todas las noches en época estival a eso de las 22h.

Como era ya hora de comer decidimos buscar un restaurante en plena Grand Rue y encontramos el sitio perfecto en Caveau Restaurant la Forge, donde pudimos degustar una exquisita tabla de quesos y dos tartes flambées (una de las comidas típicas en Alsacia, una especie de torta que incorpora cebolla, queso y bacon ahumado), todo acompañado por una copa de vino alsaciano. Además de la deliciosa comida, pudimos disfrutar de las bellas melodías de un acordeón, y es que en la mesa de al lado había un grupo de profesores rusos de música que habían venido a visitar a una amiga suya alsaciana. Nos preguntaron si nos importaba que uno de ellos tocara música mientras comíamos, ¡cómo nos iba a importar!
Place Turenne
Después de reponer fuerzas, continuamos por la Grand Rue hasta llegar hasta la Place Turenne, plaza principal de Turckheim, de forma alargada. En medio de la misma, el Corps de Garde, edificado en el siglo XVI, y otra preciosa fuente a las que nos tiene acostumbrados esta región, levantada en el siglo XVIII.

En el extremo derecho de la Place Turenne, se encuentra ootro de las antiguas puertas de la villa medieval, la Porte de France.


Al parecer, en la Place Turenne se instala todas las navidades un calendario de adviento gigante en el cual los niños del pueblo abren una ventana cada día a las 17h de la tarde. En el extremo izquierdo de la plaza nos esperan más monumentos dignos de mención por su bella arquitectura, como por ejemplo el Hôtel de Ville, sede del tribunal de Justicia durante el siglo XVII, el Auberge aux deux clefs, un antiguo albergue que data de 1620, y la Église de Sainte-Anne, construida en época medieval y reformada en el siglo XIX.


Aquello que más nos gustó fue el pequeño y cuidado jardín de la plaza, sencillamente precioso. Elia estaba empezando a impacientarse de estar tanto tiempo en el carrito y le vino muy bien corretear por allí durante un rato.



Regresamos en dirección al coche, no sin antes detenernos a fotografiar una de las casas que más me gustaron de todo el viaje, situada en la Rue des Vignerons. A partir de ese momento inicié con mi media naranja una sana discusión acerca de cuál sería nuestra casa ideal, cuyo indicador principal sería la frase: «mira, esa es mi casa».
Casa amarilla en la Rue des Vignerons de Turckheim
Kaysersberg
Una vez de nuevo en el coche nos dirigimos hacia el último destino del día, al que llegamos en menos de 20 minutos. Este es otro que, al igual que Eguisheim, figura en la lista de los pueblos más bellos de Francia y elegido como village preferée des français el año pasado, en 2017: Kaysersberg. Precisamente nos encontramos todo el pueblo alborotado por esta razón, pues al haber sido elegido el año pasado, le tocaba ser anfitrión de la gala de 2018 que iba a emitirse por televisión al día siguiente. María del blog Descubriendo Alsacia ya nos había advertido de este hecho (¡gracias amiga!) y aunque esta tarde íbamos a ver algo de animación (técnicos de televisión montando sus aparatos mientras los turistas miran con cara de sorpresa) no podía compararse con el fiestón que iba a tener lugar al día siguiente.
Place de la Mairie
Aparcamos fácilmente en Rue Allée Stoecklin, donde encontré una casa que iba todavía más con mi estilo que la anterior de Turckheim, de modo que me la «agencié» al mismo tiempo que tomaba una foto. Aquello ya empezaba a ser algo enfermizo…

Vamos al centro del pueblo desde allí, dirigiéndonos directamente a la Place de la Mairie, donde se encuentra el Hôtel de Ville, un bello edificio de principios del siglo XVII y, anexo a él por detrás, la Église de la Sainte Croix.

María nos había chivado que si uno entra al patio interior del Hôtel de Ville encontrará una puerta al fondo que da acceso a unas escaleras por las que subes hasta las ruinas del Castillo de Kaysersberg, del siglo XIII, en unos 10 minutos. Desgraciadamente encontramos esa puerta cerrada y desestimé la idea de subir por el sendero largo por el que se tarda una media hora a pie, sin embargo sí que pudimos fotografiarlo desde la parte trasera del edificio, concretamente desde el Jardin des senteurs, donde un inmenso mar verde de viñedos cobija la imponente torre del homenaje del castillo.

Jardin des senteurs, con la torre del homenaje del Castillo de Kaysersberg al fondo.
Place Jean Ittel
Retrocedemos y nos dirigimos ahora a la Église de la Sainte Croix, templo del siglo XIII reformado en el siglo XIX. Antes de entrar nos maravillamos con la plaza que se encuentra justo delante de su fachada principal, la Place Jean Ittel, un nuevo lugar que añadir a la lista de nuestros rincones favoritos alsacianos.

El interior de la iglesia es sobrecogedor. Destaca sobremanera su espléndido Retablo de la Pasión de Cristo, realizado en 1518 por Jean Bongart, una maravilla que conviene admirar con toda la atención posible.

Al salir nuevamente al exterior, volvemos a caer rendidos ante la belleza de la plaza decorada con flores y presidida por una fuente cuyo estilo nos hipnotiza hasta tal punto que no podemos evitar acercarnos a contemplarla. Se trata de la Fontaine de l’Empereur Constantin. ¿Cómo pueden ser tan bonitas las fuentes aquí? Mejor aún: ¿cómo puede ser TODO tan bonito?
Continuamos hacia adelante por la Rue du Géneral de Gaulle donde empezamos a darnos cuenta de que nos encontramos en el primer pueblo que podría rivalizar con Eguisheim en belleza. En esta calle hay casas cuya construcción se remonta a los siglos XVI y XVII, pero lo mejor aún estaba por llegar.

Place du 1er RCA
Pont fortifié
Llegamos a uno de los símbolos de Kaysersberg y también de los más fotografiados, el Pont fortifié (puente fortificado), construido en 1514. Y es que si algo tiene Kaysersberg que lo hace especial y único (algo de lo que carecen la mayoría de los demás pueblos de Alsacia) es que es atravesado por un río, el Weiss. Las vistas que hay desde este lugar fueron de las mejores de todo el viaje y justifican por sí solas una visita a Alsacia.




Aunque parezca imposible, las inmediaciones del Pont fortifié son igualmente bellas y dignas de visitar. Justo al lado del puente hay una antigua panadería de 1616, una casa renacentista de 1592 y la llamada Hostellerie du Pont, del 1600. Ahí es nada…

Antes de cruzar el puente, nos dirigimos a la Rue des Forgerons, otra de esas calles que parecen sacadas de un cuento de los Hermanos Grimm. Aunque lleve a las afueras del pueblo, recomendamos encarecidamente llegar hasta el final de la misma y dar la vuelta para recorrerla en sentido opuesto antes de seguir nuestro camino.

Ahora sí, cruzamos el puente en dirección sur siguiendo la Rue du Géneral de Gaulle en busca de una nueva casa con historia, la casa natal del Doctor Albert Schweitzer, destacado médico, filósofo, músico y teólogo, Premio Nobel de la Paz en 1952.

Nos dirigimos ahora hacia un nuevo punto importante, el puente de la Rue du Collège, desde donde se obtiene una nueva panorámica del río Weiss. Desde el agradable paseo que hay hasta allí, el Castillo de Kaysersberg se asoma, imperial, en varias ocasiones.


Nos adentramos ahora en algunas callecitas cercanas a la Place de la Mairie, el punto inicial de nuestro recorrido, buscando nuevas casas que nos dejen con la boca abierta. Y por supuesto las encontramos…

Lo último que visitaremos en Kaysersberg será el Cementerio militar en memoria de los soldados muertos de la II Guerra Mundial y la cercana Chapelle de Saint Michel, en cuya cripta se encuentra un osario de 1463.


