
Crónica de un reencuentro conmigo mismo
Ruta de 5 días recorriendo la provincia de Soria
Indice
Siempre recordaré este viaje a Soria. Nunca antes había transitado por un periodo tan difícil en mi vida personal, de modo que decidí que era hora de volver a hacer una escapada para coger aire con mis dos amigos de toda la vida, Dani y Marcelo. Y así, ellos salieron desde Barcelona mientras que yo lo hice desde Murcia, encontrándonos prácticamente en medio, la capital soriana, la noche del 1 de octubre, cumpleaños de Marcelo, quien se había encargado previamente de buscar un restaurante acorde con la ocasión (el Baluarte ni más ni menos, que atesora una estrella Michelín, ¡cómo se las gasta Marcelillo!). Y aquella ruta de 5 días por la provincia que en un principio iba a ser una más, terminó convirtiéndose en un verdadero reencuentro conmigo mismo.

Bien sabido es que la de Soria es una de las provincias de nuestro país que más sufre la despoblación. Esto unido a la situación sanitaria causada por la pandemia del virus COVID-19 hizo que pudiéramos visitar algunos de los monumentos naturales más increíbles, como el Cañón del Río Lobos, y algunos de los pueblos más bonitos de España, como Medinaceli, prácticamente en soledad. Un panorama desolador que paradójicamente nos proporcionó la tranquilidad y el sosiego que un alma en crisis a veces necesita.

También es de sobras conocido que muchos escritores eligieron la provincia de Soria como lugar de residencia en algún momento de sus trayectorias vitales, lo cual no creo que sea casualidad teniendo en cuenta que hablamos de una tierra muy dada a los mitos y las leyendas. Los hermanos Bécquer, Antonio Machado o Gerardo Diego son algunos de los nombres ilustres que la inmortalizaron. Ahora nos toca a nosotros explorarla y dejarnos inspirar por ella. ¿A que dan ganas de acompañarnos? Yo de vosotros no me lo perdería porque con estos dos, ¡la diversión está asegurada!
Como diría la canción de Gabinete Caligari, ¡vamos camino Soria!
Día 1
Vamos a comenzar conociendo la capital soriana a través de una ruta muy especial. Para ello os remito a un artículo que escribí expresamente.
Ruta machadiana de Soria
Soria, la fría Soria, explorada de la mano de uno de los personajes que la hicieron inmortal, el poeta sevillano Antonio Machado. Allí pasó los días más felices y también los más amargos de su vida. ¡No te la pierdas en este ARTÍCULO!

Despedirnos de la capital soriana no fue fácil, pero mis amigos y yo teníamos una cita aquella misma tarde para visitar uno de los yacimiento arqueológicos más famosos de nuestro país. Después de una mañana intensa de frío y lluvia recorriendo los puntos más importantes de la ruta machadiana, repusimos fuerzas en la Taberna Capote (menú bastante completo, lugar recomendable) antes de coger el coche y poner rumbo al norte. En apenas 10 minutos habíamos llegado a nuestro destino.
Yacimiento de Numancia, la gesta que se convirtió en mito
A unos 7 kilómetros de Soria se encuentra la pequeña población de Garray, junto a la que se levanta el conocido como cerro de la Muela. En lo alto de éste se ubican hoy los restos de un lugar que con el paso de los siglos ha llegado a convertirse en todo un referente patriótico. Me estoy refiriendo por supuesto a las ruinas de Numancia, un poblado celtíbero que se le indigestó a los romanos más que un vaso de Fanta a mi amigo Marcelo. Este lugar es mucho más que un yacimiento arqueológico y su visita constituye una parada inexcusable para todos aquellos que desean conocer en profundidad cómo se forjó el mito del heroísmo y la resistencia de los numantinos, uno de los símbolos nacionales por antonomasia.

Como vais a ver la historia de lo que ocurrió en Numancia recuerda mucho a los cómics de Astérix y Obélix. Nos trasladamos al siglo II a.C., en el marco de la conquista de la Península Ibérica por parte de la república romana, quien acababa de vencer en Cartago. En el año 154 a.C. el ejército romano del consul Fulvio Nobilior decidió atacar la ciudad celtíbera de Segeda, que había iniciado la construcción de su nueva muralla, un hecho que fue interpretado por los romanos como una violación de sus tratados y aprovechado como un pretexto para la guerra. Sus habitantes se refugiaron entonces en una ciudad vecina, Numancia, que les acogió con los brazos abiertos para ayudarles a hacer frente al ejército invasor. Contra todo pronóstico, juntos derrotaron a los soldados de Nobilior.

A lo largo de los años posteriores, los numantinos consiguieron numerosas victorias que obligaron a los romanos a firmar deshonrosos tratados de paz. Un desfile de cónsules cosechaba estrepitosas e inexplicables derrotas contra unos feroces numantinos que no daban síntoma alguno de ceder su posición. El senado romano, viendo cómo se complicaban sus planes de conquista de la Península, tomó la decisión en el año 134 a.C. de enviar a su mejor general, Publio Cornelio Escipión Emiliano, quien había sido el héroe de la conquista de Cartago. A diferencia de sus predecesores, su estrategia consistió en sitiar Numancia cortando todos los suministros para impedir que sus habitantes pudieran recibir agua y comida. Reunió a un ejército de 60.000 hombres a los que entrenó para tal fin y ordenó construir alrededor de la ciudad un cerco con foso, un muro con torres y 7 campamentos. ¡Ahí es nada! Escipión esperó pacientemente 11 largos meses de asedio hasta que, en el verano de 133 a.C., los habitantes de Numancia, hambrientos y exhaustos, llegaron al límite de sus fuerzas. Sin embargo, no se rindieron al invasor como cabía esperar. No. no, nada de eso. ¡Lo que hicieron fue quitarse la vida y quemar la ciudad! Y de los pocos que sobrevivieron al cerco, algunos fueron vendidos como esclavos y otros fueron llevados a Roma para formar parte del desfile triunfal de Escipión.

Y fin de la historia. Sin embargo, esas dos décadas que duró la gesta terminaron pasando a la posteridad. El mito de la resistencia numantina, que comenzó a gestarse ya en las mentes de los escritores romanos (quienes ya ensalzaron las virtudes heroicas de los numantinos), se vio enormemente alimentado en España en el siglo XIX gracias a las ideas románticas de patriotismo y unidad nacional que surgieron como rechazo hacia la amenaza extranjera, plasmada en la invasión francesa de Napoleón. Un lugar tan importante para la memoria colectiva del país debía dejar de permanecer oculto y tras una larga búsqueda el yacimiento fue descubierto a mediados de ese mismo siglo (siendo uno de los primeros lugares arqueológicos en ser excavados en España). Ya en el siglo XX, el franquismo y su sistema educativo terminaron de consolidar el mito del pueblo que resistió heroicamente a la barbarie invasora en las mentes de varias generaciones de españoles.

En lo referente al yacimiento propiamente dicho, restos de la ciudad celtíbera y de la posterior ciudad romana que se superpuso a aquella yacen juntos en Numancia. Después de subir con nuestro coche al cerro de la Muela, llegamos al amplio aparcamiento y pasamos al centro de interpretación. Había reservado previamente por Internet nuestra visita guiada para los tres, pero el personal nos informó de que, al no contar con un grupo mínimo de personas, debíamos conformarnos con hacer la visita por libre acompañados de una audioguía (entrada general 5€, entrada reducida 3€). Nuestra visita fue todo un show, pues el frío viento era tan intenso que faltó poco para que nos tirara al suelo en más de una ocasión. «¡Cómo iban a conquistar esta ciudad, los romanos, con semejante ventolera!», pensamos.

De repente nos sentimos como en época celtíbera. Se sabe que el entramado de la ciudad se organizó precisamente para defender a los habitantes del viento del norte. Para ello se realizó el encuentro los distintos tramos de las calles de forma escalonada y cortar así el aire. Además, el agua de lluvia y la acarreada desde los ríos se recogía en distintos aljibes excavados en el manto natural y reforzados con piedra. Los había de forma circular o cuadrada, situados en los patios de las casas para uso particular, o en las esquinas de las manzanas para uso comunal.

Entre los lugares destacados a contemplar durante la visita, pudimos disfrutar de la recreación de la puerta norte, el conjunto de molinos de mano recogidos en diferentes sitios de la ciudad, los dos monumentos de espíritu romántico levantados en conmemoración a los héroes de Numancia (uno levantado en 1842 que quedó inacabado y otro inaugurado en 1905 por el rey Alfonso XIII), los pequeños baños públicos de época romana, la reconstrucción de dos casas, una romana y otra celtíbera (construidas a la manera original y a cuyas estancias interiores el visitante puede acceder), la recreación de un fragmento de muralla celtíbera y, por último, el barrio de los patricios, el mejor protegido de las inclemencias meteorológicas gracias a su ubicación en la parte baja de la ciudad y reservado a las familias romanas más acomodadas.