Cuando uno viene a Alsacia no puede evitar hacerse un ránking mental de los pueblos más bonitos. Para nosotros, si bien Eguisheim estaría en el puesto número 1, Kaysersberg subiría sin ninguna duda al top 3. Ya era hora de regresar a nuestro apartamento en Colmar pero antes, ¿qué mejor manera de despedirse de un pueblo como éste comiéndose un buen helado y jugar con Elia en un parque infantil?


Llegamos a Colmar en otros 20 minutos, parando primeramente en un supermercado para realizar la compra para todos aquellos días, ¡había que sacarle partido a nuestra cocina! Llegamos al apartamento a última hora de la tarde, nos duchamos y preparamos una rica cena para los tres.
Día 3
Bonjour! Hoy nos toca madrugar algo más de lo habitual, y es que queremos ser los primeros en visitar el castillo más célebre de todos los que hay en Alsacia, ¡el Castillo de Haut-Koenigsbourg! Al tratarse de uno de los monumentos más visitados de Francia, no nos apetecía visitarlo con demasiados agobios así que nos propusimos levantarnos temprano y estar allí a la hora de apertura, las 9:15h. Luego nos esperarían otros tres pueblos de cuento, Bergheim, Ribeauvillé y Riquewihr, absolutamente indispensables en cualquier ruta por Alsacia, especialmente el último de ellos. Este será nuestro itinerario de hoy:
Con lo bien que nos había ido a lo largo de todo el día de ayer, estábamos más ilusionados que nunca y convencidos de que el día de hoy iba a ser igualmente maravilloso. No contábamos con un pequeña circunstancia que más tarde os contaremos, ¿por qué todos los viajes cuentan con algún tipo de imprevisto?
Desayunamos en nuestro apartamento de Colmar y salimos hacia nuestro primer destino del día. El Castillo de Haut-Koenigsbourg era el punto más lejano del día, accesible desde Colmar en unos 35 minutos en un trayecto casi por completo de autopista. El resto de pueblos están muy cerca del mismo, de nuevo en dirección sur hacia Colmar.
Haut-Koenigsbourg
Ya desde la misma autopista N83 que conecta Colmar con Estrasburgo divisamos el gigante de piedra en la cima del Monte Stophanberch, a unos 755 metros de altura, una posición estratégica y que mucho tiene que ver con la función que originariamente motivó su construcción. Merece la pena madrugar un poquito para poder aparcar en una de las primeras plazas del aparcamiento gratuito que hay en la misma carretera de acceso al castillo, de este modo ahorraréis subir toda la cuesta a pie y encima podréis visitarlo sin agobios como hicimos nosotros. De paso diremos que la carretera que asciende la montaña es bien bonita, llena de serpenteantes curvas rodeadas de un precioso bosque verde.
Sabíamos que esta iba a ser la visita más incómoda para Elia de todo el viaje, ya que no se puede acceder al recinto del castillo con carrito de bebé dado que hay bastantes tramos de escaleras. Esto ya lo sabíamos, con lo que no contábamos era con que, hecho sorprendente e incomprensible, ¡se nos había olvidado la mochila porta-bebés en España! ¿Que en qué momento nos dimos cuenta? Recién subidos al avión que nos llevaba al aeropuerto de Basilea. Olvido imperdonable, ¿no es cierto? Pero pensamos, «bueno, tampoco es tan grave, al fin y al cabo solo son unos días y llevamos el carrito. Lo único malo es que tendremos que llevar a Elia en brazos en el Castillo de Haut-Koenigsbourg…». Qué ingenuos…
En fin, como decíamos, sabíamos que no podíamos llevar el carrito de bebé, así que nos armamos de paciencia y con Elia a cuestas nos dirigimos hacia la entrada, a la que se llega después de atravesar un corto y bonito sendero sin asfaltar a pie bordeando el perímetro exterior de la fortaleza.


Ubicado en el término municipal de Orschwiller, el Castillo de Haut-Koenisbourg es la joya de las fortificaciones que en origen se levantaron por toda la región con el fin de vigilar las rutas del vino. Como buenos amantes de los castillos que somos, es comprensible que este fuera uno de los que más ganas teníamos de tachar en nuestra particular lista viajera.

La historia de este monumento es bien curiosa. Construida en el siglo XII por Federico de Hohenstaufen (Duque de Suabia), esta fortificación ocupaba una posición estratégica inmejorable: por un lado, le permitía vigilar las rutas del vino y del trigo en el norte, y por otro las de la plata y de la sal en el este y en el oeste. Además aseguraba la supremacía de la poderosa familia Hohenstaufen en tierras alsacianas. Pasará más tarde a manos de la Casa de Lorena y, tras un levantamiento popular, quedará totalmente destruido y quemado. La familia Thierstein reconstruyó el castillo con un sistema defensivo preparado para los ataques de artillería, pero acosados por las deudas al hacerlo, tuvieron que venderlo finalmente a Maximiliano I, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Maximiliano, sin embargo, decidió no hacerse cargo de las deudas ni de los gastos de mantenimiento, quedando el castillo en un estado ruinoso. Para colmo, cuando los suecos entraron en el castillo durante la Guerra de los 30 años, lo dejaron aún peor de lo que estaba, y así quedó durante los siglos posteriores.

Al fin, en el año 1899, el Káiser Guillermo II emprendió la tarea de reconstruir por completo el castillo con el objetivo de convertirlo en museo y reivindicar el pasado germánico de Alsacia. Dicha restauración se llevó a cabo ya en el siglo XX, concretamente entre 1901 y 1908, mediante los métodos más avanzados para la época, entre grúas eléctricas y locomotoras. El propio Káiser quería devolver a la fortaleza su antiguo esplendor, de modo que mandó reconstruirla en un estilo neo-medieval en un tiempo en el que Alsacia todavía era alemana. El arquitecto principal, Bodo Ebhardt, desconocía cómo era la fortaleza original del siglo XII, pues no contaba con ninguna evidencia arqueológica, por lo que decidió hacer una interpretación algo «libre» que resultó ser enormemente polémica, hasta tal punto que su valor arquitectónico no fue reconocido por el pueblo francés hasta 1993, año en que pasó a ser monumento histórico nacional, circunstancia quizás motivada por el hecho de que fue una obra levantada por alemanes como un símbolo de la recuperación reciente de Alsacia por parte de Alemania. Curiosa, muy curiosa la historia…

Habiendo atravesado las dos primeras puertas de acceso, llegamos a un primer patio donde esperan Inma y Elia mientras yo paso por taquilla (entrada 9€ por adulto). Este patio es una auténtica monería y nosotros tenemos la gran suerte de disfrutarlo casi en soledad.

Nuestra visita comienza y descubrimos asombrados cómo le entusiasman a Elia todos los rincones del Haut-Koenigsbourg. Después de visitar las bodegas y cocinas, llegamos a un segundo patio interior con paredes cubiertas de pinturas murales con preciosas galerías de madera. Elia mira embelesada hacia todos lados mientras nosotros la miramos embelesados a ella.
Subimos por la elegante escalera hexagonal que conecta el patio con los pisos superiores y accedemos directamente a las cámaras reales y demás estancias. Por suerte, nuestra Elia tiene de caminar esta mañana (¡qué mayor se está haciendo!) y como no hay apenas visitantes la dejamos que vaya a su aire recorriendo algunas de las habitaciones.

Salimos de nuevo al exterior a través de un pequeño puente levadizo que conecta con un patio al aire libre que tiene el aspecto de un hermoso jardín de atmósfera medieval.

Una empinada escalera nos conduce a la zona más alta visitable, el gran bastión, que alberga una interesante colección de cañones y de armas de época. Desde allí arriba se obtienen las mejores vistas del castillo y los alrededores, incluyendo los Vosgos e incluso la Selva Negra alemana (recordemos que estamos muy cerca de la frontera).



Volvemos a bajar para visitar la última zona antes de salir de los límites del castillo, una nueva oportunidad para que Elia corretee libremente antes de sentarnos otra vez en el coche para ir a conocer un nuevo destino.

A pesar de tratarse de una fortaleza reconstruida a principios del siglo XX, consideramos que esta visita constituye una de las citas ineludibles de cualquier viajero que viene a Alsacia, por su arquitectura y en tanto que monumento que simboliza la histórica fricción franco-germana. ¡Menuda pasada de castillo!
Bergheim
¡Qué bien se había portado Elia en el monumento más complicado para ella! A partir de este momento ya podíamos empezar a relajarnos, o eso creíamos…
En apenas 15 minutos ya habíamos descendido con nuestro coche alsaciano el Monte Stophanberch y aparcado justo al lado de la Porte Haute de Bergheim. Allí hay un párking público y gratuito junto a un pequeño jardín donde se encuentra un árbol de 700 años de antigüedad que nuestra amiga María de Descubriendo Alsacia nos había recomendado visitar. ¡Fue plantado en 1313!

La Porte Haute y la Grand-Rue
Montamos a Elia en su carrito, decididos a visitar otro precioso pueblo alsaciano. No le hizo mucha gracia pero allá que fuimos, atravesando primero la Porte Haute, la única antigua puerta de la villa medieval que todavía se mantiene en pie de las cuatro que originalmente se construyeron. Y es que Bergheim tiene la particularidad de que aún conserva algunos tramos de sus antiguas murallas y algunas de sus torres en pie.


Y como ocurrió en el caso de Turckheim, al otro lado de la puerta nos volvía a esperar una Grand-Rue (arteria principal de Bergheim) llena de flores y colores.
La Place du Dr. Walter
Mientras hacia fotos de la Grand-Rue, me percaté de cómo Inma trataba de calmar a Elia, que seguía llorando en el carrito. Llegamos hasta la Place du Dr. Walter, centro neurálgico de Bergheim, presidida por la espléndida fuente llena de flores y el Hôtel de Ville, ambos del siglo XVIII. El berrinche de Elia por ir en el carrito iba en aumento, lo que evitó que pudiéramos disfrutar de más tiempo en aquella alargada plaza que, si bien es preciosa, el hecho de que los coches puedan aparcar en ella le resta una parte significativa de su belleza.


Église de Notre-Dame de l’Assomption
Lo de Elia comenzaba a ser algo serio, por lo que decidimos seguir adelante a ver si encontrábamos un sitio tranquilo donde sentarnos a calmarla. Encontramos el sitio ideal en el jardín de la Iglesia de Notre-Dame de l’Assomption, templo construido en el siglo XIV y restaurado en épocas posteriores.


Desde aquel punto se obtienen unas fabulosas vistas del Castillo de Haut-Koenigsbourg a lo lejos. En realidad, este era uno de los motivos por los que elegimos visitar Bergheim, nos habían dicho que desde la Rue des Remparts (concretamente en su lado norte) se pueden hacer muy buenas fotos de la fortaleza.



Sin embargo no pudimos disfrutar del paseo por las antiguas murallas ya que Elia no conseguía calmarse y esto empezaba a hacernos sentir algo nerviosos. No soportaba estar ni un minuto más en su carrito (¡debió entrarse todo Bergheim de su inconformidad!), solo quería estar en brazos de su madre, de modo que decidimos retomar nuestro itinerario callejeando un poco por el pueblo antes de regresar al coche. Eso sí, antes de irnos entramos al templo para contemplar su interior profundamente remodelado en el siglo XIX.


Fue una verdadera lástima no disfrutar en su justa medida este coqueto pueblo, Bergheim, sin duda el más tranquilo y menos masificado de los que visitaríamos durante nuestro viaje por Alsacia, pero sin duda las demandas de nuestra pequeña cerecita mandaban. En aquel momento todavía no acertábamos a comprender por qué estaba tan incómoda y protestona. Decidimos conducir hasta nuestro siguiente destino y descansar un poco allí antes de buscar sitio para comer.
Ribeauvillé
Si en Bergheim habíamos conocido un pequeño adelanto de lo que era capaz de expresar nuestra pequeña, lo peor aún estaba por venir en Ribeauvillé. Llegamos al párking público de pago de Ribeauvillé en menos de 10 minutos desde Bergheim. Metimos unas cuantas monedas en el parquímetro para no tener que preocuparnos en lo que nos quedaba de tarde y decidimos sentarnos bajo un árbol a dar de comer tranquilamente a Elia para que se calmara definitivamente. Mientras lo intentábamos sin mucho éxito, observábamos perplejos cómo llegaban autocares y autocares de turistas deseosos como nosotros de visitar Ribeauvillé, uno de los pueblos alsacianos con más fama.
Tras pasar un buen rato allí, Elia seguía diciendo que nanai a la comida, así que decidimos levantarnos y buscar el primer restaurante que encontráramos antes de que fuera tarde. La hora de comer se acercaba y los autocares de turistas no paraban de llegar. Justo en la entrada del pueblo encontramos el Restaurant Ribeaupierre, donde la comida fue buena pero cara y el servicio, excesivamente lento, tanto que incluso Elia se puso aún peor de lo que estaba. Y es que cuando tiene sueño y no encuentra las condiciones idóneas para dormir, pues le cuesta, como es lógico. Después de esperar lo que nos pareció una eternidad a que nos trajeran la cuenta, volvimos a intentar montarla en su carrito para que durmiera su siesta pero entonces estalló la tormenta: sus lloros se escuchaban a lo largo y ancho de la Grand-Rue de Ribeauvillé. Una pareja mayor se paró justo a nuestro lado mientras Inma trataba de calmarla, pero no con la intención de querer ayudarnos, sino como quien está disfrutando de un curioso espectáculo. Y allí se quedaron plantados unos minutos, observándonos, como si nunca hubieran visto llorar a un bebé…
La Grand-Rue
Milagrosamente logramos dormir a Elia y montarla en su carrito, aunque la vergüenza y el susto todavía nos duraban en el cuerpo. Para entonces ya habíamos recorrido casi toda la Grand-Rue, calle principal de Ribeauvillé y cuyo punto inicial lo marca la Fontaine du Vigneron, un homenaje a la importancia de la viticultura en el pueblo. A pesar de no haber podido disfrutar nada de lo que vimos, sí pudimos percatarnos del enorme trasiego de turistas y, sobretodo, de coches que no cesaba. Quizás era por la hora, quizás por el día de la semana, pero lo cierto es que Ribeauvillé fue el pueblo más turístico de todos los que visitamos en Alsacia.
Hasta que Elia no se durmió no pudimos ahogar nuestra preocupación y relajarnos para ser conscientes de tantísima belleza. Lo más extraordinario de todo es que desde el comienzo mismo de la calle y en una preciosa perspectiva se divisan al fondo los restos de los tres castillos que mandó construir la familia Ribeaupierre, señores de todo el dominio durante la Edad Media y cuya capital era Ribeauvillé. Estas tres fortalezas son Saint-Ulrich, Girsberg y Haut-Ribeaupierre. Y es que muy pocos pueblos en el mundo pueden presumir de tener tres castillos…


La Grand-Rue de Ribeauvillé es sin duda alguna una de las calles más pintorescas de toda Alsacia ya que guarda una gran cantidad de pequeños detalles y secretos que la hacen adorable. Muchos de ellos hacen referencia a la música, y es que a Ribeauvillé se la conoce como «la ciudad de los violinistas (ménétriers) debido a que durante la Edad Media fue la residencia escogida por una gran cantidad de músicos y trovadores. De hecho, una de las casas más bonitas de la Grand-Rue es la Pfifferhüss o Maison des ménétriers (casa de los violinistas), del siglo XVII, con una preciosa galería de madera con figuras talladas.