Para conocer más sobre la gesta histórica de los numantinos, es recomendable visitar el Museo Numantino de Soria, que contiene, entre otras piezas, un gran número de objetos hallados en el yacimiento, y el Aula Arqueológica de Garray, donde los más pequeños podrán disfrutar de un gran diorama realizado con «clicks» de Playmobil que recrea el cerco de Escipión y la batalla entre celtíberos y romanos.
Vinuesa y la Playa Pita
Después de más de una hora visitando el yacimiento, decidimos poner rumbo en dirección a la comarca de Pinares, la Soria Verde. Nuestro destino era Vinuesa, un pueblo que ha sido nombrado recientemente como uno de los más bonitos de España. Allí nos dimos cuenta de que su verdadero secreto, más que en la belleza de su casco histórico (del cual esperábamos mucho más, para ser totalmente sinceros), recae en su marco natural incomparable. Emplazado en las estribaciones de las Sierras de Urbión y Cebollera, y bañado por abundantes ríos como el Revinuesa o el Duero, desde Vinuesa uno puede realizar excursiones verdaderamente inolvidables, como la que lleva a la Laguna Negra (que visitaremos mañana) o a la Playa Pita.

Con esto no quiero decir que este pueblo de pasado celtíbero no sea bonito. La gran cantidad de casas nobles que encontramos a nuestro paso, como el Palacio de los Marqueses de Vilueña, el Palacio de Don Pedro Neyla o la Casa de los Ramos (esta última ilustra a la perfección la arquitectura tradicional pinariega), nos hablaron de un pasado que comenzó a ser glorioso durante la Edad Media gracias a la prosperidad del comercio de la madera y la lana. En el siglo XVIII el rey Carlos III concedió a Vinuesa el título de Villa con sus fueros y su rollo jurisdiccional correspondiente, erigido en la plaza Plazuela.


Sin duda el monumento más importante de Vinuesa es su templo principal situado en la Plaza Mayor, la Iglesia de Ntra. Sra. del Pino, un curioso edificio con cabecera ochavada a medio camino entre el estilo gótico y el renacentista que alberga en su interior una gran colección de retablos barrocos y rococós (entre ellos, uno de los retablos mayores más importantes de la provincia, obra de Domingo González de Acereda).

Como el paseo por Vinuesa fue breve y no nos terminó de llenar (para qué nos vamos a engañar…), decidimos que todavía teníamos tiempo para una última travesía en coche por los alrededores. En este sentido, el cercano Embalse de la Cuerda del Pozo ofrece muchas posibilidades a los buscadores de atractivos como nosotros. Terminado en 1941 para regular el curso del río Duero, también se le conoce como Embalse de La Muedra porque éste era el nombre del pueblo que fue abnegado por sus aguas (hoy en día solo asoma el campanario de su iglesia y su cementerio). En aquellas ocasiones en las que la capacidad del pantano disminuye lo suficiente, también es posible contemplar las ruinas de un antiguo puente romano que formaba parte de la calzada que unía la localidad de Visontium con la de Uxama y que también quedó hundido bajo el agua.

En uno de los extremos del embalse se encuentra el paraje de Playa Pita. ¿He oído bien? ¿Una playa en Soria? Eso no nos lo podíamos perder. Con un amplio aparcamiento gratuito, éste es sin duda el lugar ideal para el baño, el recreo y la práctica de numerosos deportes acuáticos, razón por la cual se encuentra muy concurrida en verano. Pero habíamos venido en octubre, así que la tuvimos para nosotros solos.

Caminar acompañado de mis dos amigos por este pequeño oasis delimitado por pinos y robles, entre curiosas formaciones rocosas y arena blanca, justo en el momento en que el sol comenzaba a esconderse, tintando el agua de un tono púrpura, eso no tiene precio. Aquella tarde nos dimos libertad para ir por separado para que cada uno pudiera pensar en sus cosas. El reencuentro con uno mismo había comenzado.
Día 2
Hay días que quedan marcados a fuego en nuestra memoria porque nos ayudaron a reconectar con nuestra propia esencia. Este segundo día en la provincia de Soria fue uno de esos días, así que tened bien claro que mi relato de hoy va a verse altamente condicionado por la que fue la gran protagonista de aquella jornada, una sensación de bienestar que todavía ronda en mi mente. A mí me resulta imposible escribir sobre mis viajes desvinculándolos del estado de ánimo que reinaba en mí durante aquellos momentos, ya que «tiñen» de un color determinado las experiencias que viví y los recuerdos que ahora tengo. El lector seguro percibirá un claro filtro de entusiasmo en el relato de lo que visitamos aquel día.
En fin, vamos a lo que vamos: en nuestro segundo día explorando la provincia de Soria visitamos dos escenarios naturales dignos de mención, la Laguna Negra y la Fuentona de Muriel, y un pueblo de gran enjundia histórica, Calatañazor.
Laguna Negra de Urbión, un antes y un después
Tengo que ser honesto: visitar la Laguna Negra no estaba en mis planes cuando me puse a organizar la ruta por la provincia de Soria. Sin embargo, una oportuna recomendación de una conocida de Instagram, la encantadora Irene de la cuenta DestinoWanderlust, me hizo cambiar de opinión casi en el último momento. Gracias al cielo que así fue, porque de lo contrario me hubiese perdido un lugar absolutamente único sobre el que planea una atmósfera fantasmal cargada de misterio.
Después de desayunar en el Hostal Las Nieves, mis dos amigos y yo cogimos el coche y a ritmo de Earth, Wind and Fire pusimos rumbo a la Laguna Negra, perteneciente al Parque Natural de la Laguna Negra y los Circos Glaciares de Urbión (integrado en la Red Natura 2000). Disfrutamos enormemente de aquel trayecto de apenas media hora en el que de repente nos adentramos en un espeso bosque de pinos que parecía no tener fin. Sin duda habíamos llegado al pulmón verde de Soria, con una vegetación más propia del norte de Europa que de la Península Ibérica.

Al llegar al aparcamiento habilitado y después de pagar una cantidad de 4€ por estacionar nuestro vehículo, nos indicaron que teníamos dos opciones para llegar a la laguna: o bien subir en autobús (precio 1,20€ por persona, no disponible en algunas estaciones del año), o bien hacer el trayecto de 2 km a pie, ya sea por la misma carretera o a través del bosque. Nosotros elegimos esta última y no podemos dejar de recomendarlo a todo el mundo porque la ruta es verdaderamente preciosa, un mágico prólogo de lo que nos aguardaba.

Tardamos menos de una hora en completar un trayecto que me sumió, por primera vez en muchísimo tiempo, en una profunda sensación de felicidad interior. De repente me sentí como atrapado en un cuadro de un pintor romántico británico (más de Constable que de Turner), con semejante sinfonía de colores otoñales a mi alrededor y sabiéndome acompañado por mis dos amigos de toda la vida, aquellos que siempre estuvieron y siempre estarán. Fue justo en aquel momento cuando comencé a sentir que todavía era capaz de disfrutar de la vida. Aquello fue importantísimo para mí teniendo en cuenta que los últimos meses de mi vida personal habían sido tremendamente amargos. Fue como volver a respirar.

Uno de los principales motivos de recomendaros hacer la ruta a pie a través del espeso bosque es que el momento de alcanzar la Laguna Negra se convierte en una experiencia todavía más irrepetible si cabe, como alcanzar el destino soñado tras un viaje iniciático (en este caso, eso sí, breve, bonito y cómodo). Cuando uno llega, entiende al instante el por qué de tanta mitología alrededor de este lugar: cobijada por afiladas paredes rocosas talladas por el hielo hace millones de años a 1.773 metros de altitud, el agua de esta laguna de un intenso color verde oscuro desprende un aspecto realmente tenebroso.


Del año 1548 data la referencia más antigua (fecha de impresión del Libro de grandezas y cosas memorables de España, escrito por Pedro de Medina en un tiempo en el que aún imperaba la creencia de la Laguna Negra como lugar de nacimiento del río Duero) de un paraje que ha inspirado la imaginación de gran cantidad de viajeros y escritores como Juan José García, Erasmo Llorente o Pío Baroja. Pero sin duda, aquel que lo inmortalizaría para siempre sería Antonio Machado, quien visitó la Laguna Negra y el pico de Urbión durante su estancia soriana, concretamente en septiembre de 1910, y la convirtió en trágico escenario de su poema La tierra de Alvargonzález.
¿SABÍAS QUE…?
El poema La tierra de Alvargonzález (1912), publicada primero en la revista francesa Mundial Magazine y luego incorporada a Campos de Castilla, se inspira en una historia de la crónica negra soriana de la época. La leyenda describe un parricidio, la del patriarca Alvargonzález a manos de dos de sus tres hijos, quienes querían heredar sus tierras. Una especie de maldición cayó entonces sobre las tierras de la hacienda de los hermanos, volviéndose estériles. El tercero de los hijos regresó después de hacer fortuna en América y le compró las tierras a sus hermanos, y fruto de su trabajo volvieron a ser fértiles. Presos de la envidia y la codicia, decidieron asesinarle también. Al final de la historia, los asesinos murieron trágicamente en la misma laguna a la que habían arrojado el cadáver de su padre, la Laguna Negra, de la cual se cuenta que no tiene fondo.

Pasear por los alrededores de la Laguna Negra resulta notoriamente cómodo. Una pasarela habilita la visita a personas con necesidades especiales. Sin embargo, nosotros queríamos más y por ello decidimos iniciar la ruta que asciende al pico de Urbión (2.228 metros de altura) para poder disfrutar de las vistas de la laguna desde arriba. Atención porque esta ruta no es apta para todos los públicos ya que se trata de una constante ascensión con pendientes considerables y con un suelo pedregoso muy inestable (nuestro buen amigo Marcelo, quien incluso sufrió algunas caídas, puede dar buena cuenta de ello).

La ascensión es exigente pero merece la pena cada paso invertido, sobretodo cuando consigues llegar hasta arriba para tener las mejores vistas posibles de la laguna y de todo el marco natural que la envuelve. Uno se queda literalmente sin palabras. Para nosotros tres significó toda una hazaña personal poder vivir juntos aquella experiencia, y a pesar de que no llegamos hasta el pico de Urbión (las condiciones físicas de Marcelo no lo permitieron), podemos asegurar que este lugar quedará marcado para siempre en nuestros corazones. Y yo, que volví a sentirme libre, pero libre de verdad, quise gritarle al mundo una promesa: que a partir de ese mismo día lucharía por mi propio bienestar. En este sentido, la Laguna Negra fue el lugar donde comencé a reconectar conmigo mismo.


LOS CANTINELEROS RECOMIENDAN…
Después de una experiencia única como la que vivimos en la Laguna Negra tocaba buscar un sitio para reponer fuerzas, a poder ser que ofreciera comida casera. Un buen lugar para ello es el Restaurante Alvargonzález, donde disfrutamos de un menú económico en la misma carretera de acceso al pueblo de Vinuesa.

Breve parada en la Fuentona de Muriel
Una vez llena la panza, mis dos fieles amigos y yo pusimos rumbo al sur en dirección al pueblo de Calatañazor, pero antes quisimos hacer una parada en otro bello paraje soriano, a escasos 6 km de dicha localidad. A diferencia de la Laguna Negra, la Fuentona de Muriel es en realidad un nacedero de río (el del Abión) a la vez que alberga uno de los acuíferos más profundos de toda la Península (acuífero de Sierra de Cabreja). La Fuentona es uno de los únicos seis parajes declarados Monumentos Naturales que hay en toda Castilla y León. En su entorno, uno de los sabinares más extensos de Europa, viven actualmente especies en peligro de extinción (como el buitre leonado, el águila real o el cangrejo de río).
La ruta para llegar a la Fuentona es extremadamente fácil y accesible para todos los públicos. Se aparca a los pies de la Ermita de la Virgen del Valle y tras pagar una entrada de 4€ se camina siguiendo el curso del río Abión a través de unas pasarelas y puentes de madera durante poco más de un kilómetro. A medio camino, veréis una desviación hacia la «cascada» (a unos 700 m), camino que nosotros decidimos no seguir. El trayecto se completa en apenas unos minutos y el premio merece la pena: encajada en un desfiladero, la Fuentona de Muriel nos recibe con el precioso color turquesa cristalino de sus aguas.

Sin embargo, más allá de la belleza del lugar, lo más interesante es que a día de hoy todavía no se conoce con detalle su profundidad máxima. La complejidad del asunto reside en que bajo estas aguas existe un complejísimo sistema de grutas de origen kárstico que forman una especie de embudo geológico, con dos galerías sumergidas. En el año 2010 dos exploradores consiguieron llegar por primera vez hasta los 106 metros de profundidad (la más profunda hasta el momento), recorriendo un total de 380 metros en la segunda galería. Sin embargo, y para que os hagáis una idea de la peligrosidad del acuífero, cinco personas han fallecido ya durante diversas exploraciones de espeleobuceo (bañarse aquí está terminantemente prohibido).

Volvemos a encontrarnos ante un lugar que ha inspirado multitud de leyendas, esta vez sobre monstruos y seres fantásticos que habitan por debajo de estas aguas. Tened mucho cuidado porque se dice que dichos animales monstruosos acechan la orilla a la espera de algún sediento viajero despistado al que tragarse de un bocado. También se comenta que la Fuentona es la entrada al mundo de las Ondinas, unas ninfas acuáticas que embelesan a las gentes con sus cantos para evitar que su reino sea descubierto.

Calatañazor, donde Almanzor perdió el tambor
Por suerte la belleza de las Ondinas no nos atrapó y pudimos llegar a Calatañazor a media tarde. El perfil del pequeño pueblo apareció de repente ante nuestros ojos, con sus murallas y su castillo, y comprendimos al instante por qué Calatañazor es parada obligatoria para cualquier viajero que desee explorar la provincia de Soria.

Aparcamos extramuros, justo al lado de las ruinas de la Ermita de San Juan Bautista, uno de los tres templos románicos que aún se conservan en la antigua villa junto con la Ermita de la Soledad (también extramuros) y la Iglesia parroquial de Sta. María del Castillo. Se dice que en época medieval llegó a atesorar hasta once templos, circunstancia que da cuenta del glorioso pasado que vivió a partir de los siglos XI y XII, cuando Calatañazor pasó a ser capital de Comunidad de Villa y Tierra de la denominada «Extemadura castellana», un territorio que comprendía las tierras conquistadas por el Reino de Castilla, ocupando, más o menos, la franja entre los ríos Duero y Tajo.


Calatañazor ha sabido conservar ese aspecto medieval que tantos pueblos de nuestra geografía codician. El principal atractivo de su arquitectura popular reside en esas viviendas con paredes de piedra y entramado de madera, rematadas por esas gruesas chimeneas cónicas de teja partida tan peculiares y características.


Muchas de las fachadas son porticadas, un verdadero canto a esa autenticidad de lo irregular. Destacan especialmente las que se encuentran en la pequeña plaza junto a la voluminosa Iglesia de Sta. María del Castillo, de factura románica pero con añadidos posteriores entre los siglos XVI y XVIII.



Siguiendo la calle Real (una de las dos únicas arterias principales de la villa), una pequeña plaza con un pequeño busto de Almanzor recuerda que fue precisamente aquí, en Calatañazor, donde el caudillo andalusí del Califato de Córdoba perdió su batalla más decisiva en el año 1002, supuestamente.
¿SABÍAS QUE…?
Y digo «supuestamente» porque no se puede asegurar con total seguridad si dicho acontecimiento histórico llegó a suceder. Y es que la famosa batalla de Calatañazor no aparece en las crónicas de aquel momento, sino en fuentes bastante posteriores. Vamos, que el suceso que inclinó la balanza en favor de la Reconquista bien pudo ser una invención de historiadores cristianos para añadir un halo más legendario a la derrota sufrida por Almanzor. En cualquier caso, siempre se recordará a Calatañazor como el lugar donde «Almanzor perdió su tambor», pues aquí perdió la alegría y sus anhelos conquistadores (supuestamente, repito), marcando el principio del fin del Islam en la Península Ibérica.

La Calle Real muere en la Plaza Mayor, de planta inusual, triangular. Allí nos topamos con dos elementos curiosos: primeramente una antigua picota, que nos recuerda que la villa gozaba de la jurisdicción necesaria para impartir justicia a los reos; en segundo lugar, un pedazo de roca encontrado en las inmediaciones del pueblo y que fue instalado allí para su contemplación. Se trata de la «Piedra del Abanico», en cuya superficie quedaron fosilizadas hace miles de años huellas de troncos y hojas de una palmera.

A un paso de la Plaza Mayor (incluso menos) ya vislumbramos las ruinas del Castillo de Calatañazor (también conocido como de los Padilla) abrazadas por espesas nubes. Fue justo en este lugar, conocido como el «valle de la sangre» donde la leyenda dice que tuvo lugar la hipotética batalla del año 1002 en la que Almanzor sufrió su humillante derrota. De hecho, el origen del nombre de Calatañazor parece surgir del árabe Qalat al-Nasur, que tiene el significado de «castillo del buitre» para unos, o «nido de águilas» para otros, haciendo referencia a una fortaleza islámica anterior a la actual, de factura cristiana (del siglo XII).

Una bella experiencia que siempre recordaremos de aquella tarde de octubre fue aquella en la que, habiendo subido a lo más alto de la torre del homenaje del castillo de Calatañazor, de repente advertimos cómo unas excelsas criaturas sobrevolaban nuestras cabezas de la manera más elegante que uno pueda imaginar, los custodios más sagrados de estas tierras: los buitres leonados. Nos quedamos allí varios minutos, no sabría decir cuántos, como hipnotizados por semejante espectáculo que nos estaba regalando la Madre Naturaleza.