Hacia la mitad de la calle nos encontramos con un rincón precioso, uno más de la Grand-Rue, la pequeña y coqueta Place de l’ancien hôpital, donde encontramos la Chapelle de Sainte Catherine, capilla del antiguo hospital fechada en 1346. Si bien sirvió como lugar de sepultura de algunos de los miembros de los Ribeaupierre, actualmente es una sala de exposiciones.

La Place de la Mairie
Seguimos adelante y encontramos una nueva plaza, esta más grande, la Place de la Mairie, donde se encuentra el Ayuntamiento, la Iglesia del Convento (Église du Couvent), antigua iglesia del convento de los agustinos del siglo XIII, y la icónica Tour des Bouchers, una de las antiguas torres defensivas de Ribeauvillé.



La Place de la Sinne
Pasamos por debajo de la Tour des Bouchers y seguimos admirando las maravillas que nos brinda la Grand-Rue, hasta llegar a la tercera plaza de nuestro camino y quizás también la más bonita de las tres: la Place de la Sinne.




Considerada también una de las más bellas de toda Alsacia, la Place de la Sinne está presidida por la Fontaine Friedrich, obra de un escultor natural de Ribeauvillé, André Friedrich, quien en 1862 esculpió esta fuente.


La Place de la République
Las flores están por todas partes. Llegamos hasta el final de la Grand-Rue, que culmina en la Place de la République. Desde allí podemos divisar la montaña con sus castillos con una mayor claridad.


Volvemos hacia nuestros pasos y en vez de regresar a la Place de la Sinne, torcemos a la izquierda por la Rue du Temple, una calle auténticamente deliciosa, por cierto. Nuestro pensamiento es pasar por delante de los otros dos templos del pueblo, la Iglesia Protestante de 1783 y la Iglesia de Saint Grégoire, construida a lo largo de los siglos XIII, XIV y XV. Queríamos entrar al interior de esta última y fue todo un acierto pues es preciosa por dentro.



A todo esto os preguntaréis si Elia seguía dormida. Pues sí, profundamente. La pobre estaba rendida después de tanto berrinche y ahora estaba recuperando todo el sueño perdido, circunstancia que aprovechamos para volver a la Grand-Rue y volver a recorrerla en sentido opuesto. Paramos en una heladería a tomar unos helados para terminar de relajarnos y, después, compramos unos libros preciosos en una librería-papelería que vendía auténticas maravillas.

Después del mal rato que habíamos pasado, llegamos a pensar incluso en suspender la última visita del día pero como los tres estábamos ya mucho más tranquilos decidimos regresar al coche y continuar con lo programado. Y gracias al cielo que lo hicimos, pues el último destino del día iba a ser uno de los platos fuertes del viaje: ¡Riquewihr!
Riquewihr
Riquewihr está clasificado como uno de los «plus beaux villages de France», una distinción que a nuestro juicio es más que merecida. Siempre bajo nuestro punto de vista subjetivo, estamos seguros de que Riquewihr está sin ninguna duda en el top 3 de los pueblos más bonitos de Alsacia y también entre los más bonitos que hemos visto nunca. Si tenéis pocos días y no sabéis por qué pueblos decidiros, Riquewihr está entre los imprescindibles.
No tardamos más de 10 minutos en llegar desde Ribeauvillé. Aparcamos en una de las plazas del párking al aire libre de pago que hay alrededor del pueblo, en uno de los extremos de la muralla que lo rodea, concretamente en la Rue du Steckgraben. Pagamos con algunas monedas en un parquímetro y accedimos al centro de Riquewihr a través de una pequeña puerta de la muralla. Desde allí habían unas vistas impresionantes a los verdes viñedos circundantes.


Riquewihr es mucho más pequeño que otros pueblos alsacianos como Ribeauvillé o Kayserberg. En este sentido, es más como Eguisheim: un pequeño cuento de hadas.
Elia seguía durmiendo cuando la montamos de nuevo en el carrito. Accedimos a través de la pequeña puerta de la muralla a la Rue des Cordiers, estrecha calle que daba directamente a la Rue du Géneral de Gaulle, la calle principal que cruza el pueblo y en cuyos extremos se encuentran el Ayuntamiento de 1809, que actúa como puerta de entrada principal en la parte baja del pueblo, y la Tour Dolder, antigua torre de vigilancia, en la parte alta. Nosotros estábamos justo en medio de la calle, así que decidimos ir primero hacia la parte alta.

La primera impresión que tuvimos del centro histórico de Riquewihr fue tan indescriptible que hizo que nos olvidáramos del mal rato que habíamos pasado en Ribeauvillé, a pesar de que, como allí, había una gran cantidad de turistas paseando por las calles.
Parte alta
Subiendo por la Rue du Géneral de Gaulle llegaremos a una bonita plaza presidida por pintorescos y coloridos restaurantes a la sombra de la Tour Dolder, símbolo de Riquewihr. Construida en el siglo XIII, esta era la puerta de entrada al pueblo y una torre de vigilancia decorada como una casa «à colombage» más en su lado interior, no así en su lado exterior dada su función defensiva. A sus pies, la Fontaine Sinne, de 1560, otra de esas preciosas fuentes de piedra llenas de flores que pueblan la región de Alsacia.


A aquellas horas la pequeña plaza estaba llena de gente, por lo que era literalmente imposible hacer una foto mínimamente decente. Decidimos regresar más tarde y seguir descubriendo los secretos de la parte alta de Riquewihr. Pasamos por debajo de la Tour Dolder y, antes de traspasar la muralla, nos metimos en un callejón que resultó ser una verdadera sorpresa, concretamente la Rue Dite Sébastopol, una de las que más nos gustaron en nuestro viaje, repleta de detalles decorativos que resultaban mágicos.



Ahora sí, cruzamos la Porte Haute, construida alrededor del año 1500 como parte de la segunda línea de muralla que se construyó debido al desarrollo de las armas de fuego. Tras pasar por debajo nos deleitamos con uno de los rincones más icónicos de Riquewihr, la panorámica de la Rue des Remparts con su cuidado paseo y su estatua de una mujer sobre un caballo. Realmente precioso.



Regresamos hacia nuestros pasos, volviendo a pasar por debajo de la Porte Haute, en dirección a la pequeña plaza donde se alza la Tour Dolder. Justo enfrente de esta, al otro lado de la plaza hay un lugar que encarna en sí misma la eterna magia de Riquewihr, una tienda que vende artículos navideños, la germana Kathe Wohlfahrt. No podía haber mejor momento para que Elia despertara de su sueño, pues adentrarte en esta tienda de dos pisos es como adentrarte en un cuento donde eternamente es Navidad. No os la podéis perder bajo ningún concepto.


Tour des Voleurs
Nos dirigimos ahora a la Tour des Voleurs, muy próxima a la plaza, es otra de las antiguas torres defensivas del pueblo. Construida en 1335, servía como prisión para los ladrones (de ahí su nombre). Su interior alberga actualmente el Musée de la Tour des Voleurs, que visité muy rápidamente mientras Elia tomaba su merienda. Se trata de un museo muy pequeño y angosto, que muestra la antigua sala de tortura donde los prisioneros sufrían auténticas barbaridades. La visita también te conduce por un pasillo de vigilancia que da al exterior y por el interior de una casa, la Maison de Vigneron, del siglo XVI, adosada a los trabajos de fortificación de la muralla. Una visita muy curiosa para los amantes de los lugares históricos.