Sobra decir que las vistas sobre los tejados del pueblo desde allí arriba quitan el hipo. El verdor era intenso y cubría como un buen manto la hoz del río Milanos, cuya morfología fue clave en el pasado de Calatañazor como enclave defensivo.


Día 3
En la jornada de hoy nos espera un intenso menú de atractivos tales como otro yacimiento celtíbero-romano que sin duda sería digno de una aventura de Indiana Jones, la misteriosa ciudad de piedra de Tiermes. También una ermita muy especial que alberga enigmáticas pinturas murales, la de San Baudelio y un pueblo con itinerario monumental, Berlanga de Duero. Y por si todo esto no fuese suficiente, la fortaleza califal más extensa de Europa, el castillo de Gormaz. No está mal, ¿verdad? ¡Pues todas estas delicias se encuentran en Soria!
Nos levantamos en la solitaria localidad de Torreandaluz después de una noche reparadora, pero no teníamos dónde desayunar, así que sin disputa ninguna decidimos coger el coche y buscar un sitio por el camino. A aquellas horas y en medio de la áspera llanura soriana, solo logramos encontrar un barecillo en Berlanga de Duero, localidad a la que más tarde regresaríamos para visitarla con calma. El pueblo que da nombre a la comarca de Tierras de Berlanga es una parada inexcusable, pero antes nos esperaba otro de esos lugares que hacen las delicias de los amantes de la arqueología.
Tiermes, la remota ciudad de piedra
Conocí hace años las ruinas de la antigua ciudad de Tiermes gracias a mis padres, que habían quedado cautivados con su visita años atrás. Algunos la conocen como la «Pompeya española», aunque a mi particular entender habría que denominarla más bien la «Petra española», pues al menos una parte muy importante fue excavada sistemáticamente en la roca para crear cimientos, bases de edificios o incluso estancias completas y espectaculares infraestructuras hidráulicas como su increíble acueducto.
Situado en el municipio de Montejo de Tiermes, literalmente en medio de la nada (pero de la nada, nada), este yacimiento alberga vestigios de distintas etapas culturales, siendo los restos celtíberos y romanos los que podrían situar fácilmente a Tiermes, de no encontrarnos en un país llamado España, en un lugar privilegiado de la arqueología nacional y europea. Porque Tiermes fue ciudad celtíbera primero y romana después, al igual que ocurrió con Numancia (de hecho, se sabe que también se le resistió vilmente a los romanos, aunque la fama se la llevó aquella).

Antes de comenzar por la visita del yacimiento propiamente dicho, se recomienda hacer una breve parada en el Museo Monográfico situado a pocos kilómetros. Éste sirve tanto de lugar de exposición de los diferentes objetos encontrados en las excavaciones como de alojamiento para los arqueólogos e investigadores que trabajan en Tiermes. Y es que la morfología del lugar y las condiciones climatológicas no son precisamente las más favorables para la puesta en valor de un conjunto arqueológico en el que se llevan realizando trabajos de consolidación desde el año 2007. De ello pudimos ser testigos in situ mis dos fieles amigos y yo, que nos las tuvimos que ver primero con la lluvia y luego con un intenso viento.
La visita de esta ciudad rupestre excavada en un acantilado de roca arenisca roja es libre y gratuita. Comienza junto al aparcamiento, a los pies de la más reseñable huella medieval de un lugar que estuvo habitado durante 30 siglos (desde la Edad del Bronce, que se sepa), la espléndida Ermita de Ntra. Sra. de Tiermes, un bellísimo templo románico del siglo XII con nave única y galería porticada con soberbios capiteles adornados.


Como ocurría en el caso del yacimiento de Numancia, casi todos los monumentos visibles hoy en día en Tiermes corresponden a la época romana (durante la cual la ciudad llegó a obtener la categoría de municipium), después de que los romanos la conquistaran a los celtíberos y llevaran a cabo su proceso de romanización del entramado urbano aprovechando para ello las estructuras preexistentes. Una de estas estructuras de origen celtibérico es el Graderío rupestre que se encuentra junto a una de las tres antiguas puertas de entrada a la ciudad, la Puerta del Sol. Este graderío excavado literalmente en la roca, un espacio público que pudo haber servido como teatro, lugar ceremonial o de reunión, fue sin duda uno de los que más nos impactó.



Otra de las estructuras de claro origen celtibérico y que es claramente el mayor atractivo de Tiermes es el entramado de construcciones excavadas directamente en la piedra arenisca y conectadas entre sí mediante escaleras, calles y rampas. Entre ellas, se encuentran las conocidas como Casa de las Hornacinas, Casas Taracena y Casa con escalera central.



Siguiendo en dirección a la Puerta del Oeste, encontramos la parte más elevada del impresionante acantilado aprovechado para edificar viviendas que podían alcanzar entre tres y siete alturas. Cerca de este punto se encuentra la Casa del Acueducto, una vivienda romana de 1.800 m² que debió pertenecer a un personaje importante, pues cuenta con más de 30 estancias situadas en varios niveles unidos por escaleras y organizadas en torno a un atrio. Precisamente uno de los tramos del acueducto romano, que captaba el agua del nacimiento de un río a casi 4km de aquí, circulaba por el canal interior de la roca, atravesaba la Casa del Acueducto y llegaba hasta las termas, abasteciendo de agua corriente a toda la ciudad. Hoy en día este canal subterráneo es visitable gracias a una pasarela de acceso. Una vez allí dentro, y si el agua de lluvias recientes no os impide avanzar, créedme, os sentiréis como Indiana Jones explorando la ciudad perdida de los navateos en busca del Arca Perdida.

A través de la Puerta del Oeste, accedimos a la parte superior del cerro de Tiermes, donde, además de poder contemplar la Casa del Acueducto y todas sus dependencias, paseamos entre los restos de las termas y el Foro Imperial, donde se encontraban los edificios religiosos y públicos más relevantes, además de la zona comercial, con su mercado o macellum y sus tiendas o tabernae.



Casi sin darnos cuenta y después de una hora y media paseando entre las ruinas del yacimiento, habíamos vuelto al punto de partida, la Ermita de Ntra. Sra. de Tiermes. ¿No os parece, como a nosotros, que este lugar merece un mayor reconocimiento público y una mayor difusión?
Ermita de San Baudelio, la Capilla Sixtina del arte mozárabe
De nuevo montados en el coche, tocaba deshacer el camino de nuevo en dirección a Berlanga de Duero. Pero aquél tampoco era el momento más apropiado para detenernos a conocer el pueblo, ya que queríamos conocer antes de comer la Ermita de San Baudelio, que cerraba sus puertas aquella misma tarde. A muy pocos kilómetros a las afueras de Berlanga, San Baudelio es uno de los lugares más enigmáticos de la provincia de Soria y la joya de la corona del románico soriano. Y eso es porque esta ermita es única por múltiples peculiaridades que iremos desgranando aquí.
La primera de ellas es que la ermita, de finales del siglo XI, fue construida sobre una terraza de caliza, a la boca de una cueva que posiblemente sirvió para alojar a algún ermitaño durante la Alta Edad Media y de una fuente de la que aún mana agua (hoy día la citada gruta se halla en el interior del templo). En el exterior, junto al ábside, se encuentra una pequeña necrópolis rupestre con más de una veintena de tumbas antropomorfas orientadas de este a oeste. Además, se sabe que en las inmediaciones existía un monasterio más antiguo del que nada queda ya.

Que no os engañe la sencillez del envoltorio de San Baudelio, pues la magia se encuentra en el interior. Otra de sus singularidades reside en la robusta pilastra central que sostiene la bóveda, la cual tiene forma de palmera. A sus pies, una serie de columnillas con arcos de herradura sostienen la tribuna a modo de pequeña mezquita y cobijan el acceso a la cueva eremítica excavada en la roca. Elementos que, en definitiva, nos remiten al mundo oriental y al más que probable origen mozárabe de aquellos que construyeron este templo (ya sabéis que los mozárabes eran aquellos cristianos que vivieron bajo la dominación musulmana en la Península Ibérica y que adaptaron numerosos elementos de la arquitectura de los árabes en la construcción de sus edificios).


Además de estos curiosos elementos, aquello que más os llamará la atención es la calidad excepcional de su conjunto de pinturas murales, uno de los conjuntos románicos más antiguos del país, circunstancia por la que San Baudelio es conocida como «la Capilla Sixtina del mozárabe». Inspiradas en el arte califal cordobés, el ciclo decorativo completo de estas pinturas realizadas al temple sobre enlucido de yeso comprendía una combinación de escenas bíblicas y de caza aderezada con la representación de animales exóticos y decoración geométrica. Sin embargo, tal y como nos relató nuestro guía, San Baudelio fue víctima de un verdadero expolio durante la década de 1920 que ha hecho que hoy día tengamos que completar aquel programa iconográfico realmente único haciendo gala de un importante ejercicio de imaginación.
¿SABÍAS QUE…?
En 1922 el pícaro anticuario Leone Leví se interesó por algunas de las pinturas de San Baudelio e inició las gestiones para comprárselas, por encargo del coleccionista estadounidense Gabriel Dereppe, a algunos vecinos de Casillas de Berlanga, propietarios legales por entonces de la ermita (el precio, 65.000 pesetas). Está claro que pretendía aprovecharse del desconocimiento cultural de aquellas gentes, sin embargo las autoridades intelectuales y religiosas del momento consiguieron detener la venta y pusieron el caso en manos de la justicia. Tres años después, en 1925 el Tribunal Supremo español dictaminó que la venta había sido legal y, después de ser arrancadas de las paredes y ser adheridas a 23 lienzos, las pinturas terminaron por embarcar rumbo a Estados Unidos y ser colgadas en las paredes de algunos de sus museos (concretamente, Boston, Indianápolis y Nueva York).

En 1957 el gobierno español «canjeó» algunas de las pinturas que se encontraban en el Museo Metropolitano de Nueva York por el ábside de la iglesia románica de San Martín de Fuentidueña (Segovia). Éstas no volvieron a su ubicación original y por ahora se custodian en el Museo del Prado de Madrid. El poeta Gerardo Diego quedó tan impresionado por la historia de este expolio que le inspiró algunos de sus poemas más interesantes.
Berlanga de Duero, flanqueada por colegiata y castillo
Esta vez sí, era la hora de «aterrizar» en Berlanga de Duero para visitarla a fondo, aunque antes debíamos llenar la panza. Tampoco nos fue fácil encontrar sitio para comer, pues había pocos restaurantes y en ninguno había mesa disponible para tres aventureros. Finalmente terminamos comiendo de lo poco que quedaba en el Bar El Pocho, justo enfrente de uno de los edificios que mejor ejemplifican el auge que la histórica villa vivió en el siglo XVI, el Palacio Ducal, construido por orden de los Marqueses de Berlanga y Condestables de Castilla. De la que fuera residencia de nobles y reyes, así como uno de los máximos exponentes de la arquitectura palaciega renacentista castellana solo sobrevive su espléndida fachada (el resto fue destruido durante la Guerra de la Independencia).

Justo detrás del espacio que antaño ocupaban suntuosos jardines renacentistas, se alza el símbolo más imperecedero de Berlanga, su Castillo, uno de los más bonitos de la provincia. Lamentablemente nosotros no pudimos visitar su interior (cosas de la dichosa pandemia), pero sí disfrutar de su extensa muralla desde la carretera.

Teniendo en cuenta el enclave fundamental de Berlanga como frontera entre los reinos musulmanes y cristianos a lo largo de la Edad Media, no resulta extraño pensar que, como han demostrado recientes excavaciones arqueológicas, el castillo se levantó en el mismo lugar que ocupaba una antigua fortaleza islámica. La estructura actual es el resultado de dos etapas constructivas distintas: el castillo medieval propiamente dicho, de planta rectangular, cuyas últimas reformas finalizaron en el siglo XV, y la fortaleza artillera de traza trapezoidal que se erigió alrededor del primero un siglo después. La mayoría de historiadores atribuyen esta última reforma al ingeniero italiano Benedetto di Rávenna que, instado por la familia Tovar, propietaria del castillo, reforzó su sistema defensivo ante posibles ataques.

Antes de llegar a la Plaza del Mercado de Berlanga, donde se levanta su magnífica colegiata, recomendamos visitar la Plaza Mayor, uno de esos ejemplos de plaza castellana que tanto gustan a personas como nosotros, y perderos por algunas de sus calles, especialmente la Calle Real, donde encontraréis varias casas nobiliarias blasonadas, o la Calle de las Monjas. En esta última, llamará vuestra atención una casa con entramado de madera y frondosa vegetación sobre la puerta. Tal y como indica una placa conmemorativa, se trata de la casa natal de Fray Tomás, el hijo más ilustre de la villa de Berlanga, pues descubrió (aunque fuese accidentalmente) el archipiélago de las Islas Galápagos, además de ser consejero de Carlos V e ideólogo del Canal de Panamá.

Berlanga presume de numerosos edificios monumentales como la Puerta Aguilera, el Hospital de San Antonio o el Convento de las MM. Concepcionistas, pero sin duda de entre todos ellos destaca la grandiosidad de la Colegiata de Sta. María del Mercado (entrada 2€ por persona), el templo más importante de toda la comarca. Nuevamente los señores de Berlanga están detrás del patrocinio de su construcción a principios del siglo XVI, momento en que también tuvo lugar el levantamiento del Palacio Ducal y de la fortaleza artillera en el castillo. Era evidente el ambicioso proyecto de transformación urbana que la familia Tovar pretendía llevar a cabo en Berlanga tras ordenar derribar las diez iglesias románicas que existían desde el siglo XIII. La intención: convertir Berlanga de Duero en una auténtica villa renacentista que reflejase el poderío de sus señores.

En mi opinión, la sola visita del interior del templo justificaría venir a Berlanga de Duero, sobretodo por su imponente techo abovedado, una absoluta fantasía de crucerías que impide que uno deje de mirar hacía arriba. Como curiosidad, junto a la entrada cuelga de la pared un caimán disecado que el propio Fray Tomás (enterrado en una de las capillas) se trajo del río Chagres, Panamá, en 1543 como una rareza exótica para sus contemporáneos.
¿Seguimos con nuestro recorrido?
Castillo de Gormaz, la vergüenza del abandono
Un corto trayecto separa Berlanga de Duero de uno de los casos más flagrantes de patrimonio abandonado de toda España, sobretodo porque, con un perímetro amurallado de más de un kilómetro, el Castillo de Gormaz es la fortaleza levantada en época califal más extensa de toda Europa.

Erigida por el califa omeya Al-Hakam II en el siglo IX como pieza clave de la defensa musulmana para controlar los avances repobladores de los reinos cristianos del norte, pasó por manos de unos y de otros hasta su definitiva conquista por parte de los cristianos en 1059 (curiosamente, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, llegó a ser señor de Gormaz poco después). Era del todo imposible que no viniéramos a conocer una de las posiciones estratégicas más codiciadas por musulmanes y cristianos durante los siglos IX y X.

Las medidas de este castillo son tan abrumadoras que mucho antes de llegar a lo alto del cerro donde se ubica ya podíamos divisar sus imponentes murallas con sus 28 torres salientes que se asemejan a la dentadura de un feroz animal mitológico.

Nada más aparcar junto al acceso, mis amigos decidieron echarse una pequeña siesta en el coche, momento que yo aproveché para hacer algunas fotos. Lo que no sabía era que la Madre Naturaleza me tenía reservado uno de esos instantes de magia fugaz en forma de arco iris que fue acortándose a medida que el nubarrón situado a espaldas de la fortaleza iba desapareciendo paulatinamente. Mi cámara fotográfica no dio a basto en aquel momento…


Una vez hubieron despertado los «bellos durmientes» procedimos a explorar el interior. Como ya he mencionado al principio, nunca llegaré a entender cómo existen todavía en nuestro país tantos casos como el del Castillo de Gormaz en los que un monumento de semejante envergadura e importancia histórica es pasto del abandono y la desidia por parte de las instituciones. Y es que este monstruo de piedra por el que la mayoría de los países del planeta pelearía para tenerlo en sus dominios no goza ni de la vigilancia oportuna ni de la menor medida de seguridad (el acceso, por tanto, es libre y gratuito, y no hay horario de apertura), por lo que uno puede campar a sus anchas sin ser consciente de los riesgos que entraña el no disponer, por ejemplo, de ninguna protección en el paso de ronda frente a una caída libre mortal. Por favor, tenedlo en cuenta cuando vayáis y sed muy cuidadosos, sobretodo con los más pequeños.

Dejando a un lado esta «pequeña» salvedad, la visita del Castillo de Gormaz es deliciosa. En la zona oriental aún se conservan restos del antiguo alcázar por un lado, con su palacio califal, su sala de armas, su aljibe y sus torres (la del Homenaje y la de Almanzor). En su lado occidental, una explanada de dimensiones indecentes que servía para albergar el ejército y las caballerizas.