Rue du Géneral de Gaulle
Regresamos a la plaza donde, esta vez sí, podemos hacer una foto de la Fontaine Sinne. Luego retomamos la Rue du Géneral de Gaulle, esta vez para descenderla poco a poco y sin prisas. Una de las calles con más personalidad medieval de toda Alsacia. A nuestro paso, una preciosa selección de casas «à colombages», algunas de ellas declaradas monumentos históricos del pueblo. A cada cual más bonita.

Llegamos a la parte baja del pueblo, donde se encuentra el Ayuntamiento, puerta de entrada principal al pueblo de Riquewihr. Una vez allí vemos una pastelería especializada en macarons y no podemos resistirnos a comprar un surtido variado de esta pequeña delicatessen de colores. ¡Todavía podemos recordar lo buenos que estaban!

Volvemos a ascender la Rue du Géneral de Gaulle y en un determinado momento torcemos a la izquierda deseosos de perdernos por algunas de las calles de Riquewihr. En un lugar como este, no se puede hacer nada mejor.


Sin saber muy bien cómo, llegamos a la Iglesia Protestante de Sainte Marguerite, templo neoclásico edificado en el siglo XIX sobre los restos de uno anterior de época medieval. Fue el último monumento que visitamos antes de regresar por última vez a la parte alta, donde pudimos hacer fotos de la pequeña plaza, esta vez sí, sin apenas gente.



La última visita del día, Riquewihr, terminó por arreglar un día que había empezado igualmente bien en el Castillo de Haut-Koenigsbourg pero que había continuado con un mal rato en Bergheim y en Ribeauvillé, a causa de las incomodidades de nuestra pequeña. Por primera vez en nuestro viaje por Alsacia habíamos echado terriblemente de menos la mochila porteadora y, si no queríamos que nos pasara algo parecido a lo largo del día siguiente, necesitaríamos una solución. Y más teniendo en cuenta que mañana pasaremos todo el día en una sola ciudad, Estrasburgo, sin disponer de la comodidad de nuestro coche, donde Elia siempre se relaja, sea cual sea la circunstancia.
Día 4
Hoy nos vamos a visitar la capital de Alsacia y una de las ciudades europeas más bellas por las que uno puede perderse: Estrasburgo. Pero antes debemos solucionar el problemilla que nos mantuvo en vilo durante gran parte de la jornada de ayer. Lo primero que hacemos después de desayunar en nuestro apartamento de Colmar es dirigirnos al pequeño supermercado de la ciudad donde pretendíamos comprar una mochila porta-bebés de urgencia para que Elia estuviera más cómoda en la visita de hoy. Desgraciadamente no la encontramos y decidimos ir hasta el Carrefour más cercano, que se encuentra en la localidad de Mulhouse, a unos 40 minutos en coche al sur de Colmar. Esto implicaba ir en dirección contraria a nuestro destino de hoy, sin embargo y puesto que pasaríamos todo el día en Estrasburgo, preferimos perder unas horas a que nuestra peque volviera a sentirse incómoda en su carrito.
Por fortuna, esta vez sí encontramos lo que buscábamos y después de comprar la mochila para Elia pusimos rumbo a unos de los Park & Ride (Park Relais en francés) que se encuentran en los alrededores de Estrasburgo, concretamente el Park & Ride Elsau. Esta manera de aparcar ya la utilizamos en Salzburgo durante nuestro viaje por Baviera y Austria, y resulta de lo más cómodo si pretendes visitar una ciudad grande que tenga importantes dificultades de aparcamiento. El P&R Elsau se encuentra muy cerca de la autopista, por lo que resulta tremendamente fácil llegar hasta allí, sacar tu ticket al llegar, aparcar el coche y por último coger el tranvía (recuerda validar tu ticket en una de las máquinas rojas que hay en la estación) que conecta el aparcamiento con el centro de la ciudad por un módico precio (que incluye el aparcamiento y el traslado de ida y vuelta en el tranvía) que pagas una vez regresas al párking.
Este es el recorrido que seguimos en Estrasburgo:
Estrasburgo
Eran las 12 del mediodía cuando por fin llegamos a Estrasburgo, ciudad que es sede del Parlamento Europeo, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988 y bautizada popularmente como la capital de la Navidad en Francia, debido a la belleza de los mercados que se instalan en época navideña. Esta ciudad cuenta con una gran cantidad de atractivos por lo que una vez más volvimos a contar con la ayuda de nuestra amiga María del blog Descubriendo Alsacia, la cual nos había aconsejado la mejor ruta posible para hacer en un día por Estrasburgo.
Parecía increíble, pero a Elia sí le apeteció montarse en su carrito aquella mañana. Supongo que la novedad de ir a bordo de su primer tranvía ayudó bastante. El tranvía nos dejó en la céntrica Place Broglie, plaza alargada donde se encuentran regios edificios como la Ópera y el Hôtel de Ville. Además, dicen que fue allí donde se escuchó por primera vez La Marsellesa, canto popular surgido durante la Revolución Francesa de 1789 que posteriormente se convertiría en el himno de Francia.
Place de la Cathédrale y Catedral de Estrasburgo
Desde allí nos dirigimos a pie hasta la gran Place de la Cathédrale, auténtico corazón y alma de Estrasburgo, alrededor de la cual se concentra un intenso y constante trasiego de franceses y turistas venidos de todas las partes del mundo, sobretodo europeos. Y es que Estrasburgo es, dada su condición de sede del Parlamento Europeo, la capital de Europa (con permiso de Bruselas). En esta plaza se encuentran dos de los atractivos más importantes de Estrasburgo: por un lado, la Maison Kammerzell, la casa más célebre de Estrasburgo gracias a su antigüedad (siglo XV) y a su estilo gótico tardío alemán. Su ornamentado de madera en la fachada es sencillamente delicioso.

El otro gran atractivo de la plaza es el gran símbolo de Estrasburgo: la Catedral de Notre-Dame, posiblemente el monumento más importante de toda Alsacia. Curiosamente tuvo la condición de ser la catedral más alta del mundo durante más de dos siglos, desde que en 1647 se instalase en su torre una cruz que llegaba hasta los 142 metros de altura, condición que perdió en 1874, año en que fue superada por la Catedral de Rouen. Al entrar en la plaza, quedamos literalmente conmocionados con el tamaño y la elegancia de este templo colosal. Como ya diría el escritor Victor Hugo, la catedral de Estrasburgo es un prodigio de gigantismo y delicadeza a partes iguales.


La catedral fue construida a lo largo de cuatro siglos, nada más y nada menos, entre los siglos XI y XV. Representa una obra maestra absoluta del estilo gótico gracias a su altura y a la finura de sus elementos arquitectónicos y decorativos. Como se acercaba la hora de comer, decidimos que lo primero que debíamos hacer era entrar a visitar el interior del templo, así que nos acercamos al acceso donde unas cuantas personas hacían cola.



Habíamos leído que la entrada era gratuita, de modo que no entendimos la razón por la que se nos cobró 3€ por persona al acceder al interior. En ese momento desconocíamos que la razón era que el famoso Reloj Astronómico de la catedral, de época renacentista, estaba a punto de ponerse en funcionamiento (a las 12’30h) mediante el desfile de sus figuras autómatas. Sobre una pantalla se estaba proyectando un vídeo que explicaba la historia del reloj y la gente se arremolinaba enfrente del mismo. Lo que no esperaba nadie, nosotros tampoco, era que el reloj se encontraba en rehabilitación y un aparatoso andamio cubría la mayor parte de su preciosa estructura. No se veía literalmente nada de nada, así que en vez de esperar como las demás personas a que aquello se pusiera en marcha, decidimos resignarnos y visitar el resto del templo.


Aunque igualmente espectacular, nos pareció que la catedral es mucho más bonita por fuera que por dentro. Aún así, impresiona pasear por la alta y esbelta nave central mientras que la luz entra a través de las extraordinarias vidrieras y del rosetón de la fachada principal.