De los dos accesos que tenía el Castillo de Gormaz, la Puerta Califal todavía conserva el fabuloso doble arco de herradura, una verdadera joya desde donde podemos avistar una pequeña ermita a los pies del cerro, la de San Miguel, considerada una de las más antiguas de la provincia de Soria (prerrománica) y que aún conserva sus pinturas murales del siglo XII. Se cree que éstas podrían estar relacionadas con los mismos maestros que participaron en la decoración pictórica de San Baudelio.
Día 4
Amanece nuestro cuarto y penúltimo día en la provincia de Soria y mis amigos y yo estamos dispuestos a exprimirlo a tope. Para empezar haremos una breve parada en el interior del Parque Natural del Cañón del Río Lobos donde visitaremos una de las muchas joyas que atesora: la Ermita de San Bartolomé. Después, nos dirigiremos a la bellísima localidad de El Burgo de Osma donde disfrutaremos de todo su patrimonio así como de unos buenos torreznos. Finalizaremos el día en la comarca de Tierras de Almazán para conocer dos pueblos muy interesantes: Morón de Almazán y Almazán, el cual nos brindará diversas sorpresas inesperadas. ¿Te subes a nuestro coche?
Hoy nos toca volver a hacer las maletas después de pasar las dos últimas noches en Las Candelas de Torreandaluz, pues la última noche la pasaremos en Almazán. Esta vez no nos tocó buscar un sitio para desayunar, pues habíamos hecho la compra el día anterior, así que después de cargar nuestros bártulos en mi querido Hyundai pusimos rumbo a uno de los lugares más enigmáticos de toda la provincia: la Ermita de San Bartolomé, a la entrada del Parque Natural del Río Lobos. ¡Empezamos con un auténtico plato fuerte!
Ermita de San Bartolomé, esoterismo en el Cañón del Río Lobos
Sería una absoluta necedad afirmar que conoces el Cañón del Río Lobos si únicamente has visitado la Ermita de San Bartolomé, ya que el paraje que envuelve este minúsculo templo románico representa solo una ínfima parte de las más de 10.000 hectáreas de un territorio protegido que pertenece en sus tres cuartas partes a la provincia de Soria y en una cuarta parte a la de Burgos. Y es que en esta ermita, dotada de una belleza sin igual, parecen querer concentrarse todos los atractivos propios de un gigantesco cañón de origen kárstico que, en realidad, tiene una extensión de 25 kilómetros. Atractivos como la espectacularidad paisajística o el misticismo de un lugar cargado de una energía muy especial. De ahí que sea el lugar más visitado de todo el parque.

Sin embargo, el Cañón del Río Lobos ofrece mucho más, especialmente a los amantes del senderismo y el ciclismo, pues existen diversos senderos a seguir repletos de miradores, puentes y otros lugares de gran interés. El más importante de todos ellos es la llamada Senda del Río (o PR SOBU-65), un camino lineal de 24 kilómetros que recorre el cañón al completo, desde Ucero hasta Hontoria del Pinar, y que es posible transitar también parcialmente, dando la vuelta en el momento que consideremos más oportuno. Aunque el terreno resulta algo irregular en determinadas zonas, se trata de una ruta prácticamente llana y sin dificultades técnicas.

Nosotros contábamos con un margen de tiempo muy ajustado, pero por nada del mundo queríamos perder la oportunidad de conocer una pequeña pincelada de este lugar. Accedimos al Parque Natural a través de una de sus puertas de entrada, la de la Galiana, la más conocida y transitada por los visitantes, pasando por Ucero, un pueblo con encanto rural gobernado en lo alto de una meseta por un castillo que, al igual que en el caso de la Ermita de San Bartolomé, parece ser de origen templario. Después de dejar el coche en uno de los aparcamientos habilitados, recorrimos a pie la corta distancia hasta el templo entre chopos, sauces y encinas, proporcionando aire puro a nuestros pulmones. El paraje que encontramos al final del trayecto en completa soledad y a primera hora de la mañana nos dejó sin palabras.

Al amparo de paredes milenarias y el meandro de un río de aguas cristalinas y sosegadas (el río Lobos), se yergue solitaria San Bartolomé, erigida a principios del siglo XIII, posiblemente como oratorio del desparecido Monasterio de San Juan de Otero, que a su vez estaba vinculado a la Orden del Temple. La enigmática iconografía de sus capiteles y canecillos ha alimentado el imaginario popular durante siglos, como en todo lo concerniente a las construcciones templarias. Algunos estudios han señalado la presencia de corrientes telúricas alrededor de este edificio. Sin duda, el lugar, especial es. Lástima que no pudiésemos visitar el interior.


Justo por detrás de la ermita, mis amigos y yo pudimos adentrarnos en la Cueva Grande, una de las múltiples concavidades que la erosión de las aguas formó hace millones de años como grutas subterráneas y cuya forma recordaba al poeta y periodista Agustín de Foxá al de una vulva femenina. Efectivamente, según algunos antropólogos esta cueva pudo servir de lugar sagrado para las comunidades prehistóricas que se establecieron aquí, dando lugar a una sacralización del lugar como una vulva de la Madre Tierra. La presencia de pinturas rupestres (que nosotros no acertamos a vislumbrar dada la oscuridad en la que nos vimos sumergidos) y otros hallazgos arqueológicos apuntarían a dicha hipótesis.

Al salir de la cueva nos dedicamos a pasear por los alrededores y yo, a hacer mil y una instantáneas. Y es que la belleza del lugar da para eso y mucho más. Todo amenizado por los notorios graznidos de los buitres leonados que sobrevolaban toda la zona. Justo antes de marcharnos, las nubes se abrieron y un oportuno rayo de sol incidió sobre San Bartolomé, añadiendo todavía más misticismo si cabe a la escena.



El Burgo de Osma, la ciudad deslumbrante
La ciudad que más me gustó de todas las que vimos en la provincia de Soria fue El Burgo de Osma. Por sus monumentos, por su historia y por el aspecto de la villa, limpia, blanca, señorial. En una palabra: deslumbrante. Lo primero que hay que decir es que en realidad el municipio está formado por dos núcleos urbanos vecinos separados por el río Ucero: la Ciudad de Osma y el Burgo de Osma.

Aunque el segundo surgió del primero, ambos comparten los mismos orígenes: una ciudad celtibérica llamada Uxama Argaela, que se encontraba en el Cerro Castro, donde siguen estando hoy en día sus ruinas (visitables, por cierto). Como ocurrió en Numancia, en Tiermes y en otras muchas ciudades arévacas, Uxama sucumbió a la conquista romana y se convirtió en una destacada ciudad situada en la vía de comunicación que unía Caesaraugusta (la actual Zaragoza) y Asturica (Astorga). Más tarde llegaron los visigodos, que la convirtieron en sede episcopal, y luego los musulmanes, quienes construyeron atalayas (una de ellas, aún visible) desde donde poder tener contacto visual con el Castillo de Gormaz, entre otros.
Durante la época de disputa entre musulmanes y cristianos, estos últimos deciden asentarse en el cerro vecino, en el margen izquierdo del río, y construir un castillo que cambió de manos varias veces hasta la definitiva conquista por parte de los castellanos a principios del siglo XI, después de la caída de Almanzor (supuestamente en Calatañazor). Los restos de lo que queda del Castillo medieval de Osma y de sus antiguas murallas siguen viéndose imponentes desde cualquier punto de la ciudad.

A partir de entonces la población cristiana fue abandonando el cerro del castillo y fue trasladándose progresivamente al llano, al lado derecho del río, ocupando lugar de la actual población de Osma. En el año 1101, tras la restauración de la diócesis por el obispo francés Pedro de Bourges, se comenzó a construir la catedral románica, pero en el margen izquierdo del río, momento a partir del cual empezó a establecerse a su alrededor un pequeño burgo de artesanos y comerciantes al que años después Alfonso VIII acabaría reconociendo finalmente como una entidad jurídica independiente. Et voilà! De este modo nació El Burgo de Osma.

Sobre esa primera catedral románica se erigió un templo gótico mucho más grande y espléndido, la actual Catedral de Sta. María de la Asunción, la cual sufrió modificaciones hasta bien entrado el siglo XVIII. Sin duda el gran lamento de este viaje, así lo recordaremos siempre, fue el no poder visitar este edificio por dentro a causa del dichoso COVID-19, que nos privó de poder disfrutar, entre otras cosas, del retablo de la Capilla Mayor de Juan de Juni, del claustro de estilo gótico flamígero o de la Sala capitular con el sepulcro de San Pedro de Osma.

La manera más triunfal de llegar hasta la catedral es accediendo desde el paseo fluvial y las murallas, por la única de las tres antiguas puertas de la ciudad que todavía sigue en pie, la Puerta de San Miguel, y atravesando después una preciosa plaza que parecería haber sido dibujada por un artista del Renacimiento por su maravillosa perspectiva. La preside el monumento a San Pedro de Osma (quien en realidad era Pedro de Bourges, fundador de aquella primera catedral románica).



En la Plaza de la Catedral, de planta triangular y una fuente en el centro, el visitante encontrará un compendio de todas las virtudes que se reúnen en El Burgo de Osma: solemnidad (la de la piedra clara de la pared lateral del templo), elegancia (la de la galería porticada y sus edificios con balcones acristalados) y amplitud.



Desde esta plaza parte la Calle Mayor repleta de viviendas sobre soportales con columnas de madera y de piedra. Mis dos amigos y yo completamos el disfrute de pasearla cediendo a la tentación de detenernos en una de sus tabernas y abandonamos al placer de degustar los famosos torreznos sorianos antes de proseguir nuestro camino. La taberna en cuestión estaba ambientada enteramente con los colores del Atlético de Madrid, equipo de los amores de la dueña, ¡incluso con música de Joaquín Sabina como banda sonora!



Continuando por la Calle Mayor, llegamos a la Plaza Mayor, centro neurálgico de El Burgo de Osma más moderno, también con edificios porticados y un Ayuntamiento de estilo neoclásico. Sus dos torres hacen de espejo al edificio que tiene justo enfrente, el Hospital de San Agustín, de majestuosa fachada barroca. En la actualidad es un centro cultural que alberga la biblioteca, la oficina de turismo, un teatro y el Aula Arqueológica de las ruinas de Uxama.



Completando la lista de un patrimonio verdaderamente envidiable, la antigua Universidad de Santa Catalina, del siglo XVI (actualmente, un hotel termal, ya ves tú qué cosas…), la Iglesia de Santa Cristina, edificio de un barroco tardío en el núcleo de Osma (frente al castillo) y el propio Yacimiento celtibérico-romano de Uxama, origen de la ciudad, entre otros. Ya os había dicho que El Burgo de Osma era deslumbrante. Lo que coloquialmente viene a ser «para mear y no echar gota», con perdón.
Morón de Almazán, ¿la plaza más bonita de Soria?
Era hora de poner rumbo al sur en dirección a una nueva comarca, Tierras de Almazán. Embriagados por el buen comer y el dulce traqueteo del coche, mis dos amigos se echaron una buena siesta en sus respectivos asientos mientras yo conducía, lo que ya venía siendo la tónica habitual de aquella escapada. A muy pocos kilómetros de la ciudad de Almazán se encuentra un minúsculo pueblo de apenas 200 habitantes que presume de tener uno de los conjuntos urbanísticos más interesantes de todo el Renacimiento español. Eso había que comprobarlo in situ, ¿no os parece?

Los pueblos de la denominada «España vaciada» (un problema con especial incidencia en la provincia de Soria y que además, por desgracia, se acentúa cada vez más) suelen atesorar auténticos tesoros patrimoniales. Este es el caso de Morón de Almazán, cuya Plaza Mayor fue diseñada en cuatro niveles distintos para representar la jerarquía de poderes simbólicos de sus edificios. En su nivel más alto se sitúa la Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción, como símbolo del poder dominante de la Iglesia católica; seguidamente, en un segundo nivel, se encuentra el Palacio de los Hurtado de Mendoza (actual Museo Provincial del Traje Popular), representando a la nobleza y las clases altas; justo por debajo, el Concejo o antigua Casa Consistorial, sede del gobierno local y símbolo del poder civil; y por último, en la parte más baja, las viviendas donde residía el pueblo llano. Brillante, ¿no es así?

Todos los edificios que he citado fueron levantados entre los siglos XV y XVI, conservándose su distribución prácticamente inalterada desde entonces. La única transformación reseñable ocurrió recientemente, cuando se eliminó una antigua pared situada en el centro del conjunto y que era aprovechada por los vecinos para jugar al frontón. En su lugar, se colocó el rollo jurisdiccional que originariamente se encontraba en otro lugar. Este elemento es probablemente la huella que mejor ilustra el pasado glorioso de una villa que llegó a tener incluso el derecho de impartir justicia. Aquel día, sin embargo, nosotros llegamos a visitarla en completa soledad. Cómo cambian los tiempos…
Almazán, testigo de una promesa entre tres amigos
Llegamos a Almazán a primera hora de la tarde. Como íbamos muy bien de tiempo decidimos pasar primero por el último de los alojamientos de nuestro viaje. Y allí, en La Estación del Alma, una antigua estación de tren reconvertida en hotel rural con encanto, descansamos un poco antes de recorrer el centro histórico de una ciudad que nos aguardaba con sorpresas inesperadas.
Una vez hubimos reposado lo suficiente, los tres aventureros nos dispusimos a conocer «El fortificado», que es lo que en realidad significa «Almazán» en su toponimia de origen musulmán. Y lo tiene bien merecido si atendemos a su robusta muralla de los siglos XII y XIII, testigo de innumerables batallas entre cristianos y musulmanes durante la época de la Reconquista.


Precisamente la presencia del cerco medieval condicionó enormemente el planteamiento constructivo de la Iglesia de San Miguel, un elegante edificio románico que nos dejó con la boca abierta dada la peculiaridad de su planta, totalmente desviada (aunque a simple vista sea prácticamente imperceptible), y la excepcionalidad de su cúpula nervada de estilo califal, un auténtico capricho visual.


El templo se alza orgulloso en la Plaza Mayor, donde se encuentra otro edificio digno de mención. Se trata del Palacio de los Hurtado de Mendoza (actual Centro de Recepción de Visitantes de Almazán), lugar donde llegó a establecerse la Corte de los Reyes Católicos en diversas ocasiones durante su paso por la ciudad, una curiosidad que compite con otra de todavía mayor enjundia, y es que en su piso inferior se custodia una pequeña joya, el denominado «Tríptico de Almazán», cuatro tablas de madera policromada atribuidas al artista flamenco del siglo XV Hans Memling, cuya presencia en la ciudad se suele explicar como un regalo de los propios reyes para agradecer la hospitalidad recibida. ¿Os lo podéis creer? ¡Un Hans Memling! ¿Quién lo hubiese imaginado?


Como ya habréis podido adivinar, patrimonio no le falta a Almazán. Y es que además de estos singulares monumentos, al visitante le espera un interesante paseo repleto de otras muchas maravillas monumentales como la Puerta de la Villa (uno de los antiguos accesos a la villa medieval), la Iglesia de San Pedro, el Rollo de las Monjas, el Convento de Clarisas o la Ermita de Jesús, entre otras.
Mis dos fieles amigos y yo siempre recordaremos Almazán porque fue el lugar donde establecimos lo que aún hoy llamamos «la promesa de Almazán», una suerte de compromiso para con nosotros mismos consistente en el deseo de cuidarnos y de tratarnos mejor a partir de ese momento. Fue en un bar de la Plaza Mayor, mientras tomábamos un tentempié. Una noche que nunca olvidaremos, al menos yo.


Día 5
Amanece nuestro último día en la provincia de Soria donde mis dos fieles amigos y yo aprovecharemos hasta el último minuto antes de regresar a nuestras respectivas casas, ¡de eso no tengáis ninguna duda! El recorrido previsto para hoy comprende dos paradas antes de llegar a nuestro destino final, Medinaceli, uno de los pueblos con más historia de nuestra geografía. La primera de ellas será un pueblo llamado Monteagudo de las Vicarías, y la segunda, el monasterio cisterciense más importante de toda la provincia soriana, Sta. María de Huerta. ¿Estáis listos para acompañarnos?
Monteagudo de las Vicarías, sin pena ni gloria
Después de desayunar en La Estación del Alma, salimos disparados hacia Monteagudo de las Vicarías, una histórica villa situada en lo que fue tierra fronteriza entre los reinos de Castilla y Aragón y que recientemente ha entrado a formar parte de la Asociación de los Pueblos más bonitos de España, lo cual genera unas expectativas tan altas que en más de una ocasión terminan resultando contraproducentes.

De la antigua muralla que antes defendía la población solo quedan algunos restos, como la Puerta de la Villa, una puerta gótica almenada por la cual accedimos a su casco histórico presidido por la Plaza de la Iglesia con sus dos monumentos más importantes, la Iglesia de Ntra. Sra. de la Muela y el Castillo-Palacio de Altamira (o de la Recompensa), ambos del siglo XV y conectados a través de un pasadizo que tenía la finalidad de facilitar la tarea a los señores de Monteagudo. La pequeña fortaleza alberga en su interior una llamativa galería porticada del siglo XVI.



Poco más ofrece esta pequeña localidad de apenas 200 habitantes. Si te coge de paso como a nosotros, merece la pena darse un corto paseo por sus callejuelas de entramado medieval. Pero repito, poco más.

Monasterio de Sta. María de Huerta
Nuestra siguiente parada nos llevó algo más de tiempo, pues el Monasterio de Sta. María de Huerta es el ejemplo más destacado de arquitectura cisterciense de toda la provincia. Impulsado por el rey castellano Alfonso VIII y erigido entre finales del siglo XII y principios del XIII, este edificio estuvo en uso hasta su desamortización en el siglo XIX. Sin embargo, en 1922 se donó de nuevo a una orden del Císter de Cantabria y hoy en día funciona, además, como hospedería.
Como muchos de los cenobios medievales, Sta. María de Huerta también se encontraba rodeado de una muralla que lo aislaba del mundo y lo defendía de posibles ataques. Resulta interesante saber que para acceder al recinto, se debe hacer atravesando el perímetro de aquella antigua muralla medieval, concretamente por su puerta monumental renacentista erigida en el siglo XVI.

Una vez en el patio principal y antes de comenzar la visita al interior del complejo (visita libre y gratuita), mis amigos y yo admiramos la sobria fachada de la iglesia con su emblemático rosetón central y su amplia portada con seis arquivoltas apuntadas.