Muy cerca de allí está el Palais Rohan, un antiguo palacio que actualmente abarca el Museo Arqueológico, el Museo de Artes Decorativas y el Museo de Bellas Artes. Aunque parezca raro en nosotros, decidimos no entrar porque pensamos que resultaría más provechoso invertir ese tiempo en otros lugares.

Encontramos un sitio para comer bastante decente muy cerca de allí, concretamente en la preciosa Rue du Maroquin, en una pizzería donde celebramos el santo de nuestro Elia (20 de junio) con sendas tartes flambées y refrescos. Hacía un día estupendo, sin duda fue el día más caluroso de todo el viaje, no obstante cuando pusimos a nuestra pequeña en su nueva mochila porteadora, no puso ninguna objeción.
Siguiendo el curso del río…
Después de reponer fuerzas nos dirigimos a la zona del río III, atravesando el puente de la Rue des Bouchers y explorando el Quai Saint-Nicolas. El paseo que sigue el curso del río es francamente agradable y bien merece que se haga de forma reposada y tranquila.


Volvemos a cruzar al otro lado del río a través del puente de la Rue de la Division Leclerc y llegamos a la Église de Saint Thomas, una de las diversas iglesias de Estrasburgo, consagrada al culto protestante. Se trata de un bello ejemplo de arte gótico alsaciano, cuyo coro alberga el impresionante Mausoleo del Mariscal de Saxe, una obra maestra del arte funerario barroco del siglo XVIII.

La Petite France
Nos vamos acercando poco a poco al barrio más hermoso de la ciudad, el conocido popularmente como La Petite France, pero antes nos detenemos en el Pont de Saint Martin, desde donde se obtienen unas vistas preciosas de las antiguas casas con entramado que no debemos dejar escapar bajo ningún concepto. Un inmejorable anticipo de lo que nos viene encima.

Continuamos por la Rue des Dentelles para llegar a la Place Benjamin Zix, uno de los rincones más pintorescos de La Petite France. En este barrio vivían y trabajaban los pescadores, molineros y curtidores de pieles durante los siglos XVI y XVII. Sus tejados inclinados se abren a los desvanes donde antiguamente se secaban las pieles. Una auténtica maravilla digna de ser admirada.

De todas las casas que se han conservado de una manera impoluta desde entonces, destaca especialmente la Maison des Tanneurs, antigua casa de curtidores construida en 1572 que actualmente alberga un restaurante. Desde allí, las vistas hacia el río son tremendamente sugerentes…

Desde allí continuamos atravesando el Pont du Faisan por la Rue des Moulins. De nuevo nos vemos obligados a detenernos a disfrutar de las maravillosas vistas de este peculiar y pintoresco barrio.
Seguimos por el Quai de la Petite France, paseamos por la orilla de una de las ramificaciones del río III que se crean justo en esta zona de Estrasburgo. ¡El paseo es hermoso a rabiar!



Ponts Couverts y Barrage Vauban
Llegamos al puente donde se encuentra otra de las grandes atracciones de la ciudad, los Ponts Couverts, vestigio de la muralla medieval de Estrasburgo.



El tramo más impresionante de los Ponts Couverts es el tramo que discurre entre las cuatro torres del siglo XIV que han sobrevivido al antiguo puente cubierto (de hecho, esa es la traducción literal, puentes cubiertos) cuyos tejados desaparecieron en el siglo XVIII. Inmediatamente después de la incorporación de Estrasburgo a Francia en 1681, el famoso ingeniero militar Vauban construyó un nuevo cinturón de fortificaciones, cuyo edificio más conocido es aquel que se conoce como Barrage Vauban (Presa Vauban), que se encuentra justo enfrente de los Ponts Couverts.

Después de cruzar el puente, nos dirigimos a la Presa Vauban, que en realidad se trataba de una gran esclusa que permitía inundar el sur de la ciudad en caso de necesidad o de ataque militar. Hoy en día es posible subir al tejado de la presa, desde donde pude hacer fotografías fabulosas de la ciudad y de sus canales.



Volvemos a cruzar el río a través del interior de la Presa Vauban, pues es transitable por dentro, ya que este espacio fue utilizado como prisión. Lo cierto es que impresiona bastante cruzar la Presa Vauban de lado a lado.

La Grand-Rue y Place Gutenberg
Llegamos a la Grand-Rue, una de las arterias principales de la ciudad, que recorremos pausadamente, sin prisas, disfrutando del ambiente de los comercios y las tiendas. Allí saboreamos un helado para merendar y rebuscamos libros en una tentadora librería.


Recorremos la calle de arriba a abajo, llegando finalmente a otra de las plazas más carismáticas y animadas de la ciudad, la Place Gutenberg, presidida por una estatua del inventor de la imprenta, que vivió una gran parte de su vida en Estrasburgo. Allí hay un gran carrusel, uno de esos que puedes encontrar por toda Francia, y no dudamos en montar a Elia en él. La tía se lo pasó en grande dando vueltas…

Desde allí volvimos a la Catedral, esta vez accediendo desde la Rue Mercière, el lugar ideal desde donde obtener la mejor panorámica posible de la fachada principal del templo. La relación en altura del templo con respecto a los edificios colindantes hace que el efecto sea vertiginoso.

La última zona que exploraremos hoy será el área donde el río III se separa en dos, creando el Canal des Faux Remparts y provocando la formación de la denominada Grand-Île (gran isla) de Estrasburgo. Caminaremos nuevamente por la orilla del río, pero en dirección opuesta a la de esta mañana, disfrutando de nuevos y bellos escenarios. El más sobresaliente de todos ellos, que inmortalizamos en una fotografía, es el que se sitúa justo en el punto donde el río se divide. A lo lejos se divisa la silueta de la Église de Saint Paul, otra de las iglesias protestantes de Estrasburgo. ¡Precioso!

Para finalizar la visita a esta ciudad maravillosa, seguimos el curso del Canal des Faux Remparts en dirección a la Place Broglie, donde volvimos a coger el tranvía que nos llevaría de vuelta al aparcamiento del Park & Ride Elsau.

Aquella tarde no teníamos ganas de cocinar, así que de regreso a Colmar decidimos parar a cenar en un McDonald’s. Menos de una hora tardamos en llegar desde Estrasburgo.
Una vez en el apartamento, duchita, partido de España (el único que ganamos aquel Mundial…) y a repasar el día de mañana, ¡que aún nos queda mucho por ver en este viaje!
Día 5
Le damos la bienvenida al último día que pasaremos completo en Alsacia ya que mañana, con todo el dolor de nuestro corazón, tendremos que volver a casa pronto por la mañana. Cuando elaboramos el planning de nuestra ruta pensamos que sería buena idea reservar un día entero para conocer algunos pueblos menos conocidos por el gran público y por tanto menos trillados turísticamente hablando.
Este va a ser ese día, y aunque comenzaremos visitando el pueblo de Obernai, el segundo destino más visitado del departamento del Bajo Rin después de Estrasburgo, continuaremos por Mittelbergheim y Dambach-la-Ville (recomendaciones nuevamente de María del blog Descubriendo Alsacia), pueblos mucho más desconocidos. Esto nos permitió perdernos literalmente entre los amplios viñedos alsacianos y disfrutar de una jornada sin agobios ni turistas. El día se completó con la visita de una abadía muy especial y que no había aparecido citada en ninguno de los blogs que habíamos leído para preparar nuestro viaje: la Abadía del Mont de Sainte Odile. Como podéis ver, todos estos lugares se encuentran muy cerca los unos de los otros y tardamos muy pocos minutos en ir de unos a otros.
Obernai
Después de desayunar en nuestro apartamento de Colmar, nos montamos en nuestro bólido para volver a coger, como en los días anteriores, la autopista en dirección Estrasburgo, pero deteniéndonos un poco antes de llegar. Ponemos rumbo hacia Obernai, otro de los imprescindibles alsacianos, a cuyo amplio párking público y gratuito (Parking des Remparts) llegamos en aproximadamente 35 minutos.
Empezamos nuestro recorrido por Obernai admirando la zona mejor conservada de la antigua muralla medieval, llamada Rempart Maréchal Foch, a muy pocos metros del aparcamiento.