El recorrido turístico comprende exclusivamente la visita de la planta baja, ya que la primera planta está reservada para los monjes de clausura. Pero no os preocupéis, pues podréis contemplar el interior de la iglesia, los dos claustros (el gótico del siglo XIII y el herreriano del siglo XVII) y otras dependencias del monasterio, como la cilla, la sala capitular, la cocina o los dos refectorios. En definitiva, una mezcla armónica de estilos de diferentes épocas, incluyendo el románico, el gótico, el plateresco y el herreriano.



De entre todas las dependencias, destacaremos el denominado Refectorio de los Monjes, sin duda la estancia más espectacular de todo el monasterio, una autentica joya considerada uno de los primeros ejemplos del gótico primitivo en España. Nos quedamos boquiabiertos al contemplar su altura y solemnidad, comparables a las de una iglesia, sus extraordinarias bóvedas sixpartitas y sus grandes ventanales, así como también su increíble escalera incrustada en la pared por la que se accedía a la tribuna del lector, desde donde un monje leía a sus compañeros mientras comían.
Existe otro refectorio en el monasterio, el de los conversos, de finales del siglo XII, dedicado a los hermanos legos (o conversos). Es bastante más pequeño que el anterior, pero también posee un indudable valor artístico, con sus columnas románico-mudéjares.

Medinaceli en extrema soledad
Pero el objetivo principal de aquella jornada era seguir descendiendo y adentrarnos en la comarca Tierra de Medinaceli. Atravesando el valle del Jalón llegamos al fin a nuestro destino final de este viaje maravilloso que cambiaría el curso de mi propia historia. Ubicado en lo alto de una colina a 1200 metros sobre el nivel del mar, entre las cuencas del Duero, del Ebro y del Tajo, se alza majestuoso el pueblo de Medinaceli, considerado uno de los más bonitos de España por méritos propios.

Uno de esos méritos es sin duda su rico patrimonio histórico. Occilis fue la primera denominación de la ciudad en tiempos de los celtíberos. Más tarde, tras la conquista romana, pasó a situarse en la calzada que conectaba Emerita Augusta (la actual Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza). De esta época se conservan algunos importantes vestigios, como parte de la muralla, mosaicos y, sobretodo, su famoso Arco romano (siglo I d.C.), un monumento imperecedero y «rara avis», como se suele decir, pues es el único en toda España con triple arcada.

El Arco romano de Medinaceli fue diseñado para servir de acceso a la antigua ciudad romana. Para nosotros fue una auténtica puerta de entrada a otra dimensión que nos causó deleite y desolación al mismo tiempo. Lo del deleite viene a colación de sus preciosos cruces de calles (esos que tanto le gustan a mi mirada fotográfica), de lo bien cuidadas de sus calles y de lo bien rehabilitadas de sus viviendas, respetando su estética de antaño, hasta tal punto que el paseo te traslada muy atrás en el tiempo. Lo de la desolación viene porque en ningún otro sitio pudimos ser realmente conscientes de lo que ese drama llamado «la España vaciada» está causando también en la provincia de Soria.


Esta circunstancia unida a otra de rabiosa actualidad, la de la pandemia del COVID-19, hizo que encontráramos cerrados muchos de los monumentos de Medinaceli, como la Colegiata de Ntra. Sra. de la Asunción (que alberga una copia del famoso Cristo de Medinaceli que se custodia en Madrid y que resulta que, a pesar del nombre, no salió de aquí) y que tuviéramos que visitar algunos de sus rincones más emblemáticos, como su excelsa Plaza Mayor (un espacio porticado de 5.000 metros cuadrados flanqueado en su lado oriental por el Palacio Ducal y en su lado sur por la Alhóndiga), en la más extrema soledad.



En cualquier caso y como mencionaba al principio, Medinaceli tiene patrimonio para aburrir. Todavía no he mencionado los vestigios que corresponden a la época de la dominación árabe, como son sus murallas, su nevero (destinado al almacenaje de la nieve para distintos usos) y su castillo. Éste último, erigido en el extremo oeste del cerro, a pocos metros del casco histórico, representa el último recuerdo de una antigua alcazaba que luego, tras la reforma que sufrió ya en época cristiana, pasó a ser residencia de los Duques de Medinaceli, antes de que éstos se trasladaran al Palacio Ducal.


Para completar el paseo, mis fieles amigos y yo quisimos acercarnos hasta el Convento de Santa Isabel, del siglo XVI, habitado hoy en día por una comunidad de monjas clarisas (no olvidéis comprarles unas rosquillas de anís con azúcar), y el Beaterio de San Román, un interesante edificio con tintes mudéjares en estado ruinoso (de hecho, recientemente ha entrado en la Lista Roja de nuestro patrimonio). Se ha afirmado que, de las 12 iglesias que llegó a tener el recinto amurallado de Medinaceli, ésta fue la más antigua, llegando a servir probablemente como sinagoga (a pesar de que no se han hallado pruebas concluyentes).


LOS CANTINELEROS RECOMIENDAN…
Para despedirnos por todo lo alto de Medinaceli y de la provincia de Soria elegimos el Bavieca, uno de los mejores restaurantes de la zona. La comida, riquísima, y el trato, inmejorable. Una última sugerencia: dejad sitio para los postres, ¡están para chuparse los dedos!

Y hasta aquí, amigos y amigas cantineleras, mi diario de viaje de Soria, la crónica de cómo, de repente y después de mucho tiempo, me reencontré conmigo mismo. Gracias a esta tierra inspiradora como pocas, allí donde un alma en crisis puede encontrar un resquicio de serenidad. Y gracias también a mis amigos de toda la vida, Dani y Marcelo, que siempre acuden al rescate cuando se les necesita. Aún a día de hoy sigue vigente nuestra «promesa de Almazán», aquella que nos hicimos en un bar del pueblo de la Plaza Mayor, mientras tomábamos un tentempié. Aquella que auguraba un futuro mejor para mí, un nuevo capítulo en el libro de mi vida, esperanzador y bonito. Pero eso ya es otro cantar.
Alojamientos cantineleros
Hotel Apolonia (Soria)
Hotel muy bien situado en pleno centro histórico de la ciudad, a un paso de los principales lugares de interés, una muy buena base de operaciones para explorar la capital soriana. Moderno, limpio y muy correcto, sin más pretensiones. Tuvieron la amabilidad de prepararnos una habitación triple y el buen detalle de prestarnos un paraguas y de guardarnos las maletas en consigna durante toda la mañana. Cuenta con servicio de desayuno, pero sin aparcamiento.

Hostal Las Nieves (Salduero)
Hostal rural muy coqueto situado en Salduero, un bonito pueblo en medio de la naturaleza, a muy poca distancia de Vinuesa y de la Laguna Negra. Su ventaja principal reside en que dispone de restaurante donde poder cenar por un precio bastante asequible sin la necesidad de coger el coche. Ofrece también servicio de desayuno.

Las Candelas de Torreandaluz (Torreandaluz)
Situado en un pequeño pueblo en medio de la nada, este establecimiento rural es ideal para viajar con amigos y buscar tranquilidad absoluta. A nosotros nos asignaron un apartamento con dos habitaciones, cocina equipada y salón-comedor. Cuenta también con una pequeña terraza interior que sin duda hará las delicias de sus huéspedes durante la época estival. También resulta la base perfecta para explorar los maravillosos pueblos de los alrededores (Calatañazor y Berlanga de Duero, entre otros). La única pega es que el pueblo no dispone de servicios, por lo que, si no compráis comida, hay que coger el coche y llegar hasta el pueblo vecino, Rioseco de Soria, para comer o cenar.

La Estación del Alma (Almazán)
Antigua estación de tren reconvertida en hotel en un pueblo, Almazán, con muchos atractivos patrimoniales. El hotel dispone de un pequeño espacio muy confortable donde sentirse a gusto y tomar una copa. Allí disfrutamos de una buena conversación entre amigos durante la última noche de nuestro periplo soriano. Queda algo alejado del pueblo, hay que coger el coche para llegar al centro.

¡Un abrazo y gracias por seguirnos por tierras sorianas!


6 comentarios
A mamá le gusta viajar
Tengo Soria muy pendiente y tus posts me vendrán genial.
Un viaje para reencontrarse es genial hacerlo con gente que te ha acompañado durante tu vida.
Rafael Ibáñez
Tengo mucha suerte de tenerlos, María José. Ojalá todo el mundo pudiera decir lo mismo. En los momentos más difíciles, ahí están. Soria te va a encantar, siempre te lo digo, a ver si puedo escribirlo todo pronto y que te sirva para tu futuro viaje. Un abrazo
Pedro
Brutal como siempre!tremendas fotos y explicaciones. Saludos tio
Rafael Ibáñez
Muchas gracias amigo!!
Roser
Hemos aprovechado vuestros recomendacionesvsobreHorta de Sant Joan. Encantados .
Rafael Ibáñez
Muchas gracias Roser, espero que lo disfrutárais mucho.
Un fuerte abrazo cantinelero