Ya en el aparcamiento nos habíamos dado cuenta de que aquella mañana había una cantidad importante de coches aparcados y pensamos que se debía al turismo. Sin embargo y después de traspasar la muralla supimos que el motivo por el cual había un torrente incesante de gente por las calles en esta ocasión se debía a que… ¡era día de mercadillo semanal! El mercadillo se establece en las plazas más importantes del pueblo y en los principales lugares de interés, así que tenedlo en cuenta para vuestra futura visita a Alsacia.

Place du Marché
Dejamos la antigua sinagoga a mano derecha y cogemos la primera calle peatonal en que conduce en dirección recta hacia la Place du Marché. Enseguida nos vemos inmersos en una marea de gente que nos arrastra casi sin darnos cuenta hasta el centro neurálgico del pueblo. A nuestro paso se suceden las maisons à colombages con diversos colores tan características de la región.
En la Place du Marché apenas podemos ver nada con claridad, pues los puestos del mercadillo apenas dejan espacio para caminar. En vez de enfadarnos por esta circunstancia, decidimos tomarlo con positivismo y disfrutar de la animada vida del pueblo en un día donde los lugareños venden y compran artículos de todo tipo. Empujando nuestro carrito, nos sentimos unos habitantes más de Obernai que buscan alguna oportunidad en algún puesto.

Con grandes dificultades divisamos Le Beffroi, posiblemente el monumento más carismático y querido del pueblo. Este campanario era originalmente la torre de una capilla del siglo XIII dedicada a la Virgen y de la cual ya no queda prácticamente nada, pues fue demolida a finales del siglo XIX. También en esta plaza destacan el Hôtel de ville neo-renacentista y una antigua carnicería pública, Halle aux Blés, construida en 1554, aunque desgraciadamente no pudimos disfrutar de ninguno de ellos.
Continuamos ahora por la Rue Chanoine Gyss, donde nos topamos con un pozo muy especial, el Puits aux six seaux (pozo de los seis cubos), que en realidad se trata de una fiel reconstrucción del que había anteriormente, un pozo renacentista erigido en 1579. Otro símbolo del pueblo.

Église des Saints Pierre-et-Paul
Seguimos adelante hasta llegar a otra plaza, aquella presidida por la imponente Iglesia de Saints Pierre-et-Paul, igualmente atestada de puestos de mercadillo.

Se trata de un bello templo católico construido a finales del siglo XIX sustituyendo a una iglesia anterior de estilo gótico. Por suerte pudimos entrar en el interior, pues es aún más bonito que el exterior.


En Obernai no nos queda otra cosa que callejear sin rumbo fijo y comprar algún que otro aperitivo en el mercado. Nuestro siguiente destino se encontraba a muy pocos minutos de allí.
Abadía del Mont Sainte Odile
Tardamos unos 20 minutos en subir hasta la cima del Mont Sainte Odile, una montaña de los Vosgos situada en el municipio de Ottrott, a 764 metros de altura sobre el nivel del mar. Allí se encuentra la famosa Abadía de Hohenbourg, que según la tradición fue fundada por Santa Odilia, patrona de Alsacia, allá por el siglo VII. Este monasterio ha sido desde la Edad Media un importante centro de peregrinación religiosa que recibe más de un millón de visitantes al año, especialmente a personas afectadas por enfermedades de tipo ocular.

Después de aparcar el coche en el amplio aparcamiento al aire libre, sentamos a Elia en la mochila porteadora de emergencia que compramos el día anterior. Esta vez le tocó a papá llevarla consigo…

A medio camino entre el parking y la entrada de la abadía (hay que recorrer unos cuantos metros a pie), nos dimos cuenta de que nuestra pequeña había perdido uno de sus zapatos. A mamá le tocó hacer el camino de vuelta al coche mientras Elia y yo esperábamos allí. El zapato apareció en el punto más alejado, como no podía ser de otro modo, justo al lado del coche…
El acceso a la abadía es gratuito. Lo primero que hicimos fue visitar algunas de las estancias interiores, de las cuales destaca una, la que alberga la supuesta tumba de la santa, motivo principal de las peregrinaciones a este lugar.


En nuestra opinión, la visita del interior resulta bastante prescindible, sobretodo porque la estancia más interesante, la biblioteca, no pudimos visitarla. Este lugar ha cobrado un cierto halo de misterio durante los últimos tiempos pues fue precisamente aquí donde ha estado ocurriendo un extraño fenómeno: la desaparición progresiva y constante de algunos de sus incunables. Y es que durante los dos últimos años alguien había estado sustrayendo libros de incalculable valor de la biblioteca sin que nadie se diera cuenta, hasta que finalmente la policía dio con el culpable. Un profesor retirado había aprovechado la existencia de una cámara secreta adyacente a la biblioteca (que solo conocía él) para sustraer manuscritos con la intención de asegurarse un buen retiro. ¿No os parece un buen guión para una historia policíaca?
En cualquier caso, aquello que sí merece mucho la pena es recorrer los jardines exteriores de la abadía, donde se encuentran dos capillas separadas del edificio principal, la Chapelle des Anges (capilla de los ángeles) y la Chapelle des Larmes (capilla de las lágrimas), ambas realmente hermosas por dentro ya que sus muros interiores están recubiertos con mosaicos al estilo bizantino.



Como ya hemos dicho, lo más interesante de este monumento se encuentra en el exterior. Merece la pena venir a este lugar para disfrutar de las vistas excepcionales que hay a los Vosgos, al Valle del Rin y, en un día lo suficientemente despejado, incluso a la Selva Negra alemana.


Al salir del recinto nos fuimos con el convencimiento de que había merecido la pena subir hasta aquí, a pesar de que la abadía no deja de ser un edificio reconstruido sin el menor interés. El agradable paseo por los jardines y sobretodo las vistas justifican, sin embargo, enormemente su visita.
Mittelbergheim
Se acercaba la hora de comer pero decidimos hacer un pequeño esfuerzo y recorrer en coche los 20 minutos que nos separaban del siguiente pueblo que teníamos en nuestra lista, Mittelbergheim, para buscar algún restaurante allí sin perder excesivo tiempo. «Nuestro gozo en un pozo», pensamos, cuando lo único que encontramos después de aparcar en el mismo centro del pueblo fue el restaurante de un hotel de precio prohibitivo en el que no tuvimos más remedio que sentarnos, pues no encontramos nada más. Para colmo, los platos que nos sirvieron llevaban poca carne y mucho chucrut, demasiado chucrut, con un sabor tan fuerte a vinagre que no pudimos hacerle frente. El nombre del sitio, mejor no recordarlo porque nos fuimos de allí con el bolsillo temblando…
Mittelbergheim está considerado uno de los pueblos más bonitos de Francia, así lo acredita el hecho de pertenecer a la Asociación Les plus beaux villages de France. Además, hacía solo dos días que había sido elegido el segundo pueblo preferido por los franceses del 2018 en la votación popular que se retransmite por televisión todos los años. Las expectativas, por tanto, eran bastante altas, pero en este caso no se cumplieron en absoluto. Más bien al contrario.

En casi todos los viajes hay sorpresas positivas, de esas que no te esperas, y también alguna que otra decepción. Mittelbergheim fue sin duda la decepción de este viaje por Alsacia. Quizás porque por renombre lo han colocado al lado de Eguisheim o Kaysersberg (y ya os decimos nosotros que ni por asomo pueden compararse…), quizás porque ya veníamos algo escamados de la comida, quizás porque el estilo de las casas no sigue la estructura presente en otros pueblos alsacianos (se trata de un estilo renacentista alemán, mucho más sobrio que las caprichisas casas de entramado típicas),… El caso es que no dejamos de buscar esos rincones preciosos que se supone que teníamos que encontrar.

Recorremos la calle principal, literalmente la Rue Principale, de arriba a abajo, pasando por delante de diversas bodegas que venden sus propios vinos y de dos iglesias, la Iglesia Protestante, originalmente del siglo XII pero remodelada posteriormente, y la Iglesia de Saint Étienne, de finales del siglo XIX, posiblemente el rincón más bonito que encontramos.




Somos conscientes de que las expectativas, los gustos, así como las circunstancias y momentos personales de cada persona influyen enormemente en la apreciación de un lugar. Al igual que nos pasó con Praga o Hallstatt, no podemos decir que Mittelbergheim sea un lugar feo, simplemente esperábamos mucho más. Eso no significa que no disfrutáramos de la visita, sí la disfrutamos y mucho. Sin embargo, no creo que volvamos a visitar Mittelbergheim la próxima vez que vengamos a Alsacia pues lo consideramos un pueblo absolutamente prescindible. Pero esto es solo una opinión subjetiva, la nuestra.



Pensándolo bien y después de todo, sí tenemos que reconocerle dos cosas a Mittelbergheim. Una de ellas es su tranquilidad, si buscas un pueblo nada masificado, lejos del turismo de masas, este es tu sitio. La segunda es su entorno, su ubicación entre extensos viñedos es absolutamente embriagador, así lo pudimos comprobar cuando nos fuimos de allí en dirección a nuestro siguiente destino, pasando por el centro de la bella localidad de Andlau (mucho más bonita, a nuestro juicio, que Mittelbergheim). De hecho no pudimos resistirnos a parar el coche en más de una ocasión ante semejante espectáculo.
Dambach-la-Ville
Después de 20 minutos zigzagueando entre bellos parajes como el que acabáis de ver en la imagen, llegamos a nuestro último destino del día, Dambach-la-Ville, otro de esos pueblos desconocidos para el turismo de masas.

Aparcamos en el aparcamiento al aire libre gratuito que hay justo enfrente de una de las tres antiguas puertas a este pueblo amurallado, la Porte de Blienschwiller. Allí esperamos en el coche para tratar de dormir a Elia, pero en esta ocasión la peque no quiere dormirse, así que desistimos y comenzamos con nuestra visita de Dambach-la-Ville.

Después de cruzar la Porte de Blienschwiller, enseguida nos dimos cuenta de que nuestra visita a Dambach-la-Ville iba a ser igual de calmada que la de Mittelbergheim, ya que por sus calles paseaban muy pocos turistas. De hecho, éramos prácticamente los únicos.

Por suerte, pronto nos dimos cuenta de que este pueblo no tiene nada que ver con el anterior. Las casas, aunque no tan coloridas como las de Eguisheim o Riquewhir, poseen el mismo encanto y elegancia.


La Place du Marché
Llegamos a la Place du Marché, donde entramos a la Oficina de Turismo para hacernos con un mapa de la villa. Allí pudimos disfrutar del Hôtel de Ville, un edificio del siglo XVI, y de casas preciosas que quitaban el hipo por su elegancia y estética, especialmente dos de ellas, pertenecientes a la bodega Nartz. Si tenéis pensado visitar este pueblo, os aconsejamos no perderos estas dos casas, ya que fueron de las más curiosas que vimos en todo el viaje, especialmente la de la derecha, que se encuentra literalmente encajonada. Es tan estrecha que su equilibrio parece imposible.



Justo detrás del Ayuntamiento se encuentra el templo más importante del pueblo, la Iglesia de Saint Étienne, del siglo XVIII, reformada un siglo después. Su torre impresiona por su altura.

Continuamos caminando hasta la otra parte del pueblo, que nuevamente termina en otra de las puertas medievales de la villa, la Porte de Dieffenthal. Desde allí admiramos un tramo de muralla y la zona exterior de Dambach-la-Ville, zona de muchos y bonitos paseos entre viñedos, antes de regresar intramuros, nuevamente a la Place du Marché donde hicimos algunas compras (vinito alsaciano incluido) antes de regresar al coche.





Chapelle de Saint-Sébastien
Dambach-la-Ville tiene, además de todos estos bellos rincones, dos monumentos que se encuentran a las afueras. Uno de ellos es el Castillo de Bernstein, que se remonta al siglo XII, por tanto uno de los más antiguos de Alsacia. A él se puede llegar en un largo paseo a pie desde el pueblo que por supuesto nosotros no pudimos hacer. Sin embargo, sí pudimos acceder al segundo con el coche, la Chapelle de Saint-Sébastien, ubicada en el antiguo emplazamiento de un pueblo desaparecido, Oberkirch, sobre la falda de la montaña.

Las vistas desde la capilla son fabulosas. La panorámica del pueblo de tejados rojizos entre esos mares verdes resume la esencia de esta preciosa tierra.


Último paseo por Colmar…
Decididos a quemar nuestro último cartucho y aprovechar al máximo nuestras últimas horas en Alsacia, decidimos poner rumbo a Colmar, eso sí, después de perdernos en el camino de vuelta cruzando pueblos alsacianos desconocidos. No creáis, ¡fue intencionado!
Como estos últimos días, pasamos por delante de una rotonda en la entrada de la ciudad, una rotonda especial, una que contiene una de esas curiosidades de las que no puedes apartar la vista, una réplica de la Estatua de la Libertad, la obra que hizo eterno a Frédéric Auguste Bartholdi. Esta es la segunda réplica que vemos de esta famosa escultura, la primera fue en París, navegando por el Sena.

Una vez en el apartamento, pensamos «¿cómo nos vamos a ir de Alsacia sin despedirnos de Colmar?». Además, y perdonad por no haberlo mencionado antes, hoy, 23 de junio, es el día de la música en toda Francia.
Así que salimos de nuevo a disfrutar de Colmar. Una Colmar excepcionalmente animada, con mucha gente por las calles y bandas tocando música en cada rincón. Una Colmar preciosa y divertida. Llegamos hasta nuestro lugar preferido, la Petite Venise, y allí damos gracias a la vida por habernos permitido llegar hasta aquí. Gracias, gracias y ¡gracias!

A la mañana siguiente nos despedimos de nuestro apartamento, de nuestro coche y de nuestra Alsacia. Un viaje maravilloso que recordaremos mientras vivamos. Sobretodo porque ha sido el viaje de las primeras veces de Elia, su primera vez en avión, su primera vez en el extranjero. Su primera vez con nosotros en la tierra de los cuentos, Alsacia.
¡Hasta la próxima aventura, cantineler@s!


5 comentarios
Nuevas Aventuras
Alsacia es muy bonita la tenemos en nuestra lista para que algun dia llegasemos a conocerla, por lo que parece vale mucho la pena.
nuevasaventurascom
Alsacia es muy bonita la tenemos en nuestra lista para que algun dia llegasemos a conocerla, por lo que parece vale mucho la pena.
Rafael Ibáñez
Así es! No dejéis de visitarla porque es un viaje inolvidable!! Gracias por visitar nuestro blog
MIKE
Te felicito por el blog. Hecho con gran calidad y dedicación. Conozco la zona y la describes de maravila.
Rafael Ibáñez
Muchísimas gracias por tu comentario, qué alegría que te dediquen palabras tan bonitas. Un abrazo!